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30 de diciembre de 2011

El último día del año.

Cuando el Pepsi entró por la puerta de la cárcel Modelo un repelús le subió por la espalda. Se le agolparon en el hígado un tanto de miedo, otro de aprensión, y mucho de ganas de salir corriendo, de tanto que había pasado entre aquellas paredes. Sin embargo, esta vez no venía como invitado forzoso, sino más bien como visitante, y eso era un gran qué.

Pasó el control de la puerta, y le hicieron entrar en una sala donde había una decena de mesas pequeñas con una silla a cada lado. Un policía le invitó secamente a sentarse, así que el Pepsi, como buen mandado, tomó asiento. Las otras mesas permanecían desiertas, a excepción de una pareja, que parecían rumanos por su aspecto y porque el Pepsi cazó alguna palabra suelta que las calles le habían enseñado, y que estaban cogidos de la mano.

Pasaron diez minutos hasta que el Willy apareció por una puerta lateral, acompañado de un agente con pocas ganas de ser amable. Sería que era treinta y uno de diciembre por la tarde y había pringado la guardia. ¿A cuánto le pagarían las horas extras? Siendo funcionario, pensó el Pepsi, seguro que a una mierda, pero que le diesen ese sueldo a él, pobre autónomo de los bajos fondos, y verían lo rápido que dejaba las calles. Aunque a su edad, la verdad es que ya era demasiado esperar que cambiase de profesión, después de toda una vida de honrada delincuencia.

Al ver cómo se acercaba su compadre, el Pepsi se levantó de la incomodidad de la silla y abrazó al Willy tan efusivamente que temió que las pocas almas presentes pensasen que tenían algo más que amistad. El Willy también debió calibrar que debía volver al trullo y que allí todo se sabe, así que se zafó rápidamente y se sentó en la silla que tenía ente él. Una vez que el poli se alejó, el Pepsi también se sentó.

-¿Cómo estás aquí dentro, viejo pervertido?

Los ojos del Willy se pusieron en blanco.

-Ya te puedes imaginar, encerrado –Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios-. Y con ganas de salir.

El Pepsi entornó los ojos como para encontrar las palabras adecuadas.

-Ya sé que es una putada, pero piensa que le cayeron ocho meses y que ahora solo te quedan dos.

-Ya, pero es que pasar las fiestas enchironado es como para deprimirse.

El Pepsi esbozó la mejor de sus sonrisas intentando disimular la melancolía que le invadía por dentro.

-Te traigo recuerdos de la gente de fuera, viejo cascarrabias.

El intento del Pepsi quedó en solo eso, en un intento, seguido de un silencio incontestable.

-Para empezar, la Mari y la Jenny me han dicho que te de muchos besos, que eres su no-tío preferido –una sonrisita desdentada apareció en el rostro del Pepsi-, a lo que yo les he dicho que ni hablar, que eso es de maricones, y que si esperan que un tío duro como tú se preste a esas cosas es que le cárcel te anda cambiando demasiado esta vez.

-Diles a las chiquillas que gracias, y que el beso ya se lo daré a ellas cuando salga, que a su viejo no lo toca, no sea que me pegue algo.

El Pepsi rió sonoramente, con lo que consiguió que los rumanos y el policía malcarado lo mirasen entre perplejos y molestos, a lo que él respondió alzando una mano a modo de disculpa.

-Mira que eres bruto cuando te ríes, desgraciado, por no decir lo aún más feo que te pones.

-Vale, vale, no hace falta que te alteres. La Fortunata te echa de menos, y me ha dicho que a ver cuando te sueltan, que desde que estás aquí le ha bajado la clientela a la mitad. A ver, también el Gitano te está muy agradecido por tragarte el marrón del robo tu solo, y me ha dicho que te recuerde que te compensará todo este tiempo en la Modelo. Y para más cosa, te ha enviado tres cartones de Marlboro, latas de sardinillas, unos Interviús, turrones y algo de metálico, por si este fin de año te quieres dar un capricho. Lo tienen todo en la garita, así que ten, te paso la lista para comprobar que no falte ningún Interviú.

El Willy le devolvió una medio sonrisa tristona.

-Dile que gracias por todo, y que cuando salga ya hablaremos.

El Pepsi, entonces, miró hacia el policía, que estaba mirando todo el tiempo su teléfono móvil, sacó del bolsillo del abrigo un paquete pequeño de plástico trasparente, y se lo alargó con disimulo al Willy arrastrándolo bajo la palma de la mano sobre la mesa.

-Ten, pero cuidado no aprietes –El Willy interceptó el paquete y con rapidez se lo puso en un bolsillo del pantalón-. Son uvas para esta noche. Si, ya sé que aquí te van a dar, pero donde vas a comparar, estas son de Malvasía y me han costado un riñón. Aquí seguro que son del “paqui” de la esquina, medio podridas y saben a madera húmeda. En fin, ya me dirás.

El Pepsi tomó aire.

-¿La gente por aquí, qué tal?

El Willy se tomó su tiempo en responder.

-Bueno, ya sabes cómo es esto. Hay buena y mala gente. A nuestra edad, casi somos invisibles, así que ves pasar la droga y tal sin que se percaten que estás y sin que se metan contigo. Hay un tipo, el Pilas lo llaman, que está por robar una caja de un hiper, el muy idiota. Se ve que era acomodador en un cine de la calle Bailén, pero con la crisis el cine cerró y el tipo se echó a lo que pudo. También se entiende, con mujer y dos hijos. Luego está el Mediometro, un nigeriano que vende más cocaína aquí que en la calle. A este no hace falta que te explique que no le pusieron el apodo por ser bajo –Una sonrisa triste se dibujó en su rostro-. Pero el caso más raro es el de un tal Martín, que se ve que no se llama así de verdad, sino por el personaje de un libro de un tal Ruiz nosequé. En fin, que es un escritor de poca monta que cumple condena por cargarse al profesor de baile que estaba liado con su mujer. Ni que decir que a ella no la tocó, que estos literatos tienen sus principios románticos.

-Un cornudo gilipollas –No pudo reprimir el Pepsi.

-Puede ser, pero de todos los que hay aquí, parece la nota discordante. En fin, Pepsi, que gracias por todo, eres un amigo de los que no hay.

Al Pepsi casi se le saltan las lágrimas, así que cogió un pañuelo de tela del bolsillo y se sonó estrepitosamente, lo que hizo que la parroquia volviera a mirarlo con fastidio y él tuviese que volver a levantar la mano. En ese mismo momento sonó u timbre y el policía evacuó rápidamente al Pepsi y a la rumana, no sin que antes los dos viejos matones se fundieran en un nuevo abrazo.

-Nos vemos pronto –se despidió el Pepsi.

-Feliz año nuevo, compadre.

Cuando el Pepsi salió a la calle por la puertecita lateral de la Modelo, la noche ya se fundía con las luces de la ciudad, y hacía un frío húmedo y viento, típico de Barcelona. Se subió las solapas del abrigo y se dirigió con paso rápido al metro de Entença, para llegar a casa rápido, que iba a empezar el especial de la Uno, antes de las campanadas en la Puerta del Sol.

Mientras se alejaba calle abajo, el Pepsi no pudo dejar de esbozar una sonrisa, pensando que pronto volvería a ver al Willy fuera de prisión, dispuesto a seguir siendo un buen profesional de lo suyo. Pero eso sería al año siguiente, se dijo, aunque que solo faltasen unas pocas horas para la Nochevieja.

29 de diciembre de 2011

Siempre estás a tiempo de desertar.

