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29 de diciembre de 2012

El muro infranqueable.


Desde niños nos enseñan que hemos de decir la verdad. Nuestras madres y nuestros padres, núcleos unívocos de la familia, sea esta unicelular o pluricelular, e incluso multicelular, que todos los postulados son válidos excepto para la santísima iglesia católica, nos inculcan el deber de la confesión verdadera ante sus preguntas, sin explicarnos que lo que más desean, realmente, es que no les mintamos a ellos. Sin embargo, es pronto, todavía en la más tierna infancia, cuando se desmontan sus teorías ante nuestros ojos cuando, alejados de toda malicia, se nos ocurre decir lo que piensan nuestros progenitores de los amigos, o les dejamos con las partes al aire al descubrirlos en una contradicción. Entonces, y es a partir de ese justo momento que nos damos cuenta, nos tratan como pequeños traidores que tenían que haberse enterado autodidactamente que no podíamos decir la verdad. Es como Eva y la manzana, te desnudan de aquella inocencia que te han inculcado tan ferreamente y que ahora parece molestarles tanto. Contradicciones de adultos que tu no entiendes, te dicen en el mejor de los casos, y que tu repetirás con tu progenie, ya que la naturaleza humana es la que es.
Por eso, al llegar a la adolescencia, y a partir de aquí más allá, aprendes que las mentiras forman parte de tu vida. ¿Porqué mentimos? Bueno, lo hacemos porque la verdad que ocultamos, si se supiese, nos llevaría a no ser comprendidos, o a perder lo que tenemos, o a herir a otros, o sencillamente a ser juzgados injustamente. He dicho otras veces que la mentira es un acto lícito de defensa ante las miradas intolerantes o ante alguien, o algunos, que nos pueden dañar. Ciertamente me reafirmo en ello, pero también creo que existe mucho de lúdico en la mentira, cuando esta forma parte de un acto social. Hay gente que la puede utilizar para engañar, es cierto, pero también es utilizada para aparentar, o simplemente para herir. También está la mentira inconsciente, que está basada en intuiciones sin confirmar, y que dicha y utilizada por personas egoístas pueden hacer daño a terceros. Sin lugar a dudas, encontraremos la mentira auto defensiva, esgrimida por miedo a las consecuencias de lo que hacemos, o la no menos afamada mentira piadosa, que es aquella que utilizamos cuando nos creemos en posesión del don de decidir si otro ha de saber o no alguna información, utilizada básicamente en enfermedades y males de amores.
En definitiva, la mentira no es algo intrínsecamente malo, si no que es su uso la que la convierte en detestable, o no, por lo que las personas, los grupos, somos finalmente responsables de su utilización positiva o negativa, y de que haya gente que la tenga que utilizar como un muro infranqueable de silencio que salvaguarde su intimidad ante ojos ajenos, aficionados a llenar su vacía soledad con la vida de los demás.

14 de diciembre de 2012

A que llegue.



Corté la carne con el cuchillo más afilado, luego vino la cebolla, la grasa de pella, las patatas, el pimentón dulce, el comino y el ajo molido. Más adelante, los huevos duros y la cebolla de verdeo, ya que todo tiene que quedar bien jugoso. Luego, a esperar que todo cueza, disfrutando de un buen vino blanco, y releyendo por septuagésima vez las páginas de Benedetti, ya manchadas de eterno y nostálgico aceite, mientras mato el tiempo pensando por qué hay tan pocas cosas que sazonen la vida. Huelo entonces, embriagado, el aroma de la comida recién salteada al fuego. Ahora solo falta esperar la compañía deseada para admirar, con envidia lo reconozco, cómo la servilleta recorre sus labios húmedos.

14 de noviembre de 2012

Cuando fui inmortal.


Hubo un tiempo en el que fui inmortal. O eso creía en aquella época. Luego, el paso del tiempo, los años, me demostraron que realmente nada es eterno, ni tan siquiera la inmortalidad. Fue precisamente en aquella época de inmortalidad perpetua cuando todo me parecía posible, alcanzable, o por lo menos, creías que tenías derecho propio a soñarlo. En esos años, el tiempo no parecía pasar ni tener fin, y los deseos se transformaban en necesidad inmutable con solo tocar con la punta de los dedos aquello que mas anhelabas. Lo real era aquello que simplemente querías, daba igual si al final pasaba o no. Los amigos eran para siempre, así como el amor, las borracheras, las noches de insomnio, la irresponsabilidad, los padres, los fines de semana, los cómics, Boris Vian, la música rock...
Pero luego los años, la experiencia, me acabaron demostrando que nada es para siempre, ni siquiera la inmortalidad, y que esta solo es un estado transitorio que acaba desapareciendo en cuanto llegan la rutina, las obligaciones, el cansancio. Y es entonces, en aquella barrera que fronteriza los veinte años, cuando comienzas a ser un verdadero hombre adulto, permeable a todo lo que te rodea, perdida ya la ilusión por ser eterno vencedor en todas las batallas, en cada una de las confrontaciones. Algunos lo llaman madurar, otros la pérdida de la juventud, de la ilusión. Tal vez sea todo un poco verdad, pero cuando ya franqueas la mitad de tu vida, compruebas por fin que la verdadera inmortalidad existe nuevamente, que está escondida en aquellas pequeñas cosas que sustituyen a los grandes sueños, a los logros casi imposibles, y aprendes a ser mortal. Porque la inmortalidad no existe, y lo más precioso que podemos conseguir es reconocerlo y disfrutar de cada momento que se te presente.

8 de noviembre de 2012

El destino en las manos



¿Cómo se puede estar destinado a algo en la vida? Si nacemos de nuestros propios principios, de las manos de aquellos que nos trajeron al mundo, de todos aquellos que, queriéndolo o no, nos han ayudado a crecer, a ser nosotros mismos, a tener fe en nuestras fuerzas, en nuestras ilusiones, en nuestros proyectos, nos han enseñado algo en la vida, nos han dejado una huella imborrable porque forma parte de nuestra experiencia, nos han dado la mano para salir de innumerables pozos, o incluso de aquellos que nos han dejado tirados y eso nos ha servido para aprender algo, ¿porqué hemos de creer en el destino y no imaginar, aunque sea más difícil de creerlo, que este destino lo podemos crear nosotros mismos? Día a día, momento a momento, equivocados o no, felices o no, ilusionados o no, solo nosotros tenemos la voluntad y el derecho de poder seguir los pasos que deseemos, sin ser prejuzgados por ello por nadie  ni ninguno de los que nos rodean, de los que nos atisban, aún desde la lejanía de un parapeto de buenas intenciones. Nadie, absolutamente nadie, tiene la capacidad de decidir por nosotros. Nuestro destino nos pertenece aun a expensas de equivocarnos y perder, ya que nadie va a pagar un precio más elevado que nosotros mismos si erramos el tiro. Pero tampoco nadie va a recibir tanto si podemos trazar un camino mejor. La libertad de elegir el error es aún más necesaria que la de exigir el eterno acierto, ya que de eso se llena la palabra vivir, de no acomodarse en lo seguro y poder decidir en cada momento aquello que queremos hacer, siempre que el daño en caso de error solo recaiga en nosotros. No moverse te deja en la foto, pero también hace que el tiempo pase a tu alrededor y solo acabes siendo el recuerdo de una figura decorativa. Y para conseguir nuestro destino, solo cabe una manera, y es decidir qué hacer con él mientras aún lo tengamos en nuestras manos.

