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29 de enero de 2009

Wicked Game.

Hace ya casi veinte años, y la canción de Chris Isaak suena igual de sugestiva que entonces. Sin más comentarios.

28 de enero de 2009

La muerte de los demás…

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Hay veces que la muerte nos acecha cerca de casa…

Hoy he oído en las noticias que un hombre ha matado a su mujer y sus cinco hijos. Parece ser que había perdido su trabajo y se había arruinado, tanto da. Ha sido en estados Unidos, pero el lugar da igual, la tragedia se repite con demasiada facilidad. Alguien decide que ya es suficiente su dolor, y que también lo es para su familia. Y digo yo, ¿quien le da derecho a suponer que su familia quiere dejar de sufrir de esa forma?¿Por qué piensa que puede decidir qué es lo mejor para los otros? Si no eres capaz de afrontar el lógico miedo que te asalta cuando el mundo se derrumba, puede pasar que pienses que ya no tienes fuerzas para seguir. Es un momento de ofuscación, de hundimiento. Todo pasa, y lo que pierdes en el camino, ha de hacerte aprender a ser mejor. Con menos, pero mejor. Ni vergüenza ni frustración. Pero si ni así eres capaz de proseguir con tu vida, por lo menos, deja que los demás decidan no dejarla. Y esto suele pasar con personas que están acostumbradas a decidir sobre lo que es conveniente a los demás. Son los que he nombrado alguna vez como hombres confiables.

Y sin embargo, todo se repite con demasiada facilidad…

Si existiese Utopía.

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Estoy seguro que todos, alguna vez en la vida, en algún momento en concreto, hemos pensado qué haríamos si pudiésemos cambiar las cosas. Si pudiésemos cambiar el mundo, estoy convencido también que en general todas las personas pensarían, mas o menos, lo mismo. Haríamos que se acabasen las guerras, el hambre, las injusticias, inventaríamos medicinas que curasen las enfermedades incurables. Todo altruismo.

Si pudiésemos cambiar nuestro entorno, lo ajustaríamos a todo aquello que siempre hemos imaginado. Nuestros vecinos serían educados, como nosotros nos creemos, y nos saludarían siempre que nos los cruzásemos en la puerta de casa, el del piso de arriba no saltaría a todas horas, ni el de al lado pondría la música (aquella, precisamente, que no soportamos) a todo volumen cuando estamos durmiendo, siempre encontraríamos una tienda donde lo que quisiéramos comprar estaría rebajado un cincuenta por ciento, los jefes nos aumentarían el sueldo sin tener que negociar… Resulta tentador, ¿eh? Yo, desde luego, pediría ser invisible. No me digáis que no sería tentador.

Bueno, pero aquí entra en escena lo que cambiaríamos de nosotros, para nosotros. Parece fácil decidirse pero, como todo en la vida, siempre hay la cara oculta. Pensemos. Primero, y seguramente generalizado, pediríamos al supuesto genio de la lámpara ser más jóvenes (esto no va dirigido a los veinteañeros, se sobreentiende), pero eso si, con la experiencia de lo vivido hasta ahora, no sea que nos olvidemos de algo y después nos volvamos unos unos inmaduros. Ganar más dinero, o ser millonario, englobaría lo del coche de nuestros sueños y aquella casa que vimos una vez en una revista del corazón (si, de esas que solo leemos en la consulta del médico o en la peluquería, no sea que nos acaben tildando de superficiales). También nos pediríamos el estar con la mujer u hombre de nuestros sueños (si, si, aquella o aquel que tienen cuerpo de modelo y cerebro de premio nobel), ideal con la que compartiríamos nuestra vida para siempre, casi sin envejecer. Así seguiríamos hasta hacer nuestra vida perfecta.

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Pero, una vez conseguido nuestro propio mundo de Utopía (si Tomás Moro levantase la cabeza), seguramente nos daríamos cuenta que para conseguir todo lo que nos hiciese feliz, alguien padecería por nuestra culpa. O si no, ¿donde iría a vivir la gente que habitaba nuestra casa soñada?¿a cuántos de nuestros compañeros de trabajo tendrían que despedir para pagarnos el sueldo que creemos merecer?¿y la comisión del vendedor de coches que ya no podría venderlo por culpa que nosotros nos lo hemos llevado “por la cara”? Y finalmente, ¿qué pasaría con el novio, marido o amante de la mujer que deseamos? Solo es cuestión de planteárselo, y decidir si nos compensa hacer daño a otro para conseguir lo que deseamos, o lo que es lo mismo, vivir para siempre en la cara oculta de la luna. Yo, desde luego, ni me lo pensaría, porque solo se vive una vez.

25 de enero de 2009

La frase escrita en la pared.

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Hace unos días, cuando iba caminando por una calle del centro de Barcelona y me dirigía a cumplir unos trámites en el Ayuntamiento, distraído escuchando por mis auriculares música de Bill Evans, pendiente, eso si, de la bolsa que colgaba de mi hombro derecho donde llevaba el ordenador portátil, mi vista se cruzó, por casualidad, con un graffiti en una pared. Bueno, más que graffiti, los cuales me parecen una digna expresión del pop-art, era una frase escrita en la piedra centenaria de dicha pared. Apenas eran dos oraciones escritas con un lápiz negro, pero me acerqué lo suficiente para poder leerla.

