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30 de diciembre de 2011

El último día del año.

Cuando el Pepsi entró por la puerta de la cárcel Modelo un repelús le subió por la espalda. Se le agolparon en el hígado un tanto de miedo, otro de aprensión, y mucho de ganas de salir corriendo, de tanto que había pasado entre aquellas paredes. Sin embargo, esta vez no venía como invitado forzoso, sino más bien como visitante, y eso era un gran qué.

Pasó el control de la puerta, y le hicieron entrar en una sala donde había una decena de mesas pequeñas con una silla a cada lado. Un policía le invitó secamente a sentarse, así que el Pepsi, como buen mandado, tomó asiento. Las otras mesas permanecían desiertas, a excepción de una pareja, que parecían rumanos por su aspecto y porque el Pepsi cazó alguna palabra suelta que las calles le habían enseñado, y que estaban cogidos de la mano.

Pasaron diez minutos hasta que el Willy apareció por una puerta lateral, acompañado de un agente con pocas ganas de ser amable. Sería que era treinta y uno de diciembre por la tarde y había pringado la guardia. ¿A cuánto le pagarían las horas extras? Siendo funcionario, pensó el Pepsi, seguro que a una mierda, pero que le diesen ese sueldo a él, pobre autónomo de los bajos fondos, y verían lo rápido que dejaba las calles. Aunque a su edad, la verdad es que ya era demasiado esperar que cambiase de profesión, después de toda una vida de honrada delincuencia.

Al ver cómo se acercaba su compadre, el Pepsi se levantó de la incomodidad de la silla y abrazó al Willy tan efusivamente que temió que las pocas almas presentes pensasen que tenían algo más que amistad. El Willy también debió calibrar que debía volver al trullo y que allí todo se sabe, así que se zafó rápidamente y se sentó en la silla que tenía ente él. Una vez que el poli se alejó, el Pepsi también se sentó.

-¿Cómo estás aquí dentro, viejo pervertido?

Los ojos del Willy se pusieron en blanco.

-Ya te puedes imaginar, encerrado –Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios-. Y con ganas de salir.

El Pepsi entornó los ojos como para encontrar las palabras adecuadas.

-Ya sé que es una putada, pero piensa que le cayeron ocho meses y que ahora solo te quedan dos.

-Ya, pero es que pasar las fiestas enchironado es como para deprimirse.

El Pepsi esbozó la mejor de sus sonrisas intentando disimular la melancolía que le invadía por dentro.

-Te traigo recuerdos de la gente de fuera, viejo cascarrabias.

El intento del Pepsi quedó en solo eso, en un intento, seguido de un silencio incontestable.

-Para empezar, la Mari y la Jenny me han dicho que te de muchos besos, que eres su no-tío preferido –una sonrisita desdentada apareció en el rostro del Pepsi-, a lo que yo les he dicho que ni hablar, que eso es de maricones, y que si esperan que un tío duro como tú se preste a esas cosas es que le cárcel te anda cambiando demasiado esta vez.

-Diles a las chiquillas que gracias, y que el beso ya se lo daré a ellas cuando salga, que a su viejo no lo toca, no sea que me pegue algo.

El Pepsi rió sonoramente, con lo que consiguió que los rumanos y el policía malcarado lo mirasen entre perplejos y molestos, a lo que él respondió alzando una mano a modo de disculpa.

-Mira que eres bruto cuando te ríes, desgraciado, por no decir lo aún más feo que te pones.

-Vale, vale, no hace falta que te alteres. La Fortunata te echa de menos, y me ha dicho que a ver cuando te sueltan, que desde que estás aquí le ha bajado la clientela a la mitad. A ver, también el Gitano te está muy agradecido por tragarte el marrón del robo tu solo, y me ha dicho que te recuerde que te compensará todo este tiempo en la Modelo. Y para más cosa, te ha enviado tres cartones de Marlboro, latas de sardinillas, unos Interviús, turrones y algo de metálico, por si este fin de año te quieres dar un capricho. Lo tienen todo en la garita, así que ten, te paso la lista para comprobar que no falte ningún Interviú.

El Willy le devolvió una medio sonrisa tristona.

-Dile que gracias por todo, y que cuando salga ya hablaremos.

El Pepsi, entonces, miró hacia el policía, que estaba mirando todo el tiempo su teléfono móvil, sacó del bolsillo del abrigo un paquete pequeño de plástico trasparente, y se lo alargó con disimulo al Willy arrastrándolo bajo la palma de la mano sobre la mesa.

-Ten, pero cuidado no aprietes –El Willy interceptó el paquete y con rapidez se lo puso en un bolsillo del pantalón-. Son uvas para esta noche. Si, ya sé que aquí te van a dar, pero donde vas a comparar, estas son de Malvasía y me han costado un riñón. Aquí seguro que son del “paqui” de la esquina, medio podridas y saben a madera húmeda. En fin, ya me dirás.

El Pepsi tomó aire.

-¿La gente por aquí, qué tal?

El Willy se tomó su tiempo en responder.

-Bueno, ya sabes cómo es esto. Hay buena y mala gente. A nuestra edad, casi somos invisibles, así que ves pasar la droga y tal sin que se percaten que estás y sin que se metan contigo. Hay un tipo, el Pilas lo llaman, que está por robar una caja de un hiper, el muy idiota. Se ve que era acomodador en un cine de la calle Bailén, pero con la crisis el cine cerró y el tipo se echó a lo que pudo. También se entiende, con mujer y dos hijos. Luego está el Mediometro, un nigeriano que vende más cocaína aquí que en la calle. A este no hace falta que te explique que no le pusieron el apodo por ser bajo –Una sonrisa triste se dibujó en su rostro-. Pero el caso más raro es el de un tal Martín, que se ve que no se llama así de verdad, sino por el personaje de un libro de un tal Ruiz nosequé. En fin, que es un escritor de poca monta que cumple condena por cargarse al profesor de baile que estaba liado con su mujer. Ni que decir que a ella no la tocó, que estos literatos tienen sus principios románticos.

