El otro día me encontré a un amigo por la calle. Hacía unos meses que había perdido su pista, y también su número de teléfono, tengo que reconocerlo, y al volverlo a ver, me pareció algo desmejorado. Después de estrecharle con fuerza la mano, observé que tenía los hombros hundidos, los ojos hundidos, y el espíritu hundido. ¿Qué te pasa? fue lo único que se me ocurrió decirle en aquel momento. No se porqué, pero la pregunta hizo que se le llenasen los ojos de lágrimas. Le observé con mirada de incredulidad, sin comprender con exactitud cómo una simple pregunta podía provocar esa reacción. La culpabilidad me asaltó, así que lo invité a una cafetería cercana. Cuando estuvimos sentados, y mientras esperábamos al camarero traernos un café y un cappuccino italiano (lo siento, pero hace un tiempo que no pido otra cosa), volví a hacerle la pregunta, esta vez acompañada de una mirada de comprensión. Él me devolvió una sonrisa desencajada, antes de explicarme la historia de Elluanah. Triste, conmovedora, he de reconocerlo. Elluanah era una chica de unos veinte años que mi amigo, cooperante de una ONG, había ayudado a llegar a Barcelona desde Senegal. Había perdido a toda su familia meses antes de huir de su país, se había tenido que prostituir para poder pagarse el viaje hasta Marruecos, donde la habían estado explotando las mafias hasta que consideraron que ya había pagado suficiente con su cuerpo como para obtener un sitio en una patera. Fue una dura noche de frío y miedo la que pasó hacinada junto a otros desconocidos antes de llegar a una solitaria playa. Allí, extenuada, y sin poder descansar, corrió hasta la arboleda más cercana, y junto a un hombre mayor, también senegalés, emprendieron la búsqueda de la esperanza en un lugar extraño, del que nada sabían, ni siquiera cómo hablar con los que allí vivían. El hombre mayor murió pronto, así que después de vagar por todo el país, Elluanah llegó a Barcelona, donde la volvieron a explotar, esta vez sus compatriotas, los que ella pensaba que serían sus amigos. Ella, una vez que tuvo la oportunidad de huir, lo hizo, y se dirigió, con un papel arrugado en la mano, a la dirección de la ONG en la que trabajaba mi amigo. Él se ocupó en seguida del caso, intentando regularizar su situación, buscándole alojamiento, trabajo digno, y finalmente, enamorándose de aquella chica solitaria, de gran corazón, y a la que le enseñaba cada día una palabra nueva en español, mientras ella le contaba historias de su país. Después de dos meses en los que todo parecía ir bien, la policía se presentó en su casa, para llevarla deportada. Y ese había sido el último día que mi amigo había visto a Elluana, el día en que le partieron el corazón en dos. Un pedazo roto, imposible de recomponer, y el otro había ido tan lejos, que quizá nunca lo volviese a ver. Por eso cuando acabó de contarme su triste historia, ¿qué iba a decirle yo? ¿Cómo aplacar algo su dolor? Su tristeza nacía no solo de la pérdida del amor, de la felicidad, sino de la impotencia del sufrimiento de Elluanah, otra vez perdida en una vida que castiga siempre a los más débiles, a los desamparados.
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18 de julio de 2009
Y el hombre pisó la luna...
17 de julio de 2009
MILLENNIUM

8 de julio de 2009
Los amigos causan efectos secundarios.
Si, lo se, parece que siempre le esté dando vueltas a las mismas cosas. Pero, ¿qué más puedo hacer, si lo que siento y me pasa versa sobre los mismos temas? Desconozco cual es la verdad de todo, aquella que me haría auténticamente feliz, y creo que en eso me parezco al resto de los humanos que poblamos esta esfera azul, y sin embargo, cuanto más intento escarbar en los sentimientos de los que me rodean, mayor es mi desesperanza para encontrarla. Sería algo así como cuanto más intento descubrir a mis amigos, más los desconozco. Porque, bien mirado, nuestros amigos son una subespecie dentro de la especie humana. Son seres que nos rodean, muchas veces sin hacerse notar, y que, si son de verdad, están ahí siempre que los necesitas. Pero también están los falsos amigos, parásitos que huyen de tus problemas como si estos fuesen la penicilina. Por eso, no hay nada mejor que vacunarse contra ellos, y para hacerlo es importante empezar pidiéndoles un favor. Si son amigos de verdad, te escucharán, sufrirán por ti con tus problemas, y finalmente se ofrecerán para lo que haga falta. Si son parásitos, te oirán pero no te escucharán, ya que se habrán quedado muy al principio, pensando qué les vamos a pedir, sufrirán, pero no por tus problemas, sino por cómo les afectarán estos a su tiempo o a su cartera, para finalmente hacerte ver que están en terribles problemas económicos, o que mañana marchan de vacaciones. Esos falsos amigos, subespecie que fagocita todo lo que pueden sacarte, negándose luego a devolvértelo, abundan más de lo que nos pensamos. Y sin embargo, como las bacterias, son inevitables. Y tienen efectos secundarios. Normalmente, después de haber descubierto su presencia, y sin darte tiempo a ir al médico, te dejan como secuela cara de tonto, la boca abierta, y lo que es peor, una tremenda desilusión dentro del alma.
La soledad de los números primos