Recuerdo la primera vez que me fijé en este tipo de expresión comunicativa. Tenía yo quince años, y cerca del instituto al que iba leí, en una pared también, una frase rotunda: Hambre, guerras, padecimiento. Si Dios no ha muerto, ¿porqué se esconde? He de reconocer que la frase era buena, un estímulo para reflexionar, una consigna ciertamente radical, anti religiosa, provocativa. Hoy la hubiese atribuido al movimiento Okupa, a los anti-sistema, o a los que financian los mensajes en los autobuses de Barcelona, Londres o Madrid. Pero cuando yo tenía quince años, este tipo de frases se achacaban a los comunistas. El mundo era más sencillo para los simples, desde luego. Pero a mi el tema de la frase me hizo pensar. ¿Quién lo habría escrito realmente? ¿Era ese un modo de expresión y de expansión de las ideas? ¿Qué buscaba su autor, tan solo dar rienda suelta a sus ideas, o quería ir más allá? Finalmente, después de darme cuenta que nunca encontraría respuesta a mis preguntas, y de que planteármelas era de lo más pueril, me centré en el verdadero mensaje. Tal vez eso era, sencillamente lo que quería su autor. Ser escuchado. Porque el tema de los graffitis viene de lejos. Los encontramos en las ruinas de Pompeya, los había políticos en la antigua Roma, en la Edad Media las iglesias eran un buen aparador para estos mensajes. Los había, además, de todo tipo. Políticos, filosóficos, de amor, pornográficos (a veces bastaba garabatear un miembro viril para expresar un estado de ánimo), o solamente insultos.

Hace unos años estuve en Venecia. Allí, después de visitar el Palacio Ducal, admirando la impresionante colección de antigüedades renacentistas que conservan, y antes de pasar por el Ponte dei Sospiri, vimos las mazmorras de la antigua prisión de la República. En ellas, en sus húmedos calabozos, encontramos una amplia colección de escritos en las paredes, hechos por los usuarios de la cárcel, muchos de ellos esperando la muerte. Para mi, encontrarme con el pasado anónimo, intacto, de gente que vivió y padeció hace cuatrocientos años, resultó uno de los hechos más curiosos del viaje. Además, la soledad que encontramos, pues apenas nos cruzamos con tres japoneses que regresaban desorientados a la entrada, hacía que aquellas frases en italiano antiguo fuesen todavía más reales. Muchas frases eran recuerdos a sus madres, justo antes de morir ajusticiados, también a las novias, literarias algunas, o imprecaciones contra sus carceleros. Pero la mayoría eran, me imagino que debido al carácter de quien los hacía, y a saber que para ellos no existía el mañana, dibujos obscenos. Y es que el hombre (del sexo masculino, me refiero), es el único animal que, aparte de tropezar dos veces con la misma piedra, canaliza la sangre del cerebro hacia sus partes bajas.

En fin, podría explicar otras frases escritas en paredes, como cuando en los lavabos de la universidad leí, entre infinitas, una que decía: Mientras los demás se juegan su futuro en clase, yo resuelvo mi presente ahora mismo. Lo dicho, los temas, en el fondo, no cambian.

Sin embargo, después de este repaso por el tiempo de mi relación con las frases y las paredes, lo podría extender también a internet, pero creo que necesitaría escribir, al menos, un libro sobre el tema para explicar algo de lo que se puede leer en esa pared incorpórea.

Se me olvidaba, perdón, la frase que leí: Otro día sin verte, otro día echándote de menos, ahora se que eres tu. ¿Quién ha escrito la frase?¿A quién irá destinada?…solo ellos dos lo saben.

23 de enero de 2009

Teardrop. Massive attack

Massive attack es uno de mis grupos favoritos desde hace diez años, y Teardrop una canción muy especial para mi. Es por eso que se la dedico a Adriana. Te estaremos esperando toda la semana, ya lo sabes, pero mientras tanto, escucha alguna de la buena música que te espera cuando llegues.
 
                                

Jazz

Sombras que suben escalando la profundidad de la noche,
para esperar bajo una farola
de lánguida luz amarillenta.
La seducción y el olvido,
como cuchillo traspasando la nocturna
atmósfera, suenan con la música
lenta y suave de pasión.
Surgen en la noche gotas de amor traicionado que
cayendo en un charco de luna solitaria,
van bordeando de oscuridad desconcertada
las lágrimas de una mujer traicionada.

Humo claro y oscuridad,
ésta húmeda de seducción,

las notas lúbricas que suenan

van dejando el rastro infinito

en la luz de la madrugada.


