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29 de enero de 2009
Wicked Game.
28 de enero de 2009
La muerte de los demás…
Hay veces que la muerte nos acecha cerca de casa…
Hoy he oído en las noticias que un hombre ha matado a su mujer y sus cinco hijos. Parece ser que había perdido su trabajo y se había arruinado, tanto da. Ha sido en estados Unidos, pero el lugar da igual, la tragedia se repite con demasiada facilidad. Alguien decide que ya es suficiente su dolor, y que también lo es para su familia. Y digo yo, ¿quien le da derecho a suponer que su familia quiere dejar de sufrir de esa forma?¿Por qué piensa que puede decidir qué es lo mejor para los otros? Si no eres capaz de afrontar el lógico miedo que te asalta cuando el mundo se derrumba, puede pasar que pienses que ya no tienes fuerzas para seguir. Es un momento de ofuscación, de hundimiento. Todo pasa, y lo que pierdes en el camino, ha de hacerte aprender a ser mejor. Con menos, pero mejor. Ni vergüenza ni frustración. Pero si ni así eres capaz de proseguir con tu vida, por lo menos, deja que los demás decidan no dejarla. Y esto suele pasar con personas que están acostumbradas a decidir sobre lo que es conveniente a los demás. Son los que he nombrado alguna vez como hombres confiables.
Y sin embargo, todo se repite con demasiada facilidad…
Si existiese Utopía.
Estoy seguro que todos, alguna vez en la vida, en algún momento en concreto, hemos pensado qué haríamos si pudiésemos cambiar las cosas. Si pudiésemos cambiar el mundo, estoy convencido también que en general todas las personas pensarían, mas o menos, lo mismo. Haríamos que se acabasen las guerras, el hambre, las injusticias, inventaríamos medicinas que curasen las enfermedades incurables. Todo altruismo.
Si pudiésemos cambiar nuestro entorno, lo ajustaríamos a todo aquello que siempre hemos imaginado. Nuestros vecinos serían educados, como nosotros nos creemos, y nos saludarían siempre que nos los cruzásemos en la puerta de casa, el del piso de arriba no saltaría a todas horas, ni el de al lado pondría la música (aquella, precisamente, que no soportamos) a todo volumen cuando estamos durmiendo, siempre encontraríamos una tienda donde lo que quisiéramos comprar estaría rebajado un cincuenta por ciento, los jefes nos aumentarían el sueldo sin tener que negociar… Resulta tentador, ¿eh? Yo, desde luego, pediría ser invisible. No me digáis que no sería tentador.
Bueno, pero aquí entra en escena lo que cambiaríamos de nosotros, para nosotros. Parece fácil decidirse pero, como todo en la vida, siempre hay la cara oculta. Pensemos. Primero, y seguramente generalizado, pediríamos al supuesto genio de la lámpara ser más jóvenes (esto no va dirigido a los veinteañeros, se sobreentiende), pero eso si, con la experiencia de lo vivido hasta ahora, no sea que nos olvidemos de algo y después nos volvamos unos unos inmaduros. Ganar más dinero, o ser millonario, englobaría lo del coche de nuestros sueños y aquella casa que vimos una vez en una revista del corazón (si, de esas que solo leemos en la consulta del médico o en la peluquería, no sea que nos acaben tildando de superficiales). También nos pediríamos el estar con la mujer u hombre de nuestros sueños (si, si, aquella o aquel que tienen cuerpo de modelo y cerebro de premio nobel), ideal con la que compartiríamos nuestra vida para siempre, casi sin envejecer. Así seguiríamos hasta hacer nuestra vida perfecta.
Pero, una vez conseguido nuestro propio mundo de Utopía (si Tomás Moro levantase la cabeza), seguramente nos daríamos cuenta que para conseguir todo lo que nos hiciese feliz, alguien padecería por nuestra culpa. O si no, ¿donde iría a vivir la gente que habitaba nuestra casa soñada?¿a cuántos de nuestros compañeros de trabajo tendrían que despedir para pagarnos el sueldo que creemos merecer?¿y la comisión del vendedor de coches que ya no podría venderlo por culpa que nosotros nos lo hemos llevado “por la cara”? Y finalmente, ¿qué pasaría con el novio, marido o amante de la mujer que deseamos? Solo es cuestión de planteárselo, y decidir si nos compensa hacer daño a otro para conseguir lo que deseamos, o lo que es lo mismo, vivir para siempre en la cara oculta de la luna. Yo, desde luego, ni me lo pensaría, porque solo se vive una vez.
