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29 de abril de 2008

Opinión. La gente normal, o el muro de la desolación.



Hay cosas que a la gente normal, a las mal llamadas personas de la calle, perdón ¿es que hay alguna que no lo sea?, nos llama siempre la atención, y es cuando alguno de nuestros semejantes más próximos, véase vecinos de barrio, de pueblo, o de urbanización, se traslada a vivir a otro sitio. Siempre nos asalta la misma pregunta, ¿porqué? No es que los ciudadanos de algún lugar seamos mal pensados, que lo somos, ni curiosos, que también, pero es que nos puede el afán por conocer lo que atañe a los demás. Algo así como la curiosidad del gato. Y hay que prever que el gato, en definitiva, se muere, y eso da qué pensar, porque, buscando la opinión de alguien sobre otro que ha hecho algo deleznable, pongamos por caso un maltratador, siempre nos asalta la frase, "es que parecía buena persona", o "no me puedo creer que lo haya hecho", o "es que se llevaban tan bien, eran una familia normal".
Si esto sucede, ¿es que no nos fijamos bien?, ¿acaso somos malos fisgones, o los otros actores geniales? Una situación que recuerda con demasiada frecuencia a Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez. Pero si los seres humanos, que somos especialistas en ver la perversión donde no la hay, ¿cómo es posible que nos despistemos tanto a la hora de ver la realidad? Somos capaces de hacer encajar simples gestos, coincidencias o actitudes con el fin de que nos sirvan de base para criticar a aquel o aquella. Que si "seguro que fulanito le da el salto a menganita, ¿no ves como se mira con zutanita?", o que "¿no te has dado cuenta cómo se ha adelgazado?, seguro que tiene alguna enfermedad", o también "seguro que les va mal en el trabajo, mira el coche que tienen que se cae de viejo y no lo cambian". Esos mismos destripadores de lo ajeno luego no ven a una mujer maltratada, a un pederasta, a una madre descuidada, o a unos abuelos abandonados. ¿Será que nos gusta con demasía todo lo que no nos concierne, pero lo que realmente nos tendría que importar, implicar, nos da miedo?
No se realmente cual es la respuesta. Tal vez es que tengamos cambiada la mira del no me meto donde no me llaman, y el silbido de lo superfluo tape los gritos de auxilio del verdadero sufrimiento ajeno. Solo nos quedaría romper, de una vez por todas, el muro invisible que protege la desolación ajena.

28 de abril de 2008

Coger la noche al vuelo.


Para ella, aquella había sido una mañana como cualquier otra, la tarde como cualquier tarde anterior, y la noche se presentaba sin historia, como un calco en carbón de todas las noches sin historia que hayan podido ser. Hasta que se presentó lo inesperado, de nuevo el amor.

Porque los amores, por regla general, no se escogen, sino que son ellos los que nos eligen. Y no vale la pena oponerse. La voluntad está ligada a la oportunidad, lo que hace que cualquier intento de resistir sea innecesario, improductivo. ¿Es posible dirigir las flechas hacia el corazón adecuado? ¿Tal vez haya quien sepa qué corazón viene a ser el correcto? ¿Alguien conoce alguno que no lo sea? Todos merecemos una oportunidad, aunque la lluvia que cae al otro lado del cristal nos haga melancólicos, aunque el miedo a la verdad, a la propia vergüenza, nos atenace.

Podemos, eso si, mentirnos a nosotros mismos. Podemos dejarnos llevar por la corriente fácil de esta mañana como otra, de esta tarde como cualquiera anterior. Pero si la noche se nos vuelve a presentar sin historia, ¿es posible utilizar la mayúscula, y convertir esta parte de nuestra vida en algo especial, con suficiente entidad para ser recordado?

Tal vez el riesgo sea algo parecido a una montaña rusa, un lugar donde se sufre esperando que no pase nada malo, en el que la adrenalina sube, pero en el que la recompensa viene al final, cuando se recuerda lo vivido pensando que para qué haberse preocupado tanto.

Es verdad que todos buscamos, en el fondo, lugares confortables donde transitar. Aquellos que se nos asemejan a una cabaña de madera con la chimenea encendida, la nieve cayendo fuera, y la calidez de un cuento navideño dentro. Es cierto que estos lugares nos dan la seguridad de un libro bien recomendado, pero el peligro de la emoción desaparece tras esos cristales nevados. ¿Vale la pena, pues, arriesgarse a perderlo todo por la intangibilidad de lo excitante, de lo nuevo, de lo diferente? Valorarlo es algo que hemos de hacer antes de tomar una decisión, porque por regla general, estas implican a mucha más gente.

Lo que, seguramente, todos tendríamos claro, es que si tuviéramos la magia para hacer realidad nuestros deseos sin que nadie nos viese, ser invisibles ante las consecuencias no deseadas, nos tiraríamos de cabeza en busca de la felicidad. Y me refiero a aquella que se presenta cuando le apetece hacerlo, sin preguntar, y que descoloca toda la planificación de nuestro día, aquella que habíamos hecho por la mañana, cumplido por la tarde, pero, como por arte de prestidigitador, se nos evapora por la noche, trastocando nuestra propia conciencia. Entonces, ¿qué hacer? Podemos, de momento, dejarnos llevar por los impulsos primarios, aquellos que nos dan la vida. O tal vez podemos atarnos a nuestros valores, como la lealtad y la honestidad. Es cuestión de elegir. Aunque siempre, como todo en la vida, existe el camino de en medio. Encontrarlo depende de cada uno. Porque, bien visto, para ella aquel día puede llegar a ser el reflejo de toda una vida.

19 de abril de 2008

Opinión. La paradoja.


El calentamiento global, cambio climático, efecto invernadero, o póngase el nombre que sea a la situación a la que nos está llevando la globalización de la estupidez actual, está haciendo que aparezcan nuevas e inesperadas paradojas en el horizonte. ¿A qué me refiero? Pues sencillamente a que el paulatino crecimiento de los biocombustibles está produciendo un aumento de la extensión de sus campos de cultivo, lo que hace que se reduzca el utilizado para la agricultura de consumo humano. Es decir, a menos alimentos, mayor es su precio, creando una sensación de escasez que los primeros que lo notan son los países pobres. Y luego se une a esto el alza de los precios de los alimentos en todo el mundo.

¿Es inevitable, pues, la paradoja de unos combustibles menos contaminantes y unos alimentos más escasos? Creo que no, pero la solución no pasa, precisamente por las grandes empresas petrolíferas, pues son estas, precisamente, las que se agarran a cualquier resquicio para mantener su alto poder. ¿La energía eléctrica sería tan difícil de generalizar?¿Unas plantas aero generadoras cada vez más eficaces, basadas en la nueva tecnología, son imposibles?¿Unas centrales nucleares de nueva generación, y con máximas medidas de seguridad son imposibles?

¿Y donde están las centrales solares? ¿Todas estas soluciones sostenibles serían posibles sustitutos de la energía actual? Las necesidades geoestratégicas de los países de la opep, y la economía a macro escala multinacional de las compañías petroleras, de las que dependen muchos miles de puestos de trabajo, hacen difícil cualquier cambio. Sin embargo, no cabe engañarse, no se puede caer en la trampa del falso dilema ecología frente a humanismo, planeta frente a ser humano. Todos somos uno, solo células del mismo cuerpo, y si este enferma de muerte, nosotros también morimos. Tenemos las soluciones en nuestras manos. El respeto y la generosidad es la clave. De todos depende cambiar el rumbo de nuestro destino.