Puedes desertar de muchas cosas, pero nunca de ti mismo, me dijo una vez un hombre muy viejo y a la vez muy sabio. Desde unos ojos ya desgastados por el paso de ese interminable tiempo que no acaba de perdonarnos nunca, parecía esperar de mí una respuesta coherente al legado que acababa de hacerme. Y sin embargo yo, lleno de fútil juventud, no supe qué decirle. ¿Es que acaso el acto de desertar de algo significa un borrón de cobardía en el blanco papel de nuestra moral? Es posible que en algunos casos sea así, pero en otros, aunque sean los menos pero no por eso no tan importantes, es necesaria mucha fuerza de voluntad para renunciar a lo que deseas. Tal vez podamos hablar de dejar, o de olvidar, o de alejar. Tanto da. Lo realmente trascendente es que la necesidad de desertar de lo que tienes lo solemos dar para dejar paso a otra realidad.
Desertar de uno mismo. Creo que no hay mayor muestra de valor que el que deja de ser lo que cree para dar algo a los demás, incluso para no hacer sufrir a las personas que le importan. En eso, aquel viejo de mi recuerdo creo que estaba equivocado. Hay que ser realmente egoísta para pensar que no hay nada por encima de nosotros mismos. ¿Son nuestros valores aplicables a los demás? ¿Somos tan ciegos como para imaginar que tenemos derecho a juzgar al prójimo? Yo, modestamente, pienso que no, y que muchas veces creemos que la mal entendida soberbia que nos invade nos da derecho a criticar la moral de los otros, sus actos, su forma de vivir.
Así que, con permiso de la platea, deserto de mi mismo si hace falta, pero me han visto bastante entre los que chismorrean a espaldas de otros.

11 de diciembre de 2011

Váyanse ustedes a la mierda...con perdón.

Lo siento por la expresión, pero no se me ocurre otra manera mejor que el famoso exabrupto que una vez utilizó el ya fallecido actor Fernando Fernán Gómez, para definir mi indignación ante el resultado de la Cumbre por el Clima del planeta celebrada en Durban, y que se resume en la prolongación del Protocolo de Kioto durante un tiempo sin especificar que vaya más allá de 2012. En definitiva, la inoperancia estructural de un sistema que llevará, a este paso, a la destrucción lenta, agónica, de esta barca azul en la que vivimos, y que por ahora navega en el Universo llevando en su interior a una cada vez menor variedad de seres vivos, entre los que nos encontramos los humanos, los verdaderos promotores de que todo el invento se pueda ir por la borda.
Existen varias explicaciones para la codicia de las personas que rigen nuestros destinos. Por un lado, la necesidad de seguir ejerciendo el poder a toda costa, algo lógico cuando son las mismas castas dirigentes las que desde siempre hacen que bailemos a su ritmo tanto a nivel político como económico. Esto enlaza con el segundo punto, el afán incombustible de dichos personajes oscuros para enriquecerse más allá de lo que necesitaría en miles de vidas cualquier persona normal y corriente. Tampoco debemos olvidarnos de las oligarquías de los países emergentes, que avivan su necesidad de mérito y enriquecimiento sobre la opresión de muchos de sus ciudadanos.
No quiero hacer un alegato sesudo sobre causas y efectos de la situación actual del medio ambiente en nuestro planeta. Solo basta con salir a nuestras calles y respirar un aire que tiene de todo menos limpio, o mirar los atardeceres liliáceos del cielo de muchas de nuestras grandes ciudades, para darnos cuenta de que la herencia que estamos dejando no está siendo demasiado halagüeña. El problema será cuando el planeta, ese ser vivo del que formamos parte, diga basta, y comience a desfallecer. Es el momento de pedir a nuestros políticos que reaccionen, que se muevan por un futuro mejor para todos nosotros, presentes y venideros. Y si no lo hacen, si no apoyan la vida en el planeta, solo hay que decirles ¡váyanse ustedes a la mierda!

26 de noviembre de 2011

Si el corazón se rompe,que solo lo haga una vez.

Allí estaba, de pie bajo el paraguas y la lluvia, como tantos años atrás, cuando se había despedido por última vez de él. Los sentimientos afloran cuando, sin más necesidad que la de sentir, el pasado vuelve a presentarse ante nuestros ojos cerrados.
Nunca le habían gustado los cementerios, es verdad, pero ahora estaba allí, solo ante su tumba, y sabía que era lo que tenía que hacer, lo que necesitaba. Solo una placa de mármol con su nombre grabado los separaba. Eso, y la eternidad, el sentido certero, agudo, que ya nunca más podrían hablar. Ya nunca podrían pedirse perdón por todo aquello que se habían dicho y nunca habían podido perdonarse, ni tampoco por lo que no habían llegado a decirse. Duele el recuerdo cuando piensas que su rostro se desvanece cada día que pasa, cada momento que piensas en él, y que cuanto más intentas recordar su voz, más sordo y lejano resulta el pasado, tu propia vida.
Por primera vez, en todo este tiempo, las lágrimas tendieron a brotar de sus ojos cansados, no ya de llorar, sino de prohibírselo. ¿Porqué alguien tiene que controlar tanto sus emociones, se había preguntado tantas veces? No lo sabía, y en aquel momento tampoco deseaba saberlo. Por una vez en su vida, quería poder expresar en libertad todo aquello que sentía, pero que desde la niñez había aprendido a controlar por miedo a lo que dirían los demás. ¿Había valido la pena, ahora, ser alguien a quien la vida había estado negando la posibilidad de ser lo que se desea? Miedo, emoción, dolor, arrepentimiento, despedida. Alguien le había dicho que para abrir una puerta había que cerrar antes otra, para que no nos haga daño. ¿Pero si cierras la puerta y luego no se abre la siguiente?¿Sigues viviendo, o te quedas atrapado en la oscuridad? Cuesta tanto llorar ante unos ojos que ya no puedes ver.
Cogió la rosa que llevaba en la mano y la puso, junto a las otras flores ya secas, en el vaso de metal que había delante de su nombre. ¿Hacía cuánto que no venía? Demasiado tiempo ya. Ahora lo sabía. Despedirse es difícil, encontrar las palabras necesarias también. Y si además la despedida llega cuando tu voz es interior, cuando el dolor ya es tan profundo, arraigado, no puedes saber si lo que dices está bien o no. En el fondo, solo hablamos con nuestro propio recuerdo, nuestro pasado, con nosotros mismos.
La lluvia comenzaba a caer con fuerza a su alrededor. Mojarse le daba igual, necesitaba hablar con él por última vez. Sabía que no lo escucharía, pero sus palabras eran más bien una manera de expresar todo aquello que la vida, el egoísmo, le había impedido decirle, una pesada carga que tenía que desahogar ante aquellas piedras silenciosas. Necesitamos decir en voz alta lo que sentimos para poder escucharnos de verdad, sin la interferencia del miedo al dolor. ¿Porqué negarlo?, las palabras brotan mejor cuando alguien las escucha, aunque solo seas tu mismo.
Adiós, ahora sé que tenía que haber sido más valiente y dejarte marchar antes, porque tu te mereces descansar, y yo una oportunidad para continuar.
Se alejó bajo la lluvia sabiendo que, aunque se había despedido, siempre podría volver a hablar con él, que se escucharían, ahora sin dolor, porque no siempre es necesario escuchar la voz de alguien para saber que está ahí.

19 de noviembre de 2011

Cuestión de hijos.

-¿Me estás escuchando?

La voz del Pepsi sonaba casi desesperada a través del auricular del teléfono. Sin embargo, el Willy estaba en aquella fase de la siesta en la que todo lo que te rodea te repatea, y lo único que deseas con toda el alma, con todo el cuerpo, es seguir durmiendo. A punto estuvo, dadas estas, para todo el mundo, comprensibles circunstancias, de mandar al Pepsi a paseo y continuar con su siestecita, pero a pesar de todo, el Willy es un tipo duro al que no es nada fácil hacerle perder la compostura.