7 de julio de 2009
La circunstancia ahogó al pez.

5 de julio de 2009
Del líder.
Hoy voy a hablar de los líderes. No, no os asustéis, no voy a hablar de política, no. Me refiero a algo más banal, como son los liderazgos en la vida normal. Quiero hablar de los líderes que nos encontramos diariamente. De aquella gente que toma la iniciativa en un momento dado. De los que cogen la linterna cuando se va la luz para arreglar los plomos. Los que se presentan los primeros para arreglar la tubería que amenaza con inundarnos el piso. Los que, cuando ven una persona en el suelo, no dudan en salir corriendo a auxiliarla. Hablo de todos esos que lo hacen, pero también de aquellos que lo intentan. Porque para mi, en definitiva, existen dos clases de héroes. Y para ejemplificarlo, utilizaré dos personajes de la serie de televisión Perdidos (Lost), de la que yo soy fanático seguidor, y que me imagino que todos conocéis aunque sea por referencia. También podría utilizar personajes de cómic, pero no lo haré. Pues bien, en la serie existen esos dos personajes que me sirven de ejemplo para los dos tipos de líderes.
Uno es Ben Locke, el líder fuerte, sin dudas, seguro de si mismo, sin contradicciones internas, y al que solo le confunden las cosas que no domina, que se salen de lo razonable, de lo racionalizado. Para él es fácil tomar la iniciativa, ser rápido y eficaz, tener las cosas claras. Es casi como un militar, con el cerebro siempre alerta. Y le es fácil porque se queda en lo básico, en lo fundamental, en la dermis de las cosas. No se pregunta porqué, solo se deja llevar por su moral, y por las necesidades. Quien poco abarca, mucho aprieta, vendría a ser su trasfondo.
Y en el otro está el personaje de Jack, el médico, el hombre lleno de dudas, enfrentado constantemente con su propia moral, que se cuestiona sin cesar cada uno de los movimientos a hacer para solventar los problemas, que intenta proyectar qué consecuencias tendrán sus actos sobre los demás. Es el líder por necesidad, por obligación. El que actúa porque las circunstancias lo requieren, porque no queda más remedio, incluso se diría que por no quedarse atrás. Y es por ese simple motivo, la duda, el cuestionamiento continuo, el intentar no fallar a pesar de tener la certeza que no estará a la altura, lo que lo lleva más cerca del abismo, a bordear el fallo. Su espíritu es más culto, intelectual, pero a la vez depresivo, precisamente por el miedo al fracaso.
Y a pesar de que los dos líderes son en definitiva eso, líderes, el camino que tienen que recorrer es diferente. Uno es directo, sin intersecciones. El otro es sinuoso, lleno de trampas y baches, de señales confusas. Mientras que el primero cogerá la llave inglesa y se lanzará con seguridad sobre la tubería averiada, el segundo estará pendiente de no fallar, y dudará si girar a derecha o izquierda antes de hacerlo. Y con todo, personalmente, yo seguiría al segundo. Porque se que a pesar de ser falible, siempre intentará elegir entre dos caminos, imaginando cual podrá ser el mejor. La duda nos hace humanos, mientras la confianza excesiva nos acaba haciendo soberbios, ignorantes de la opinión ajena. Y de ahí a la soledad del líder, solo queda un paso.
1 de julio de 2009
Angels.
Volver a nacer
