Buscar este blog

26 de agosto de 2009

Sobre la belleza que podemos percibir.


A estas alturas del mes, quien más quien menos ya ha vuelto, o está a punto de volver de sus vacaciones. También es verdad que los hay que aún no las han comenzado, pero para ellos es la mejor parte, porque han disfrutado de sus ciudades a un ritmo desacelerado y podrán irse de vacaciones a unos precios razonables. Yo soy de los primeros, de los que, de hecho, hace ya tiempo que están trabajando tras unas cortísimas vacaciones, casi ya olvidadas si no fuese por la belleza de los lugares que he visitado. Y hablando de belleza, cuando en Florencia, contemplando la majestuosidad del David de Miguel Ángel, rodeado de un entorno y luz adecuados, como es el del museo de la Galería de la Academia, parece el momento adecuado para preguntarse realmente qué representa para nosotros la belleza.
Delante de la mezcla de perfección física y espiritual que desprenden las proporciones del David, se hace casi obvio responder que para nosotros la belleza representa eso, proporción. Sin embargo, no es realmente así, porque la belleza, ¿no forma parte de nuestra propia perspectiva? ¿no depende de quien esté mirando, de su sensibilidad y gusto? Porque no siempre coincidimos en los cánones de belleza, aunque estos se quieran hacer pasar por universales. Muchas veces me encuentro discutiendo con algún amigo sobre lo guapa que puede ser alguna mujer, y no acabamos de estar siempre de acuerdo. Y eso es bueno, porque cada uno sacamos valores positivos a diferentes aspectos de lo que contemplamos. Y si discuto con una mujer sobre la belleza, entonces me doy cuenta lo visual que es la sensibilidad masculina y lo mucho que está basada la femenina en la imaginación, en la percepción de lo que se intuye, casi más de en lo que se ve.
Mientras nosotros miramos a la mujer con el aspecto estético, de fuera hacia adentro, ellas nos observan de dentro a afuera, lo que hace que su campo de visión sea más amplio. Y desde luego, admito que estoy generalizando, y que casos contradictorios encontraríamos en los dos frentes, que nadie se me enfade. Además, otra variable que determina la valoración de la belleza, o de la atracción, es la edad, porque con el paso del tiempo nuestros gustos y necesidades cambian, ajustándose lo que exigimos a los demás a lo que nosotros podemos ofrecer. Pero ahora mismo hace demasiado calor para hablar de esto, así que mejor dejarlo para otro día...

19 de agosto de 2009

La princesa depuesta

im153020palio

Acabo de terminar mis vacaciones. Este año he estado pasando unos días en una villa en la Toscana, de donde una de las cosas más estimulantes, David de Miguel Ángel aparte, ha sido ver el desfile de uno de los barrios que compiten en el famoso Palio de Siena, la más bella carrera de caballos del mundo. El colorido, el sonido de los tambores, los trajes, el movimiento ondulante de las enormes banderas, todo enmarcado en la fastuosa y medieval Piazza del Campo, ha quedado grabado para siempre en mis retinas. Una fascinante e inesperada experiencia.

Los días toscanos son lentos, pero no por el aburrimiento, sino por ese ritmo distinto que enmarcan los campos de olivos y viñedos, y también por el disfrute de sus placeres terrenales, todos anclados a la naturaleza, al sol. Un minuto se disfruta como una eternidad. Por eso, en uno de esos apacibles atardeceres toscanos, y mientras una breve tormenta de verano dejaba paso a un atardecer fresco y rojizo, me vino a la cabeza una antigua historia que mi abuela me explicaba cuando yo era niño.

La historia versa sobre una pequeña princesa que, perdida en su enorme palacio, va encontrando en los pasillos solitarios una serie de objetos que le explican quien es realmente, más allá de la fortuna que le rodea. Primero encuentra un pañuelo, que le recuerda que ella también puede llorar de frustración, y que le sirve para enjugarse las lágrimas del miedo. En otro pasillo encuentra un zapato viejo, roto y sucio, lo que le recuerda que más allá de los muros de su palacio existe gente que sufre la pobreza. Más allá, una lanza rota, que representa la gente que muere para defenderla a ella y su familia. Finalmente, un delantal lleno de harina, lo que le recordaba que había gente que trabajaba de sol a sol para servirla, y hacer que ella no tuviese que hacerlo.

Por fin encontró una puerta, pero esta estaba cerrada. En el suelo, una bolsa llena de oro, lo que quería decir que, por muchas riquezas que se posean, a veces hay cosas imposibles de conseguir.

Bueno, la historia aún continuaba, pero mi memoria no es la que era, así que, resumiendo, la princesa lograba encontrar la salida. Luego, antes de convertirse en reina, la princesa abdicaba, se convertía en una depuesta, y se retiraba a una casa en las montañas, rodeada de olivos que admiraba cada atardecer. Había decidido dejar de ser princesa para ser libre. Y esa era la historia que me explicaba mi abuela. Bueno, ella lo hacía mucho mejor, lo reconozco.

Y allí, sentado en el atardecer toscano, mis manos se entrecruzaron tras la nuca, una sonrisa se me dibujó en el rostro, y me di cuenta de la suerte que he tenido en poder escuchar a mi abuela explicar historias de libertad. Cogí una copa de chianti que tenía a mi lado, y brindé hacia la puesta de sol. A tu salud, Basilisa, y gracias por haberme explicado tus historias. Te juro que tu memoria nunca será depuesta.

toscana