-Está bien perturbado aniquilador de siestas, repíteme otra vez lo que me has dicho. Pero esta vez más despacio, que aún me estoy despertando.

-Willy, tío, acabo de ver a mi hija con el Sabandija.

El Willy, ahora sí, empezó a enfadarse de verdad con su amigo.

-¿Me puedes explicar por qué mierda me despiertas de mi siesta a las cuatro de la tarde para decirme que has visto a la Jenny con un tipo al que no conozco? – El Willy empezó a bostezar con toda la fuerza que le daban sus pulmones.- Te voy a matar en cuanto te vea… o mejor aún, te voy a despellejar vivo.

-Escucha Willy, es que tú no conoces al Sabandija. Es de la banda de los guacamoles…

El Willy ahora sí que ya no pudo contenerse más.

-¿Los guacamoles? –Gritó por el auricular- ¡tú es que me estás tomando el pelo, Pepsi! ¿Quiénes son esos, un grupo de mariachis?

Ahora era el Pepsi el que parecía enfadado de verdad.

-Mira tío, que ya somos mayorcitos y esto es serio. Estos son una banda de latinos que se dedican a quitarles la pasta a los estudiantes en los colegios a destrozar cajeros, y, también a reventar persianas de bares. Si es que se dice en el barrio que le han cortado el pescuezo a algún que otro skin…que estos tíos son peligrosos, compadre.

El Willy sonrió para sus adentros.

-¿Y tú no lo eres Pepsi? No me jodas compadre, no van a poder unos críos más que tú, por muy tatuados que vayan y por mucho que escuchen narcocorridos. Tú te dedicas a lo que te dedicas, tío. Eres un profesional, y además trabajas para los malos.

-Si eso ya lo sé yo Willy, pero es que la Jenny está por en medio y no quiero cagarla. Ya te he dicho muchas veces que mi pequeña no sabe a lo que me dedico realmente.

-Ya te lo he dicho también yo más de una vez, -ahora la voz del Willy sonaba condescendiente- que el no decirle nada a tus hijas pequeñas te iba a traer problemas algún día.

El Pepsi estaba a punto de llorar de impotencia.

-¿Y qué quieres que haga yo? Las mayores ya saben de qué van mis negocios, pero la Jenny aún tiene dieciséis años. Todavía es pronto, tío. Además, el Sabandijas tiene veintitrés.

El Willy sentía cómo la oreja se le iba calentando cada vez más, pegada al auricular del teléfono.

-Está bien Pepsi, si me permites un consejo, háblalo con el pavo ese, el tal Sabandija, y déjale bien clarito que de propasarse con tu pequeña, ni un pelo, que si no, tú y yo vamos y nos lo cargamos.

-Pero, ¿y si luego la Jenny se entera que he hablado con él? Entonces es ella la que me mata a mí.

-Pero bueno, tarado, ¿es que prefieres que tu hija se te presente un día en tu casa con un bombo y con un chamaquito dentro? Vete entonces rápido a buscar al tal Sabandijas, a ver si lo encuentras.

El silencio se hizo sólido al otro lado de la línea telefónica, para luego de unos segundos de espera, en los que el Willy aprovechó para cambiar el teléfono de oreja, la voz del Pepsi sonase más firme.

-Tienes razón amigo, hablaré con el Sabandija y le dejaré las cosas claras.

Después, y sin dejar decir nada ni esperar respuesta, colgó, lo que aprovechó el Willy para estirarse y volver a ronronear en la cama como gato viejo que ya era, y volver a conciliar el sueño.

Al día siguiente, y mientras el Willy estaba retozando en su cama con la negra Fortunata, sonó nueva e inoportunamente el teléfono. Todo sudoroso, y ya cansado debido a su edad y, como no, por el trote y galope que la Fortunata le estaba dando mientras botaba su gorda y espléndida anatomía sobre la pelvis del Willy, atinó a alargar el brazo, mirar el número en la pantalla y descolgar.

-Espero que lo que tengas que decirme sea importante Pepsi, porque estoy con la Fortunata y a este paso no huelo los sesenta euros que me cobra a la hora. –le espetó entre agónicos jadeos de cansancio, mientras la negra Fortunata se levantaba de encima suyo para ir al lavabo, cerrando suavemente la puerta tras su enorme y desnudo trasero, seguida, eso sí, por la lasciva mirada del Willy.

-A ver colega, solo te llamo para decirte que ya he hablado con el Sabandija. –La voz del Pepsi era como de triunfo- El chico me ha prometido, bueno, no, jurado, que respetará a la Jenny para siempre, y que nunca se le había ocurrido tocarla.

El Willy contuvo para sí una risita sardónica.

-¿Y tú te lo has creído, viejo carcamal?

El Pepsi, indignado, pareció subir el tono de voz mientras de fondo se oía tráfico.

-¡Pues no sé por qué tendría que mentirme el chaval!

-¿Para salvar el cogote, tal vez?

-Mira, enterado, yo sé lo que he visto. Tenía cara de miedo. No, más bien de pánico. O sea, que estaba cagado, vamos. –Hizo entonces una pausa mientras se escuchaba en segundo plano el ruido ensordecedor de un ciclomotor con el tubo de escape trucado- ¡Maricón! ¡Te vas a enterar como te coja y te retuerza las pelotas!

-Pepsi, tío, ¿estás bien?

-Sí, Willy, es que un niñato me ha pasado rozando con la moto y casi me caigo al suelo. Si es que hoy en día ya no hay respeto…bueno, te sigo contando. Yo creo que con ese tío ya no vamos a tener problemas. Y además también he hablado con la Jenny, y la pobre me ha dicho que irá con mucho cuidado, que no me preocupe.

En aquel preciso instante sonó el grifo del lavabo y la negra Fortunata abrió la puerta, paseando su gruesa desnudez nuevamente hasta la cama, para luego esconder la cabeza en la entrepierna del Willy. Ahora, pensó este, sí que le costaría concentrarse en el diálogo.

-¿Te parece que he hecho lo correcto? –el Pepsi parecía ahora estar en un lugar más tranquilo, con otro tipo de ruidos.- Ponme una caña.

-Desde luego, viejo desconfiado. Si la Jenny te la quisiera endiñar, tú no te enteras. Además, hoy día a su edad ya conocen métodos para no quedarse preñadas ni coger ninguna cosa rara. Pero bueno, tú sabrás.

-Pues nada Willy, te agradezco que me hayas escuchado. Por eso me voy a beber una cerveza a tu salud.

Mientras su mente estaba definitivamente a punto de desconectar, a base de los trompicones que la boca de la Fortunata ejercía sobre sus partes, el Willy tuvo un momentáneo estado de lucidez.

-Por cierto, Pepsi, vigila con la hipertensión que mañana tenemos un trabajito. Me ha llamado el Gitano, y me ha dicho que tenemos que darle un aviso a uno que trapichea con droga en nuestra zona. –el Willy intentó controlarse al máximo a pesar de lo bien que solía amortizar la Fortunata el dinero que le daba- Ya sabes que estas cosas le molestan, y también lo exagerado que es, así que me ha pedido que le cortemos el miembro y luego se lo metamos en una bolsita de esas de congelador, y también que se la dejemos de recuerdo a su madre en el buzón, para que el primo no vuelva a aparecer por aquí. Así que esta noche te llamo y quedamos, que la Fortunata está acabando y le tengo que dar la pasta, que a mí no me cobra por adelantado, que soy cliente de los antiguos y se fía.

