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10 de febrero de 2010

Las despedidas

Las despedidas siempre son un cambio, o como muy poco una transición. Eso es lo que tiene el adiós, siempre se sufre. Porque no cabe en este asunto el engaño, cuando nos despedimos se produce una pérdida. Tal vez sea temporal, es cierto, o tal vez para bien, pero en definitiva alguien o algo se va. Y es por eso que despedirse suele ser complicado. Desde luego la profundidad de lo sentido depende de cada persona, ya que cada uno es de una manera diferente al reaccionar ante algo, pero parece lógico que de alguna manera tenga que afectarnos. Porque cuando hay una despedida, alguna cosa perdemos. Puede ser algo tan banal como no poder pasar más tiempo junto a la persona que se va, o puede ser que la despedida sea definitiva, por lo que entonces sí que el sentimiento de pérdida es más doloroso. Pero como todo en la vida hay grados, y es por eso que no podemos tratar de igual manera el despedirnos de alguien que se va de viaje o de vacaciones, como cuando alguien cercano nos deja para siempre. Son dos extremos, es cierto, pero en medio hay infinidad de situaciones en las cuales hemos de afrontar un adiós, unas ciertamente más complejas que otras, pero en las cuales siempre dejamos ir algo. Y rehacerse de la pérdida necesita un tiempo, también relativo a la personalidad de cada cual, pero siempre se encuentra la vía de salida, aunque el sufrimiento sea grande. Porque despedirnos no es lo mismo que te despidan, y me explico, como tampoco es lo mismo dejar que ser dejado. Cuando alguien a quien has amado te deja, es doloroso. Si lo hace mientras continúas amándola, aún más. Pero ocurre en algunas ocasiones que quien es dejado no acaba de saber a ciencia cierta si lo han dejado o no. Ni las causas. Y entonces se produce la letanía de la duda. Eso suele suceder en el amor cuando una pareja no se comunica, y de pronto de un día para otro uno de ellos le dice a otro adiós, se acabó lo que se daba. La despedida empieza en sorpresa y acaba en incomprensión, siendo el dolor casi inasumible, ya que todo un mundo se rompe. Y entonces al adiós le sigue la gran pregunta. ¿Porqué? Y esa es una despedida que cuesta asumir.
Despedirse parece inevitable, ya que siempre hay una hora para el adiós. Sin embargo, cuando las despedidas no son queridas, cuestan aceptarlas. Y entonces solo cabe buscar el consuelo de que ante lo que perdemos, siempre tenemos lo que nos ha quedado. Aunque esto que nos queda solo seamos nosotros mismos.