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28 de diciembre de 2008

El reloj del tiempo.

El otro día estaba mirando tejados, los tejados de mi ciudad...

Ya sé que parece redundante hablar de reloj y de tiempo a la vez. Los relojes son el paradigma de lo que damos en llamar el paso del tiempo. La horas, los minutos, los segundos, incluso meses o los años están incluidos en esa pequeña esfera que nos indica que todo en la vida es inexorable. Cuando esp o de monotonía, la sensación es que desaparecen. Mientras que durante la situación deseada, estas corren sin cesar. Es por eso que el tiempo es relativo. Todo lo es. Ya lo dijo Eistein, que como yo, sea dicho de paso, nació un catorce de marzo. Todo es relativo. Bueno, eso o algo parecido, qué más da. 

En fin, que llegados a este punto, en el que se acerca el final de otro año, eras algo bueno, parece que las manecillas no se muevan. Para los momentos de angustia,y el nacimiento de uno nuevo, aparece la necesidad de hablar de nosotros, de nuestro tiempo. Me refiero a todos, al ser humano en general. ¿Porqué nos afecta tanto el paso del tiempo?¿Es el miedo a hacerse viejo, a no poder hacer lo que hacíamos, a finalmente morirnos? No lo sé, pero en definitiva a todos nos aterra. ¿Y es por eso que hemos creado religiones que nos prometan la vida eterna? No lo sé, yo no soy filósofo. Por eso yo me imagino a Dios como un reloj gigante. Un reloj universal.

Para mí el tiempo es algo tan intangible que, igual vuela, igual se estira igual que un chicle de menta, se alarga como un suspiro ante una mujer hermosa que no nos pertenece, o se contrae como la esperanza que nunca consigamos ser eternamente felices. Tan hermoso como el beso de una de mis hijas. Tan exacto como la emoción de coger de la mano a la mujer que amas. Tan real como desear y no poseer. Tan pleno como saber que solo somos una minúscula, insignificante parte de todo lo que nos rodea. 

Por eso pierdo la vista en los tejados. Porque encuentro en ellos un lugar donde refugiar mi mirada del resto de los que también me miran, para colgar en ellos los retales de aquello que deseo, de mis sueños incumplidos, con la esperanza de que el tiempo pase, pero que pase bien.

20 de diciembre de 2008

Deyanira

La lluna del desert
s'amaga dintre els teus ulls negres.
La teva pell és l'ombra daurada
que viu dins del record,
i que s'esvaeix com la sorra
entre els meus dits tremolosos.
Mentrestant, el teu nom ressona
entre la càlida remor del vent.

Este poema lo presenté a un concurso y fué publicado en La Vanguardia en  abril 2004. Por supuesto no gané, pero verlo impreso me dió una, lo reconozco, honda e inexcusable sensación de felicidad. Todos tenemos nuestro pequeño ego.  

19 de diciembre de 2008

El pensamiento.

No se porqué estos días me viene un pensamiento a la cabeza. Me tiene bastante distraído el hecho de caer constantemente en la reiteración de dicho pensamiento. Pensar por pensar, siempre lleva a perder de vista la perspectiva de lo que queremos llegar a razonar. Por eso, las personas que miran por la ventana, distraídas, miran, pero no observan. Divagan. Pues bien, yo llevo una semana mirando a través de una ventana imaginaria. Si, divagando, lo reconozco. Distraído, es cierto. ¿El motivo? Pues no lo sé, y ese es mi problema. He estado buscando desesperadamente la solución a mi dilema. 
He ido al médico pensando que tal vez sea una enfermedad mortal. El doctor me ha auscultado, me ha tomado la presión, me ha puesto un termómetro en la boca. Nada. He buscado asesoramiento entre mis amigos. Nada. No sé porqué, les explico al médico y a mis amigos, pero en cuanto no me doy cuenta, me encuentro con la mirada perdida, se me van los ojos hacia la línea del horizonte, me paso las horas anclado en mi propia inopia, me dejo estar en un estado de confortable distracción. 
Busco ayuda, entonces, en una tarotista, vestida a la moda vintàge, que me ha recomendado la amiga de un conocido del primo de una vecina de la mujer que hace la limpieza en el portal de mi casa. Oiga, me dice la señora mientras acaricia un gato negro, lo suyo está bajo el signo de un arcano mayor. Yo abro los ojos como platos, del susto. Mi piel se pone pálida, mi boca se seca, mis sesos se retuercen, y solo logro balbucear un ¿y eso qué quiere decir? La tarotista me mira por encima de unas gafas con cordel. Su voz, entonces, me suena cavernosa, profunda, como del más allá. ¿Está usted seguro que no lo sabe? A mí, ese juego de preguntas me sobrepasa. Sin embargo, soy un ludópata de las palabras. ¿A qué cree que he venido? Desembuche, le digo, casi perdiendo los nervios. No soporto las esperas, lo reconozco, como también odio las colas a la puerta del cine. Es algo innato. La mujer me sonríe entre irónica, socarrona y exasperantemente elocuente. Hombre, no me diga que no lo sabe, levantando con su huesuda mano derecha la susodicha carta. Está usted enamorado
Volví a casa. Cerré todas las ventanas, en un superlativo esfuerzo por concentrarme. Y es que solo me asaltaba una pregunta. Cruda, crucial. ¿De quién narices estaría yo enamorado?