Sin esperar ya una respuesta, colgó el teléfono y sacó de la cartera los sesenta euros para dárselos a la Fortunata, que ya se estaba vistiendo. Se miró luego la entrepierna y pensó en la suerte que tenía en no ser el Sabandija, que al día siguiente, a aquella hora, dejaría de poder tener ya hijos. Aunque bueno, ese pequeño detalle ya se lo comentaría al Pepsi por la noche, porque seguro que conociéndolo como lo conocía, se haría mala sangre por el chaval. Y a saber por qué, ya que al fin y al cabo, solo sería matar dos pájaros de un tiro. El Gitano se quitaba un incordio, y el Pepsi ser un futuro abuelo de chamaquitos. Los dos ganaban.

La Fortunata se bajó la falda cortísima en un mal fingido pudor, para luego soltarle un guiño y un beso al aire en el momento que salía por la puerta, y se guardaba los sesenta euros entre los pechos, mientras el Willy la seguía con la mirada y encendía un cigarrillo, pensando la suerte que tenía de disfrutar aún de su pajarito, porque nunca se sabe cuándo este puede acabar en una bolsita de congelados.

15 de noviembre de 2011

Inglaterra y sus ingleses.

Acabo de llegar de Inglaterra, más concretamente de Nottingham, y la verdad es que puedo decir con total rotundidad que ha sido toda una experiencia. Ver a Marina después de dos meses, pasear por su Universidad, conocer un estilo de vida y arquitectónico radicalmente diferente, levantarte cada mañana con el cielo gris, acabar de comer de noche, lo que ha hecho tener la sensación de cenar dos veces cada día, han sido parte de lo que me llevo de recuerdo. Bueno, eso, y lo cara que es la vida en el norte de Europa para un ciudadano del sur. Y a pesar de los hermosos paisajes otoñales, de los castillos e iglesias, de sentirte un poco en la Edad Media (que no en la Tierra Media, que casi), lo que realmente me pareció más increíble fueron las personas. Y no me refiero con esto a las personas en general, que las hay como en todos sitios, sino a los casos puntuales. Puedo explicar, sin ir más lejos, en el avión de ida tuve un azafato. ¿se puede llamar así al auxiliar de cabina?, que se paseaba por el estrecho pasillo enseñando, para vender, off course!, calendarios de azafatas en bikini y tabaco, vaya tortura e ironía para los fumadores, con cara de estar paseando por la playa vendiendo latas. Luego, en el tren de Birmingham a Nottingham, estuvo pasando un auxiliar con un carrito con bebidas. Hasta aquí todo normal. Sin embargo, no lo era tanto que el mencionado pasase cantando con un tono a lo Hannibal Lecter el repertorio de cafés, tés y wiskies en lata. Memorable, verdad, pero lo hacía con cierto aire psicópata, que hacía que mirases sus bolsillos en busca de un cuchillo cada vez que devolvía el cambio, para luego respirar aliviado una vez que sacaba las monedas. Al llegar al hotel, y para rematar el día, en la recepción me encuentro que tengo que entenderme con un inglés que parece sacado de Hotel Fawlty. Dios, ¡qué labia!, parecía no acabar nunca de hablar con aquel acento cerrado.
Encima tuve la suerte, o como se quiera ver, de encontrarme durante estos días a gente que hablaba por teléfono consigo misma pero sin aparato, o a una anciana que llevaba un ratón de peluche de cara a la ventanilla, y al que le enseñaba todo el paisaje del recorrido en autobús hasta Sherwood, más de una hora. O un restaurante español de tapas en el que nadie, nadie, era español ni lo hablaba, e incluso la camarera con la que tenías que entenderte parecía sacada de un grupo de gospel más que de un cuadro flamenco.
Vamos, que como diría Obelix, están locos estos ingleses...

2 de noviembre de 2011

Soy Libre,Soy Blogger


Este es un manifiesto que una buena amiga mía difunde por el mar de Internet, en busca de apoyo para que la libertad del creador que escribe en un blog no sea coartada por cortapisas estúpidas. Desde luego, os aseguro que es toda una luchadora, por eso difundo su mensaje, porque se lo merece.

Este Manifiesto nació, la "noche de las teclas" el pasado 18 de Febrero de este año (2007), fué escrito y pensado por mi amigo "Víctor Solano", cuando , y personalizo, me "hackearon" mi "cuaderno", como a otros "bloggers".


Hasta la fecha no he podido adherirme, pero así como me adhiero a cualquier manifiesto, que luche a favor de los Derechos Fundamentales, y la Libertad de Expresión. Me uno a él, aunque haya cambiado frases, de ese Manifiesto, para eso sirve la Libertad de Expresión..


Las siguientes líneas son una invitación para que autores de "cuadernos de bitácoras" en todo el mundo hispano se adhieran libremente en caso de encontrar afinidad con su contenido. Puedes copiarlo, modificarlo, agregarle premisas o quitarle aquellas que no consideres pertinentes; cambia los verbos o cualquiera de las palabras que te disgusten para que llegue a un texto con el que te sientas plenamente identificado.


Puedes citarme o no, no busco efímeras glorias ni más tráfico, sino que la idea de la Libertad de Expresión y los Derechos Fundamentales se expandan como vapor en el aire. Hasta en eso creo que deber haber completa libertad.



Como autor de mi "cuaderno de bitácoras" soy respetuosa de la palabra. Abrazo la libertad, como lucha para seguir viviendo en democracia. Soy mi palabra. Soy coherente entre lo que pienso y lo que siento, así como con lo que digo y lo que hago. Reitero con mi "cuaderno de bitácoras" mi deseo de expresarme libremente, de expresar lo que quiera con responsabilidad. Soy independiente de mis intereses y dependiente de mis principios. Siempre, mis lectores los conocerán de manera transparente. Al mantener mi "cuaderno de bitácoras" soy consciente de que pertenezco a un entorno ante el que tengo derechos y obligaciones. Haré saber mis derechos y acataré mi obligaciones. Mis palabras tienen tanto peso que no necesitan su defensa con acciones, más allá de las palabras. Repudio públicamente los ataques a mi "cuaderno de bitácoras" o a cualquiera de los presentes en la Red. Si ataco por las vías de hecho las obras de los otros, estoy admitiendo mi imposibilidad de argumentar, mediante la palabra. Respeto a los demás, tanto como a mi misma. A pesar de las distancias respiro el mismo aire que los demás y eso nos pone en el mismo nivel. Formo parte de una generación que, sin importar la edad, aprendió a expresarse libremente en medio de un mundo hostil y poco reconocido. Es algo que he ganado y que no estoy dispuesta a perder. Puedo ser militante en cualquiera de los extremos del pensamiento, de las creencias y debo poder tener la certeza de que no seré agredida por ello. Es uno de los Derechos Fundamentales, más mancillados. Y lucharé porque ello no sea así. Puedo equivocarme muchas veces, pero siempre tendré la humildad de reconocer mis errores. Y pedir disculpas, eso no nos hace menores a los ojos de los demás, si no al contrario, nos engrandece. No me permitiré difamar en contra de nadie, ni que me difamen. Salvo que obren certezas y no meras cábalas. Haré este texto mío con o sin estas palabras. Cada cual podrá adherir a él con las palabras que sienta más cercanas a su forma de expresión. Mi compromiso con la Libertad De Expresión y los Derechos Fundamentales es irrenunciable e inembargable; no transijo en ello. Pertenezco a este planeta, el mismo en el que muchos han muerto por la defensa de la libertad en el amplio sentido de la palabra; tal vez no dé mi vida por mi "cuaderno de bitácoras", pero entregaré todas mis fuerzas por la tolerancia a la palabra ajena. Soy libre, soy blogger

Memoria De Una Desmemoriada (memori@)

21 de octubre de 2011

Las brujas de Salem.

