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8 de marzo de 2010

Aprovechar la nevada.

Nieva. Y mucho. En este mismo instante, por mi ventana estoy viendo nevar sobre Barcelona. Una nevada intensa, de esas que caen con fuerza, aunque en el suelo aún no cuaja. Cosas de vivir en una ciudad cálida como la mía, en la que nieva una media de un día cada diez años. Me imagino que los turistas no estarán demasiado contentos, pero a mi eso me da igual, porque lo que yo estoy esperando es ver la carita de ilusión de mi hija pequeña cuando salga del colegio. Y como todas las cosas que pasan cada mucho tiempo, hay que disfrutarlas como si no volviesen a pasar nunca más. Cosas del cambio climático. ¿O acaso no hay que aprovechar las cosas maravillosas que nos depara el destino? Si te encuentras ante algo especial, lo mejor es exprimirlo al máximo, como una naranja. Hasta que no puedas sacar ni una gota más. Disfrutar del presente, porque este no dura eternamente, porque nunca sabes cuándo puede terminar. Como dice Javier Ochoa, el camarero del Vergara, la cafetería en la que me dejo caer cuando me pierdo por el centro de Barcelona, la última gota del vaso es la que aprovecha. O como me decía mi abuela de pequeño, la última cucharada es la que engorda. Ahora se que lo que hay que hacer es llegar siempre a la última cucharada de todas las experiencias. Gracias abuela, allá donde estés trasteando, por habérmelo enseñado, que yo ahora me voy a hacer bolas de nieve con tu bisnieta.