Hoy en día la clase política, que al llamarse así ellos mismos nos recuerdan que parecen ser una casta aparte, y que conste que me refiero solo a nuestros señores diputados y senadores excluyendo a ediles de los ayuntamientos, nos piden decía, bueno, no, nos exigen, una serie continuada de sacrificios que para la mayoría de nosotros, sufridos ciudadanos con el único poder de votar cada cuatro ´ños a unas listas cerradas de ante mano, suponen una marcada merma en nuestra ya de por si precaria situación. Si a eso unimos la falta perentoria de trabajo, sobre todo entre la franja de los más jóvenes, la cada vez mayor bajada de los derechos adquiridos desde hace tantos años hasta ahora, la falta palmaria de recursos tanto sanitarios como educativos y sociales, nos enmarca un panorama realmente inquietante para todos los ciudadanos de este país. ¿Para todos? Tal vez, pero no de la misma manera. La casta, perdón, clase política, ha hecho concesiones, si, pero para el aparador. Que nuestros señores congresistas puedan ser privados de algunos de sus privilegios, como la posibilidad de compatibilizar sueldos múltiples, cobrando pagas para adaptarse a la vida civil mientras ya cobran de empresas privadas, o esa especie de finiquito que se les da al finalizar cada legislatura, me parece ya no de justicia social, si no un ejercicio de higiene moral que ya se tendría que haber ejercido en épocas de bonanza. Porque aunque al ciudadano no le parezca así, todo el dinero que mueve el Estado, nace únicamente de empresas y ciudadanos particulares. Si la sociedad no tuviera administración, de alguna manera, mejor o peor, saldría adelante. ¿De qué vivirían las diferentes administraciones con su totalidad de empleados públicos, si no tuviesen los ingresos que les proporcionan los ciudadanos particulares? ¿De donde saldrían las nóminas públicas de sus señorías si los ciudadanos privados no pagasen? La alternativa resultaría horrorosa para ellos, ¿verdad? Y aun así, eso nunca ocurrirá, porque solo una sociedad cohesionada donde todos sus ciudadanos, sean estos públicos o privados, respeten y comprendan a los que no son como ellos, puede prosperar, siquiera sobrevivir. Trabajar todos para todos y buscar una solución entre nosotros será la única manera de salir de la actual situación de crisis. Solo un Estado respetuoso con todas y cada una de sus diversidades, con todos y cada uno de sus ciudadanos, puede ser un Estado fuerte y justo. Ahora solo hace falta que nuestros señores congresistas lo comprendan también.