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8 de noviembre de 2012

El destino en las manos



¿Cómo se puede estar destinado a algo en la vida? Si nacemos de nuestros propios principios, de las manos de aquellos que nos trajeron al mundo, de todos aquellos que, queriéndolo o no, nos han ayudado a crecer, a ser nosotros mismos, a tener fe en nuestras fuerzas, en nuestras ilusiones, en nuestros proyectos, nos han enseñado algo en la vida, nos han dejado una huella imborrable porque forma parte de nuestra experiencia, nos han dado la mano para salir de innumerables pozos, o incluso de aquellos que nos han dejado tirados y eso nos ha servido para aprender algo, ¿porqué hemos de creer en el destino y no imaginar, aunque sea más difícil de creerlo, que este destino lo podemos crear nosotros mismos? Día a día, momento a momento, equivocados o no, felices o no, ilusionados o no, solo nosotros tenemos la voluntad y el derecho de poder seguir los pasos que deseemos, sin ser prejuzgados por ello por nadie  ni ninguno de los que nos rodean, de los que nos atisban, aún desde la lejanía de un parapeto de buenas intenciones. Nadie, absolutamente nadie, tiene la capacidad de decidir por nosotros. Nuestro destino nos pertenece aun a expensas de equivocarnos y perder, ya que nadie va a pagar un precio más elevado que nosotros mismos si erramos el tiro. Pero tampoco nadie va a recibir tanto si podemos trazar un camino mejor. La libertad de elegir el error es aún más necesaria que la de exigir el eterno acierto, ya que de eso se llena la palabra vivir, de no acomodarse en lo seguro y poder decidir en cada momento aquello que queremos hacer, siempre que el daño en caso de error solo recaiga en nosotros. No moverse te deja en la foto, pero también hace que el tiempo pase a tu alrededor y solo acabes siendo el recuerdo de una figura decorativa. Y para conseguir nuestro destino, solo cabe una manera, y es decidir qué hacer con él mientras aún lo tengamos en nuestras manos.