-¿Me estás escuchando?
La voz del Pepsi sonaba casi desesperada a través del auricular del teléfono. Sin embargo, el Willy estaba en aquella fase de la siesta en la que todo lo que te rodea te repatea, y lo único que deseas con toda el alma, con todo el cuerpo, es seguir durmiendo. A punto estuvo, dadas estas, para todo el mundo, comprensibles circunstancias, de mandar al Pepsi a paseo y continuar con su siestecita, pero a pesar de todo, el Willy es un tipo duro al que no es nada fácil hacerle perder la compostura.
-Está bien perturbado aniquilador de siestas, repíteme otra vez lo que me has dicho. Pero esta vez más despacio, que aún me estoy despertando.
-Willy, tío, acabo de ver a mi hija con el Sabandija.
El Willy, ahora sí, empezó a enfadarse de verdad con su amigo.
-¿Me puedes explicar por qué mierda me despiertas de mi siesta a las cuatro de la tarde para decirme que has visto a la Jenny con un tipo al que no conozco? – El Willy empezó a bostezar con toda la fuerza que le daban sus pulmones.- Te voy a matar en cuanto te vea… o mejor aún, te voy a despellejar vivo.
-Escucha Willy, es que tú no conoces al Sabandija. Es de la banda de los guacamoles…
El Willy ahora sí que ya no pudo contenerse más.
-¿Los guacamoles? –Gritó por el auricular- ¡tú es que me estás tomando el pelo, Pepsi! ¿Quiénes son esos, un grupo de mariachis?
Ahora era el Pepsi el que parecía enfadado de verdad.
-Mira tío, que ya somos mayorcitos y esto es serio. Estos son una banda de latinos que se dedican a quitarles la pasta a los estudiantes en los colegios a destrozar cajeros, y, también a reventar persianas de bares. Si es que se dice en el barrio que le han cortado el pescuezo a algún que otro skin…que estos tíos son peligrosos, compadre.
El Willy sonrió para sus adentros.
-¿Y tú no lo eres Pepsi? No me jodas compadre, no van a poder unos críos más que tú, por muy tatuados que vayan y por mucho que escuchen narcocorridos. Tú te dedicas a lo que te dedicas, tío. Eres un profesional, y además trabajas para los malos.
-Si eso ya lo sé yo Willy, pero es que la Jenny está por en medio y no quiero cagarla. Ya te he dicho muchas veces que mi pequeña no sabe a lo que me dedico realmente.
-Ya te lo he dicho también yo más de una vez, -ahora la voz del Willy sonaba condescendiente- que el no decirle nada a tus hijas pequeñas te iba a traer problemas algún día.
El Pepsi estaba a punto de llorar de impotencia.
-¿Y qué quieres que haga yo? Las mayores ya saben de qué van mis negocios, pero la Jenny aún tiene dieciséis años. Todavía es pronto, tío. Además, el Sabandijas tiene veintitrés.
El Willy sentía cómo la oreja se le iba calentando cada vez más, pegada al auricular del teléfono.
-Está bien Pepsi, si me permites un consejo, háblalo con el pavo ese, el tal Sabandija, y déjale bien clarito que de propasarse con tu pequeña, ni un pelo, que si no, tú y yo vamos y nos lo cargamos.
-Pero, ¿y si luego la Jenny se entera que he hablado con él? Entonces es ella la que me mata a mí.
-Pero bueno, tarado, ¿es que prefieres que tu hija se te presente un día en tu casa con un bombo y con un chamaquito dentro? Vete entonces rápido a buscar al tal Sabandijas, a ver si lo encuentras.
El silencio se hizo sólido al otro lado de la línea telefónica, para luego de unos segundos de espera, en los que el Willy aprovechó para cambiar el teléfono de oreja, la voz del Pepsi sonase más firme.
-Tienes razón amigo, hablaré con el Sabandija y le dejaré las cosas claras.
Después, y sin dejar decir nada ni esperar respuesta, colgó, lo que aprovechó el Willy para estirarse y volver a ronronear en la cama como gato viejo que ya era, y volver a conciliar el sueño.
Al día siguiente, y mientras el Willy estaba retozando en su cama con la negra Fortunata, sonó nueva e inoportunamente el teléfono. Todo sudoroso, y ya cansado debido a su edad y, como no, por el trote y galope que la Fortunata le estaba dando mientras botaba su gorda y espléndida anatomía sobre la pelvis del Willy, atinó a alargar el brazo, mirar el número en la pantalla y descolgar.