31 de octubre de 2012

Reencuentro



Mas allá de ti,
encontrar la vida,
y dejar correr el agua entre las manos,
mientras noto la arena cálida debajo unos pasos perdidos,
que me llevan a arañar el tiempo,
bajo el deseo que este no pase.
Sin dejar de pensar que todo lo vivido
no ha sido tan solo el reflejo de un sueño
eternamente escondido detrás del camino,
sino que todo volverá a importar más allá
del tiempo que hayamos podido perder,
por encima de unos recuerdos vacíos.

24 de octubre de 2012

La belleza de lo simple.

He llegado a un momento de mi vida en el que, reconozco, me he decantado por la que considero como belleza austera. Si, me refiero a aquella belleza que rehuye lo ampuloso, lo excesivo y lo eternamente cargante. En este punto de mi ciclo vital he llegado a la conclusión que, seguramente poco a poco, el tiempo ha ido moldeando una idea, seguramente una palabra que define mejor lo que quiero decir que utilizar ideal, de belleza, mucho mas austera, no subsidiaria de lo accesorio, sino sumergida en una búsqueda constante de lo nimio  de los matices, del espacio vacío, de los reflejos. Es esta, en mi opinión, aquella belleza que se basa en la transparencia que da la calma, en el disfrute de los pequeños detalles, desechando lo accesorio que muchas veces le da a las cosas un falso brillo de verdad impostada. La verdad de la belleza, ciertamente, esta no solo en el hecho, objeto o ser en si mismo, sino en la mirada del observador. Aprender a apreciar la belleza mas allá de lo superficial, buscarla en aquello que nos transmite serenidad, es un ejercicio enriquecedor que en ocasiones no es nada fácil. La belleza de lo simple, la austeridad de medios para llegar a ella, es la que nos llevará a aprovechar aquello que vemos, del tiempo que disfrutamos. Muchas veces una sonrisa robada al cruzarte con un desconocido, un ambiente zen, un momento de relax, o infinitas pequeñas cosas, nos llevan a la belleza de lo mas intimo. Y el resto lo hace nuestro rasgo humano, que consigue que la belleza real nos llegue a través de múltiples canales. Solo es cuestión de querer vela.

22 de octubre de 2012

Lo imposible.

La verdad es que cuando el otro día fui a ver la película Lo imposible, el último bombazo comercial del paupérrimo cine español, mis sensaciones previas no se ajustaban a lo que luego experimenté. Para empezar, me senté en la butaca de mi fila que daba al pasillo, consecuencia, por supuesto, primero, de no haber sacado yo las entradas, y segundo, de mi maniática costumbre de quedarme siempre el último del grupo a la hora de elegir sitio. Vamos, que ni lo escojo ni me gusta escogerlo, porque a mi me da igual, pero que por ende, la cosa fue así. No me quejo. Las butacas podrían haber sido más cómodas, lo admito, pero en la mayoría de centros comerciales de la ciudad el nivel de confort es el que es, así que por este lado tampoco nada que alegar, señor fiscal. Desde luego la sala no era de las más espaciosas que uno recuerde, añoranza de aquellos cines de empaque de la ciudad, como el aún subsistido Urgel, con sus 1832 localidades, pero al menos lo que perdemos en estrecheces lo ganamos en falta de colas, si es que el que no se consuela es porque no quiere. Eso si, el cine también me recuerda cuanto odio el ruido a mano buscando palomitas, a mano rascando caja de cartón en busca del último rastro de las ya defenestradas palomitas, las voces susurrantes, y no tanto, de gente que no se corta nada en demostrar a su acompañante que ellos ya han adivinado por donde van los tiros del argumento, como si de un David Mamet inconfeso e incomprendido se tratasen, que ellos tienen experiencia, ya que adivinaron en el minuto veinte cómo acabaría Titanic. El olor a ambientador que no consigue enmascarar el resto de olores, es otra de mis fobias, pero el último en llegar a esta galería de los horrores cinematográficos, no es otro que el ruido de la mano buscando caramelos en las bolsas de plástico en las que te los venden antes de entrar. ¡Me horroriza!
La verdad es que son muchos años yendo al cine, es verdad, y que ya uno va avanzando hacia la gran madurez vital, es cierto también, pero cada vez son más las cosas que perturban el visionado de la película... la película, es verdad, ¡se me olvidaba! Bien, yo no soy crítico de cine, es evidente, pero la película en si misma me pareció bien hecha, con un argumento conciso, capaz de emocionarme hasta derramar cuatro lagrimitas, lo reconozco, aunque eso conmigo no tiene mérito ya que empatizo hasta la saciedad con los personajes. Eso si, aparte de no marearme, gran mérito de la noche, y de no soportar las escenas casi gore que en algún momento salían, el drama personal de cada uno de los miembros de esta familia acomodada (gracias al director por el guiño a la situación de la mayoría de ciudadanos normales, al hacer que el padre se preocupe por si no le renuevan el contrato en Japón, aunque yo también olvidaría las penas permitiéndome el lujo de vacaciones de Navidad que puede permitirse en semejante resort) hace que los veamos con cariño, con ternura. Excepción hecha, por mi parte, del hijo mayor, al que no soporto lo manipulador que es, y el complejo de Edipo que lleva encima, aunque imagino que la familia, de ser española de verdad, reaccionaría como el sábado vi en la calle a un padre decirle a su hijo pequeño: "como no pares, te voy a dar tal tortazo (esta es la expresión censurada, comprenderéis), que te van a salir los dientes de la boca", a lo que el niño siguió protestando aún más alto. Así que la enseñanza que me deja la película, más allá de ser muy buena, es que lo imposible del título no es que sobreviviera la familia, si no es que fuesen una familia española, y que no les diese tiempo de salir de ese hotel sin llevarse alguna toalla. Pero bueno, es la magia del cine.

12 de octubre de 2012

Al volver, el invierno.

¿Porqué el invierno este año ha llegado tan pronto? Allí, al encender la luz y verse delante del espejo, solo, intuyendo su presencia, la de ella, incierta en cada sombra, en cada reflejo de luz, la soledad le ahogaba hasta casi llorar. Y sin embargo, ¿porqué no salen las lágrimas? Tal vez, porque el recuerdo de cada pedacito de vida vivido a su lado, hace que el vacío interior niegue la emoción de haberla perdido. O porque ella había decidido que tanto tiempo separados era demasiado, que la distancia aleja más que la vida, y que la única manera de volver a respirar era dejar de hacerlo a su lado. ¿Donde estará su espacio, ahora? Ya qué más da, deseaba pensar, aunque no podía evitar el dolor al sentir que no volvería a ver su sonrisa, ni intuir el olor de su pelo, ni abrazarla al despertar, y eso le atravesaba el alma ya rota. No sabía porqué, ni si había otro, o si algún dia podría recomponerse, rehacerse de este naufragio, pero ahora mismo lo que reflejaba el espejo no es lo que él había sido, ahora solo se podía ver los restos de su soledad. Sin el cuerpo de ella detrás del suyo, como era todo antes de su invierno. Y sin embargo, ahora solo le quedaba regresar, aunque el camino de vuelta a la realidad es siempre el más duro, el más difícil de caminar, ya que los pies están cansados de tanto buscar y perder. Y tener que hacerlo en soledad da miedo, por tropezar y antes de caer no tener su mano para agarrarse. ¿Donde estará? Pero sobrevivir ahora es olvidar, y él lo sabe. Sin embargo, ¿cuántas innumerables veces más tendría su reflejo imaginado detrás? Porque por mucho que lo desease, nunca volvería a tenerla a su lado, sonriéndole mientras ella peinaba su pelo con los dedos. Ahora ya solo le quedaba olvidar el ayer, y aceptar que después del frío invierno, casi siempre vuelve la primavera. Solo es cuestión de esperarla, para vencer a la tristeza y la soledad.


