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14 de octubre de 2009

Cuando ser consecuente no es consecuencia sino voluntad.

agora

Reconozco, para empezar, dos cosas. La primera, que hace demasiado tiempo que no me siento delante de mi ordenador a escribir en este espacio, y sobre eso no tengo excusa defendible, porque bajo las mismas o peores circunstancias vitales lo he hecho. La segunda, es que el título me ha quedado un poco enrevesado. Sin embargo, para eso estoy escribiendo, para ser consecuente y explicar las cosas que siento, y cómo las siento. Y es aquí donde empieza la verdadera esencia del título, porque si yo fuera consecuente, y no quiero que se entienda que caigo en un autoanálisis público de mi personalidad, habría puesto hace días esa voluntad que me ha faltado para hablar aquí de muchas cosas de las que me apetecía, y finalmente no he hecho. Y es que a veces, uno encuentra en las cosas esa intrascendencia que hace que todo lo relativices al máximo, como por ejemplo la falta de tiempo, que me serviría perfectamente como excusa en estos momentos, pero que, como ya he dicho antes, otras veces he vencido sin despeinarme (y pido perdón por esta pizca de suficiencia).

Hace unos días estrenaron Ágora, la nueva película de Alejandro Amenábar. Reconozco que aún no la he visto, pero para cuando quiera verla, la masiva e ingente información sobre ella que nos bombardea estos días, hará que cada fotograma me suene a ya visto. Y no es que valore la película, ya que sin verla no sé cuáles serán las sensaciones que me transmitirá, sino que me ha llamado poderosamente la atención, de su historia, el contraste entre el ser consecuente y querer serlo. Y lo digo por los cristianos representados allí. Realmente Hipatia, el personaje principal, filósofa conciliadora, se ve envuelta en la vorágine de violencia de los cristianos que, abrazando la fe de Jesús, acaban haciendo de ella una figura paralela. Es decir,los seguidores de ese Cristo crucificado son de los que hacen con ella lo que abominan hicieron con él. Y todo por culpa de la necedad tan humana de sentirse en posesión de la verdad. No supieron, o no quisieron, ser consecuentes con las enseñanzas de su fe, cuando todo era cuestión de voluntad. Por cierto,¿seré yo el único que no ha visto ya la película?

Sin embargo, ya está bien de hablar de uno mismo, algo muy recurrente cuando no se tiene nada más que enseñar, y pasemos a detallar de forma general, que no generosa, los aspectos que más me interesan de la consecuencia de ser consecuente. Si, porque muchas veces en esta vida, pasamos delante de muchos con el marchamo de seres íntegros y consecuentes, cuando en realidad no lo somos ni por mínimo asomo. Ejemplo. Yo no soy racista. Sin embargo, cuando pierdes tu trabajo, y ves a muchos inmigrantes haciendo lo que tú te negarías a hacer, entonces exclamas a los cuatro vientos eso de que no sé como no habiendo trabajo para los de aquí, a los extranjeros sí les dan, porque primero nosotros, ¿no?…¡ah!, ¡y que conste que yo no soy racista! Y es en ese momento cuando transformas tu discurso progresista de antaño (trabajo para el que quiera trabajar) por uno cerrado bajo cuatro llaves. A saber, desesperanza, desesperación, miedo e incomprensión. Justo la fórmula perfecta, el caldo de cultivo de la violencia hacia el diferente. Porque nuestra consecuencia vital se vuelve intolerancia hacia lo ajeno cuando los afectados somos nosotros. A eso se le llama de muchas maneras ciertamente, pero yo lo veo como mero y profundo egoísmo.

En definitiva, qué fácil es ser consecuente con lo de los demás, y qué difícil es tener voluntad para serlo con lo nuestro, así que no des consejos porque estos pueden atraparte en tu propia realidad. ¿Seré capaz yo de tener voluntad para ser consecuente con mis propios pensamientos?…¡Qué difícil es responder a algunas preguntas!