Cuando el Pepsi entró por la puerta de la cárcel Modelo un repelús le subió por la espalda. Se le agolparon en el hígado un tanto de miedo, otro de aprensión, y mucho de ganas de salir corriendo, de tanto que había pasado entre aquellas paredes. Sin embargo, esta vez no venía como invitado forzoso, sino más bien como visitante, y eso era un gran qué.
Pasó el control de la puerta, y le hicieron entrar en una sala donde había una decena de mesas pequeñas con una silla a cada lado. Un policía le invitó secamente a sentarse, así que el Pepsi, como buen mandado, tomó asiento. Las otras mesas permanecían desiertas, a excepción de una pareja, que parecían rumanos por su aspecto y porque el Pepsi cazó alguna palabra suelta que las calles le habían enseñado, y que estaban cogidos de la mano.
Pasaron diez minutos hasta que el Willy apareció por una puerta lateral, acompañado de un agente con pocas ganas de ser amable. Sería que era treinta y uno de diciembre por la tarde y había pringado la guardia. ¿A cuánto le pagarían las horas extras? Siendo funcionario, pensó el Pepsi, seguro que a una mierda, pero que le diesen ese sueldo a él, pobre autónomo de los bajos fondos, y verían lo rápido que dejaba las calles. Aunque a su edad, la verdad es que ya era demasiado esperar que cambiase de profesión, después de toda una vida de honrada delincuencia.
Al ver cómo se acercaba su compadre, el Pepsi se levantó de la incomodidad de la silla y abrazó al Willy tan efusivamente que temió que las pocas almas presentes pensasen que tenían algo más que amistad. El Willy también debió calibrar que debía volver al trullo y que allí todo se sabe, así que se zafó rápidamente y se sentó en la silla que tenía ente él. Una vez que el poli se alejó, el Pepsi también se sentó.
-¿Cómo estás aquí dentro, viejo pervertido?
Los ojos del Willy se pusieron en blanco.
-Ya te puedes imaginar, encerrado –Una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios-. Y con ganas de salir.
El Pepsi entornó los ojos como para encontrar las palabras adecuadas.
-Ya sé que es una putada, pero piensa que le cayeron ocho meses y que ahora solo te quedan dos.
-Ya, pero es que pasar las fiestas enchironado es como para deprimirse.
El Pepsi esbozó la mejor de sus sonrisas intentando disimular la melancolía que le invadía por dentro.
-Te traigo recuerdos de la gente de fuera, viejo cascarrabias.
El intento del Pepsi quedó en solo eso, en un intento, seguido de un silencio incontestable.
-Para empezar, la Mari y la Jenny me han dicho que te de muchos besos, que eres su no-tío preferido –una sonrisita desdentada apareció en el rostro del Pepsi-, a lo que yo les he dicho que ni hablar, que eso es de maricones, y que si esperan que un tío duro como tú se preste a esas cosas es que le cárcel te anda cambiando demasiado esta vez.
-Diles a las chiquillas que gracias, y que el beso ya se lo daré a ellas cuando salga, que a su viejo no lo toca, no sea que me pegue algo.
El Pepsi rió sonoramente, con lo que consiguió que los rumanos y el policía malcarado lo mirasen entre perplejos y molestos, a lo que él respondió alzando una mano a modo de disculpa.
-Mira que eres bruto cuando te ríes, desgraciado, por no decir lo aún más feo que te pones.
-Vale, vale, no hace falta que te alteres. La Fortunata te echa de menos, y me ha dicho que a ver cuando te sueltan, que desde que estás aquí le ha bajado la clientela a la mitad. A ver, también el Gitano te está muy agradecido por tragarte el marrón del robo tu solo, y me ha dicho que te recuerde que te compensará todo este tiempo en la Modelo. Y para más cosa, te ha enviado tres cartones de Marlboro, latas de sardinillas, unos Interviús, turrones y algo de metálico, por si este fin de año te quieres dar un capricho. Lo tienen todo en la garita, así que ten, te paso la lista para comprobar que no falte ningún Interviú.
El Willy le devolvió una medio sonrisa tristona.
-Dile que gracias por todo, y que cuando salga ya hablaremos.
El Pepsi, entonces, miró hacia el policía, que estaba mirando todo el tiempo su teléfono móvil, sacó del bolsillo del abrigo un paquete pequeño de plástico trasparente, y se lo alargó con disimulo al Willy arrastrándolo bajo la palma de la mano sobre la mesa.
-Ten, pero cuidado no aprietes –El Willy interceptó el paquete y con rapidez se lo puso en un bolsillo del pantalón-. Son uvas para esta noche. Si, ya sé que aquí te van a dar, pero donde vas a comparar, estas son de Malvasía y me han costado un riñón. Aquí seguro que son del “paqui” de la esquina, medio podridas y saben a madera húmeda. En fin, ya me dirás.
El Pepsi tomó aire.
-¿La gente por aquí, qué tal?
El Willy se tomó su tiempo en responder.
-Bueno, ya sabes cómo es esto. Hay buena y mala gente. A nuestra edad, casi somos invisibles, así que ves pasar la droga y tal sin que se percaten que estás y sin que se metan contigo. Hay un tipo, el Pilas lo llaman, que está por robar una caja de un hiper, el muy idiota. Se ve que era acomodador en un cine de la calle Bailén, pero con la crisis el cine cerró y el tipo se echó a lo que pudo. También se entiende, con mujer y dos hijos. Luego está el Mediometro, un nigeriano que vende más cocaína aquí que en la calle. A este no hace falta que te explique que no le pusieron el apodo por ser bajo –Una sonrisa triste se dibujó en su rostro-. Pero el caso más raro es el de un tal Martín, que se ve que no se llama así de verdad, sino por el personaje de un libro de un tal Ruiz nosequé. En fin, que es un escritor de poca monta que cumple condena por cargarse al profesor de baile que estaba liado con su mujer. Ni que decir que a ella no la tocó, que estos literatos tienen sus principios románticos.
-Un cornudo gilipollas –No pudo reprimir el Pepsi.
-Puede ser, pero de todos los que hay aquí, parece la nota discordante. En fin, Pepsi, que gracias por todo, eres un amigo de los que no hay.
Al Pepsi casi se le saltan las lágrimas, así que cogió un pañuelo de tela del bolsillo y se sonó estrepitosamente, lo que hizo que la parroquia volviera a mirarlo con fastidio y él tuviese que volver a levantar la mano. En ese mismo momento sonó u timbre y el policía evacuó rápidamente al Pepsi y a la rumana, no sin que antes los dos viejos matones se fundieran en un nuevo abrazo.
-Nos vemos pronto –se despidió el Pepsi.
-Feliz año nuevo, compadre.
Cuando el Pepsi salió a la calle por la puertecita lateral de la Modelo, la noche ya se fundía con las luces de la ciudad, y hacía un frío húmedo y viento, típico de Barcelona. Se subió las solapas del abrigo y se dirigió con paso rápido al metro de Entença, para llegar a casa rápido, que iba a empezar el especial de la Uno, antes de las campanadas en la Puerta del Sol.
Mientras se alejaba calle abajo, el Pepsi no pudo dejar de esbozar una sonrisa, pensando que pronto volvería a ver al Willy fuera de prisión, dispuesto a seguir siendo un buen profesional de lo suyo. Pero eso sería al año siguiente, se dijo, aunque que solo faltasen unas pocas horas para la Nochevieja.