4 de octubre de 2012

Una noche con Leonard Cohen (con trampa)

Tal vez, si decidiese cultivar una cierta imagen, escribiría aquí que el concierto del maestro Cohen fue apasionante, único, un derroche de sensibilidad y un alarde de sofisticación solo apto para oídos reconocidos y gente con bagaje cultural reconocible. Sin embargo, me he despertado esta mañana con la crítica, unánime he de decir, desaforadamente favorable al concierto que Leonard Cohen ofreció anoche en Barcelona, y eso me ha hecho reflexionar. Reconozco que nunca he sido un acólito de la causa cohensionana, y que su música tiene tendencia a aletargar mi estado de ánimo, e incluso que es posible que al estar trabajando mi sensibilidad no fuese la adecuada para un paladar tan exigente, pero admito que acabé las tres horas de concierto más los veinte minutos de descanso intermedio (la verdad es que yo solo estuve un poco menos de dos horas escuchándolo), intentando discernir una serie de sesudas ecuaciones. La primera, ¿había estado escuchando varias piezas del repertorio del venerable cantante canadiense, o tan solo era la misma canción con diversos parones para que la gente despertara a base de aplausos? La segunda, ¿entiende la gente que lo va a ver la letra de lo que canta, o solo intuye los susurros broncos y estentóreos que modula siempre (bueno, dejémoslo en casi, que no quiero ser excesivamente irreverente) la voz del abuelo Leonard, o es que ya se saben de memoria la letra y por eso les da igual no entenderlo? Otra, ¿es necesario ese aire retro (en él la definición vintàge tal vez fuese más acertada) de sombrero para meterse en su mensaje, o es solo una impostura de "yo aquí marco territorio de culto a la estética culta"? Y finalmente, ¿este hombre sufre de narcolepsia mientras canta? ¿o es que yo pertenezco a un insensible y reducido grupo humano al cual le produce sopor su música? 
Y después de todo esto, os pido por favor, que no me hagáis mucho caso, que seguro que me equivoco, pero es que he dormido poco después del concierto, y mira que luché por no hacerlo durante el mismo. Si gané o no la batalla, no lo voy a decir.

1 de octubre de 2012

La belleza puede ser triste y cruel.



Seguí mis propios pasos hasta aquella oscura callejuela, oculto a resguardo de las sombras de la noche. Me aposté detrás de una farola, a sigiloso cubierto de su luz amarillenta. Para cuando ella llegó pasarían ya de las tres de la madrugada, y mis pies estaban ya adormecidos de la espera. Realmente era tan hermosa como me habían dicho, y sin embargo ese precisamente era también su peligro. Demasiados hombres la pretendían tan solo por lo que parecía prometer, pero únicamente uno deseaba vengarse de una traición, y era precisamente el que me pagaba. Lindas piernas, pensé para mi al verla embutida en aquel ceñido vestido negro, qué desperdicio. Pero la profesión es lo primero, acabé reflexionando, así que me acerqué, el frío cuchillo oculto en un bolsillo de mi gabardina, y sin mirarla a los ojos, rajé vestido, abdomen y alma. No es nada personal, quise decirle, pero ya no valía la pena. Cuando cayó no pude evitar mirar sus hermosos ojos esmeralda, se que soy un romántico en el fondo, y pensar qué injusto es el deseo frustrado de quien desea y no consigue, o del que tiene y recela del mundo. Al fin y al cabo, ella era la menos culpable, si es que lo era en algo, pero la vida finalmente es como un tango, triste y cruel.

30 de septiembre de 2012

Las zapatillas de baile.


Aquella tarde, bajo la penumbra que anuncia el fin del otoño y la llegada del invierno, Ruth descubrió el regalo que sus padres le habían hecho para celebrar su octavo cumpleaños. Aquellas zapatillas de baile eran tan hermosas, con su color descarnado, sus lazos inacabables, y su flexibilidad incansable, que no podía haber nada mejor en el mundo. Las apretó contra su pecho con la infantil necesidad de evitar que algo las hiciera desaparecer, y así durmió aquella noche, soñando con bailes, vueltas, pliés y demipliés. Nunca había sido tan feliz, y a partir de aquel día, ni los esfuerzos, el cansancio, la rutina perentoria, o el desánimo inabarcable pero momentáneo, hicieron mella en su voluntad de bailar algún día en un gran escenario, ante un gran público. Y cuando finalmente estuvo a punto de conseguirlo, cuando estaba apenas a unas semanas de estar deslizándose sobre unas tablas envuelta en focos y miradas de gente, aquel coche demasiado veloz, aquel instante de ensoñación que no le permitió verlo, todo junto y a la vez, un instante y las zapatillas de baile quedaron solo en un recuerdo.
La vida te puede quitar todo lo que más deseas en un instante. Te puede quitar los proyectos, las ilusiones, te puede incluso arrebatar los sueños, eso es verdad, pero nunca pudo arrancarle a Ruth una sonrisa. Porque a pesar de cambiar las zapatillas de bailes por unas muletas, ella ya sabía lo que era sufrir para conseguir lo que deseas, luchar por un destino mejor, así que metió su vida anterior en un baúl, también a la anterior Ruth, y se dispuso a ganar la batalla a no sabía muy bien qué enemigo. 
A pesar de no poder bailar, Ruth consiguió algo que no todos los que podemos llegar y no lo hacemos por pereza hacemos, y es demostrarse a si misma que, seas como seas, te pase lo que te pase, lo más importante es quererte, y nunca desfallecer en la búsqueda de la felicidad, sea esta como sea. Si alguien nos arrebata definitivamente un sueño, de nosotros depende luchar siempre por otro. Lo importante es nunca dejar de soñar.

26 de septiembre de 2012

Elogio del café



Una leyenda muy comentada y difundida sobre el origen del café es la de un pastor llamado Kaldi, procedente de Abisinia , la actual Etiopía, observó asombrado como unos pequeños frutos rojos que consumían sus cabras producian en estas un efecto vigorizante, algo comprobado por él mismo posteriormente. Desde aquí, y con el paso de los siglos, el cafè fué ampliando su campo de acción y transformando su producción hasta llegar al siglo XV en los monasterios sufi de Yemen, donde los granos de café fueron tratados por primera vez de una forma similar a a la que conocemos hoy en día. Hasta aquí su contexto histórico. Ahora pasemos a su contexto social, ya que el café se ha transformado su uso hasta llegar a ser, como lo percibimos en nuestras actuales sociedades, un referente en las relaciones entre las personas.
Qué mejor motivo hoy en día para entablar una conversación que delante de un humeante y recién servido café, aceptando dentro de este cualquiera de sus variantes y de sus formas de ser servido. Ante una taza de café, mi personal forma de verlo, sea un espresso, un cortado, uno con leche, un manchado, un americano, con hielo, o de la variedad que cualquiera guste, se reúnen personas para cerrar tratos de negocios, para charlar con amigos, los amantes o los que intentan serlo, los que buscan relajarse, los que huyen del estrés cotidiano, los que leen los periódicos o consultan su portátil en busca de cualquier cosa que pescar en la red... y así hasta infinidad de posibilidades.
Es por eso, y porque a mi me encanta el olor que desprende un café recién hecho por la mañana, que celebro la idea de aquel pastor de Abisinia que pensó que lo que era bueno para sus cabras, también era bueno para él. Desde aquí a él, junto al desconocido inventor de la cama, mi eterno agradecimiento por las innumerables horas de placer vividas.