17 de diciembre de 2008

Meme...de memez.

Una muy buena amiga bloggera, memoria, me ha pedido si puedo continuar un meme que ha comenzado en la página de Fernando Tellado, publicado en Ciberprensa, titulado Hay muchos blogs pero pocos bloggers, y que ella ha continuado en su blog, Memoria de una desmemoriada, para participar en un concurso de "memes", del que os doy las Bases.Bueno, pues bien aquí me he puesto. Primero, opinar sobre el artículo referenciado. Cuando lo leía, no acababa de salir de mi asombro. Y no por la presentación de la realidad, sino por la interpretación que hace de ella. ¿Que si alguien quiere abrir un blog para explicar un viaje, el nacimento de su hijo, o las ganas que tiene de mirar la tele, no tiene derecho a hacerlo?¿Porqué no?¿Que si alguien lo hace por tener uno porque está de moda?¿Porqué no?¿Que si alguien empieza el blog con ganas y luego a los tres meses, dos semanas o un día se cansa y lo deja?¿Porqué no?¿Que si soy malo escribiendo y no tengo ideas, qué hago metiéndome en el mundo de los renombrados?¿Porqué no?
Después de leer esas lindezas rayando lo etílico (¡uy!, perdón, quise decir elitista), y de ver como el autor opina que se debería borrar del mapa global a todo aquel que no cumpla con sus requisitos de calidad (¿también desaparecerían los bloggs judíos, gitanos o de sexualidad confusa?), un calor sulfúrico recorrió mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza. Y me hice la pregunta fundamental. ¿Quién narices es este tipo (perdonen mi vocabulario, pero a pesar de ser licenciado universitaro, he vivido en muchos lugares, algunos muy poco recomendables, pero eso si, siempre respetando a los que me rodean), que se atreve a pontificar sobre lo que está bien o mal?¿Acaso pertenece a la Sgae? Tal vez debiera pensar que lo que ha traído los blogs es la posibilidad de expresarse a gente que no tendría otros canales para hacerlo, que pueden mostrar su imaginación, sus ganas, todo lo mucho (o poco, que para mí es lo mismo) que llevan dentro, desarrollar ideas, mostrar parte de su interior, a otros para que lo vean. Se llama compartir. Y eso te hace generoso. Sí, es verdad, un poco vanidoso, pero es que no hay creación sin vanidad. Y mire usted, señor Tellado, sobre todo, los blogs lo que han traido es libertad. Libertad para ser humilde. Libertad para ser poco productivo. Libertad para dejar a medias lo que has empezado. Libertad para divertirse haciendo algo que en un momento dado te gusta. Libertad para compartir todo lo que se te ocurra. Pero sobre todas las cosas, libertad para desnudarte voluntariamente delante del resto del mundo. 
Todo esto lo digo desde un blog que yo, personalmente, hago cuando quiero, me apetece, o tengo algo que decir. Que leen mis amigos, mi familia, y quien le da la gana, pero sobre todo, yo mismo, aunque suene redundante. No juzgo a nadie que escriba, porque no soy nadie para hacerlo. Y si, estoy agradecido a la sencillez de publicación de mi blog, porque me permite centrarme en lo que quiero expresar. No quiero que sea algo difícil para sentirme mejor que otros por conseguirlo. Lo siento, señor Tellado, pero los mediocres somos así. Nos leen poco, y además no sentimos envidia por los demás. Además, déjenos vvir, que seguro que a figuras como usted no les molestamos. Y si lo hacemos, pues solo tiene que cambiar de canal (¡ah!, es que usted es de los que ve los documentales de la Dos). O es que tal vez usted lo único que quiere es que nos convirtamos en meros lectores suyos, y de los que son como usted. 
En definitiva, desde mi humilde única isla del ciberespacio, bajo bandera mía y solo mía, le deseo todo lo mejor, y que sea el más leído de todos los grandísimos escritores que han publicado (¿porque usted ha publicado "de verdad", no?) en este y otros países.
À bientôt

