Como el asedio duraba ya demasiado tiempo, decidieron tomar la iniciativa llevando a cabo una acción, en principio, arriesgada pero inteligente. El general Burnside creó un plan de ataque sorpresivo, y ordenó a sus hombres que pusieran una mina debajo de las líneas confederadas, para que cuando explotara, se lanzasen alrededor del boquete practicado y, dando por supuesto que los defensores estarían todavía en total confusión, conseguirían romper sus líneas y finalizar de esta manera el penoso asedio de Petersburg.
Y, tal como se había planeado, la estratagema se llevó a cabo. La mina estalló como estaba previsto, provocando un boquete enorme, y de paso, cientos de soldados confederados y cañones del sur saltaron por los aires. Pero el general Burnside, que en aquel momento continuaba al mando de la operación, no se le ocurrió otra cosa que mandar a sus soldados por dentro del agujero que, de hecho, tenía casi 9 metros de profundidad.
Cuando los soldados de la Unión llegaron al otro extremo del agujero, se encontraron con que les resultaba imposible escalarlo, y además no podían retroceder debido a que tenían a otros compañeros que les estaban empujando detrás.
Los confederados, una vez repuestos de la explosión, vieron algo sorprendente, una masa compacta de soldados del norte indefensos dentro del agujero, que como estaban apretados como sardinas, no podían ni empuñar los fusiles, los del sur se acercaron al cráter y abrieron un fuego de fusilería que destrozó a los soldados del norte. Como estaban apretados cual sardinas, fallar un tiro era casi imposible. Más de 4.000 bajas sufrió el norte en esa insensata aventura, con bajas casi inexistentes por el lado del sur, salvo las de la explosión de la mina, por supuesto.
Lincon declaró después que “solo a un general como Burnside podía ocurrírsele, quitar esta batalla de las mandíbulas de la victoria".