18 de septiembre de 2012

Búsqueda.


Buscar sin encontrar,sin motivación por seguir el camino, es lo peor que le puede pasar al ser humano. Como animales inconformistas, siempre danzamos en busca de lo que desconocemos, de lo que se nos esconde. Sin embargo, lo que busca el ser humano con mayor ahínco es, sin ninguna duda, el tiempo.
Buscar el tiempo es arduo, si, pero la recompensa puede ser infinita si sabemos utilizarlo. Algunos buscan cómo llenarlo, de proyectos o de vacíos. Otros buscan la manera de alargarlo, en busca de una quimera que obsesiona. Sin embargo, el tiempo, que empieza con fecha oculta de caducidad con nosotros desde nuestro nacimiento, nos obsesiona tanto que olvidamos que administrarlo es cuestión solo de disfrutarlo. Con cosas grandes o pequeñas, eso es indiferente, ya que cada uno ha de poner el valor real a aquello que desea. Pero ante todo, un consejo, esta vez si, y es que no perdáis el tiempo y disfruteis de todo aquello que más os llene. No lo dudéis entonces, y lanzaros a la aventura vital de pintar el tiempo a vuestro gusto.




6 de septiembre de 2012

Haiku

La lluvia ha dejado a su paso
el sonido del recuerdo
del próximo otoño.


A felicidad pasajera, búsqueda persistente



Las personas somos como somos,y los sueños, desengaños y pasiones no correspondidas forman parte,a veces juntas,otras por separado en el tiempo, e incluso repetidas, del devenir interior de todos nosotros. Es inevitable que a lo largo de una vida nos sintamos terriblemente decepcionados por aquello que no podemos conseguir. Pero también es normal que sea la reacción contraria de volver a los orígenes,a uno mismo, la que prime al principio. Sin embargo, el ser humano inteligente, solo es mi opinión, es aquel que busca la felicidad sin parar, sufriendo cuando esta no llega o es esquiva, y peor aún cuando parece que la tocas con los dedos y después se esfuma sin darte casi cuenta del porqué.
Luchar por intentar ser feliz es hermoso, aunque a veces sea extenuante, y conseguirlo es,yo diría, casi tántrico, aunque en tantas ocasiones sea fugaz. Tal vez sea cuestión solo de intentarlo las veces que sea necesario, no desfallecer nunca, y mientras tanto, no dejar de disfrutar de lo que nos rodea, que el paisaje es demasiado hermoso. Nos lo debemos a nosotros mismos.


4 de septiembre de 2012

Compatibilidad.


-Sencillo, ¿verdad?- pareció satisfecho al decirlo.
-Demasiado fácil, creo que no tiene excesivo mérito.
-¿Qué quieres decir con que no tiene mérito? Creo que lo he hecho bastante bien, sobre todo la segunda unidad, teniendo en cuenta que partía de un pedazo de la primera. Es la guinda del pastel.
-No, si me parece conseguido, pero es que la diferencia entre uno y otro, no se..¿tu crees que llegarán a ser compatibles alguna vez?
-¿Compatibles?- rió estrepitosamente- ¿Quien ha dicho eso? Son complementarios. Se necesitarán, pero rara vez se entenderán.
-Bueno, si tu crees que con una contradicción así tu mundo será mejor...
-Mejor tal vez no, pero si más divertido de observar.
Y al séptimo día descansó. ¿O se quedó descansado?

3 de septiembre de 2012

Solo son palabras.


La duda encoge el alma de los hombres angustiados, para dejarlos como una sombra huidiza, que escapa de su propia forma, hasta hacerse irreconocible. La mejor, aunque no única, que yo no conozco todas, opción, es centrarse en verse a uno mismo y encontrarse, asumiendo que muchas veces la voluntad no es sinónimo de éxito completo, pero que tal vez una victoria parcial pueda ayudarnos a superar lo que vemos delante del espejo y nos incomoda, aquella foto borrosa de nosotros mismos que esperamos que los demás nos ayuden a aclarar, pero que a fin de cuentas hemos de asumir finalmente que el objetivo lo llevamos dentro de nosotros mismos. Necesitar ser para los demás es no acabar de conocerse, así que conocerse es hacer que los demás nos acepten como somos, y entonces sabremos a quién le importamos de verdad. No me hagáis mucho caso en lo que digo, sin embargo, ya que solo son palabras, de esas que se dicen y después cuesta reconocerlas en las propias acciones. Soy constante en muchas cosas, y sin embargo tengo la sensación de no serlo en aquellas que importan, que realmente me importan. Solo es cuestión, como he dicho tantas veces, de saber abrir los ojos hacia dentro y ver lo que somos de verdad, no solo lo que enseñamos en el escaparate que es nuestro comportamiento social. Y sobre todo no cansarse de seguir buscando.

31 de agosto de 2012

Por una alas.


Tantos años buscando unas alas con las que poder volar, que para cuando ella las consigue, cae sin poder disfrutar de su sensación de libertad. Ahora sabía que antes de desear realizar un sueño, tendría que haber aprendido a soñar. O haber comprado una bicicleta.

31 de julio de 2012

Sobre la responsabilidad de ser ciudadanos.

Hoy en día la clase política, que al llamarse así ellos mismos nos recuerdan que parecen ser una casta aparte, y que conste que me refiero solo a nuestros señores diputados y senadores excluyendo a ediles de los ayuntamientos, nos piden decía, bueno, no, nos exigen, una serie continuada de sacrificios que para la mayoría de nosotros, sufridos ciudadanos con el único poder de votar cada cuatro ´ños a unas listas cerradas de ante mano, suponen una marcada merma en nuestra ya de por si precaria situación. Si a eso unimos la falta perentoria de trabajo, sobre todo entre la franja de los más jóvenes, la cada vez mayor bajada de los derechos adquiridos desde hace tantos años hasta ahora, la falta palmaria de recursos tanto sanitarios como educativos y sociales, nos enmarca un panorama realmente inquietante para todos los ciudadanos de este país. ¿Para todos? Tal vez, pero no de la misma manera. La casta, perdón, clase política, ha hecho concesiones, si, pero para el aparador. Que nuestros señores congresistas puedan ser privados de algunos de sus privilegios, como la posibilidad de compatibilizar sueldos múltiples, cobrando pagas para adaptarse a la vida civil mientras ya cobran de empresas privadas, o esa especie de finiquito que se les da al finalizar cada legislatura, me parece ya no de justicia social, si no un ejercicio de higiene moral que ya se tendría que haber ejercido en épocas de bonanza. Porque aunque al ciudadano no le parezca así, todo el dinero que mueve el Estado, nace únicamente de empresas y ciudadanos particulares. Si la sociedad no tuviera administración, de alguna manera, mejor o peor, saldría adelante. ¿De qué vivirían las diferentes administraciones con su totalidad de empleados públicos, si no tuviesen los ingresos que les proporcionan los ciudadanos particulares? ¿De donde saldrían las nóminas públicas de sus señorías si los ciudadanos privados no pagasen? La alternativa resultaría horrorosa para ellos, ¿verdad? Y aun así, eso nunca ocurrirá, porque solo una sociedad cohesionada donde todos sus ciudadanos, sean estos públicos o privados, respeten y comprendan a los que no son como ellos, puede prosperar, siquiera sobrevivir. Trabajar todos para todos y buscar una solución entre nosotros será la única manera de salir de la actual situación de crisis. Solo un Estado respetuoso con todas y cada una de sus diversidades, con todos y cada uno de sus ciudadanos, puede ser un Estado fuerte y justo. Ahora solo hace falta que nuestros señores congresistas lo comprendan también.