Se acerca Halloween, y en estos días solemos encontrar referencias constantes a todo lo sobrenatural, monstruoso o de ultratumba. Si bien es cierto que estas fechas cada vez tienen un mayor seguimiento, la gente ha parecido olvidar que no son tradiciones arraigadas en la cultura milenaria de la vieja Europa, sino que provienen de la bicentenaria del otro lado del atlántico, donde se mezclaron ritos y celebraciones diversas
Sin embargo, y después de este estéril y personal alegato en favor de la tradición del lugar de cada uno, y pensando que la única manera de salvar lo de siempre es combinarlo con lo nuevo y conseguir un mixto, y no hablo en este caso de comida, sí que hay un hecho que siempre me ha llamado la atención de la festividad americana, y no es otro que la historia del juicio de las brujas de Salem. No tanto por los hechos en sí, que fueron el brutal ajusticiamiento de unas mujeres acusadas de brujería, sino por el trasfondo social que se desprende de aquel acontecimiento horroroso. Porque detrás de cualquier acto de injusticia humano subyace el miedo, el rencor, la incomprensión o la desconfianza. O tal vez todos al mismo tiempo. Desde que la humanidad existe, parece tendencia natural el creer que los actos del prójimo esconden una motivación oculta, siempre maléfica contra nosotros, que hace que pensemos que cualquier cosa es una agresión en contra nuestra. Da igual que no tengamos más que intuiciones, que hayamos escuchado rumores, nuestro sentido de inferioridad hace que nos escudemos en la rabia y queramos herir a quienes creemos culpables de un sufrimiento que solo nos hemos hecho nosotros mismos. Eso no solo les pasaba a las brujas, sino que ha sido motivo de eternas disputas que han acabado en baños de sangre. Desde allí hasta abajo, una amplia gama de injusticias, malintencionados comentarios, peleas entre miembros de una misma familia, entre antiguos amigos, parejas, o entre vecinos. Es muy fácil transigir al temor de ser ridiculizado por un hecho y hacer culpable al otro. Un ejemplo son los celos. Y es que resulta curioso que las principales testigos de cargo en los juicios de Salem fuesen mujeres declarando contra mujeres, y que fuesen los hombres el brazo ejecutor de la venganza. Es fácil prejuzgar al vecino añadiendo algunas gotas de envidia, otras de frustración, y algunas de rencor, para acabar conformando un veneno que muchas veces hace que el propio envenenador se crea sus fantasías. ¡Qué mala ha sido siempre la frase del refrán Piensa mal y acertarás!, que ha acabado siendo un escudo para todo aquel que no tiene entre sus manos más pruebas contra otro que su propia mala conciencia. Y por eso tampoco las pobres brujas de Salem tuvieron un juicio justo, mientras sus delatantes y jueces durmieron bien el resto de sus días, pensando que habían obrado con dignidad. ¿Quienes eran las verdaderas brujas?...¡Qué lejos les quedaba, aún nos queda, el alma humana!

16 de octubre de 2011

El sinsentido del sentido de la vida.

Acabo de ver un anuncio en el que un anciano, mirando directamente a la cámara, o eso me parecía, tarda unos segundos eternos en los que parece que está regurgitando, o al menos esa es la impresión que me da, para luego finalizar declamando una frase que empieza con las palabras "la vida es...", frase que intenta explicarnos que en LA VIDA, mayúsculas porque habla de aquello que nos atañe a toda la humanidad, es importante algo, y que ese algo tiene que ver finalmente con confiar nuestro dinero a una entidad bancaria. La verdad, estoy un poco, y por qué no decirlo, humildemente, cansado de tanta propaganda gratuita sobre el significado de la vida. Desde los Monty Python que no veía tanta obsesión sobre el tema. Y desde luego, una clara utilización gratuita por parte de todo tipo de marcas comerciales, desde bebidas energéticas, refrescos, marcas de coches hasta las susodichas entidades bancarias. ¿Me puede decir alguien quién les da derecho a las todopoderosas multinacionales, vía sesudos publicistas, a utilizar algo tan desconocido incluso por las religiones, y que parece ser que solo podemos encontrar personalmente, de manera tan arbitraria y mezquina?¿Es que alguien piensa encontrar el sentido final de la vida en unas burbujas carbonatadas o al volante de un coche que seguramente será del banco del anuncio hasta que ya no pueda pagarlo por culpa de la crisis? Yo no tengo intención de definir cual es el sentido de la vida, bastante tengo con encontrarle sentido a la mía, y tampoco nada más lejos de mí que dar consejos, pero yo lo que he decidido ante tamaña y maniquea utilización del alma humana, es que, cada vez que vea algo así en un anuncio, volveré a las páginas de mi libro o mi periódico, a los ojos de los que más quiero, o al paisaje que más me relaje, amén de las plantas de mi terraza, que no quisiera olvidarlas tampoco, y bucearé en lo que más me satisface: vivir. Pura y simplemente a mi manera, que para significados ya están los diccionarios.

4 de octubre de 2011

Las lágrimas de Eva.

Eva nunca había podido secarse las lágrimas, aquellas que bañaban, invisibles sus ojos carmesí y que se habían clavado en el pasado, de tanto llorarlo, durante demasiado tiempo. Tantas habían sido las miradas rehuidas durante todos estos años, tantas las veces que había tenido que callar para luego llorar otra vez, de sentirse culpable de aquello que otro le había hecho. Tanto era el cansancio ya, que no recordaba las infinitas veces que había intentado borrar el recuerdo de aquel rostro brutal, desconocido, siempre impune y bestial a pesar de los años pasados, que le había infligido aquella herida lacerante entre sus piernas adolescentes, y que desde allí había recorrido todo su cuerpo hasta arrebatarle, en un instante, la eternidad de su alma. Miedo no, sintió terror. Sus manos tapándole la boca mientras aquellos ojos la observaban hasta destrozarla. No tenía que haberlo mirado, se había dicho entre sollozos a cada momento del resto de su vida, pero es que Eva apenas había salido a la vida hasta aquel día. Y luego, más tarde, la dignidad, que se la había arrebatado el sentimiento de culpa que sus padres le habían colgado tras un muro de vergüenza ante los demás, de silencio. ¿Qué podía haber hecho ella delante de un mundo que parecía señalarla como culpable de una violación silenciada? Yo culpable, tu culpable, nosotros te culpamos a pasar vergüenza de por vida, a no poder mirar a un hombre como igual, a imaginar que todo sería siempre igual de sucio que aquel instante. Porque con la Eva que murió bajo el peso de la culpa ajena, nació otra que se asfixiaba ante la posibilidad de ser feliz. ¿Y si todo volviese a ser mentira otra vez? Veinte años de dolor que la habían estado destruyendo al no poder dejar de recordar una y otra vez, al no dejar acercarse a nadie para poder liberar su alma de la condena impuesta por otros, parecían no darle la respuesta.

Y sin embargo una mañana al despertar, cuando ya todo parecía decidido después de médicos impacientes y de charlas interminables con amigas impagables, cuando ya la lucha contra sí misma parecía haberla hecho claudicar de la felicidad para siempre, había decidido, realmente no sabía por qué, que valía la pena volver a intentar ser Eva. Aquella Eva de un instante antes de derrumbarse todo. Necesitaba retomar sus sueños, sus alegrías e ilusiones, e intentar, ¿porqué no?, volver a coger a alguien de la mano sin más. Había decidido que nunca es tarde para volver a hacerlo, y que el tiempo que nos queda es mucho más importante que el que no pudo ser. Tenía que darles una oportunidad a otras personas para volver a dársela a sí misma. Al fin y al cabo, por fin había llegado el momento de volver a luchar por su propia alma, y no dejarse vencer por alguien a quien ella, por fin, debía empezar a olvidar para siempre. Ni una lágrima deudora más correría por su corazón.Ya solo existía Eva delante del espejo, y ahora era verdad.