"Poemas anteriores"

22 de enero de 2009

Nuestro mejor amigo…

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En los tiempos que corren, tener un perro es casi un lujo. La comida es carísima, el veterinario por las nubes, las vacunaciones, el impuesto municipal. En fin, que el pobre animal, ajeno a toda esta sangría monetaria, nos suele devolver cariño en forma de lametazos en la cara (y hablo por experiencia, como ex dueño de un yorkshire terrier), alegría en forma de movimiento compulsivo del rabo, comprensión en manera de mirada desvalida cuando nos ven malhumorados, vigilantes de nuestras casas, o bastón de ciegos. Bueno, y un sin fin de aspectos más que hacen que el “mejor amigo del hombre”, con respeto a los gatos y canarios, seres que también tienen su qué personal, sea también la mejor compañía.

Y ahora parémonos a pensar en qué manera les devolvemos todas las sinergias positivas (hay que ver lo que se liga llevando un perro de la correa) que desprenden junto a nosotros. Primero, culpabilizándolos de todas las cacas que ellos hacen en la calle, y que otros desprevenidos ciudadanos se llevan, indefectiblemente, a casa como regalo, con el único fatuo consuelo de jugar a la lotería. Como si el dueño no fuese el responsable de llevar encima la bolsita recolectora, vaya. Después, del ruido de sus ladridos cuando alguien pasa al lado de la casa de sus amos, pensando que ha sido el pobre animal el que se ha negado a ir a un adiestrador para enseñarle a comportarse. Pero lo peor, la más atroz de las penurias que esos pobres seres han de padecer, es el llevar ropa encima. Que si gorros, que si bufandas, que si chalecos, jerseys…pero lo más denigrante que he visto en mi vida, y que me ha movido a escribir este alegato en favor de los canes, ha sucedido hoy cuando, caminando por una calle de mi barrio con una amiga, he visto la indecorosa imagen de un perro vestido con una ridícula chaqueta deportiva de color rosa, con cubre patas incluido y capucha. Y además, ¡de marca!, paseado por su dueña, vestida con un abrigo de pieles. Mi amiga y yo nos miramos, nos reímos, y continuamos caminando. Bien pensado, quien hacía verdaderamente el ridículo era la dueña del perro. Y pensar que los consideramos como nuestras mascotas, nuestros amigos. Con amigos como nosotros, para qué tener enemigos…

21 de enero de 2009

Yes, we can.

Por fin Barak Obama ha sido legitimamente presentado como presidente de los Estados Unidos de América. Por fin la ilusión y el compromiso llegan al máximo poder del estado más importante del mundo. Felicitar, felicitarnos, a todos los que habitamos este planeta, porque solo por la presencia de la esperanza en sus discursos, merece la pena apoyar al primer presidente afroamericano de USA, y más después de los ocho años de frustración y desastre que el anterior presidente nos ha dejado. En momentos como este, todos podemos formar parte de una sinergia positiva que nos lleve a conseguir los objetivos prioritarios de la Humanidad, que no son otros que la paz y el bienestar de todos los ciudadanos del mundo. ¡Suerte, presidente Obama!

17 de enero de 2009

Diario de lectura de El Alquimista.

Por fin he acabado de leer El Alquimista. Doy fe que he tardado un poco, dado lo breve del libro resulta extraño, pero no es que no me gustase, no, sino todo lo contrario. Es que debido a la naturaleza de la maravillosa historia, mezcla de relato filosófico, intemporal, y cuento oriental, decidí que lo leería poco a poco, dosificado, justo antes de quedarme dormido, bajo la tenue luz de la mesita de noche, lo que convertía mi cama en el entorno adecuado para transportarme a los parajes de ensueño del libro.
He de reconocer que nunca antes tan pocas palabras, tal vez excepción hechas de los cuentos de Borges, me habían transportado tan fácilmente a mundos hechos de retazos, pero suficientes para que mi imaginación acabase de construirlos. ¿Y qué es lo que me han enseñado esas páginas?
Lo primero, es que todos tenemos un objetivo, un sueño, lo que Coelho llama Leyenda Personal, en nuestra vida. Algo que queremos conseguir y que hace que sintamos anhelo cada vez que pensamos en ello. Para algunos es algo material, para otros puede que simplemente la felicidad, o el amor de alguien. Algunos son conscientes de cual es, mientras que otros lo ignoran, o no son plenamente conscientes hasta que ha pasado el tiempo. Yo tengo claro cual es mi objetivo, pero no se si algún día podré conseguirlo.
También nos enseña que nuestros sueños están muy cerca, pero que muchas veces hay que viajar lejos, aunque sea metafóricamente, para poder darnos cuenta de ello. Y el viaje de ida y vuelta puede ser duro, desagradable, o desalentador, pero nunca hemos de dejar de creer en nuestros sueños, en nuestros propósitos. Coelho utiliza la figura del Alma del Mundo y de Dios para explicar la naturaleza de nuestros anhelos, sin embargo todo es más simple, y se entronca con lo que suelo explicar en todo lo que escribo: no renuncies nunca a tus sueños, lucha por ellos, por muy imposibles que te parezcan, por muy lejanos que se vean, pues después de una noche de tormenta, siempre aparece la calma, y detrás el suave amanecer. 
Y en este camino hacia la armonía total con nosotros mismos, nos guía, siempre, el corazón. Debemos hacerle caso, pues él es el que nos ata al alma de todo, de todos, y conoce el camino correcto. Por eso, cuando dudamos, hemos de seguir sus indicaciones. Y en el camino hacia nuestros sueños, hemos de recoger todo lo bueno que nos aparezca, disfrutarlo completamente, y no desechar nada, pues cuando regresemos puede que nada sea igual.
Por último, creo que he aprendido que el verdadero amor hacia nosotros proviene de las personas que aceptan que vayamos en busca de nuestros sueños, nos acompañen en el camino, o nos esperen. Y por supuesto, respetar los sueños de la persona que queremos. Es la única manera de contribuir a conseguirlos.