8 de junio de 2012

En el corazón de Macbeth.


Hay momentos, o muchos o pocos, en la vida, en los cuales pasamos de sentirnos héroes, en mi infancia yo quería ser como el John Wayne de las películas de John Ford, fuerte, justo e incorruptible, para luego pasar a querer ser en mi adolescencia como Steve McQueen, un alma complicada, torturada por las injusticias de la vida, a sentirnos como villanos incomprendidos. Son esos momentos en los que reflexionas, y piensas que lo que haces y sientes puede hacerle daño a otra persona, o en los que no puedes utilizar la sinceridad con algunos porque les harías daño si les dijeses lo que te pasa por la cabeza.
Es cierto que no hablo ni de heroicidades de película ni de villanías de folletín, si no más bien de los sentimientos que nos trascienden por dentro cuando nos encontramos delante de una situación y decidimos que o echamos mano del egoísmo o luego se nos puede quedar cara de tonto. Bien es cierto que personalmente suelo huir como alma que persigue un diablo de aquellas personas que nunca duda de su juicio, más que nada porque entonces nunca valorarán el mio si les contradice. A nadie le gusta, creo, o al menos a mi no, que le den la razón de los tontos, aquella que nace de la condescendencia y se regala por considerar al otro como una mente imposible.
Es por eso, tal vez, que siempre me ha atraído el personaje de Macbeth, del que he valorado más sus contradicciones internas que la necesidad ciega, usurera diría yo,  de poder, que transmite. Ser bueno es fácil, ¿verdad? Los valores correctos son manejables en esencia, y además nos los regalan desde la cuna, en un aprendizaje que nos enseña que lo que está bien no tiene discusión. Pero el alma humana es más dúctil que todo eso. Los deseos, las traiciones, los arrebatos, los celos incalificables, los egoísmos, todo eso en mayor o menos escala lo podemos aplicar a todos nosotros en diferentes ámbitos de nuestras vidas. Negarlo es posible pero no sería sincero, aunque he de admitir que conozco algunas personas que se acercan al ideal. Eso si, no lo cumplen a rajatabla, pero no por eso dejan de ser humanos, maravillosamente imperfectos. Porque si no existiesen las contradicciones, ¿de qué viviríamos aquellos a los que nos encanta observar a nuestro alrededor?
Porque, como decía Virgina Wolf, que de eso sabía bastante, cuando no somos como los demás creen que debemos ser, “dejamos de ser soldados en el ejercito de los erguidos para convertimos simplemente en desertores.

18 de mayo de 2012

Una noche con el Boss.

Anoche tuve la suerte, porque no puedo definirlo de otra manera debido a la magnitud del espectáculo, que llega incluso más allá de las más de tres horas de concierto, de vivir en directo el primero de los dos conciertos que Bruce Springsteen ofrece en Barcelona. Es cierto que cuando, como es mi caso, estás en este tipo de acontecimientos por trabajo, lo que vives es un poco lo que las circunstancias te permiten, y las sensaciones que vives a pie de pista son diferentes que el público en general, pero os aseguro que en muchos momentos de la noche tuve que abstraerme y utilizar mi fuerza de voluntad, que reconozco efímera y selectiva, para no seguir el ritmo de algunos temas.
No soy fan del Boss, lo reconozco también, pero me encantan sus canciones más populares, en eso no soy ningún héroe, y anoche noté momentos de extrema comunión entre él y sus fervientes seguidores.
En fin, que espero que el de hoy sea otro acontecimiento como el primero, y que yo ya pueda decir dentro de unos años que he asistido a los dos magníficos conciertos que el músico de New Jersey ha dado  en Barcelona este año. Siempre podemos dejarnos llevar por la corriente del río que es nuestra vida.


15 de mayo de 2012

Reflexión sin pensar.



La frustración suele hacer presa en todo aquel que está realmente predestinado a ello. No hay nada como alguien inmensamente confiado en sus propias posibilidades, que nunca haya encontrado un contratiempo, o que hasta cierto punto de su vida los haya superado con holgura, como para caer en sus tentáculos.
Es muy humano creerse el rey del concreto mundo propio para después, amanecer de narices en la idea del total negativismo. Del puedo con todo al no soy nada hay un abismo lleno de matices que nos dejan la medida real de lo que es capaz de construir el ser humano. Solo es cuestión de querer encontrar el punto desconocido de equilibrio entre lo que deseamos, lo que podemos y lo que nos gratifica. Por eso es tan compleja, y apasionante la vida, porque nos da la oportunidad de superar retos constantemente, y entre ellos los más insignificantes para los demás son los que nos dan mayor placer humano. Sinceramente, espero poder encontrar el color de mi equilibrio sin llegar a parecer gris para los demás. Al menos poder disfrutar de la búsqueda, que eso, en definitiva, es vivir.

9 de mayo de 2012

Desear imposibles.



Desear conseguir una cosa y no poder hacerlo es algo más común de lo que parece. Muchos, todos, vivimos en la frustración de desear y no alcanzar, y en la ilusión, la auto justificación, de que si quieres puedes. Gran falacia la frasecita que nos suelen martillear, como si de publicidad se tratara, de que si deseas algo con fuerza e intentas conseguirlo, todo es posible. No hay nada imposible, dicen los optimistas vitales. ¿Es que acaso esos que proclaman las virtudes de luchar por lo inalcanzable ya han conseguido hacerse millonarios, objetivo común a toda la Humanidad que contesta de forma honesta?
Creo que en este mundo nos han echado a patadas del pragmatismo total, a la ilusión ilusa, y perdóneseme aquí el redondeo. Solo es cuestión de repasar nuestro interior, y a la hora de hacerlo ser realmente honestos con nosotros mismos, para responder a la pregunta de si seríamos capaces de conseguir cualquiera de nuestros sueños con solo desearlo, y luchar incansablemente por ello. Y no vale plantearse el más fácil, no. Vamos a ser maximalistas por un momento, e imaginemos aquello con lo que hemos soñado toda una vida. No es necesario que entonces sigáis más adelante, no hace falta. Los sueños, como dijo Calderón, sueños son, y por eso, en la esencia de su propio ser, son aquello que nos secuestra de las frustraciones que vivimos. ¡Qué fácil es imaginarnos, soñarnos, y a la vez qué largo y pesado se nos hace el camino!
Tal vez creáis que abogo por la despreocupación y por la negación de conseguir aquello con lo que soñamos. Nada más lejos de mi intención. Solo digo, humildemente como siempre, que creo que debemos soñar con aquello que podemos conseguir realmente, porque de lo contrario, la frustración será mayor a solo soñar que deseamos lo imposible. El único imposible es el que nosotros nos marcamos, el que va más allá de lo que perdemos en el camino. Para conseguir nuestros deseos, primero debemos conocernos a nosotros mismos, y una vez sabemos que lo que deseamos es un imposible posible, luchar por ello. Lo demás son solo frases y canciones. O tal vez molinos de viento y gigantes imaginarios en la lejanía.

