Te miro con asombro, ya que originas en mi interior una incierta conmoción de libertad, de huida. De necesidad de partir sin equipaje. ¿Quién puede desaparecer con la lluvia? En tu mundo no convergen aquellos ingredientes prosaicos del resto de inhóspitos universos, y es por eso que no pienso ya más que en la distancia proscrita por mi alma, ya que tú me unes a la realidad. Y advierto, incansable, que cada instante transcurrido me voy acercando más a ti. En la penumbra me gusta contemplarte, mientras la oscuridad de las sombras de la mañana te delata incierta. Eres solitaria en el camino, pero yo seré siempre tu compañero, mientras gritas que me aleje contigo, que examine incomprensibles rumbos, en el momento que me pides que me disipe en los cielos, y en las veredas ya ensombrecidas por el incipiente invierno. El reloj, inmóvil desde su lejanía, nunca dejará escapar nuestro tiempo.