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1 de octubre de 2008

Mi ciudad

Desde el punto de vista práctico, vivir en una gran ciudad como la mía es perfecto. Todo lo imaginable está al alcance de la mano. Exposiciones, teatro, cine, festejos lúdicos, inacabables tiendas de lujo. Todo en una ciudad que, en el fondo, es la suma de diversas ciudades. Desde el punto de vista social, Barcelona es la ciudad de los ricos, con tiendas Luis Vuiton, Armani o Cartier. Por otra parte, la ciudad de los homless, con gente rebuscando constantemente en contenedores de basura, en busca contínua de todo tipo de objetos. También está la ciudad joven que se descubre en los clubs que abren sus puertas al caer la noche. La ciudad de los excesos modernos y desaforados. También está la ciudad de los trabajadores de sol a sol. De los extranjeros con papeles. De los extranjeros sin papeles. De la gente que sueña. De la que anhela. De la que envidia al vecino. De la que le encanta ser envidiado. De los viejos que dan de comer a palomas, o dirigen imaginariamente unas obras que otros sudan. De ladrones y políticos. De policías. De prostitutas. De los coches. De las motos. De las prisas. Del engaño. De los amantes y sus sueños prohibidos. Del ruido de unos, y del progresivo silencio que envuelve a otros. De los niños en plazas y colegios. De perros y gatos. De ti y de mi, incomprensibles si otros ojos no se acostumbran a vernos. De las coincidencias y las oportunidades perdidas. De los restaurantes baratos y los coches de lujo. De la montaña y de la playa. Del sol y la lluvia.
Y es que si te lo pones a pensar, la ciudad no es una, sino muchas, tal vez demasiadas. Porque la vida no es inmutable, sino que existe porque hay unos ojos, un corazón, que la interpretan.