4 de mayo de 2012

La estupidez de querer sentirse importante un domingo cualquiera.


Beatriz abre los ojos una mañana de domingo. Acaba de despertar de un sueño tan profundo, tan reparador, que se siente hasta agotada. ¿No tendría que ser al contrario? La calidez de las sábanas contrasta con el frío que se percibe en el resto de la habitación. Gira su cuerpo hacia el medio, ya que está acostumbrada a dormir siempre sobre uno de sus costados y mirando hacia fuera. A su lado, el hombre con el que vive desde hace casi cuarenta años respira profundamente. Beatriz solo puede verle la coronilla, y el poco pelo gris que aún conserva como un tesoro. Le toca la cabeza con suavidad, como para despertarlo con ternura. Él se da la vuelta, y abre sus pequeños ojos negros para mirarla desde el recién descubierto mundo del día siguiente. Beatriz le sonríe con aquella ternura infinita que da sentir que el pasado ya  es más que el futuro, y siente el deseo de acariciarle la mejilla con ternura.
-Te quiero.
Él la mira desde la profundidad de sus propios pensamientos, sus íntimos sentimientos, y durante tres o cuatro inagotables segundos se la que da mirando como el que no sabe qué responder. Luego cierra los ojos, se da la vuelta, se levanta y marcha al baño, mientras Beatriz no sabe si sentirse mal o simplemente pensar que todo ha de seguir igual para que nada cambie. Y nada podrá hacerlo. Tampoco ella nunca será capaz de recriminarle,  preguntarle el porqué de sus silencios, ni siquiera ya llorar. Este no era el futuro imaginado, soñado cuando se conocieron. Tampoco sería el de él. Y sin embargo, ya nada quedaba más allá de la costumbre, de la mutua compañía. Así que mientras él seguía en el baño, maldita próstata, ella se desnudó, abrió el armario, se puso el vestido más bonito que encontró, el abrigo, el bolso y unos zapatos cómodos, y salió por la puerta de casa. Seguro que en este momento estaría preguntando cuando le haría el desayuno, sin saber que su compañía se había terminado ya en el de ayer, y que ahora sus caminos empezaban a desencontrarse. Tal vez tarde, tal vez, pero en algún momento hay que decir adiós sin mirar atrás. En el fondo, su silencio había sido la respuesta que tantos años había estado negando, así que Beatriz llegó a la parada del autobús y esperó. Ahora su sonrisa pesaba menos, solo dependía de ella.

30 de abril de 2012

Como alguien sentado en una orilla extraña.

Así se sentía ella delante de todo lo que le estaba sucediendo. La persona a la que mas debía importarle en la vida,aquella que había decidido un día que el acto mas hermoso del ser humano podía acabar siendo ella,su padre,no había hecho mas que comportarse,ya tan mayor,como un niño egoista. ¿Es que no podía llegar a darse cuenta de que todo lo que ella hacía era por su bien,por cuidarlo? La rabia que sentía en estos momentos acabaría,como vanía ya siendo costumbre, trasformándose en dolor. Era el proceso habitual. Sin embargo,y a pesar de las cosas que le había dicho,que ella había tenido que sentir de boca de su padre,de aquel hombre que nunca le había susurrado un te quiero,cosas que le rompían el alma y que la hacían sentirse tan sola,a pesar de todo, ella acabaría acudiendo siempre a su lado. Porque, aunque la incompresión apareciese a través de las ventanas del sentimiento,nunca podría dejar de asomarse a aquella orilla extraña e imaginar que aún,algún dia,podría llegar a ser una niña pequeña de la mano de su padre,otra vez. Porque el tiempo se lleva aquellas cosas que mas queremos,y siempre es demasiado tarde esperar a mañana para decir te quiero.


29 de abril de 2012

La parte del todo.

Una parte del todo siempre es menos que el total, pero claro, al menos es algo. Verlo así es algo natural,aunque muchos lo tilden de conformista. ¿Qué tiene de malo querer al menos un poco de algo si realmente no puedes conseguir el total?¿Se puede disfrutar de algo parcial? Seguramente un seguidor de un equipo de fútbol se conformaría con ganar algún título aunque no pudiese ganarlos todos. Creo que el acaptarlo se basa en gran medida en las metas que nos hayamos propuesto. Encontrar la frustración en el camino depende de aquello que nosotros mismos nos hayamos impuesto como mínimamente satisfactorio. En muchas ocasiones tendemos a sobrevalorar lo que somos,y eso nos aparta de la objetividad sobre aquello que desamos conseguir. Otro ejemplo es quien por escribir un libro cree que ha de autoimponerse la tarea de que este solo puede ser genial,o a lo sumo brillante. ¿Sería tan insatisfactorio caer en la mediocridad, si realmente eso es lo máximo que podemos dar? Queremos íntimamente todo el pastel,no solo una porción,eso es escribir,publicar,y ser admirados. Lo contrario nos podría llevar a la frustración. Y sin embargo,yo soy de los que piensan que lo importante no es tanto la meta,como disfrutar de un buen paisaje en el camino. Siempre puedes volver a recorrerlo y encontrar nuevos matices al atardecer.


19 de abril de 2012

Los doscientos golpes.

¿Cuánto puede aguantar el ser humano sin decir basta?¿Es necesario llegar al extremo de estar casi desquiciado para rebelarse delante de una flagrante, continua, prolongada y por todos sabida injusticia? Seguramente, si nos reuniéramos delante de una buena taza de café, los que allí estuviéramos diríamos que no, que hay que luchar desde un principio contra las injusticias y no dejar que estas nos hagan aflorar la desesperación hasta el punto de descontrolar nuestras emociones. Llegar al caos imposible de gobernar es inversamente proporcional al aguante y represión de nuestras propias frustraciones. Pero es que a veces nos atenaza la idea de ser juzgados por las justificaciones mentirosas de los otros, o por la incomprensión de aquellos de los que más necesitamos recibir apoyo. Es tan difícil vencer a la mentira bien planeada, que a veces  la víctima acaba pareciendo peor que el verdugo. Por este motivo, en estos casos, no hay nada mejor que el apoyo de los demás, pero sobre todo de los amigos. Cuando alguien dice basta, y lo hace de esa manera tan poco tendente a la cordura, un gesto de comprensión por parte de quienes te rodean hace que al menos la batalla, el sufrimiento, haya valido la pena, y que los doscientos golpes que has aguantado antes de revolverte con la furia del boxeador que sabe que ya no puede aguantar uno más, haya valido algo la pena. Gracias a todos aquellos que saben comprender a aquel que sufre en silencio, y que en algún momento de su vida decide decir basta.

