Buscar este blog

4 de octubre de 2011

Las lágrimas de Eva.

Eva nunca había podido secarse las lágrimas, aquellas que bañaban, invisibles sus ojos carmesí y que se habían clavado en el pasado, de tanto llorarlo, durante demasiado tiempo. Tantas habían sido las miradas rehuidas durante todos estos años, tantas las veces que había tenido que callar para luego llorar otra vez, de sentirse culpable de aquello que otro le había hecho. Tanto era el cansancio ya, que no recordaba las infinitas veces que había intentado borrar el recuerdo de aquel rostro brutal, desconocido, siempre impune y bestial a pesar de los años pasados, que le había infligido aquella herida lacerante entre sus piernas adolescentes, y que desde allí había recorrido todo su cuerpo hasta arrebatarle, en un instante, la eternidad de su alma. Miedo no, sintió terror. Sus manos tapándole la boca mientras aquellos ojos la observaban hasta destrozarla. No tenía que haberlo mirado, se había dicho entre sollozos a cada momento del resto de su vida, pero es que Eva apenas había salido a la vida hasta aquel día. Y luego, más tarde, la dignidad, que se la había arrebatado el sentimiento de culpa que sus padres le habían colgado tras un muro de vergüenza ante los demás, de silencio. ¿Qué podía haber hecho ella delante de un mundo que parecía señalarla como culpable de una violación silenciada? Yo culpable, tu culpable, nosotros te culpamos a pasar vergüenza de por vida, a no poder mirar a un hombre como igual, a imaginar que todo sería siempre igual de sucio que aquel instante. Porque con la Eva que murió bajo el peso de la culpa ajena, nació otra que se asfixiaba ante la posibilidad de ser feliz. ¿Y si todo volviese a ser mentira otra vez? Veinte años de dolor que la habían estado destruyendo al no poder dejar de recordar una y otra vez, al no dejar acercarse a nadie para poder liberar su alma de la condena impuesta por otros, parecían no darle la respuesta.

Y sin embargo una mañana al despertar, cuando ya todo parecía decidido después de médicos impacientes y de charlas interminables con amigas impagables, cuando ya la lucha contra sí misma parecía haberla hecho claudicar de la felicidad para siempre, había decidido, realmente no sabía por qué, que valía la pena volver a intentar ser Eva. Aquella Eva de un instante antes de derrumbarse todo. Necesitaba retomar sus sueños, sus alegrías e ilusiones, e intentar, ¿porqué no?, volver a coger a alguien de la mano sin más. Había decidido que nunca es tarde para volver a hacerlo, y que el tiempo que nos queda es mucho más importante que el que no pudo ser. Tenía que darles una oportunidad a otras personas para volver a dársela a sí misma. Al fin y al cabo, por fin había llegado el momento de volver a luchar por su propia alma, y no dejarse vencer por alguien a quien ella, por fin, debía empezar a olvidar para siempre. Ni una lágrima deudora más correría por su corazón.Ya solo existía Eva delante del espejo, y ahora era verdad.