12 de diciembre de 2008

Desdesástrame.

Esta es la nueva obra que está apunto de estrenar mi amiga Paola Monti, en Santiago de Chile. Se trata de un café-concierto que saliendo de la pluma de la que sale, seguro que, por lo menos, es divertidísima, transgresora, y además, completamente loca. Espero que tenga toda la suerte que se merece, que es mucha. No me negaréis que el cartel se merece, por sí solo, un premio. Prometo teneros informados.



Mi peluquera

El otro día fui a la peluquería. Bueno, puede que eso no sea relevante para nadie, ya que todos más o menos pasamos por el barbero o peluquero, pero es que mi peluquera, que no asesora de imagen como dicen hoy en día los snobs, es una chica muy simpática, y de bonitos ojos azules. Argentina de nacimiento, como yo, barcelonesa de adopción, también como yo, trabaja sola en un pequeño local en el barrio de Sants. Corta muy bien, peina mejor, y cada vez que salgo de su/mi peluquería, me encuentro más positivo que cuando he entrado.
Para mí, ir a cortarme el pelo, no solo es cuestión de estética. Me encanta su conversación, su sentido práctico del humor, y el ambiente relajado que encuentro nada más traspasar la puerta. Por eso, el otro día, llegué con muchas ganas a dejarme tomar el pelo. Y, para no defraudarme, la conversación fue interesante. Ella, su nombre no creo que sea necesario mencionarlo, acababa de llegar de París y pasar un frío impresionante, por lo que el gélido ambiente de estos días en Barcelona le parecían un tiempo primaveral. Yo la miraba con las orejas a punto de romperse, con una expresión de "si me lo dices, será verdad", mientras me ponía una batita negra y masajeaba mi cuero cabelludo con la delicadeza de los dedos que acostumbran a cuidar la materia prima con la que trabaja. Fue cuando me hizo sentarme en la silla giratoria, cadalso de las puntas rebeldes de mi pelo, cuando comenzó la verdadera conversación. Y el otro día, más que diálogo fue una lección de cómo sobrevivir a lo que nos rodean.

Me explicó que parece que los peluqueros, como los camareros, son los guardianes de las penas de los clientes. Mientras los clientes del bar llegan en busca de alcohol para olvidar, los que vamos a la peluquería parece ser que llegamos en busca de un cambio que nos ayude a cambiar las cosas que no nos funcionan bien con los demás. Y eso parece que desgasta mucho al gremio de los peluqueros, más cuando casi todos tus clientes son vecinos del barrio, que acaban absorbiendo los problemas de los demás, implicándose en exceso, apareciendo como vampiros emocionales, pero a la inversa. Nada, que acaban hechos un paño de cocina.

Sin embargo ella, según me explicó, parece que ha encontrado el antídoto a tanto ir y venir de emociones compartidas. Un amigo, no se si argentino o chino, que para esto de la auto ayuda tanto monta monta tanto, le había recomendado que aplicase en el día a día cuatro reglas básicas para que no interiorizar los problemas ajenos. Puse toda mi atención en su explicación, mientras la observaba a través del espejo barroco que tenía delante.