20 de marzo de 2012

La infancia, refugio de la memoria.

Uno de los paisajes que de niño me viene a la memoria cuando regreso a mi infancia, es el del recuerdo de jugar junto a barcos medio hundidos, largamente abandonados, corroídos muchos por el óxido que el paso del tiempo pinta sobre las cosas que ya parecen no importarnos, ya innecesarios, allá en el riachuelo cercano a la casa de mis abuelos, justo al lado del puente viejo del barrio de Barracas, en un Buenos Aires que parece ya tan lejano como las viejas fotografías descoloridas de principio de los setenta del siglo pasado, que de vez en cuando salen de la caja de cartón en la que se ha convertido la memoria de mi vida.
Y justo al otro lado del puente, aquel por el que salí en primera fila entre los vecinos del barrio que protestaban delante de la televisión por su cierre a cambio del puente nuevo, unas calles más allá, lo que parecía presagiar el trágico destino de los antiguos comerciantes del barrio delante de una modernidad que no entiende de sentimientos ni nostalgia ya que lo moderno no admite pasado, entre aquellos vecinos mis abuelos, cosa que el tiempo confirmó, estaba, decía antes de disgregarme, la clínica maternal donde mi madre me trajo al mundo, casi súbitamente de la prisa que yo tenía por no perderme el espectáculo, y que fue cerrada al público al poco de yo nacer, vaya usted a saber bajo qué motivo, pero del que espero no haber sido yo.
Nada de todo eso existe ya, salvo en mi emborronada memoria, de la que desconfío tanto como de aquellas pelotas de trapo con las que jugábamos junto al agua poco salubre del riachuelo, y que siempre tenían querencia a caer sobre mojado como para despedirse de nosotros y formar parte, momentáneamente, de un paisaje ya entonces anclado en el pasado.
Creo que solo los ojos de un niño pueden convertir lo que en realidad era un lugar degradado y casi olvidado en algo digno de formar parte del cuadro de la infancia. Una infancia, la mía, múltiple en paisajes, todos constantemente cambiantes como un telón de escenario, pero que me confirman una cosa. La infancia se pinta de recuerdos colgados por nuestra necesidad de pensar que, a pesar de todo, hubo una época en la que podíamos existir al margen del resto del mundo, y que para ser felices, solo nos bastaba con desearlo.

15 de marzo de 2012



Las ocho y media. El metro, como era su costumbre, rebosaba plenitud a aquella hora de la tarde-noche, lleno de caras somnolientas por el cansancio del día ya pasado, padecido, y las miradas directas al vacío infinito de quienes vuelven del trabajo con la resignación de quien ha de retornar al día siguiente. Desidia y desgana en los ojos de los que leen el periódico gratuito, arrugado ya a esas horas de tanto repasarlo. Hombro con hombro la gente, pero son hombros lejanos, huidizos. Y, de repente, al fondo del vagón, mi mirada se tropieza con la de una pareja se mira entre ella con intensidad, directamente a los ojos, borrando las anodinas presencias de todos cuantos les rodean, y haciendo que crezca en los demás la insana envidia del que recuerda lo que ya había dejado pasar. No duró más de tres segundos, ¿o fueron cinco?, tanto da, los suficientes como para creer que las cosas más intensas pueden pasar delante de la vista de todo el mundo sin que nadie repare en ello. Solo un breve encuentro en el que un desconocido, yo, crucé mi curiosidad, mi apatía, en el momento exacto en el que ocurren las cosas y no se pueden evitar.
Yo ya no los he vuelto a ver, pero después de un mes, aún me avergüenzo de haber roto un momento que no me había llamado.

11 de marzo de 2012

La pregunta de sus ojos.



La verdad es que la novela de Eduaedo Sacheri no es una novedad editorial,lo reconozco,como tampoco lo es la película de Ricardo Darín que basa su argumento en la historia del libro.
Sobre la película poco puedo decir, pues reconozco que no la he visto, por lo tanto, mea culpa, nada que opinar, pero la novela la acabo de terminar, y sobre ella si que creo poder dar opinión.
Recomiendo intensamente su visita a cualquier lector capaz de disfrutar de una lectura pausada,tranquila, casi pasiva. No quiero decir que no haya acción narrativa, no, solo intento disuadir a todo aquel que no esté dispuesto a la contemplación subjetiva de una historia de perdedores, tal vez previsible, pero, precisamente, esa pasividad en la sorpresa es lo que termina dando contenido y sentido a lo que se quiere explicar. Todo se envuelve en un ambiente de fatalismo radical en lo inevitable, lánguido en su desarrollo.
Una lectura, en definitiva, muy recomendable desde la perspectiva del sosiego lector, en la cual no es tan importante el qué, como el como se explica este.

29 de febrero de 2012

El mapa del cielo.

Este es un booktrailer, algo así como lo que suena, es decir, el trailer de un libro, un género que desde hace unos años está revolucionando la comercialización editorial por internet. Este es realmente interesante, por estética y por originalidad. Todo un mundo se abre ya para la promoción de las obras de los autores independientes. Ahora solo hay que esperar que la novela esté a la altura de lo que se nos anticipa, y no sea como muchas películas, que nos defraudan en el posterior y completo visionado. Aunque para ello solo queda un camino: leer al autor, ¿no os parece?



27 de febrero de 2012

Si supieses.



Levanté la vista del periódico y vi, de soslayo, tu rostro distraído y el sol reflejado en tu pelo enmarañado. Tu sonrisa, en aquel instante, cautivó mis dudas desde el principio de mis instintos, ya irreprimibles e irrefrenables. Y fue por eso por lo que no pude luchar contra la necesidad que me estaba poniendo asedio, ya claudicado y desarmado. Así que te asalté, distraída, mientras recortabas las hojas caducas de aquella planta que te regalé hace ya dos primaveras, y te estampé un beso intenso en los labios. Traicionero por lo imprevisto, pero suave por su ejecución. Solo rozarte era suficiente, no quería, no hubiera soportado, romper el momento, tu silencio. Luego volví a mi periódico y a mi silla, con una complicidad interior, mientras tú sonreías sin mirarme, pero con un aire de a qué ha venido eso. Si supieses que ni yo sé por qué pasa tan deprisa el tiempo.

1 de febrero de 2012

Dice un antiguo proverbio indio, de los indios de las praderas, de las praderas americanas, me refiero, que para conocerte realmente te has de presentar ante ti mismo desnudo de todo lo que te envuelve, de cualquier bien material, de cualquier temor, de cualquier lazo con la vida. Me imagino que a lo que se refiere el proverbio, dicho o como lo llamemos, es que para conocernos, primero nos hemos de despojar de cualquier atadura que pueda ligarnos, que nos pueda influir en nuestros actos, en nuestras decisiones.

Realmente es imaginable que un individuo adorador de Manitú, allá en la casi soledad de su tipi bajo las estrellas, apenas poseedor de unas mantas de búfalo, cuatro lonas, una pipa, un caballo, pueda llegar a plantearse el deshacerse de todo lo superfluo. Hoy en día lo tenemos más difícil, la verdad. Vivimos en una sociedad que nos invita a no desprendernos de ninguna de nuestras posesiones, materiales o inmateriales. Nos hemos convertido en seres egoístas que anteponen lo que tengo a lo que soy, tal vez porque nos cueste mucho reconocernos sin todo lo que hemos conseguido a lo largo de los años. Es duro verte desnudo delante de ti mismo, y ya sabéis que hablo metafóricamente, sin pensar que en realidad en el reflejo del espejo que es el paso del tiempo, somos más por lo que poseemos que por lo que tenemos realmente como seres humanos. La verdad esencial es que no hay nunca vuelta atrás, y que cuan retrato de Dorian Gray, todo lo que somos se esconde en el fondo de nuestra alma.

