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28 de marzo de 2011

Esos eternos ojos.


La niña de eternos ojos azules estaba sentada, acurrucada en una esquina, cantando una dulce canción de cuna a su muñeca. Y cada vez que sus desvalidos y eternos ojos azules derramaban infinitas lágrimas de tristeza, cuando el sonido de los gritos de sus padres se alzaba hasta alcanzar el infierno, ella apretaba aún más fuerte su querida muñeca contra el pecho, protegiéndose a ella misma mientras la cuidaba. Tenía la mirada perdida en el miedo y la tristeza, deseando que todo aquello acabase ya. ¿Es que no podían sus padres darse cuenta que ella existía, que también sufría? Tan solo quería que no se gritasen, que pensasen en cuanto se habían querido ellos, todos, aunque ahora pareciesen extraños, aunque ahora todo sonase ya a pasado. La niña de eternos ojos azules había aprendido, sin embargo, a guardar en silencio un secreto, aquel que aún no sabía que la perseguiría, atormentándola el resto de su vida. Porque los adultos no miran a su alrededor cuando se pelean, el mundo se les borra en su cara de ira, sin saber que quien más sufre, en silencio, es aquel más indefenso, aquel que más les quiere. Los ojos azules que más tiernamente les miran.

25 de marzo de 2011

Un puzle inacabado.

Hay voces en nuestro interior. Siempre, o al menos eso es lo que desde pequeño he creído. Y no me refiero a las voces esquizofrénicas ni a las mesiánicas, ni a todo el tipo de voces cacofónicas que pueblan mentes que están en otras dimensiones. Me refiero a las voces interiores que nos advierten de lo complicado que es componernos nuestra propia imagen. Porque sí, porque hay una serie de incordios detrás de las orejas que se auto denominan inseguridades, y que hacen casi imposible acabar el puzle que somos nosotros mismos, y que nos acompaña desde el inicio de la vida. Vamos, que al nacer somos como una de esas cajas de veinte piezas que, a medida que pasa el tiempo, y como por arte de magia, se transforma en otra con cada vez más piezas. Hasta llegar a una de, por lo menos, dos mil, aunque eso depende de lo que cada uno acabe preguntándose sobre sí mismo.

Porque, vamos a ver, no me digáis que no es una mala jugada el hecho de que siempre que empezamos a entendernos un poco, aparezca algún lado inesperado de nuestra personalidad que nos demuestra que nuestro interior es como aquellas junglas en blanco y negro de las películas de Tarzán, y me refiero a las que veía yo en el cine Texas, cerca de la calle Bailén, con doce años, por supuesto de reestreno que no soy tan mayor, en sesión doble y tan censuradas por los curas que las escenas daban más saltos que la mona Chita. En fin, que nunca acabamos de conocernos, y gracias a quien sea que es así. Porque realmente cuesta imaginarnos como un puzle completo, uno de aquellos que has tenido meses encima de un tapete sobre la mesa, molestando a todo el mundo, y que cuando al final, bendito destino, encajas la última pieza, decides que, para tanto trabajo, lo enmarco y lo cuelgo de una pared. Y sí, allí queda muy bonito, y tú te enorgulleces, y los demás, al principio lo miran, pero con el paso del tiempo todos acaban por no hacerle mucho caso. Vamos, que acaba confundiéndose con el paisaje de puro aburrimiento. Pues yo, personalmente, para acabar más visto de mí mismo que un puzle colgado de la pared, prefiero el gustazo de la aventura de buscar siempre aquella pieza nuestra que no entendemos, que nos falta, aunque eso te haga sufrir un poco por el camino. Porque de eso se trata la vida, al fin y al cabo, de buscar, de ser inconformista. De disfrutar de aquello que nos representa un desafío, de querer ser mejores en algo, o de desear conectar con los demás para, así, encontrar piececitas de nosotros mismos por el camino. Porque, en definitiva, o tal vez no, de lo que se trata es de comprender que todo empieza y acaba en nuestro interior, y que todo lo que nos acabe paseando fuera, hará que descubramos una parte inesperada de aquello que somos. Suerte a todos en el desafío.

15 de marzo de 2011

My Inmortal.

Hoy llueve sobre Barcelona, mi ciudad, así que entre la oscuridad grisácea que todo lo envuelve, me apetece rescatar esta canción de Evanescence, en la que se transmite tanta melancolía, sobre la imposibilidad de estar juntos el fantasma de una joven y su amado mortal. La imposibilidad de lo que deseamos tan profundamente y no podemos alcanzar. Además, el videoclip está rodado en Barcelona, lo que le transmite ese encanto especial.
Para disfrutarlo en un día así.