Su primera regla es no pensar que los demás, cuando te hablan en un tono de voz desagradable, lo hacen por motivos personales. Has de pensar que la historia de los demás es diferente a la tuya, y que su forma de expresar sentimientos es diferente a la tuya, por lo que no te lo has de tomar como algo personal. No te harán daño si tú no te afectas. La segunda regla es no suponer, sino preguntar. Si no estás seguro de lo que te quieren decir, no te imagines cosas, pregunta. La tercera es hacer todo lo que te has propuesto hacer aquel día. No dejes cosas por pereza, porque si consigues tus objetivos, reforzarás tu auto estima. En cuanto al cuarto punto, la verdad es que no lo recuerdo bien, ya que mi memoria comienza a ser flaca como perro de ciego, pero creo que era algo así como no intentes saber más de lo que te quieran explicar. Reconozco que cuando me lo dijo, quedé con la impresión que eso sería lo más difícil de todo.

Una vez cumples con las cuatro reglas, y las practicas a diario, las has de comunicar a tu entorno de conocidos, para así conseguir crear un círculo de bienestar a tu alrededor. Vamos, que te has de convertir en un gurú, en un profeta de la consecución del equilibrio interior.

Cuando, después de pagar, y salir finalmente por la puerta al frío de la tarde, yo ya estaba convencido de dos cosas. Primera, que me había cortado el pelo tan bien como siempre. Segunda, que por mucho que me esfuerce, yo ya llevo demasiado tiempo viviendo con mi personalidad como para ahora abandonarla como si fuese un perrito en una gasolinera, y continuaré pensando qué me han querido decir, cual es el secreto que esconden las palabras de los demás, y sobre todo, porque me encanta imaginarme la vida de los demás. Sino, ¿de qué escribiría yo?