25 de enero de 2009
La frase escrita en la pared.
Hace unos días, cuando iba caminando por una calle del centro de Barcelona y me dirigía a cumplir unos trámites en el Ayuntamiento, distraído escuchando por mis auriculares música de Bill Evans, pendiente, eso si, de la bolsa que colgaba de mi hombro derecho donde llevaba el ordenador portátil, mi vista se cruzó, por casualidad, con un graffiti en una pared. Bueno, más que graffiti, los cuales me parecen una digna expresión del pop-art, era una frase escrita en la piedra centenaria de dicha pared. Apenas eran dos oraciones escritas con un lápiz negro, pero me acerqué lo suficiente para poder leerla.
Recuerdo la primera vez que me fijé en este tipo de expresión comunicativa. Tenía yo quince años, y cerca del instituto al que iba leí, en una pared también, una frase rotunda: Hambre, guerras, padecimiento. Si Dios no ha muerto, ¿porqué se esconde? He de reconocer que la frase era buena, un estímulo para reflexionar, una consigna ciertamente radical, anti religiosa, provocativa. Hoy la hubiese atribuido al movimiento Okupa, a los anti-sistema, o a los que financian los mensajes en los autobuses de Barcelona, Londres o Madrid. Pero cuando yo tenía quince años, este tipo de frases se achacaban a los comunistas. El mundo era más sencillo para los simples, desde luego. Pero a mi el tema de la frase me hizo pensar. ¿Quién lo habría escrito realmente? ¿Era ese un modo de expresión y de expansión de las ideas? ¿Qué buscaba su autor, tan solo dar rienda suelta a sus ideas, o quería ir más allá? Finalmente, después de darme cuenta que nunca encontraría respuesta a mis preguntas, y de que planteármelas era de lo más pueril, me centré en el verdadero mensaje. Tal vez eso era, sencillamente lo que quería su autor. Ser escuchado. Porque el tema de los graffitis viene de lejos. Los encontramos en las ruinas de Pompeya, los había políticos en la antigua Roma, en la Edad Media las iglesias eran un buen aparador para estos mensajes. Los había, además, de todo tipo. Políticos, filosóficos, de amor, pornográficos (a veces bastaba garabatear un miembro viril para expresar un estado de ánimo), o solamente insultos.
Hace unos años estuve en Venecia. Allí, después de visitar el Palacio Ducal, admirando la impresionante colección de antigüedades renacentistas que conservan, y antes de pasar por el Ponte dei Sospiri, vimos las mazmorras de la antigua prisión de la República. En ellas, en sus húmedos calabozos, encontramos una amplia colección de escritos en las paredes, hechos por los usuarios de la cárcel, muchos de ellos esperando la muerte. Para mi, encontrarme con el pasado anónimo, intacto, de gente que vivió y padeció hace cuatrocientos años, resultó uno de los hechos más curiosos del viaje. Además, la soledad que encontramos, pues apenas nos cruzamos con tres japoneses que regresaban desorientados a la entrada, hacía que aquellas frases en italiano antiguo fuesen todavía más reales. Muchas frases eran recuerdos a sus madres, justo antes de morir ajusticiados, también a las novias, literarias algunas, o imprecaciones contra sus carceleros. Pero la mayoría eran, me imagino que debido al carácter de quien los hacía, y a saber que para ellos no existía el mañana, dibujos obscenos. Y es que el hombre (del sexo masculino, me refiero), es el único animal que, aparte de tropezar dos veces con la misma piedra, canaliza la sangre del cerebro hacia sus partes bajas.
En fin, podría explicar otras frases escritas en paredes, como cuando en los lavabos de la universidad leí, entre infinitas, una que decía: Mientras los demás se juegan su futuro en clase, yo resuelvo mi presente ahora mismo. Lo dicho, los temas, en el fondo, no cambian.
Sin embargo, después de este repaso por el tiempo de mi relación con las frases y las paredes, lo podría extender también a internet, pero creo que necesitaría escribir, al menos, un libro sobre el tema para explicar algo de lo que se puede leer en esa pared incorpórea.
Se me olvidaba, perdón, la frase que leí: Otro día sin verte, otro día echándote de menos, ahora se que eres tu. ¿Quién ha escrito la frase?¿A quién irá destinada?…solo ellos dos lo saben.
23 de enero de 2009
Teardrop. Massive attack
Jazz
para esperar bajo una farola
de lánguida luz amarillenta.
La seducción y el olvido,
como cuchillo traspasando la nocturna
atmósfera, suenan con la música
lenta y suave de pasión.