14 de enero de 2009

El secreto para ti de El Secreto

Alguien me ha enviado este vídeo, y en cuanto lo he visto, he pensado que puede ser muy útil como filosofía vital, para ayudarnos a comprender que en esta esfera humana que compartimos, todos estamos conectados, y que cada cosa que hacemos puede ayudar a otras personas, aún sin darnos cuenta.

El hombre confiable.

Existen dos tipos de personas en este mundo, según mi forma de ver las cosas. Una, el improvisador, que todo lo deja para el final, que prefiere esperar a que los hechos sucedan por si mismos, y luego tomar la decisión cuando no queda más remedio. Es una persona contemplativa, que todo le parece bien, que evita las confrontaciones y las tomas de decisiones, que siembra su espíritu de esperanza para poder sobrevivir a las situaciones que se ponen a su alcance. Siempre piensa que todo puede ser peor, que el riesgo ha de ser controlado, y que jugársela no tiene sentido si llevas una venda en los ojos. A este tipo de persona lo llamaremos el hombre (que no se me enfaden las mujeres, que en esto de poner género a las palabras soy un poco disléxico) contemplativo.

El otro tipo de persona, es aquella que delante de las situaciones peligrosas no es que no les tenga miedo, sino que disfruta con ellas. Los negocios siempre han sido lo suyo, el riesgo, el lanzarse al vacío sin calcular ninguna posible consecuencia, pues para ellos todo lo que pueda pasarles está ya previamente calculado. Confían tanto en si mismos porque son gente previsora, aferrados a la tierra, que calculan con desmedida confianza los riesgos, y acaban viendo, infaliblemente, que pueden asumirlos todos. No hay vida sin riesgo. No existe el riesgo sin diversión. Fíate de estas personas a la hora de organizar algo, como un viaje, porque desde el primer minuto sabrá qué es lo que hay que hacer. E incluso dominan la improvisación, pues está preparados para todo. Una joya, vamos. Es el hombre (de nuevo, perdón) confiable.


Si tu pareja es así, y tira del carro constantemente, te salva cual Tarzán a Jane de constantes situaciones, resuelve tus problemas siempre con una sonrisa, no deja jamás que decidas más allá de lo que te vas a poner por la mañana, controla los pagos y cuentas del banco, sabe exactamente, diariamente, cuánto dinero os queda para llegar a final de mes, se enfada cuando le llevas la contraria y le gusta ser él el que decida ceder, lo tienes siempre cerca, sabiendo lo que haces a cada minuto...enhorabuena, tienes la vida simplificada. Nada de preocupaciones, porque él, o ella, se adelantarán a ti para solucionar tus problemas, para resolver tus dudas. Eso si, si algún día despiertas por la mañana y descubres que esa vida tan fácil no es tu vida, sino la de él (o ella), y quieres huir de ese eterno Gran Hermano, piensa que nunca es tarde para empezar de nuevo a escribir tu propio destino. Solo es cuestión de intentarlo.

13 de enero de 2009

El alquimista ciego.