11 de diciembre de 2008

Ella está al otro lado del espejo

La mujer pareció despertarse en aquella playa. Una larga playa, resplandeciente bajo el calor. Un calor que le acariciaba tiernamente la piel. Un calor casi sensual. Tal vez sin casi.
Recorrió con la mirada, alrededor suyo, cada paso que daba. Playa, sol, mar, las montañas a su espalda. Pero no vio a nadie más. Estaba sola en aquel inhóspito paraje, sin saber de dónde venía, quien era, y sobre todo, sin importarle las respuestas. Sin nombre ni pasado, solo presente, y con un futuro sin acabar.
Miró curiosa a su alrededor. Decididamente estaba sola. Sola bajo un cielo tan azul, como los ojos de alguien a quien no podía acabar de recordar. Y estaba desnuda. Tan desnuda por fuera, que se sintió avergonzada, al darse cuenta. Se tapó con las manos todo lo que pudo de su cuerpo, pero al instante razonó que, en aquella playa, donde nadie había, nadie podía verla, por tanto. Tampoco sabía cómo se llamaba, no recordaba. Pero, no sabría explicar bien porqué, no le importaba ya demasiado.
Alzó la vista, y volvió a mirar otra vez. Hundió firmemente sus pies en la arena que le rodeaba. Un calor suave y de color ocre, que parecía que estuviese a punto de hacerla desaparecer en su inmensidad, en su totalidad, y que le hacía creer en la posibilidad de una existencia eterna, la envolvía.
Comenzó, entonces, a caminar hacia la orilla. Deseaba sentir cómo las olas le acariciaban la piel. Cómo la sal de aquel mar extraño, desconocido, le hacía revivir algún recuerdo. Sus piernas parecían no pesar absolutamente nada. Necesitaba creer que estaba viviendo cada momento, cada instante, como una vida nueva, como un constante renacer. Vivir eternamente. Tal vez fuese eso que le estaba pasando, la verdadera eternidad.
Por fin tocó el mar. Se agachó para recoger agua entre sus manos. Cuando el océano resbaló entre esas mismas manos, cayendo entre sus dedos como manantial de vida, sintió una extraña sensación de bienestar. ¿Qué podía significar? Solo su memoria lo podía saber. Y ahora mismo no sentía la necesidad, la angustia, de conocer el pasado. La curiosidad era solo cosa del presente. Ni siquiera del futuro.
Se miró las manos, aún mojadas, perladas por pequeñas gotas semejantes al rocío de unas mañanas desconocidas, minúsculas lupas de rayos de sol. Era su piel morena, sus dedos finos, las uñas cortas. Miró instintivamente el resto de su joven cuerpo. ¿Qué rostro tendría? ¿Sería hermosa o fea, o tal vez dulce? Suspiró. Era la curiosidad del presente, absurdo en la soledad que le rodeaba.
Recogió, nuevamente, agua del mar con sus manos cóncavas. Se la llevó a la cara y, sin pensarlo, se mojó el rostro. Al instante, notó cómo se le estiraba toda la piel de sus pómulos, sus labios se llenaban de sal, y su mirada cobraba un sentimiento primitivo. Se tendió en la arena, por puro placer, mojados los pies en la orilla, acariciados por la constancia de las olas, como si el corazón del mar bombease su sangre salada hasta ella, rodeándola de un mensaje que se le escapaba. ¿Qué le quería decir el océano? Se quedó dormida.
Cuando volvió a abrir los ojos, parecía que había dormido horas. No debía ser así, puesto que el sol continuaba atado allí arriba, imperturbable en su cénit. El paisaje inmutable también. ¿Habría pasado tan solo un instante? Algo en su interior le impulsaba a pensar que la respuesta era intrascendente. No le importaba, realmente, el paso del tiempo.
Decidió que tenía que levantarse, continuar observando, conocer algo más de lo que le rodeaba. Marchar. Así lo hizo.
Cuando llevaba un rato caminando, llegó a un punto en el que la playa giraba a la izquierda, rodeando un pequeño promontorio. Al acercarse allí, notó una sombra sobre la arena, que no era la suya. Miró al cielo, cerca del sol. Tuvo que protegerse los ojos con su mano, para poder ver bien. Una gaviota sobrevolaba un firmamento azul cobalto sin nubes. Entornó los párpados para verla mejor. Se perdió entonces en la lejanía. Volvía a estar nuevamente sola. Una lágrima comenzó a resbalar, en aquel momento, por su mejilla. ¿Por qué lloraba? No recordaba haber estado nunca acompañada. No recordaba a nadie. Sus ojos dejaron de llorar.
Siguió caminando. Le pareció escuchar, entonces, un sonido lejano. Tres pasos más adelante, el sonido pareció aún más claro. Un sonido conocido. Se intuía, incluso, como música. Sí, eso era, una música que parecía salir de entre los árboles, de las piedras, de las montañas de aquella playa desierta, de aquella isla infinita que no podía comprender. ¿Acaso ella también tendría a Viernes para romper su soledad? Volver. Esa era la palabra que le evocaba aquella música. Una palabra antigua, como salida de un gramófono. ¿Qué querría decir todo eso?
Se acercó, entonces, hacia la muralla verde que aparecía más allá de la arena. Mientras lo hacía, el calor iba dando paso, poco a poco, a una sensación de frescor, que parecía salir de la sombra, de la profundidad verde, y que le recorría la piel, sin dejar de ser. A la vez, agradable. Se sentía bien.
Mientras se acercaba, cayó en la cuenta de que aquella música que escuchaba antes en la lejanía, y que no había acabado de reconocer, aún sabiendo que la reconocía en su olvido, había dado paso a un rumor cada vez más cercano, como si de una cascada de agua se tratase.
Se adentró en la espesura, con sumo cuidado de no herir su cuerpo, desvalido debido a la desnudez, apartando las grandes hojas de aquellas plantas que nunca había visto antes, y respirando profundamente aquel olor de hierba húmeda. Finalmente, logró llegar al borde de un pequeño claro donde, sobre un riachuelo que parecía volver a perderse bajo la tierra, caía el agua cristalina de aquella ya imaginada cascada.
Se acercó, esta vez con decisión, y arrodillándose bajo la caída del agua, mojó sus labios. Luego decidió que le apetecía beber de aquella agua fresca, dulce y pura, y así lo hizo, notando como esta recorría cada centímetro del interior de su cuerpo, hasta llegar a su estómago. Se sentía viva, volvía a ser agua.
Fue entonces cuando, en su mente, apareció como una revelación la posibilidad de ver su cara reflejada en aquellas aguas. Se agachó nuevamente buscando, esta vez sí, su reflejo, pero este, inmisericorde, se negó a surgir. El agua, que corría turbulenta sobre alisadas piedras, hacía que su rostro se desvayese constantemente entre retazos inexpresivos, como si ella fuese el retrato de un pintor cubista. No se podía reconocer. Volvió, entonces, a aparecer una lágrima en su rostro. Ni siquiera podía hacerse compañía a sí misma.
Se secó la lágrima. No valía la pena llorar. Hubiese sido peor verse y no reconocerse. Tal vez fuese mejor así, después de todo.
Retornó a la playa. Algo que escapaba a su control parecía atraerla, otra vez, hacia aquel lugar.
Al volver a hundir los pies desnudos en la arena, llegó a la conclusión de que allí era donde realmente quería estar. Bajo el calor del sol, entre las caricias de la brisa cálida. Volvió nuevamente a estirarse en la arena dorada, pero esta vez su cuerpo se convirtió en un ovillo. Quería volver a sentirse dentro del vientre materno, sin saber siquiera, a estas alturas, quien podía ser su madre. Ahora mismo lo era el universo entero, con eso le bastaba. Y tuvo nuevamente la necesidad de dormir.
Al cabo de otro tiempo indefinido, volvió a abrir los ojos. Esta vez su cabeza parecía no haber descansado. ¿Dónde podría estar su madre?
Aquella sensación de soledad la rompió un ruido. Otro más. Esta vez era como un silbido lejano. Frunció el ceño. ¿Acabaría aquella playa descubriéndole todos sus secretos alguna vez?
Miró hacia la orilla. A lo lejos le pareció distinguir la silueta difusa, brumosa, de un hombre. No podía distinguir ni el color de su pelo, ni de su piel, ni sus ojos. Era como una sombra, que estuviese de pie delante del mar. Quiso acercarse, pero cada vez que lo hacía, aquella figura se iba alejando sin caminar, siempre a la misma distancia, nunca más lejos, jamás más cerca.
Finalmente, ella se detuvo, cansada. Era imposible su misión. Tendría que conformarse con lo que le era dado.
Le observó mejor, con mayor detenimiento. No sabía quién era, pero su presencia no hizo que ella cubriese su desnudez. ¿Le conocía? Si él no se lo decía, no podría saberlo. Intentó alzar la voz para preguntárselo, pero esta pareció perderse sobre el mar. ¿Cómo era su voz? No la reconoció. Él tampoco.
Un leve escalofrío erizó su piel, a la vez que su estómago se anudaba. Tuvo la sensación de que aquel no era su marido. ¿Ella había tenido amantes, amores platónicos? ¿Quién era aquel hombre? Lo que era seguro es que era alguien muy importante para ella.
Pareció, entonces, darse cuenta que jamás podría acabar de saberlo, ya que todo aquel universo parecía enseñarle sin mostrarle. Por eso decidió que no quería ver más a aquel hombre. Se había cansado de perseguirse sin encontrarse.
Continuó caminando sin mirar más allá, la vista perdida en el azul del cielo, hasta que percibió que la figura de aquel hombre ya no estaba. ¿Y ella, donde estaba? Nadie le respondía.
Hubo un momento en que volvió a estar cansada. Quiso sentarse, pero al intentar hacerlo, se dio cuenta que la fina arena se había transformado en gruesas piedras. ¿Cómo no se había dado cuenta antes que estaba caminando por otra playa? Tal vez sus pensamientos extraviasen la realidad. Se acercó a la orilla, esta vez con cuidado de no hacerse daño. Miró hacia el horizonte, y se dió cuenta que este no se acababa, que nada lo detenía.
Entró, entonces, lentamente en el agua, decidida, y cuando estuvo cubierta ya por la cintura, comenzó a nadar. Se sentía bien, mucho mejor, de hecho. Se sumergió bajo las olas, y allí, como por instinto abrió los ojos, descubriendo un paisaje impresionante en colores y vida. Por fin se asomaba a lo que se le escondía. Y allí, dentro de aquel vientre acuoso, se reveló una sonrisa, no dos, sino solo una, que se le presentaba en cualquier piedra, en cualquier coral. Allí era donde quería estar, pensó. Cerca de aquella libertad. Deseaba volver, explicárselo a alguien. ¿Pero, a quién? ¿Al hombre de la sombra? ¿A la gaviota, tal vez? ¿O a ella misma? Pero, en definitiva, ¿quién era ella? ¿Y por qué no se lo había preguntado antes? ¿Acaso no le importaba ni siquiera a ella misma? Decidió entonces volver a la playa.
Allí tumbó su cuerpo desnudo, tembloroso, mojado, inexpresivo. Cerró suavemente los ojos, cansada, y volvió a dormir.