-Espero que lo que tengas que decirme sea importante Pepsi, porque estoy con la Fortunata y a este paso no huelo los sesenta euros que me cobra a la hora. –le espetó entre agónicos jadeos de cansancio, mientras la negra Fortunata se levantaba de encima suyo para ir al lavabo, cerrando suavemente la puerta tras su enorme y desnudo trasero, seguida, eso sí, por la lasciva mirada del Willy.
-A ver colega, solo te llamo para decirte que ya he hablado con el Sabandija. –La voz del Pepsi era como de triunfo- El chico me ha prometido, bueno, no, jurado, que respetará a la Jenny para siempre, y que nunca se le había ocurrido tocarla.
El Willy contuvo para sí una risita sardónica.
-¿Y tú te lo has creído, viejo carcamal?
El Pepsi, indignado, pareció subir el tono de voz mientras de fondo se oía tráfico.
-¡Pues no sé por qué tendría que mentirme el chaval!
-¿Para salvar el cogote, tal vez?
-Mira, enterado, yo sé lo que he visto. Tenía cara de miedo. No, más bien de pánico. O sea, que estaba cagado, vamos. –Hizo entonces una pausa mientras se escuchaba en segundo plano el ruido ensordecedor de un ciclomotor con el tubo de escape trucado- ¡Maricón! ¡Te vas a enterar como te coja y te retuerza las pelotas!
-Pepsi, tío, ¿estás bien?
-Sí, Willy, es que un niñato me ha pasado rozando con la moto y casi me caigo al suelo. Si es que hoy en día ya no hay respeto…bueno, te sigo contando. Yo creo que con ese tío ya no vamos a tener problemas. Y además también he hablado con la Jenny, y la pobre me ha dicho que irá con mucho cuidado, que no me preocupe.
En aquel preciso instante sonó el grifo del lavabo y la negra Fortunata abrió la puerta, paseando su gruesa desnudez nuevamente hasta la cama, para luego esconder la cabeza en la entrepierna del Willy. Ahora, pensó este, sí que le costaría concentrarse en el diálogo.
-¿Te parece que he hecho lo correcto? –el Pepsi parecía ahora estar en un lugar más tranquilo, con otro tipo de ruidos.- Ponme una caña.
-Desde luego, viejo desconfiado. Si la Jenny te la quisiera endiñar, tú no te enteras. Además, hoy día a su edad ya conocen métodos para no quedarse preñadas ni coger ninguna cosa rara. Pero bueno, tú sabrás.
-Pues nada Willy, te agradezco que me hayas escuchado. Por eso me voy a beber una cerveza a tu salud.
Mientras su mente estaba definitivamente a punto de desconectar, a base de los trompicones que la boca de la Fortunata ejercía sobre sus partes, el Willy tuvo un momentáneo estado de lucidez.
-Por cierto, Pepsi, vigila con la hipertensión que mañana tenemos un trabajito. Me ha llamado el Gitano, y me ha dicho que tenemos que darle un aviso a uno que trapichea con droga en nuestra zona. –el Willy intentó controlarse al máximo a pesar de lo bien que solía amortizar la Fortunata el dinero que le daba- Ya sabes que estas cosas le molestan, y también lo exagerado que es, así que me ha pedido que le cortemos el miembro y luego se lo metamos en una bolsita de esas de congelador, y también que se la dejemos de recuerdo a su madre en el buzón, para que el primo no vuelva a aparecer por aquí. Así que esta noche te llamo y quedamos, que la Fortunata está acabando y le tengo que dar la pasta, que a mí no me cobra por adelantado, que soy cliente de los antiguos y se fía.
Sin esperar ya una respuesta, colgó el teléfono y sacó de la cartera los sesenta euros para dárselos a la Fortunata, que ya se estaba vistiendo. Se miró luego la entrepierna y pensó en la suerte que tenía en no ser el Sabandija, que al día siguiente, a aquella hora, dejaría de poder tener ya hijos. Aunque bueno, ese pequeño detalle ya se lo comentaría al Pepsi por la noche, porque seguro que conociéndolo como lo conocía, se haría mala sangre por el chaval. Y a saber por qué, ya que al fin y al cabo, solo sería matar dos pájaros de un tiro. El Gitano se quitaba un incordio, y el Pepsi ser un futuro abuelo de chamaquitos. Los dos ganaban.
La Fortunata se bajó la falda cortísima en un mal fingido pudor, para luego soltarle un guiño y un beso al aire en el momento que salía por la puerta, y se guardaba los sesenta euros entre los pechos, mientras el Willy la seguía con la mirada y encendía un cigarrillo, pensando la suerte que tenía de disfrutar aún de su pajarito, porque nunca se sabe cuándo este puede acabar en una bolsita de congelados.