28 de enero de 2012

La estrecha diferencia entre lo uno y lo otro.

Dicen que la diferencia entre el cine y el teatro es la proximidad del público, la reacción delante del espectador. Seguramente es verdad aunque, como en todos los ámbitos de la vida, siempre hay excepciones. Recuerdo que hace muchos años, tantos que ya me hace mayor, asistí a una representación en Barcelona de Las amistades peligrosas, basada en un libreto de Christopher Hampton sobre la obra homóloga de Pierre Choderlos de Laclos del siglo XVIII. La verdad que una de las motivaciones principales, que no la única, había sido lo realmente fascinado que me había dejado la película de Stephen Frears sobre el mismo tema, con Glenn Close, Michelle Pfeiffer, y John Malkovich como protagonistas. Casualmente, hace poco, y como inciso a todo esto, el propio Malkovich ha dirigido, y no protagonizado, una nueva adaptación de la obra en un pequeño teatro de París.

La otra motivación para asistir fue que, poco antes, había disfrutado con Puigcorbé, el que sería el Vizconde de Valmont sobre el escenario, y me había impresionado con su interpretación de locutor de radio en Llamadas a medianoche, de Eric Bogosian. Pues bien, a pesar de la dirección minimalista de Pilar Miró en Las amistades peligrosas a la que asistí, de un ritmo sostenido, y de saber perfectamente el desarrollo de la obra gracias al cine, en ningún momento el Valmont de Puigcorbé, así como en general el resto del reparto, llegó a emocionarme como el del genial Malkovich, atrapado en su total vacío existencial, y enamorado de la persona equivocada.

Esta anécdota, al fin y al cabo, solo me sirve para explicar cómo no siempre lo que esperamos se acaba cumpliendo, que hay excepciones, y que si por ejemplo el teatro juega con la ventaja evidente de la proximidad con el espectador, hay veces que los ingredientes, mal cocinados, no dan un buen guiso.

9 de enero de 2012

El hombre que amaba a las mujeres.

Marco Scoratti reposaba en su tumba, en un cementerio al sol de la Toscana, desde hacía ya tres años. La muerte le había llegado a la edad de sesenta y ocho, aún en plenas facultades mentales, físicas y, quién sabe, tal vez también emocionales. Había sido un hombre alto, fuerte, de piel morena y, en los postreros lustros de su vida, de un crespo cabello blanco.

Aquel mediodía de primavera, aniversario de su muerte, y en el que el sol calentaba plácidamente la piel, lo que hacía que el espíritu que sobrevolaba bajo ella se relajase, cuatro mujeres que no se conocían entre ellas, se encontraron ante la lápida envuelta en flores de Marco. La más joven no pasaría de la treintena, mientras que la mayor parecía ser poco más joven de lo que había sido él en vida. Todas, bajo unas gafas de sol que les cubría los ojos, parecían flotar entre un estado de triste ensoñación y dolor contenido.

Una de ellas, ni la más joven ni la más mayor, se agachó, enfundada en un estrecho vestido negro, y bajo un sombrero de ala ancha que casi escondía su pelo azabache, dejó una rosa blanca junto a la fría piedra. Luego de incorporarse, se volvió hacia las otras tres y les dirigió una esbozada sonrisa.

-Era un hombre encantador –La voz era suave y temblorosa-.

-Realmente sí –La que respondió fue una de las otras tres, alta, de porte elegante, los labios finos le devolvieron una apenas indisimulada sonrisa de melancolía-, fue todo un caballero.

La más mayor, la vista clavada en el suelo, parecía no querer hablar, aunque al final fue ella la que rompió los instantes de silencio.

-Marco sabía escuchar. Siempre que algo te angustiaba, podías recurrir a él y, desde esos ojos soñadores, parecía curarte el alma.

-Conocía tanto a las mujeres… -Esta vez la más joven acabó por entrometerse, con un aire como pidiendo perdón por la arrogancia de haberlo hecho.

- A mí, siempre me trató de forma muy diferente a la de los demás hombres. Me hacía reír cuando lo necesitaba. Era fuerte pero educado, y su sonrisa hacía que todo se desvaneciese a tu alrededor.

-Galante, sería la palabra- Replicó la mujer del vestido negro.

-Y un gran amante, siempre dispuesto –La mujer joven se ruborizó mientras pronunciaba las palabras-. Bueno, ya me entendéis… al menos conmigo.

-Pues yo lo conocí desde joven –Otra vez la mujer más mayor tomó el mando de la conversación ante la deriva que podía tomar esta-, y, la verdad, no le recuerdo tanta... ¿cómo lo diría yo?…promiscuidad.

Ninguna dijo nada más durante un minuto, el tiempo necesario para proteger su mutua intimidad.

-La verdad es que siempre fue atento –Al final se rompió el silencio. La mujer del vestido negro parecía no poder dejar de intentar ponérselo bien-. Sabía leer el alma de las mujeres, para luego ofrecer aquello que necesitabas.

-Sus manos eran de seda, y el azul de sus ojos resaltaba tan bien en su piel morena…

-Pues a mi me escribía poemas que me dejaba junto a la ventana.

-Le encantaba el café de las tardes en el porche de mi casa.

Las voces de las cuatro eran ya casi un susurro, solo al alcance de sus oídos, mientras el sol cálido hacía que el paisaje brillase ante sus ojos.

-Creo –Ahora la más joven volvía a hablar-, que le habría gustado que no le llorásemos. Así era él.

-Sí, y que brindásemos con una copa de vino a su salud.

-Y que le cantásemos una suave tarantela para poder decirle adiós de una manera original.

-Creo recordar –La más elegante se secó una gota de sudor que le perlaba la sien-, que le gustaba un poema de Andrea Mucciolo.

La mujer más mayor atemperó una voz que parecía de seda.

-Anima di sole,

dolcemente scalderà

l’inarrestabile ego

del mio battito vitale.

-Y sin embargo –Continuó-, aquí estamos cuatro mujeres desconocidas entre sí, llorando la pérdida de un hombre al que conocimos, cada una en un momento y circunstancias distintas, incluso puede que coincidentes en el tiempo, y que nos supo hacer vivir. Y a pesar de todo, creo que ninguna llegó a conocerlo de verdad. De tanto escucharnos, de tanto ayudarnos, de tanto querer que sonriéramos, hemos desistido de saber quién era en el fondo. ¿Qué sabemos de él, del hombre que sentía, que vivía, que lloraba y que seguramente también sufría en silencio solo por hacernos felices? Marco era eso y mucho más, capaz de hacer que le amásemos sin necesidad de presentir lo que escondía su sonrisa. Nos dio lo que da el sol. Calidez, placida calidez. Y es por eso que nunca encontraremos a alguien así.

Luego, las cuatro se miraron y se despidieron de Marco, cada una desde el silencio, para después marchar, sabiendo que aquel hombre al que habían amado cada una por separado sería, desde aquel momento, un eterno desconocido.