María le dio un beso en la mejilla a su abuela.
-Adiós, tata, te vendremos a ver dentro de poco, así que cuídate -cogió un vaso de agua fresca de su lado y se lo puso en los labios- bebe un poco más
Laura puso la mano sobre el hombro de su hermana.
-No te escucha, María, ni nos ve. Ya sabes cómo es la enfermedad de la abuela.
María suspiró, clavando sus ojos azules en la oscuridad inalterable de los de su abuela.
-Sí, lo sé, pero siempre tengo la esperanza de que en el fondo, aunque sea muy en el fondo, sabe que estoy aquí.
-Te entiendo -Laura bajó un poco el volumen de la música que sonaba en la radio-, a mí también me gustaría que nos entendiese,-suspiró profundamente- pero ya sabes lo que le ha dicho el médico a mamá, que cada día irá deteriorándose, y que lo hemos de ir asimilando. Ya padeció mucho con la muerte del abuelo.
María sopló suavemente sobre el rostro de su abuela.
-Lo entiendo, pero en el fondo, se que ella existe en otro mundo, y no me preguntes cuál, que no lo sé –se acercó con la mejor de las sonrisas y le dio un beso en la mejilla- Adiós, tata.
Laura también lo hizo, y mientras se alejaban por el jardín del centro donde cuidaban de su abuela, algo, un presentimiento, le hizo girarse. Durante un segundo, a Laura le pareció ver una sonrisa en el rostro de su abuela. Seguramente había sido un error, así que Laura volvió a sonreír a aquella ancianita, mientras veía como una enfermera se acercaba a darle otro vaso de agua. Luego marchó.
Ella se quedó atrás, su cuerpo tendido en la arena de la playa, bajo el cálido abrazo del sol del mediodía.