3 de octubre de 2011

El dilema del pingüino.

-No sé qué hacer.

-Es normal, yo en tu lugar también dudaría, y es que es una decisión lo suficientemente complicada como para tomárselo muy en serio.

-Juntos, lo sabes, la cosa va bien, pero es que cuando imagino lo que debe ser por separado… creo que el no probar a ver si funciona, es perder una oportunidad.

-Eso, solo es intentarlo.

-No sé, parece lo lógico, pero sabes que soy alguien de costumbres fijas, y que me cuesta cambiar. Yo ya estoy acostumbrado. Además, ¿y si no me gusta, luego qué hago? ¿Volver a lo anterior? Demasiado tarde, seguro.

-Si me dejas darte un consejo, creo tienes que probarlo. No puedes estar el resto de tu vida pensando que pierdes la oportunidad de encontrar algo mejor por miedo a cambiar.

-Lo sé, lo sé, y es razonable, pero sabes lo fiel que soy y lo duro que sería pensar que he estado tantos años de mi vida equivocado.

-Mejor es abrir los ojos tarde que nunca, amigo. Mírame a mí, yo di el paso hace ya tiempo, y te aseguro que no me arrepiento en absoluto, tú me has visto y lo sabes. Ahora bien, si lo que no quieres es cambiar nada, eres libre de seguir con todo igual que hasta ahora, aunque la pregunta es precisamente esa. ¿Tú quieres otra cosa, hacer algo nuevo en tu vida?

-Mira, ¿sabes qué?,...me has convencido. Ya no necesito pensar más…camarero, por favor, hoy el Martini me lo hace con tres onzas de Ginebra Bombay, un dash de Vermut extra seco, y una aceituna…eso si, en vaso enfriado en lugar de cubitos de hielo…

-¿Ves como no era tan difícil? Ya verás cómo a partir de ahora no le volverás a poner hielo al Martini. Por cierto, ¿ya has llamado a tu secretaria para quedar el fin de semana? Mira que tu mujer un día te atrapará en la mentira.

-Bueno, si eso pasa, me separo y listos...¿qué problema hay?

14 de septiembre de 2011

La decisión.

Abre tu mente a todo lo desconocido, fueron las últimas palabras de Andy antes de morir en sus brazos. Pedro sabía que él siempre tenía razón, y no podía negar la realidad. Date tiempo para respirar, pero no pierdas el tiempo pensando demasiado, porque este pasa y no volverás a encontrar nunca más la misma puerta abierta. Y Andy siempre le había aconsejado bien, incluso desde el día en el que lo creó en su laboratorio, y eso a pesar de no ser más que un manojo de cables y plástico con forma humana. Y aunque nadie más pudiese entenderlo, lo echaba de menos. Muchísimo. ¿Cómo una máquina podía tener corazón?, era la única pregunta que Andy le hacía. Bueno, esta y un melancólico ¿te encuentras bien?, que le soltaba a bocajarro cada vez que le veía apesadumbrado. Porque Pedro peinaba ya pelo blanco desde hacía muchos años y siempre había estado dedicado a lo que sabía hacer, crear vida artificial. De hecho, con Andy se había sentído como seguramente lo había estado el padre de Pinocho, no simplemente como su creador. Andy era casi su mejor amigo, realmente su único amigo. Por eso, el día que murió, Pedro se sintió vacío. Nevaba fuera, la Navidad sonaba en la lejanía, las luces de colores le amargaban la alegría. ¿Te encuentras bien?, le resonaba en los oídos como un profundo estallido. ¿Cómo quieres que lo esté?, le hubiese gustado responderle si hubiese tenido la oportunidad. Y es que nadie debería sobrevivir a un hijo, aunque esta solo estuviese hecho de cables y mecánica. Dame un abrazo, le dijo justo después de tener consciencia de que lo desconectaría. Pedro, sin embargo, no pudo hacerlo. Se sentía un traidor a pesar de que todo lo hacía por el propio Andy, e intuía que este también lo sabía. No podía soportar la idea de que acabase siendo un simple muñeco de feria, no lo había inventado, no había pasado años de noches en vela imaginándolo, para que finalmente acabase así. Andy no se lo merecía. En sus ojos vacíos, Pedro pudo leer que aquel aparato con forma de ser humano al que él le había dado vida, seguramente le había perdonado. Es lo que tienes que hacer, le dijo con su impersonal voz metálica, intentando reconfortarlo. Pero Pedro era científico, y sabía que siempre hay, al menos, dos alternativas ante una decisión, y que él se había escudado en la más fácil, la que creía sería menos dolorosa. Así que desenchufó finalmente a su obra, a su amigo, antes de que otros viniesen a robárselo, a profanar su dignidad más allá de lo humano. Y allí estaba al fin, ya inerte, la cabeza sobre el pecho frío de metal, los brazos caídos a los lados, y sentado sobre un triste taburete de madera. Adiós, susurró Pedro, nunca más volveremos a vernos. Cerró luego las luces del laboratorio, y salió a la inmensidad del mundo. La nieve no dejaba de caer, así que subió el cuello de su abrigo y caminó pesadamente por la calle solitaria, tan desierta como su propia alma. A lo lejos, sonaban las voces de unos niños entonando canciones de Navidad, lo que hizo que Pedro cerrase los ojos con fuerza y suspirase vaho entre el aire helado que le quemaba la cara. Tal vez fuese mejor así, pensó, tal vez siempre fuese mejor renunciar a la felicidad propia antes que hacer infeliz a los otros. Sin embargo, qué dura carga perder aquello que más quieres, a tu único amigo, para evitarle el dolor de seguir existiendo. Adios, Andy.

5 de septiembre de 2011

El hombre sustituido

Levantarse por las mañanas se había convertido en un verdadera agonía. La mujer que tenía al lado, sus propios hijos, parecían no pertenecerle, habían pasado a ser casi unos desconocidos, incluso su trabajo se había convertido en un suplicio. Su propia vida parecía ser una constante muestra de cosas que le sucedían sin él quererlo, sin desearlo. Antes no había sido así, hubo un tiempo en que fue feliz. Pero ahora ya nada le llenaba, y tan solo pasaba el día pensando la manera de salir de aquel círculo vicioso. Era como si se hubiese convertido en el protagonista de La casa tomada de Cortázar. Y sabía, estaba profundamente convencido, de que nadie tenía la culpa de aquella situación. Era algo que le pasaba ahora, en aquel momento de su vida, y nada más. Sentía como un miedo cerval cada vez que introducía las llaves en la puerta de la casa y tenía que enfrentarse a una vida que parecía que tuviera que vivir otro. Era, tal vez pudiese explicarlo así, como compartir su cuerpo con alguien totalmente desconocido, como si estuviese viviendo una vida equivocada y que en aquel momento su memoria volviese a ocupar la consciencia real. Se sentía cobarde por desear huir, y desleal por sentir lo que sentía, empezando por sí mismo. Porque sabía que, de alguna manera, seguía queriendo a aquella mujer que todos decían que era su esposa, y a aquellos niños que le llamaban papá. Pero también estaba seguro que necesitaba huir, sobre todo cuando una tarde, sin decir nada a nadie, llegó antes a casa del trabajo, y se encontró a su mujer y sus hijos jugando y riendo al lado de un hombre que, aunque lo vio de espaldas, intuyó que era él mismo o tal vez otro, qué más daba. ¿Cómo había llegado a esta situación? ¿Porqué nadie le había dicho nada? La tristeza y la rabia que le había acompañado durante tanto tiempo parecieron ser menos intensas, aunque no acabasen de desaparecer ante la constatación de que finalmente había sido expulsado de su propia vida por otro, aunque este fuese el real, eso tal vez nunca lo sabría, y el que siempre había vivido como un sustituto hubiese sido él. Fuese como fuese, se sentía finalmente expulsado, de una ilusión o de una realidad, igual daba. Por eso cerró la puerta en silencio, dejó las llaves en la puerta, y se alejó sin resentimiento hacia lo desconocido pero, eso sí, con la profunda esperanza de poder encontrar, por fin, el principio de un camino que solo había hecho que empezar, y que no era otro que ser él mismo.

