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25 de octubre de 2008

El hombre solitario y la mujer acompañada.

Estaba apoyado en la barra del bar, esperando algo o a alguien. El camarero le miraba de reojo, mientras secaba un vaso con un trapo. ¿Qué querría ese tipo? LLevaba allí cerca de media hora, y ya había pedido tres Jack Daniel's. Y se los había ventilado uno tras otro, casi sin respirar. También fumaba sin parar, apagando cada cigarrillo, nervioso, a medio consumir. Sin embargo su rostro reflejaba un no-se-qué melancólico. Era como aquellos hombres a los que les deja la amante, y quedan atrapados en medio de su propia incomprensión de los hechos. En fin, que tarde o temprano acabaría con la botella de dorado líquido que tenía a la altura de los ojos, justo detrás de la barra. 
Habían pasado cinco minutos, o tal vez cincuenta horas, que en estos lugares y en estas situaciones el tiempo es un ente intangible, cuando la puerta del bar se abrió lentamente. Entre el humo que imperaba en el local emergió, cual ser irrel, la figura de aquella mujer. Si, cuando digo aquella quiero decir de las que cortan el hipo, giran todas las miradas, desafía toda ley de la física en el apartado curvas, y finalmente, descoloca la líbido de todos los desalmados, hombres, que se sientan en una barra. De todos menos del tipo de la botella de Jack Daniel's. Él seguía con la mirada anclada en el fondo de su vaso, como si esperase la aparición de algo repentino que no se había dejado ver, caleidoscopio humano. 
La mujer se acercó, sensual, a la barra. Lucía un breve vestido de terciopelo negro, y unos zapatos de tacón infinito. Acercó sus labios rojos de carmín al oído del camarero. Susurró, ronca la voz, lo mismo que aquel, ladeando la cabeza hacia el circunspecto bebedor. El camarero asintió con un gesto rápido de la cabeza, casi como si se le fuese a caer del peso. Le sirvió el vaso. La mujer miró sin pudor al hombre que, en aquel momento, le daba la espalda, abstraído en sus propios pensamientos. Luego, con un movimiento casi felino, y bajo la atenta mirada del resto de parroquianos, juntó su rostro con el cuello del hombre. Hola. ¿cómo te llamas? Las palabras se deslizaban como renqueantes en la boca de aquella mujer. El hombre, como molesto, y rehuyendo su mirada mientras acercaba nuevamente el vaso a sus labios, le devolvió un casi imperceptible Carlos, ¿y tú?. Ella, sin inmutarse, esbozó una media sonrisa.Eso no importa ahora, además yo ha preguntado primero. El camarero, viendo la insistencia y voluptuosidad de la mujer, se fué acercando cada vez más a la pareja, incapaz ya de perder detalle, mientras sus ojos de lobo hambriento subían del generoso escote a los turbadores labios rojo carmín de ella. En aquel preciso instante, la mujer se giró hacia él, y clavándole una penetrante mirada directa a los ojos, impostó cada palabra que salió de su boca. Pónme lo mismo que está tomando el caballero. Detrás de la barra, las manos del camarero comenzaron a temblar de excitación, ante la seductora actitud de aquella mujer. Sin embargo, se repuso lo mejor que pudo, y le sirvió lo que le había pedido. La mujer, que mientras tanto no había apartado su mirada del camarero, sorbió muy despacio el dorado líquido, jugueteando entre los labios con los hielos que flotaban en el vaso. El camarero notó cómo la mayor parte de su cuerpo se ponía en tensión, mientras su mente dejaba de funcionar. Sin embargo, ante la notoria indiferencia que mostraba aquel tipo ante los encantos de aquella excitante mujer, decidió lanzarse. Oiga, señorita, verá, que aquí el caballero no parece tener intención de darle atención, así que si quiere yo, no sé, podría ayudarla. En aquel mismo instante, el hombre solitario pareció salir de su sopor, se dió media vuelta y dejó un billete de cincuenta sobre la barra, para luego mirar a la mujer y soltarle un vamos. Ella le siguió hasta la puerta, mientras el camarero les miraba perderse en la noche al otro lado de la puerta de la calle.
Una vez fuera, caminaron dos calles hasta encontrar un coche. Subieron los dos. Luego, una vez dentro, el automóvil desapareció a toda velocidad.
Una vez en la casa, subieron al dormitorio, donde él le hizo el amor de manera casi violenta. Luego de desfogarse, los dos se tendieron desnudos y sudorosos mirando al techo. Luego ella se volvió, y mirándole a los ojos en la oscuridad, no pudo reprimirse el pensamiento. ¿Era necesario mantener la llama de la pasión con su marido de esa manera? ¿Sería así el resto de sus días? En aquel momento, él se volvió, tapándose con la sábana, y empezó a roncar.