7 de diciembre de 2008

El árbol de navidad.


He estado pasando la tarde en casa de unos de mis mejores amigos. Si, de aquel tipo de amigos que ya he explicado que son especiales porque lo darías todo por ellos, y estás seguro que ellos lo darían todo por tí. Bueno, a lo que iba. Les he acompañado a comprar el abeto de navidad. Él, me refiero a Rafa, no al árbol, me lanzó un pequeño reto, que no era otro que escribir el diario de un árbol de navidad. De su árbol de navidad. 
Cuando me lo planteó, me reí. Pensé que era un asunto extraño el pretender reproducir en palabras la vida de un árbol. Porque, ¿qué siente un árbol de navidad? La verdad es que yo no lo puedo saber. No soy Robert De Niro, ni he estudiado en el Actor's Studio's, para meterme en la piel, o más bien tronco, del susodicho abeto. Porque, a ver, lo primero que tendría que saber para ser un árbol, es si tiene raíces o no, o si es una de aquellas ramas altas clavadas en un pedazo de madera. Por eso miré hacia abajo, y pude comprobar que sí tenía enteritas sus raíces, o al menos, eso había dicho el vendedor. O sea, que yo tendría que ser un árbol completo.
¿Y ahora, qué? Una vez que creí conocer a mi personaje por fuera, me lo quedé mirando mientras me acariciaba la barbilla, ¿cuál sería el espíritu de un árbol de navidad? ¿Creería en Santa Claus y en los Reyes de Oriente? Parecía lógico que sí, pero nunca se podría saber a ciencia cierta si estas fechas eran un mero trabajo para un árbol como aquel, o si más bien le venía de tradición familiar. Eso tendría que condicionar seriamente su personalidad.
Así que, después de reflexionar mucho sobre el tema, y por respeto a un ser vivo, he decidido que me retiro del reto. 
Porque, aunque muchos digan que soy inexpresivo como un árbol, torpe como un tronco, y alto como un pino, yo continuaré con mi árbol artificial. Al menos, nuestra relación de amor durará unos cuantos años.

Contra las 65 horas.


Esta vez os voy a dejar un artículo que una amiga mía ha publicado en su magnífico blog. No voy a decir nada más, tan solo que estoy completamente de acuerdo con ella en esta iniciativa, y que cuenta con mi total respaldo. Espero que vosotros también lo apoyéis, para que Europa no pierda ni un ápice de sus derechos.  Es por nuestro futuro, y también por el de los que nos seguirán. Os dejo aquí las palabras de Memoria. 