El otro día, un amigo, mientras nos tomábamos un café en el Agustí, en la calle Vergara, me explicó la historia de un primo suyo. Su primo, angustiado por un problema de dinero, llevaba un tiempo en que las cosas no acababan de salirle nada bien. Todo lo que hacía e intentaba se venía abajo, se desmoronaba. Los negocios, su vida sentimental. Todo. Había emprendido hace un año, justo antes del crack inmobiliario, la aventura de construir unos chalets en unos terrenos cercanos a Barcelona, comprados a precio de oro, y para lo que había hipotecado su piso en pleno centro de la ciudad, más una casa heredada de su padre en una conocida estación de esquí. Total, muchos millones que el banco se encargaba de cobrar, puntual y meticulosamente, cada principio de mes. Pues bien, el proyecto estaba paralizado por culpa de no se qué trámite burocrático, y además no obtenía compradores antes de finalizar la obra, como era normal hasta entonces. Estaba en la ruina técnica. Su hijo mayor, de datorce años, comenzaba a dar preocupantes síntomas de rebeldía preadolescente. Vamos, que aparte de flaquear en los estudios, le había cogido la policía, junto a otros amigos, conduciendo una moto sin permiso y en total estado de embriaguez. Para colmo, la relación con su mujer no atravesaba los mejores momentos. Ya se sabe, que cuando la pobreza entra por la puerta... Bueno, que ese podía ser el detonante, pero es que después de veinte años casados, ella se había dado cuenta que eran cada vez más unos perfectos desconocidos el uno para el otro. Claro que él sentía lo mismo, y tenía claro que su mujer tenía más razón que un santo (santa, perdón), pero con los problemas económicos, los de su hijo mayor, y encima la ortodoncia de la pequeña de siete años. Caótico todo, cuando menos, estaréis de acuerdo conmigo. Pero aquí no acababan sus problemas, pues resulta que su amante, si, su amante, le había amenazado con explicarle todo a su mujer. Él, que había encontrado refugio en aquella mujer en sus momentos de incomunicación conyugal, se sentía ahora, en el peor momento, presionado, traicionado. Así que el primo de mi amigo estaba en un verdadero dilema. ¿Qué hacer?
-Creo que lo tiene complicado, -le dije mientras sorbía con pausa mi capuccino- pues todo parece desembocar en el desastre. Su mundo se hunde, y él no parece tener alternativas para poder sobrevivir en ese complicado entorno que le envuelve. Lo único que le queda es tomar una decisión. 
Después de hablar como un técnico de seguros, o un economista de medio pelo, me quedé tan ancho y volví a mi capuccino. Mi amigo me miró de soslayo, no muy convencido de que le hubiese ayudado (yo tampoco lo creía), pagó los cafés, se despidió y se fué a la oficina.
Todo en el mundo siguié iual. La crisis, los niños inocentes muertos en Gaza, noche vieja, atragantarme con las uvas, los soporíferos programas de año nuevo, los regalos con poco gusto... todo menos el precio del café, que con el cambio de año aprovecharon para subirlo veinte céntimos. Y de eso me dí cuenta ayer, que volví a pasarme por el Agustí. 
Cuando llevaba apenas diez minutos en la barra, y me acababan de servir el capuccino, vi entrar a mi amigo. Nos saludamos, luego nos felicitamos con cierto retraso el nuevo año, y finalmente se sentó a mi lado.
-Por cierto, -le dije- ahora que recuerdo, ¿cómo está tu primo?
-Verás, -me comenzó a decir después de levantar su brazo izquierdo y, con un gesto inconfundible, pedir un café americano- ya lo ha resuelto todo.
Creo que no pude reprimir la sorpresa, pues acto seguido me explicó la soluión al laberinto personal en el que se encontraba.
-Verás, para empezar, no pudo impedir que su amante le rajase todo a su mujer por teléfono, lo que hizo que esta le dejase plantado al instante después de una discusión histórica. En cuanto al chico, se ha quedado a vivir con él, por decisión de su ahora ex mujer, mientras ella se quedaba con la pequeña, previo cobro de la ortodoncia, claro. Los bancos se han quedado con el piso del centro, y también con la casa de la montaña. Y con el coche, claro. Además, le han negado el permiso para construir los chalets, así que aquello ha de ser derribado en un plazo de tres meses, además de pagar una multa, y de embargarle la cuenta. La amante le ha enviado a paseo, por supuesto, y lo poquísimo que le quedaba se lo ha gastado en una tarotista que le ha aconsejado tan mal como ha sabido. En fin, todo arreglado.
Yo miré a mi amigo con extrañeza.
-¿Donde ves tu el arreglo? Es un desastre. Su vida se ha acabado. Ya solo le queda irse a vivir debajo de un puente, después de todo lo que le ha pasado.
Mi amigo sonrió, ladino.
-Pues que se ha ido a vivir con la tarotista, una mujer madura pero todavía de buen ver, que le mantiene. Vive embaucando a los demás, un poco como antes, pero ganando dinero. Su hijo no soporta a su madrastra, así que se ha vuelto con su madre. Su amante se ha liado con su ex mujer, pues resulta que después de consolarse mutuamente y dejarlo a él como un trapo, se dieron cuenta que se confortaban mucho mejor de lo que había hecho nunca él. En fin, que no hay mal que mil años dure, ni cuerpo que lo aguante, como se suele decir.
Mi amigo apuró su café americano, y luego se levantó del taburete.
-Hoy pagas tu, ¿verdad? -fué su despedida a modo de saludo.
Y allí me quedé yo, cabilando sobre cómo el destino juega con nosotros hasta retorcernos, para luego brindarnos una última salida. Algunos la saben ver, la aprovechan, le dan la vuelta a la situación, y siguen adelante. Otros no son capaces de hacerlo, y nunca se atreven a cambiar su suerte. Porque, en el fondo, como un alquimista ciego que encuentra la piedra filosofal como por casualidad, escribimos nuestro propio destino, aunque muchas veces no nos demos cuenta de ello.
 

12 de enero de 2009

Bossa Nova.

Un poco de música para relajarnos, ver y escuchar. La verdad, para mi, espectacular. Un verdadero golpe de vitalidad, de calidad.

                             

11 de enero de 2009

La infancia perdida.

