Después de una tonificante ducha tíbia, Gunter se dirigió hasta la cafetería para un frugal desayuno. Café y pan con mantequilla y azúcar. Podía haber comido carne de cerdo con chucrut, mucho más calórico, pero prefería desayunar ligero cuando tenía que volar. Era temprano, y la mayoría del personal de la base aún estaba alargando la hora del descanso. Solo Armando, el cocinero, y algunos mecánicos, estaban ya en pie. Poca gente para una base militar secreta, pensó Gunter. Sin embargo, aquellas instalaciones formaban parte de una red de control que cada bloque ejercía sobre los otros dos. El mundo había vivido los últimos años en un estado de continua pre-guerra, sin llegar esta nunca a estallar. Medio mundo vigilaba al otro medio, mientras de reojo hacía lo propio con sus aliados. Realmente este era un mundo paranóico.
Cuando acabó su desayuno, Gunter se dirigió con paso lento hacia los vestuarios. Nadie por los pasillos. Cuando abrió finalmente su taquilla, notó como la sangre ya le estaba bajando al estómago, así que lo que debía hacer era vestirse el traje de piloto antes que comenzase a entrarle sueño. Luego miró la hoja del parte metereológico. Mal tiempo.
Al salir del hangar, se encontró con Hans Merkkel, el jefe de mecánicos. Se saludaron con respeto, levantando cada uno ligeramente el brazo derecho.
-¿Cómo ha dormido hoy, comandante?- Hans Merkkel esbozó una sonrisa gatuna en su rostro pelirojo.
-Bien, bien.- Le contestó Gunter en un intento de ser amable- Ya me voy acostumbrando al clima.
Merkkel le miró de reojo, mientras los dos enfilaban la salida del hangar.
-A esto no hay quien se acostumbre, señor, solo las focas y los leones marinos lo han hecho.
Gunter le devolvió la sonrisa.
-Adaptación al medio, Hans. Lo llaman adaptación.
Cuando ya salían, el jefe de mecánicos señaló con el dedo índice hacia la tormenta de fuera.
-Allí está el pájaro, señor. Repostado y listo para despegar.
El comandante Gunter Klaus miró hacia donde le señalaban. Allí, bajo la tormenta de nieve, resaltaba la estilizada figura del Messerschmitt Me 294, camuflado de blanco para pasar lo más desapercibido posible ante los ojos de los satélites espía, solo resaltaba la cruz gamada en uno de los motores y el número doce junto a la cabina, su número de la suerte. Adaptación al medio, pensó Gunter. Solo tenían dos de aquellos aparatos en la base. Aquel llevaba.
Fuera, la tormenta arreciaba cada vez más.
Gunter avanzó hasta la base de la escalerilla de la nave, con el casco aferrado con su mano derecha. Antes de subir, miró detrás suyo. Merkkel le hizo un saludo con la mano, mientras le indicaba al conductor del camión que se retirase ya. El comandante le devolvió el gesto con un ligero movimiento de cabeza. Acabó de subir, pasando dentro de la cabina en un movimiento controlado. Luego se ajustó el casco, y cerró la carlinga. Encendió los motores, y al cabo de unos minutos, ya rodaba sobre la resbaladiza pista. Puso los motores a total revolución, entre un ruido ensordecedor. Después de unos segundos de espera, la nave comenzó a rodar nuevamente, cogiendo mayor velocidad a cada metro que recorría la pista, hasta que por fin despegó.
Gunter Klaus abrió la radio.
-Base antártica, aquí nave doce iniciando vuelo de reconocimiento.
-De acuerdo, comandante Klaus. Debe estar de regreso dentro de treinta minutos.
-Está bien, base. Hasta dentro de treinta minutos.
Gunter cerró la comunicación. No era conveniente que pudiesen identificar sus emisiones. Luego suspiró para si, mirando como el paisaje pasaba raudo bajo suyo.
Volaba bajo, para eludir radares. Su misión consistía en inspeccionar un cuadrante cercano, donde se había detectado un movimiento de submarinos rusos. Totalmente rutinario.
Mientras volaba casi rozando las aguas heladas del antártico, Klaus no pudo reprimir un pensamiento oscuro. Toda aquella naturaleza estaba en peligro de extinción, igual que la raza humana, debido a la ineptitud de los líderes políticos, y la peligrosa carrera armamentística que ponía en evidencia el precario equilibrio global. Y aquellos rusos eran los peores. Mucho peores que los americanos, desde luego. No podía existir con ellos el diálogo. Lo querían todo o nada, y no estaban dispuestos a perder. No habían aceptado un órgano de gobierno global que había propuesto el Reich...todo o nada. Eran los auténticos culpables en lo que se había convertido el mundo. Un mundo en el que deberían crecer y vivir sus dos pequeñas hijas.
Gunter apretó la mandibula. Como encontrase a un maldito ruso...
En aquel momento el sensor de su messerschmitt comenzó a parpadear. Un objetivo estaba apareciendo en un cuadrante cercano. Centró el objetivo en los parámetros de disparo. Era un caza ruso, y lo tenía justo delante suyo. Además parecía no haber detectado su presencia. Te tengo, pensó Gunter. Tu no te escaparás.
Lleno de rabia, el comandante Klaus fijó el armamento sobre el desprevenido enemigo. Sabía que acabar con aquel ruso no terminaría con el terrible estado de las cosas, pero le desahogaría la rabia que tenía dentro. Se lo debía a sus pequeñas. Se lo debía a Marikka. Era una prueba de sangre. Una venganza personal. No tenía porqué tener compasión con aquel piloto desconocido. Representaba la causa de la miseria humana, de su sufrimiento. Se lo merecía.
Gunter preparó el disparo. Era fácil. Aquel pobre diablo estaba en misión de reconocimiento, como él. No esperaba que nadie quisiese derribarlo. Pero ahora era él quien le tenía en su objetivo, y había perdido a su mujer por su culpa, por la de su pueblo. Uno pagaría por muchos. ¿Qué más le daba eso a su sed de venganza?
Sus manos le temblaban de ira cuando apoyó el pulgar sobre el botón de disparo. Tan solo tres segundos y adiós al piloto ruso...dos...uno...
El comandante Gunter Klaus resopló con fuerza, mientras el caza ruso se alejaba de su punto de mira. Viró el meserschmitt rumbo a la base. Regresaba. Ahora era todo su cuerpo el que temblaba, pero era de tensión. Sintió ganas de vomitar. No había podido hacerlo. Ahora no, contra un ser indefenso que tendría familia allá en su patria. Padres, hijos...esposa.
Cuando bajó del aparato, luego de aterrizar nuevamente en la base, Merkkel se le acercó con un termo de café humeante. Le sirvió un vaso. Klaus le devolvió una mirada de agradecimiento. Hacía más frío del normal, o al menos a él se lo parecía.
-Gracias.
Fué lo único que pudo decir. Merkkel ni siquiera le respondió. Sorbió el café con ansia y después siguieron caminando bajo la ventisca, de camino al hangar. Merkkel lo miró con una media sonrisa.
-¿Qué tal la misión hoy, comandante?
Klaus reprimió un gesto de profunda tristeza.
-Como siempre... -Se giró hacia el cielo blanco, y miró al infinito- pura rutina.