Precisamente como ayer hablaba de la Constitución Española, hago valer mis derechos, como ciudadana tanto española como europea, (cosa que empiezo a renegar), y como ser humano que tiene un puesto de trabajo (un lujo dado el cariz que está tomando todo), pero en situación de Incapacidad Temporal (gracias a muchos señores con bata blanca), con lo cual el mosqueo es como mínimo del 20.

Dado que yo no puedo ir a Estrasburgo para manifestarme en CONTRA de ese despropósito, vía mis amigos Pablo Aretxabala y José Rodríguez, me enteré de una aplicación que servía para manifestarse sin tener que desplazarse hasta allí, con el coste .

El próximo 17 de Diciembre el Parlamento Europeo debe votar esta directiva y el día anterior la Confederación Europea de Sindicatos (agrupando a 82 organizaciones sindicales europeas, entre ellas a CCOO, UGT, USO y ELA) ha convocado una gran movilización en Estrasburgo para pedir al Parlamento que se oponga firmemente a dicha directiva.

Algunos como yo no podremos asistir por diversas razones, casi todas de índole económico. Yo que sigo en mis trece, en CONTRA de semejante bestialidad, puedes hacerlo uniéndote como me uní yo, todavía ayer mismo; a la par que te manifiestas de forma virtual pero real, dejando tus datos y una dirección de correo electrónico válida, les llegará a sus “Señorías” un encantador correo en inglés, francés y español, no a un “Señoría”, si no a todos ellos, creo que merece la pena, luchar.. por lo que luchamos todos y lucharon nuestros antepasados… si bien, pedía explicaciones que jamás se me dieron, sigo manteniendo, que “la unión hace la fuerza”, y “obligado te veas para que lo creas”.. Nadie va a utilizar vuestros datos, solo que con esa dirección de correo tendréis constancia de que ha llegado a su sitio.

El texto del correo es el siguiente ..

Estimados Eurodiputados:

Ante la imposibilidad de asistir presencialmente a la manifestación que organiza la ETUC el próximo dia 16 de diciembre en Estrasburgo, quiero hacerles llegar que me adhiero a la manifestación virtual que apoya la movilización sindical en contra de la directiva del Tiempo de Trabajo. Quiero pedirles que su voto sea contrario a esta directiva que ataca los derechos de los trabajadores europeos.

Atentamente, (tu nombre)”


5 de diciembre de 2008

La navidad.

Nos estamos acercando a las fechas navideñas, o al menos las luces que adornan Barcelona así me lo recuerdan constantemente. Bueno, aunque según los comerciantes de nuestras ciudades, hace ya tiempo que deberíamos estar pensando en el gordinflón Santa. Si, ya sé que no he sido demasiado políticamente correcto con el abuelete pasado de peso, barba blanca, ropa ridícula, y con un medio de transporte que, aunque ecológico, todos los defensores de los derechos de los animales se le echarían encima por explotación animal. Pero es que el gordo se las trae. Y eso, sin hablar de su faceta de empresario explotador, que para estas fechas subyuga a todos los elfos que trabajan para él, exigiéndoles horarios inhumanos y un rendimiento rayando la esclavitud. Y no se te ocurra montar un sindicato para defender los derechos élficos, que el tío, en esta época de crisis global, te amenaza con una reestructuración de plantilla, y los temporales a la calle. Si es que con este argumento del miedo al despido, ni siquiera es capaz de poner calefacción en su central de distribución de juguetes y regalos, y me parece increíble que para ello, esgrima el argumento de que si se puede derretir el hielo y eso puede ir en contra de la imagen de la empresa. ¿Y todos esos delegados suyos que ahora están esparcidos por las principales calles del planeta, traje rojo enfundado, barba postiza, campanilla en la mano, guantes roñosos, y bolsas de caramelos sin fecha de caducidad? Esos ni siquiera conocen al jefe, porque trabajan para una empresa de trabajo temporal, con comerciantes como intermediarios finales. A mí no me engaña el famoso Santa. ¿Qué debe cobrar a compañías como la Coca-Cola por derechos de imagen? Seguro que una barbaridad, y los elfos sin calefacción. Señor, a lo que hemos llegado. Al menos los Reyes Magos son autónomos, y cuando acaban las fechas de trabajo no pasan a engrosar las listas del paro.
Con todos estos datos, ¿cómo esperáis que me guste la navidad?
Y a pesar de todo, ¡FELICES FIESTAS!