Hoy en la televisión han dicho que en la guerra (perdón, genocidio) palestina, la cifra de muertos asciende a más de 800. De estos, una cuarta parte serían niños. Las imágenes de un padre llevando en brazos, solo, a su hijo calcinado y medio devorado por los perros después de dos días muerto, hace que el corazón de las personas que tengan un mínimo de sensibilidad, se contraigan hasta llorar. Eso es lo que me pasó delante del desolador espectáculo de la muerte injusta, de la masacre injustificada, de la desproporcionalidad de la respuesta del pueblo israelí. Porque no se si todos aceptan lo que su gobierno está haciendo con la población de la franja de Gaza, pero no existen reacciones en contra por parte de los que antaño fueron casi exterminados por el genocidio. Creo que más allá de la razón política y la lógica de los países, está el sufrimiento de un pueblo entero, representado en unos niños que ya no pueden llorar porque no les quedan lágrimas en sus miradas vacías, en sus gestos de terror. Ser equidistante ahora es ser partidario de la continua muerte de inocentes. Hemos de luchar contra eso cada uno dentro de nuestras posibilidades, dejando de lado ideologías políticas, creyendo tan solo en la paz y en el bienestar de unos niños ya marcados, por desgracia, por la crueldad de los adultos. Seguir viviendo cuando lo has perdido todo, incluso la dignidad, es tan duro como haber muerto en el camino, porque lo que destruyen es lo más imprescindible en el ser humano, aquello que cuando nos hacemos mayores nos hace sentir vivos: la infancia. 
Mario Vargas Llosa comenta en El Pais de hoy: "la política de Israel de incomunicar a Gaza y mantenerla en una suerte de cuarentena implacable, impidiéndole exportar e importar, cerrándole el uso del aire y del mar, permitiendo que sus pobladores salieran de ese gueto sólo a cuentagotas y después de trámites abrumadores y humillantes, contribuyeron al gran "fracaso económico" que hoy día los halcones de Israel exhiben como prueba de la incompetencia de los palestinos para gobernarse a sí mismos." Es verdad, como un análisis puro político, que Israel ha denigrado constantemente al pueblo palestino, que solo busca un lugar bajo el sol, utilizando para ello el terrorismo como arma equivocada en su lucha de David contra Goliat. Sin embargo, a mi me preocupa más esta herida constante, este desangrado de vidas que deja a niños muertos, y a los que quedan sin vida, les arrebatan la única patria que realmente nos pertenece a todos y cada uno de nosotros, y que luego nos servirá para intentar ser mejores. Ni Israel ni Palestina, la patria perdida de los niños supervivientes es su propia infancia.

7 de enero de 2009

Hay días...

Hoy no tengo un buen día. No todos pueden ser perfectos, lo se, pero hoy me asaltan todas las desganas. En la calle hace frío. Creo que hacía tiempo que no hacía tanto en Barcelona, o al menos a mi me lo parece. La gente inocente sigue muriendo en una pequeña franja de tierra en Oriente Medio. ¿Porqué es así de cruel el mundo con aquellos que no pueden defenderse? Ojalá Israel recapacite y deje de liquidar vidas a la par que la dignidad de todo un pueblo. Creo que poco a poco la fiebre comienza a asaltarme así que, en este estado gripal, lo que pueda decir es más bien una lotería. Muchas veces comienzo a hacerlo sabiendo simplemente la primera frase, que se me acaba de ocurrir. Lo admito, soy indisciplinado escribiendo. Un tipo lleno de ilusiones y proyectos que, de tanto en tanto, desaparece de la realidad para meterse en otra paralela, donde parece dominar lo que le rodea, pero que en el fondo todo lo que realiza está bajo el yugo de lo que sus personajes le exigen. Así que, ya lo estáis viendo, he vuelto a hacerlo, a escribir desde un comienzo no imaginado. Después de cada punto, surge la siguiente frase, y así hasta que ya no se qué decir. 
Pero bueno, volviendo al principio, sin dejarme llevar, y mientras la tos me permita seguir tecleando, hoy no tengo un buen día. Entre lo que puedo explicar y lo que no, mi estado de ánimo comienza a estar bastante maltrecho. En mi lado de la cama tengo el libro que ahora mismo estoy leyendo, El alquimista. Si, ya se que llego veinte años tarde, pero a veces los libros nos encuentran, más que nosotros buscarlos, y seguramente este debe ser el momento en el que debo leerlo. Los dioses de las letras deben quererlo así. Y yo sigo necesitando que mi realidad supere a mi ficción. Hasta ahora, de lo leído en el libro de Paulo Coelho, creo entender que hemos de luchar por nuestros sueños, aunque para conseguirlo tengamos que recorrer un largo y desagradable camino, donde encontraremos un sin fin de obstáculos. Continuaré leyendo, tal vez aprenda la manera de hacer realidad los que sueño.

3 de enero de 2009

El hacedor de palabras.