20 de agosto de 2011

El adiós

                       gotico

El ansia de conocer nuevos lugares, lo llevó a recorrer el mundo entero, hasta no quedar ningún rincón del planeta donde no hubiera estado, aunque tan solo hubiese sido por un día. Ya viejo y agotado finalmente decidió parar para descansar en un pequeño pueblo en las montañas, rodeado de árboles y suprema tranquilidad. Allí, ya satisfecho, esperó a ver pasar el tiempo, reencontrando nuevamente el tedio, hasta que un día vio aparecer a un forastero.

Hay un lugar que usted aún no conoce. ¿Quiere venir conmigo?

El viejo pareció confuso ante tal afirmación, y sin embargo su ansia de conocer acabó haciendo que aceptase partir en busca de aquel lugar desconocido. Y con la prisa por encontrarlo, ni siquiera percibió que, al partir, su cuerpo quedaba ya definitivamente atrás.

29 de julio de 2011

¿Quien amaba a Amy?

Hace ya una semana de la muerte de Amy. Todo el mundo parece dolido, acerado, con su desaparición. La estrella, la diva, la cantante, ha pasado del infierno de la sociedad al cielo de los idolatrados. Pobrecita, dicen ahora, ¿qué culpa tenía ella de lo que le pasaba?, parece la reflexión actual. Muñeca rota, jovencita descarriada por culpa de la fama. Podía haber sido la mayor estrella del nuevo soul del siglo XXI. Nunca lo sabremos.
Todo parabienes para la recién desaparecida. Y yo soy, de verdad, de los que piensan que se los merecía, que de verdad era una estrella en ciernes con una compleja personalidad autodestructiva, con un serio número de complejos que la hacían vivir en el filo de la navaja de su cordura rayando la franca degradación. Su voz tan personal, histriónica, dejó paso a una afonía vital que ha acabado con su vida. Anular compulsivamente conciertos era un síntoma de ello, así como sus desastrosas actuaciones cuando por fin podía subir al escenario.
Y sin embargo resulta casi repulsivo que algunos aquellos que ahora la alaban eran los que se reían de ella al anular un concierto, o de su extrema delgadez, de su mirada ida, o incluso de su nombre. ¿Es que hubieran hecho semejante escarnio si se hubiera llamado Anne Marie Tabernier (disculpad la tosca traslación a un estereotipo cool francés)? En definitiva, ha sucedido algo parecido a lo que pasó con Michael Jackson. De bufones mediáticos a estrellas postmortem, y a olvidar lo olvidable de su pasado. No es justo si se hace para limpiar la mala conciencia de algunos mediocres. Por eso, y sobre todo a la persona, descansa en paz Amy, ya eres libre de los demás.

18 de julio de 2011

El pez, la vaca y la tabla de surf.


¡Huy!, cuántos días sin escribir. La verdad es que esto de trabajar tanto ahora, compatibilizarlo con las tareas domésticas y además sincronizar todo para que salga bien, me está robando mucho tiempo para escribir. Porque, eso si, no pienso dejar de leer. Además estamos en verano y la playa, el mar, parecen susurrarme constantemente que vaya, que desean que esté allí. Y yo, claro, que a Ulises me parezco lo que un pez a una vaca, no puedo resistir la llamada del mar, el siseo de las olas, e incluso, ya urbanita, el deseo de nadar en una piscina privada. Por eso había pensado, sacrílego entre los desganados, rescatar algún artículo o cuento ya publicado hace tiempo, desempolvarlo, y presentarlo como recién salido del horno. Pero no lo he hecho. ¿Por orgullo, por honor, por vergüenza?... no, solo por pudor. No me gustaría, como a nadie, que los demás pensasen al leerlo, mira, nos está tomando el pelo. No señor. Y es que la verdad, todos tenemos nuestro lado inconfesable. Va, que si, que TODOS. No me digáis, y haced acto de constricción, que no guardáis algún secreto que si saliese a la luz, cual Rupert Murdoch, vuestra imagen se tambalearía. Si, esa imagen que habéis construido de vosotros mismos para los demás. Pongamos un caso neutro, a ver si me explico. Durante años, tal escritor y periodista se ha dedicado a cultivar una idea de sí mismo de hombre culto, vestido siempre de negro, con gafas de pasta, pelo relativamente largo, discos de vinilo de Charlie Parker por toda su casa de estilo neuyorkino (según mi corrector me acabo de inventar una nueva palabra), cuadros de la Quinta Avenida en cada pared, y una decoración a lo Annie Hall revestida de libros antiguos y de revistas aún más antiguas. Vamos, lo que se dice un snob de lo peor, que solo habla de teatro, literatura, cine aburridísimo (cuanto más aburrido, mejor es su lema), y pintura art-decó. Sin embargo, un día alguien, por casualidad, descubre que lo que de verdad le gusta, le llena, a este estrafalario de las apariencias, son las hamburguesas, las películas de Rambo, leer periódicos deportivos, los programas del corazón y, sobre todo, vestir en chándal para ir a comprar el pan. Y este tipo, un estirado egocéntrico desestrasado, pasa a convertirse en un ser humano como cualquier otro, más próximo a muchos que antes. ¿Eso es malo? Seguramente para él si, ya que ha pasado de pez a vaca, pero a los demás les da igual. Porque, en definitiva, guardamos secretos de nosotros mismos para no ser juzgados, para guardar las apariencias, y cuando alguien se sale de la norma y se muestra algo más natural, es tachado de desfachatez. Como hacer surf en la ciudad. Y es que aquellos que se atreven a atravesar las convenciones que nosotros no osamos, nos dan miedo, y del miedo a la incomprensión y al rechazo solo hay medio paso. Vaya, para no saber de qué hablar me he dado un chapuzón... felices vacaciones a tod@s.

22 de junio de 2011

Cuando al séptimo día vas y te quedas descansado, o cómo ser un profesional.

Un día, no hace mucho, Dios decidió que ya era hora de hacer bajar a su hijo al mundo, para que empezase nuevamente la Palabra, ya que últimamente notaba que sus siervos en la Tierra, es decir la Iglesia, se estaban dedicando demasiado a las finanzas y a la política. Era hora, pensó, de dar un golpe de mando, así que le pidió a Jesús que preparase las maletas, eligiese una profesión que no fuese la de carpintero, que con la crisis global, y sin experiencia, le costaría encontrar trabajo. Finalmente Jesús decidió que empezaría la carrera de cantante de rock, y es más, aprovechando su aspecto físico, sería líder de un grupo de heavy metal.

Dios estuvo de acuerdo en todo momento con la decisión de su hijo ya que, al fin y al cabo, solo era una mera tapadera para su verdadera misión, que era difundir un mensaje de paz, aunque a él le hubiera gustado más algo en la línea de Frank Sinatra o Simon y Garfunkel, más del estilo de su época.