Surgen en la noche gotas de amor traicionado que
Humo claro y oscuridad,
ésta húmeda de seducción,
"Poemas anteriores"
22 de enero de 2009
Nuestro mejor amigo…
En los tiempos que corren, tener un perro es casi un lujo. La comida es carísima, el veterinario por las nubes, las vacunaciones, el impuesto municipal. En fin, que el pobre animal, ajeno a toda esta sangría monetaria, nos suele devolver cariño en forma de lametazos en la cara (y hablo por experiencia, como ex dueño de un yorkshire terrier), alegría en forma de movimiento compulsivo del rabo, comprensión en manera de mirada desvalida cuando nos ven malhumorados, vigilantes de nuestras casas, o bastón de ciegos. Bueno, y un sin fin de aspectos más que hacen que el “mejor amigo del hombre”, con respeto a los gatos y canarios, seres que también tienen su qué personal, sea también la mejor compañía.
Y ahora parémonos a pensar en qué manera les devolvemos todas las sinergias positivas (hay que ver lo que se liga llevando un perro de la correa) que desprenden junto a nosotros. Primero, culpabilizándolos de todas las cacas que ellos hacen en la calle, y que otros desprevenidos ciudadanos se llevan, indefectiblemente, a casa como regalo, con el único fatuo consuelo de jugar a la lotería. Como si el dueño no fuese el responsable de llevar encima la bolsita recolectora, vaya. Después, del ruido de sus ladridos cuando alguien pasa al lado de la casa de sus amos, pensando que ha sido el pobre animal el que se ha negado a ir a un adiestrador para enseñarle a comportarse. Pero lo peor, la más atroz de las penurias que esos pobres seres han de padecer, es el llevar ropa encima. Que si gorros, que si bufandas, que si chalecos, jerseys…pero lo más denigrante que he visto en mi vida, y que me ha movido a escribir este alegato en favor de los canes, ha sucedido hoy cuando, caminando por una calle de mi barrio con una amiga, he visto la indecorosa imagen de un perro vestido con una ridícula chaqueta deportiva de color rosa, con cubre patas incluido y capucha. Y además, ¡de marca!, paseado por su dueña, vestida con un abrigo de pieles. Mi amiga y yo nos miramos, nos reímos, y continuamos caminando. Bien pensado, quien hacía verdaderamente el ridículo era la dueña del perro. Y pensar que los consideramos como nuestras mascotas, nuestros amigos. Con amigos como nosotros, para qué tener enemigos…
21 de enero de 2009
Yes, we can.
17 de enero de 2009
Diario de lectura de El Alquimista.
14 de enero de 2009
El secreto para ti de El Secreto
El hombre confiable.
El otro tipo de persona, es aquella que delante de las situaciones peligrosas no es que no les tenga miedo, sino que disfruta con ellas. Los negocios siempre han sido lo suyo, el riesgo, el lanzarse al vacío sin calcular ninguna posible consecuencia, pues para ellos todo lo que pueda pasarles está ya previamente calculado. Confían tanto en si mismos porque son gente previsora, aferrados a la tierra, que calculan con desmedida confianza los riesgos, y acaban viendo, infaliblemente, que pueden asumirlos todos. No hay vida sin riesgo. No existe el riesgo sin diversión. Fíate de estas personas a la hora de organizar algo, como un viaje, porque desde el primer minuto sabrá qué es lo que hay que hacer. E incluso dominan la improvisación, pues está preparados para todo. Una joya, vamos. Es el hombre (de nuevo, perdón) confiable.
Si tu pareja es así, y tira del carro constantemente, te salva cual Tarzán a Jane de constantes situaciones, resuelve tus problemas siempre con una sonrisa, no deja jamás que decidas más allá de lo que te vas a poner por la mañana, controla los pagos y cuentas del banco, sabe exactamente, diariamente, cuánto dinero os queda para llegar a final de mes, se enfada cuando le llevas la contraria y le gusta ser él el que decida ceder, lo tienes siempre cerca, sabiendo lo que haces a cada minuto...enhorabuena, tienes la vida simplificada. Nada de preocupaciones, porque él, o ella, se adelantarán a ti para solucionar tus problemas, para resolver tus dudas. Eso si, si algún día despiertas por la mañana y descubres que esa vida tan fácil no es tu vida, sino la de él (o ella), y quieres huir de ese eterno Gran Hermano, piensa que nunca es tarde para empezar de nuevo a escribir tu propio destino. Solo es cuestión de intentarlo.