¡Huy!, cuántos días sin escribir. La verdad es que esto de trabajar tanto ahora, compatibilizarlo con las tareas domésticas y además sincronizar todo para que salga bien, me está robando mucho tiempo para escribir. Porque, eso si, no pienso dejar de leer. Además estamos en verano y la playa, el mar, parecen susurrarme constantemente que vaya, que desean que esté allí. Y yo, claro, que a Ulises me parezco lo que un pez a una vaca, no puedo resistir la llamada del mar, el siseo de las olas, e incluso, ya urbanita, el deseo de nadar en una piscina privada. Por eso había pensado, sacrílego entre los desganados, rescatar algún artículo o cuento ya publicado hace tiempo, desempolvarlo, y presentarlo como recién salido del horno. Pero no lo he hecho. ¿Por orgullo, por honor, por vergüenza?... no, solo por pudor. No me gustaría, como a nadie, que los demás pensasen al leerlo, mira, nos está tomando el pelo. No señor. Y es que la verdad, todos tenemos nuestro lado inconfesable. Va, que si, que TODOS. No me digáis, y haced acto de constricción, que no guardáis algún secreto que si saliese a la luz, cual Rupert Murdoch, vuestra imagen se tambalearía. Si, esa imagen que habéis construido de vosotros mismos para los demás. Pongamos un caso neutro, a ver si me explico. Durante años, tal escritor y periodista se ha dedicado a cultivar una idea de sí mismo de hombre culto, vestido siempre de negro, con gafas de pasta, pelo relativamente largo, discos de vinilo de Charlie Parker por toda su casa de estilo neuyorkino (según mi corrector me acabo de inventar una nueva palabra), cuadros de la Quinta Avenida en cada pared, y una decoración a lo Annie Hall revestida de libros antiguos y de revistas aún más antiguas. Vamos, lo que se dice un snob de lo peor, que solo habla de teatro, literatura, cine aburridísimo (cuanto más aburrido, mejor es su lema), y pintura art-decó. Sin embargo, un día alguien, por casualidad, descubre que lo que de verdad le gusta, le llena, a este estrafalario de las apariencias, son las hamburguesas, las películas de Rambo, leer periódicos deportivos, los programas del corazón y, sobre todo, vestir en chándal para ir a comprar el pan. Y este tipo, un estirado egocéntrico desestrasado, pasa a convertirse en un ser humano como cualquier otro, más próximo a muchos que antes. ¿Eso es malo? Seguramente para él si, ya que ha pasado de pez a vaca, pero a los demás les da igual. Porque, en definitiva, guardamos secretos de nosotros mismos para no ser juzgados, para guardar las apariencias, y cuando alguien se sale de la norma y se muestra algo más natural, es tachado de desfachatez. Como hacer surf en la ciudad. Y es que aquellos que se atreven a atravesar las convenciones que nosotros no osamos, nos dan miedo, y del miedo a la incomprensión y al rechazo solo hay medio paso. Vaya, para no saber de qué hablar me he dado un chapuzón... felices vacaciones a tod@s.