Hubo una vez un hombre, simplemente eso, un hombre entre tantos, sin nada que le destacase sobre los demás, más bien al contrario, tan normal que pasaba desapercibido allí donde estaba. Sin embargo, ese hombre aparentemente normal tenía un don secreto, invisible e inmaterial, un don del cual no solía darse cuenta, pero que lo acompañaba desde el nacimiento. Era lo que llamaríamos, un hacedor de palabras. Pertenecía a una rara disposición que hacía que sus palabras sonasen como la flauta de Hamelín, a los oídos de los demás. No para todos, por supuesto, ni en todas ocasiones, pero él parecía poder tejer hermosos trajes hechos de palabras. Escogidas siempre con la más natural de las delicadezas, amándolas, dibujando en ellas el sentido preciso que llegaba a la persona como una música calmante, capaz de redimir. Como un pastor que atrae a las ovejas a su entero antojo. Como un orfebre que adora cada una de las piezas que fabrica.
Este hombre, despojado de cualquier otra sabiduría que no fuese su facilidad para componer frases hermosas, cautivadoras, solía vagar entre los pueblos, ganándose la vida sin ninguna otra pretensión que seguir pronunciando palabras, y gozando de ellas mientras lo hacía. Había cautivado a innumerables mujeres durante su vida, utilizando el lenguaje. Era algo inconsciente en él, no buscado, y muchas veces no se daba cuenta de lo que hacía, hasta que ellas caían rendidas a sus pies. Y así seguía su camino, andando entre pueblos, conquistando mujeres que él no deseaba, que tan solo utilizaba para saciar su sed de pasión. Hasta que un día encontró a una bella mujer venida de un lejano país,  de la que se enamoró solo al verla. Comenzó, entonces, a tejer su tela de araña de palabras alrededor de ella. Las palabras más hermosas que pudo encontrar, así como las que inventó para ella. Palabras que había recogido en cada uno de los lugares que había visitado. Y luego, como si fuera un ilusionista, compuso aquellos hermosos trajes suyos, hipnotizantes. 
Sin embargo, para mala suerte suya, y después de intentar por primera vez en su vida utilizar su don premeditadamente, aquella hermosa mujer volvió a su lejano país, surcando para ello mares eternos, y remotas e inmensas montañas. Tan lejos que, a bien seguro, nunca volvería a verla.
El hombre, roto de desesperación, subió a lo alto de una colina, rodeado de horizonte, y decidió que se quedaría allí, sin comer ni beber hasta que, a través del pensamiento y su voluntad, pudiese conectar con el alma de la única  mujer a la que había amado. Entonces pasó mucho tiempo, y cuando sus fuerzas ya parecían flaquear, y las nubes de la desilusión se cernían definitivamente sobre su corazón, un último esfuerzo consiguió lo que tanto había anhelado. Y durante días hablaron entre los dos a través del alma, olvidados ya el cansancio y el hambre, con el único objetivo de construir palabras, frases hermosas para su amada, y de esta manera poder enamorarla a través del espacio, del tiempo.
Desde entonces, cada noche, al salir la luna sobre el horizonte, se amaron con la pasión de aquellos que han de aprovechar cada oportunidad que les da el destino, y sin importarles nada que no fuese lo que existía entre los dos, para ellos tan real como la luz que acariciaba el rostro de aquel hacedor de palabras cada amenecer al acabar su tarea. Y que por fin había encontrado el sentido a su propia existencia. Amar a la persona adecuada, a pesar de todos, a pesar de todo, en un amor inmortal.

2 de enero de 2009

Un sueño.