-Un cornudo gilipollas –No pudo reprimir el Pepsi.

-Puede ser, pero de todos los que hay aquí, parece la nota discordante. En fin, Pepsi, que gracias por todo, eres un amigo de los que no hay.

Al Pepsi casi se le saltan las lágrimas, así que cogió un pañuelo de tela del bolsillo y se sonó estrepitosamente, lo que hizo que la parroquia volviera a mirarlo con fastidio y él tuviese que volver a levantar la mano. En ese mismo momento sonó u timbre y el policía evacuó rápidamente al Pepsi y a la rumana, no sin que antes los dos viejos matones se fundieran en un nuevo abrazo.

-Nos vemos pronto –se despidió el Pepsi.

-Feliz año nuevo, compadre.

Cuando el Pepsi salió a la calle por la puertecita lateral de la Modelo, la noche ya se fundía con las luces de la ciudad, y hacía un frío húmedo y viento, típico de Barcelona. Se subió las solapas del abrigo y se dirigió con paso rápido al metro de Entença, para llegar a casa rápido, que iba a empezar el especial de la Uno, antes de las campanadas en la Puerta del Sol.

Mientras se alejaba calle abajo, el Pepsi no pudo dejar de esbozar una sonrisa, pensando que pronto volvería a ver al Willy fuera de prisión, dispuesto a seguir siendo un buen profesional de lo suyo. Pero eso sería al año siguiente, se dijo, aunque que solo faltasen unas pocas horas para la Nochevieja.

29 de diciembre de 2011

Siempre estás a tiempo de desertar.

Puedes desertar de muchas cosas, pero nunca de ti mismo, me dijo una vez un hombre muy viejo y a la vez muy sabio. Desde unos ojos ya desgastados por el paso de ese interminable tiempo que no acaba de perdonarnos nunca, parecía esperar de mí una respuesta coherente al legado que acababa de hacerme. Y sin embargo yo, lleno de fútil juventud, no supe qué decirle. ¿Es que acaso el acto de desertar de algo significa un borrón de cobardía en el blanco papel de nuestra moral? Es posible que en algunos casos sea así, pero en otros, aunque sean los menos pero no por eso no tan importantes, es necesaria mucha fuerza de voluntad para renunciar a lo que deseas. Tal vez podamos hablar de dejar, o de olvidar, o de alejar. Tanto da. Lo realmente trascendente es que la necesidad de desertar de lo que tienes lo solemos dar para dejar paso a otra realidad.
Desertar de uno mismo. Creo que no hay mayor muestra de valor que el que deja de ser lo que cree para dar algo a los demás, incluso para no hacer sufrir a las personas que le importan. En eso, aquel viejo de mi recuerdo creo que estaba equivocado. Hay que ser realmente egoísta para pensar que no hay nada por encima de nosotros mismos. ¿Son nuestros valores aplicables a los demás? ¿Somos tan ciegos como para imaginar que tenemos derecho a juzgar al prójimo? Yo, modestamente, pienso que no, y que muchas veces creemos que la mal entendida soberbia que nos invade nos da derecho a criticar la moral de los otros, sus actos, su forma de vivir.
Así que, con permiso de la platea, deserto de mi mismo si hace falta, pero me han visto bastante entre los que chismorrean a espaldas de otros.

11 de diciembre de 2011

Váyanse ustedes a la mierda...con perdón.

Lo siento por la expresión, pero no se me ocurre otra manera mejor que el famoso exabrupto que una vez utilizó el ya fallecido actor Fernando Fernán Gómez, para definir mi indignación ante el resultado de la Cumbre por el Clima del planeta celebrada en Durban, y que se resume en la prolongación del Protocolo de Kioto durante un tiempo sin especificar que vaya más allá de 2012. En definitiva, la inoperancia estructural de un sistema que llevará, a este paso, a la destrucción lenta, agónica, de esta barca azul en la que vivimos, y que por ahora navega en el Universo llevando en su interior a una cada vez menor variedad de seres vivos, entre los que nos encontramos los humanos, los verdaderos promotores de que todo el invento se pueda ir por la borda.
Existen varias explicaciones para la codicia de las personas que rigen nuestros destinos. Por un lado, la necesidad de seguir ejerciendo el poder a toda costa, algo lógico cuando son las mismas castas dirigentes las que desde siempre hacen que bailemos a su ritmo tanto a nivel político como económico. Esto enlaza con el segundo punto, el afán incombustible de dichos personajes oscuros para enriquecerse más allá de lo que necesitaría en miles de vidas cualquier persona normal y corriente. Tampoco debemos olvidarnos de las oligarquías de los países emergentes, que avivan su necesidad de mérito y enriquecimiento sobre la opresión de muchos de sus ciudadanos.
No quiero hacer un alegato sesudo sobre causas y efectos de la situación actual del medio ambiente en nuestro planeta. Solo basta con salir a nuestras calles y respirar un aire que tiene de todo menos limpio, o mirar los atardeceres liliáceos del cielo de muchas de nuestras grandes ciudades, para darnos cuenta de que la herencia que estamos dejando no está siendo demasiado halagüeña. El problema será cuando el planeta, ese ser vivo del que formamos parte, diga basta, y comience a desfallecer. Es el momento de pedir a nuestros políticos que reaccionen, que se muevan por un futuro mejor para todos nosotros, presentes y venideros. Y si no lo hacen, si no apoyan la vida en el planeta, solo hay que decirles ¡váyanse ustedes a la mierda!