La envidia es mala compañera, creo que nadie puede dudarlo. Se dice, lo hacen algunos para justificarse, que hay dos tipos de envidia. La negativa y la positiva. Según esta teoría, la negativa es aquella envidia que conlleva rencor, que hace que no soportemos la felicidad del próximo (si, próximo, porque prójimo me suena demasiado dogmático), mientras que la positiva es aquella que hace que no odiemos porque sí el peinado estiloso de nuestra amiga, ni el coche imposible de alcanzar de nuestro compañero de trabajo (perdón por los estereotipos), sino que, simplemente, nos esforcemos por ser aquello que envidiamos. Pura teoría, está claro, porque para mí, y es mi impresión totalmente personal, no existe la buena envidia, así como no existe el buen ladrón, sino que pura y llanamente depende de si la sentimos nosotros o no. Porque, vamos a ver, ¿Quién no ha sentido alguna vez envidia de alguien? No mintáis, que os crece la nariz y Pinocho a vuestro lado es un mero aficionado. ¿Es que nunca habéis criticado a nadie por su forma de ser, o de vestir? No me lo creo. Fijaros bien en vuestros recuerdos, y creo que no tendréis que esperar mucho para encontrar alguna situación, si sois sinceros. Y es que, ya lo decía mi abuela, la envidia es muy mala, tanto, que no nos deja disfrutar de lo que tenemos. Y en parte, esto es cosecha propia, lo es porque nace de nuestro ego, ese ego que formamos de pequeños, y que nos hace pensar que tenemos derecho a tener todo aquello que los demás poseen. ¿Y por qué yo? Respuesta de nuestro ego: porque yo lo valgo. Para un anuncio vale, pero para la vida real, es más bien complicado de aceptar. ¿Dónde nos llevaría pensar que en todo momento es injusto que los que nos rodean tengan algo mejor que lo nuestro? Simplemente a la envidia. Y en eso no hay afán de superación, solo ego autocomplaciente. Lo quiero, y ya está. Deseo la mujer de aquel, o el marido de aquella. Mi televisión no es en tres dimensiones, y la de aquellos sí. ¿Por qué su coche tiene elevalunas eléctrico en los asientos traseros y el mío no? Es que su casa es más grande, tiene más habitaciones o tiene lavavajillas y yo no. Su marido es un manitas y el mío no cambia una bombilla ni aunque tenga que leer con velas.
En fin, que todo es puro teatro, y del bueno. Vivimos pendientes de los demás para afianzar nuestra propia imagen. La envidia proviene del ego, que se alimenta de la autosatisfacción, y sin embargo a veces lo mejor es mirarse a uno mismo, para descubrir que la mejor manera de no envidiar, o de intentarlo, es saber reconocerse como personas falibles, como imperfectos. Y que por mucho que nos rodeemos de aquello que los demás tienen, los disfraces tan solo son para el carnaval.