El otro día tuve un sueño. Claro, me diréis, todos soñamos. De acuerdo, no voy a negarlo, pero no todos nos acordamos de lo que soñamos, y si lo hacemos, es una infinitésima parte de las creaciones oníricas que nuestro cerebro nos brinda. Si pudiésemos recordar la totalidad de nuestros sueños, seguro que viviríamos desconocidas vidas cada noche, y seguro que eso nos acarrearía un estrés emocional tal, que lo que viviésemos en la realidad nos parecería sin interés. Como comparar un cuadro de Dalí con otro de Warhol. ¿En cuál preferiríamos vivir? Seguramente en el primero, que nos ofrecería múltiples posibilidades de divertirnos y sorprendernos.
Bueno, pues después de esta introducción del todo innecesaria, pero que me ha salido así sin quererlo, os paso a explicar un sueño. Es corto, os lo aseguro, y si os he de explicar lo que todavía recuerdo, aún más. Resulta que yo era un lobo, más bien un hombre-lobo (tal vez como el de la canción de Miguel Bosé), aunque no sé exactamente qué aspecto tenía yo pues no acababa de pasar por ningún espejo, y me colaba, a hurtadillas, a través de una ventana abierta bajo la luz de la luna llena, en la habitación de una bella dama. Esta, aún durmiente, respiraba con un susurro hermoso, cálido. Emanaba un dulce olor a perfume, frágil y penetrante a la vez, que se expandía a través de toda la habitación. Me acabé acercando sigiloso, como un animal en busca de la sorpresa, al borde de la cama. Uno de sus pies salía por debajo de la sábana, lo que me hizo pararme. Embobado, admiré la perfección de aquella mujer, como contrapunto a mi propia fealdad. Su cuerpo aparecía, insinuado, entre la nívea oscuridad (sé que los términos son contradictorios, pero me van como anillo al dedo), y eso pareció confundirme. Demasiado hermosa la presa, pensé. Luego un deseo, el que me había llevado hasta allí, morder. Solo eso, básico, instintivo, animal. ¿No era yo, acaso, un lobo? Luego, un instante de reflexión. No, no, yo era un hombre-lobo, qué narices (la verdad es que la expresión no era exactamente esa, pero hablar ahora de la parte testicular de la anatomía no me parece lo más adecuado), así que mi búsqueda constante de sangre humana con la que alimentarme, a diferencia de los vampiros, tenía que tener un cierto corte ético. No era cuestión de morder por morder, ¡qué va!, al contrario, para alguien como yo, era absolutamente imprescindible el respeto hacia la belleza. Tenía que decidir, así que me acerqué un poco más, tratando de contemplar su rostro que estaba mirando hacia el lado contrario de la habitación, e intentando contener en lo posible la fuerte respiración animal que agitaba mi pecho. Pude, entonces, verla a cierta contraluz. Su piel era blanca, el pelo oscuro, largo y rizado, le caía sobre los hombros. Sus manos, escondidas bajo la almohada, eran la culminación de una cierta posición fetal, como si recordase, aún, el vientre materno. No era ni joven ni mayor, pero sí explícitamente hermosa, una mezcla que a mí me pareció tremendamente acertada por parte de Dios, tenía que reconocerlo, aunque él y yo no fuésemos precisamente amigos. Valía la pena el perdón, pensé. Ya encontraré alguien que merezca mi rabia contenida, tal vez en el piso de abajo. Si, decididamente, eso era lo que haría. No podía por más que aceptar que, en este caso, había acabado siendo un pobre lobo enamoradizo. Sin embargo, antes de darme la vuelta, quise acercar mi hocico para poder dejarme embargar por un segundo por aquel olor tan subyugante. ¿Qué perfume utilizaría? Yo apostaba por Jean-Paul Gaultier, o Calvin Klein. Bueno, en el fondo, tampoco era yo muy entendido en la materia, así que lo único que se me ocurrió fue cerrar los ojos para impregnarme de ese sensación de plenitud. En el momento que lo hacía, un dolor intenso arrancó de mi pecho, como si una punzada de un rayo me traspasase el corazón. Instintivamente me llevé las garras al pecho, notando algo clavado en él. Horrorizado, vi que lo que tenía incrustado en mi lado izquierdo era una estaca con la punta de plata. Noté que la respiración me fallaba mientras los pulmones se me llenaban de sangre, me ahogaba, y las fuerzas me abandonaban. Mientras caía al suelo, sin comprender bien aún, pude observar la mirada de satisfacción de aquella mujer, su sonrisa irónica, su actitud despectiva, y el placer que le había producido vencerme. Solo unos pocos instantes antes de meterme en el túnel de luz que te lleva al otro lado, y que la vida me pasase por delante de los ojos como una vieja película, fui consciente de que mi cuerpo se transformaba nuevamente en humano. Volví a clavar mi mirada, llena de lágrimas y desesperación, en ella, junto a un último pensamiento: mira que son difíciles las mujeres.

1 de enero de 2009

Darle la vuelta como a un calcetín.

Ha empezado un nuevo año, y todo son deseos y nuevos propósitos para esta nueva época, que parece que empiece de cero. No se, es como si no tuviéramos que esforzarnos cada día de cada año para poder conseguir los objetivos que nos marcamos. Yo este año he empezado, o he acabado el anterior, depende como se mire, instaurándome una nueva tradición. He comenzado el año agarrando con fuerza en la mano, una moneda. No sé exactamente de donde viene ese ritual, ni si dará el efecto que busco, que es la buenaventura económica durante el año que empieza, pero bueno, he decidido que es una buena idea el hacerlo. Al final del año, sabré si vale la pena acabar con la mano dolorida de tanto apretar, o si es mejor dejarlo solo en el rito báquico de las uvas y el champagne. 
Yo le pido al nuevo año, más o menos lo de cada uno de los pasados. Sé que luego dependerá de mí conseguirlo, de mi constancia y mucho de la suerte. También de mis decisiones, esas que pueden hacer cambiar el rumbo de nuestra existencia. Solo le pido al nuevo año mantener todo lo bueno, tierno y hermoso que he encontrado hasta ahora, y poder acabar lo que he empezado el año pasado. Ah!, y por supuesto tener el suficiente tiempo y voluntad para poder acabar, finalmente, mi novela. ¡Eso sí que se me antoja una utopía!
Deseo suerte a todos los que me rodean. Sé que algunos están en una encrucijada que les asfixia, así que para ella (singularizo, hay que ser honesto) el deseo es que sepa afrontar su situación y decidir, porque en esta vida las cosas negativas vienen sobre todo por el no hacer, más que por el equivocarte. Hay momentos en la vida que se presentan las circunstancias adecuadas para enfrentarse a nuestros propios temores, y es cuando hay que aprovechar para decidir si sufrir por buscar la felicidad, o continuar sufriendo por miedo a cambiar. Lo desconocido siempre da miedo, lo sé mejor que nadie, pero tal vez detrás de la niebla aparezca el cielo despejado que nos haga ver con claridad el futuro. Solo es cuestión de arriesgarse a seguir viviendo. Así es como realmente nos realizamos como personas, mejorando nosotros mismos, sin tenerle miedo a la segunda oportunidad.
A todos los demás, hagamos que este planeta en el que convivimos sea lo suficientemente "humano" para poder seguir compartiendo en él, y que no se nos gire como un calcetín usado.