Leon Tolstoi nos enseñó que se puede vivir como un cobarde hasta casi, casi, el final de una vida, y sin embargo, también que nunca es tarde para huir. Él vivió hasta la vejez junto a una mujer de la que no se atrevía a escapar pero, justo al final, encontró el punto lunático para literalmente salir corriendo. Y después de esta decisión, acabó sus días solo, y allí mismo, en una estación de tren.
Reconociendo que Tolstoi era un tipo realmente singular, o más bien raro, como demuestran todas las excentricidades que llevó a cabo en su vida, la verdad es que era un genio de la literatura, y aunque eso no le daba patente de corso para justificarle todo, hay que aceptar que este hecho último de su ajetreada vida es como para reflexionar. Vivir una vida al lado de otra persona a la que no queremos, o simplemente con la que no acabamos de estar a gusto, es cobarde, es verdad, y más hoy en día, en una época en la cual podemos decidir seguir o no con nuestra pareja sin demasiadas complicaciones, pero también lícito. ¿Y si encontramos a alguien que no esperábamos encontrar? Es, mal comparado, lo reconozco, como si comemos durante toda la vida pollo, y un día descubrimos que nos encanta el carpaccio, del que no habíamos oído hablar hasta aquel mismo día. ¿Tenemos derecho a pasarnos a otra cosa, relegando lo anterior? La experiencia, o más bien el sentido común, nos da dos respuestas contradictorias. Por un lado, tenemos que evolucionar, lo que significa cambiar, buscar cosas nuevas con las que mejorar, experiencias que nos enriquezcan. O sea, probar el carpaccio. Pero, a la vez, el instinto de conservación, la prudencia, nos dicta que lo que tenemos, lo que nos ha gustado siempre, debe ser lo adecuado para nosotros, y además a las personas no nos gusta perder lo que ya poseemos. En ese caso, seguiremos con el pollo. Entonces, ¿cómo compaginar ambas cosas sin disparar el colesterol? Eso, cada uno ha de saberlo valorar Es difícil, lo sé, comer en exceso sin empacharse, sin mancharse los dedos. Seguro que hay quien pueda hacerlo, pero es complicada operación. En eso radica, en definitiva, el arte culinario. El buen gourmet de la vida elige los platos que mejor le sientan, y escoge por su sabor, su aroma, y en definitiva, su presencia, sin dejarse llevar solo por la gula. Quien mucho abarca, poco saborea, o como Tolstoi, puedes acabar aborreciendo tu único plato. Aunque en definitiva, tanto en la vida como en la mesa, todo es una mera cuestión de gustos...¿o tal vez no?
Reconociendo que Tolstoi era un tipo realmente singular, o más bien raro, como demuestran todas las excentricidades que llevó a cabo en su vida, la verdad es que era un genio de la literatura, y aunque eso no le daba patente de corso para justificarle todo, hay que aceptar que este hecho último de su ajetreada vida es como para reflexionar. Vivir una vida al lado de otra persona a la que no queremos, o simplemente con la que no acabamos de estar a gusto, es cobarde, es verdad, y más hoy en día, en una época en la cual podemos decidir seguir o no con nuestra pareja sin demasiadas complicaciones, pero también lícito. ¿Y si encontramos a alguien que no esperábamos encontrar? Es, mal comparado, lo reconozco, como si comemos durante toda la vida pollo, y un día descubrimos que nos encanta el carpaccio, del que no habíamos oído hablar hasta aquel mismo día. ¿Tenemos derecho a pasarnos a otra cosa, relegando lo anterior? La experiencia, o más bien el sentido común, nos da dos respuestas contradictorias. Por un lado, tenemos que evolucionar, lo que significa cambiar, buscar cosas nuevas con las que mejorar, experiencias que nos enriquezcan. O sea, probar el carpaccio. Pero, a la vez, el instinto de conservación, la prudencia, nos dicta que lo que tenemos, lo que nos ha gustado siempre, debe ser lo adecuado para nosotros, y además a las personas no nos gusta perder lo que ya poseemos. En ese caso, seguiremos con el pollo. Entonces, ¿cómo compaginar ambas cosas sin disparar el colesterol? Eso, cada uno ha de saberlo valorar Es difícil, lo sé, comer en exceso sin empacharse, sin mancharse los dedos. Seguro que hay quien pueda hacerlo, pero es complicada operación. En eso radica, en definitiva, el arte culinario. El buen gourmet de la vida elige los platos que mejor le sientan, y escoge por su sabor, su aroma, y en definitiva, su presencia, sin dejarse llevar solo por la gula. Quien mucho abarca, poco saborea, o como Tolstoi, puedes acabar aborreciendo tu único plato. Aunque en definitiva, tanto en la vida como en la mesa, todo es una mera cuestión de gustos...¿o tal vez no?