14 de marzo de 2011

Aniversario

Normalmente soy bastante proclive a no celebrar ni conmemorar públicamente ninguna fecha. Prefiero valorarlas una vez ya han pasado, lo que da una perspectiva mejor de su significado. Ni qué decir que no celebro efusivamente, o tal vez nada, san valentín (adviértase las minúsculas), el día de la mujer trabajadora, el día de la Constitución, el día del padre, de la madre, los santos (qué tendrá que ver en mí san juan y san pedro, si me llamaron así por mi abuelo y un tío de mi padre)... y así hasta casi todas. Hay excepciones, por supuesto, pero la mayoría son más de cara a la galería.
Sin embargo, este año me ha dado por pensar, y mira que no suele ser habitual, y he decidido que a partir de hoy voy a celebrar mi cumpleaños, nacimiento, natalicio, o como narices se le quiera decir. ¿Alguna razón especial para que un número tan poco llamativo como el cuarenta y seis implique un punto de partida? La verdad es que no. Tampoco lo fueron el veinte, ni el treinta ni el cuarenta, así como tampoco el cuarenta y cinco. ¡Si ni siquiera fue especial el dieciocho! Solo es que hoy, si, hoy, me he dado cuenta que vale la pena celebrar que hace ya tanto mi padre y mi madre decidieron que estaría bien ver nacer una nueva vida. Y porque sé que esa, mi vida, mi llegada a este mundo, influyó en las suyas, así como después en la de más gente. En algunas mucho, en otras solo un poquito, en otras solo un instante. Y tanta gente que ha influido en la mía, y a la que agradezco el haberla enriquecido. Gracias a todos los que han desfilado en mis cuarenta y seis años de trayecto, y a los que van a acompañarme en los siguientes que han de venir. Gracias a vosotros por aguantarme como soy, ya que a estas alturas cambiar me resultaría imposible...¡Huy!, es verdad, que hay quien dice que no hay nada imposible a pesar de los pesares. Un abrazo a todos.

11 de marzo de 2011

Saber escuchar.

Las largas disquisiciones entre dos personas que tienen una motivación común, pero dos puntos de vista diferente, tienen tendencia a ser enriquecedoras para las dos partes. Otra cosa diferente sería si ambas partes son capaces de darse cuenta de lo que ello les beneficia. Y es que por mucho que algo nos una, siempre hay más factores que nos separan, y eso no es más que la consecuencia de la necesidad vital que tenemos todos de ser reconocidos, de ser valorados. Es decir, que si podemos imponer nuestra opinión sobre la de otro, esto nos proporciona una fuerte subida de endorfinas en el cerebro, lo que se transforma ineludiblemente en una sensación de satisfacción que aumenta nuestro ego, y que por lo tanto también nos alimenta la autoestima. Nada malo, desde luego.
Sin embargo, cuando esto sucede, y nos acostumbramos a ganar las batallas dialécticas que se nos presentan, nuestro ego tiene tendencia a reafirmarse desmesuradamente. Es entonces cuando podemos llegar a caer en la soberbia, una enfermedad que nos aleja de aquellos que nos rodean, transformándonos en algo más alá que héroes, que reyes para nosotros mismos, pero que pinta antes los otros un cuadro de discutible superioridad, algo realmente, ahora si, malo malísimo. No podemos perder nunca la brújula del respeto hacia los demás ni de la humildad de nuestras opiniones. Seguro que si no intentamos imponerlas, estas serán mucho mejor recibidas, y en definitiva, y de eso se trata al final, de aprender de lo que escuchamos, porque no hay nadie más sordo que al que sus propias palabras no dejan escuchar las de los demás. Y necio, con perdón.

6 de marzo de 2011

Mis libros

                     llibres

El otro día estaba en casa de un amigo y, esperando que sirviese el café, me detuve delante de la librería que tiene en el salón. Reconozco que no es un afán de intrusismo en la vida privada de otro lo que me lleva a hacerlo en cada casa a la que voy, sino más bien un puro sentimiento de encontrar una buena lectura para el futuro, y también, por supuesto, una excusa para una charla distendida sobre autores y obras. Cual fue mi sorpresa cuando, entre los lomos de todos aquellos ejemplares, reconocí al menos media docena que me habían pertenecido. No, no es que mi amigo fuese un ladrón furtivo de libros ajenos, sino más bien era que yo se los había prestado. Y no, no es que mi amigo actuase con maledicencia al intentar aprovecharse de mi mala memoria para completar su variopinta colección, sino más bien que yo, cuando dejo un libro que ya he leído, me lo hayan pedido o yo lo haya ofrecido, suelo decir dos cosas. No hace falta que me lo devuelvas, y cuídalo bien, que forma parte de un trocito de mi historia personal.

Porque no me importa dejar los libros, de verdad, pero me gusta la sensación que me produce el verlos en la librería de otra persona, ya que eso representa que una parte de mis vivencias ya forman parte de la de los demás. Y eso para mi es fabuloso.

Solo guardo en mi propiedad contados libros. Tan solo los más importantes para mi, y estos no pasan de poder contarse con los dedos de las dos manos. Tengo más libros en casa, es verdad, pero no guardo sobre ellos ninguna sensación de propiedad. Si me los piden prestados o yo los quiero dar, ya tienen el pasaporte de ida y no vuelta. Y sin ningún problema. Y es por eso que las bibliotecas de amistades y familiares forman como un extenso mapa vital de mi existencia, en el que puedo perder un rato recordando lo que significaron cada uno de aquellos libros dentro de mi historia personal. A veces, son mejores que viejas fotos en blanco y negro, aunque me fascinen también estas. Al fin y al cabo, todo lo que hemos poseído alguna vez nos acaba perteneciendo sentimentalmente.