Pasó el tiempo y Dios no recibía noticias de Jesús, y lo único que le comunicaban los ángeles y arcángeles del Servicio de Información Terrestre (el SIT), era de guerras, catástrofes provocadas por la imprudencia del hombre, y muertes, asesinatos y corrupción, por lo que decidió que había llegado el momento de bajar a ver qué pasaba, porqué Jesús, con un medio de comunicación tan poderoso como la música rock no estaba teniendo éxito en su misión. Y para ello, además, creyó oportuno no utilizar en su paso por el mundo de los hombres, ninguno de sus poderes divinos, ya que quería experimentar lo que sienten sus hijos fuera del Paraíso.

Y coincidió que Jesús había formado, como era su propósito, una banda de heavy metal, con la que estaba triunfando y había iniciado una gira mundial. Cansado entonces del desprecio de su hijo hacia su misión prioritaria de evangelización se acercó a uno de esos conciertos. Aún era temprano, y pudo entrar allí sin demasiada dificultad, ya que el portero que había en la puerta estaba chateando con su BlackBerry, poco atento a todo el que pasaba. Luego se dirigió a través del inmenso espacio de aquel pabellón deportivo hasta llegar justo al lado del escenario. Allí, de pie, otro hombre de aspecto similar al primero, vestido con calzado y pantalones oscuros, además de una camiseta negra y un chaleco amarillo. Dios se acercó a él con gesto de estar extraviado, y al momento vio que, brazos cruzados sobre el pecho, empezó a mirarlo con aspecto de saber qué quería.

-Buenos días.-fue lo primero que aquel hombre, con un pinganillo en la oreja, le dijo.

Dios, en un tono de voz mezcla de inseguridad y agradecimiento se acercó un poco más, mientras por su lado pasaban técnicos y operarios a los que aquel hombre saludaba con una ligera inclinación de cabeza.

-Buenos días, busco el camerino de los artistas.

El hombre esbozó una ligera sonrisa mientras se llevaba a los labios una pequeña botella de agua.

-Sí, es aquí, pero no puede pasar.

Dios pareció extrañado, con cierta voz quejumbrosa intentó convencerlo, sabiendo que se había prometido a sí mismo no utilizar su poder para conseguir sus propósitos.

-Es que soy el padre del cantante.

El hombre le volvió a enseñar una de aquellas sonrisas conciliadoras que parecía tener aprendidas.

-Yo lo comprendo, pero es que aquí, sin acreditación no se puede pasar, es una zona restringida, y yo solo soy un auxiliar, no pongo las normas, solo intento hacerlas respetar… ¿podría apartarse un instante, por favor?

En aquel momento, el hombre le tocó ligeramente en el hombro para que se apartase, ya que por detrás venía un operario con una carretilla llena de cajas con botellas de vodka. Dios se puso entonces en lo peor.

-Perdone, pero eso, ¿para qué es?

La sonrisa de aquel hombre vestido enteramente de negro se convirtió en casi una carcajada.

-Eso es para los músicos. Necesitan calentar la voz antes de salir a cantar. Pero usted como padre de uno de ellos, tendría que saberlo.

Dios dio un paso atrás, al notar que le sobrevenía un mareo. ¿Sería posible que su hijo hubiese caído en la tentación de contravenir los principios sagrados?

-Es que mi hijo solo bebe vino una vez a la semana, los domingos.

El hombre puso cara conciliadora.

-Pues si supiese todo lo que llegan a meterse encima para luego dar el Do de pecho sobre el escenario, ni se lo creería. Buen hombre, lo que puede hacer si quiere pasar es llamar a su hijo por el móvil, y que salga y le traiga una acreditación de visitante o una pulsera de color verde para que yo le pueda dejar pasar. Es lo único que se me ocurre.

Dios, con cara de escepticismo, apenas pudo balbucear.

-Es que no tengo su número.

Ahora el gesto del hombre se tornó de incrédula ironía, mientras cambiaba los brazos del pecho a la espalda.

-Pero hombre, si me ha dicho que es su hijo, ¿y no tiene su teléfono?

-Es que vengo de lejos, y hace tiempo que no lo veo. ¿Podría hablar usted con alguien para que me dejara pasar?

-Mire usted, -ahora el gesto ya era cercano al fastidio- yo no me puedo mover de aquí, porque si mi coordinador pasa y no me ve, se me cae el pelo, y tengo un hijo y una mujer a los que mantener, así que si quiere algo, busca a alguien del Staff que le pueda ayudar. Mientras tanto,

Dios, impotente ante la inflexibilidad de aquel hombre, uno de sus hijos en el fondo, decidió por desistir, eso sí, con un resquemor interno que le hizo desear, por un instante, solo uno, que cuando tuviese que marchar de este mundo, aquel tipo ardiese en el infierno el resto de la eternidad. Pero solo le duró un instante, como siempre, que para algo era Dios y había inventado la empatía. Así que optó por dar media vuelta, refunfuñando por lo bajo improperios en arameo, y convencido que por allí no pasaría.

Mientras tanto, el hombre lo veía alejarse, mientras por el pinganillo la voz de su coordinador le preguntaba si todo iba bien por allí.

-Sí, aquí todo bien, ningún problema. Tan solo un viejo barbudo y pesado que decía ser el padre de uno de los artistas, y que intentaba colarse, pero ahora ya se ha ido. –Luego, no pudo evitar continuar con un tono de triunfo y auto satisfacción- Es que por aquí, sin acreditación, no dejo pasar ni a Dios.

17 de junio de 2011

En el pais inexacto.

Vivimos en un país inexacto, sin duda. ¿Porqué digo esto? A raíz de las acampadas y manifestaciones de los Indignados, se han producido una serie de situaciones que han puesto a la clase política delante del espejo, enseñando sus vergüenzas a todos, pero sobre todo a ellos mismos. Ahora toca que realmente se vean y descubran, ¡oh!, sorpresa, que están haciendo las cosas rematadamente mal, comportándose como una auténtica casta, la de los políticos de carrera, en la cual no arriesgan nada, ya que ni los jueces son capaces de apartarlos de sus cargos, y para colmo son los mismos ciudadanos los que les siguen votando. Y es que este país se merece lo que tiene, y tal vez sea lo correcto, pues de donde hay un hilo de agua no puedes esperar un manantial. Y todos a beber de la fuente, claro.
Es significativo también que, como ha pasado, cuando a un indignado le toque la lotería, abandone a sus compañeros. El dinero no entiende de patrias, parece decirnos en su huida, y tampoco de ideologías, ya que es una por si mismo. No es igual tener valores que tener billetes, parece haber pregonado este desertor a la causa con su acto de huida. Un yo a lo mío de lo más elocuente. Algo así como un ande yo caliente..., pero multimillonario. Yo si que estoy indignado con ese indignado, pero también con las cargas policiales, con los alborotadores que desvirtúan el mensaje del pueblo en beneficio de una más que discutible necesidad de guerra de guerrillas, pero sobre todo con unos políticos que, teniendo que trabajar para el pueblo, y muy bien pagados que están por ello, lo único que parecen buscar es el propio enriquecimiento personal a través del abuso de poder.
Y es que a veces dan ganas de coger la tienda de campaña que guardo desde hace veinte años en el altillo, e irme a plantarla a otro país menos inexacto que este, donde los mensajes de sus políticos no estén tan llenos de proclamas al seguidme a ciegas, sino que sus ciudadanos sepan a quien eligen realmente para guiarlos. Por favor, que alguien me de un mapa para poder llegar.