Por fin he acabado de leer El Alquimista. Doy fe que he tardado un poco, dado lo breve del libro resulta extraño, pero no es que no me gustase, no, sino todo lo contrario. Es que debido a la naturaleza de la maravillosa historia, mezcla de relato filosófico, intemporal, y cuento oriental, decidí que lo leería poco a poco, dosificado, justo antes de quedarme dormido, bajo la tenue luz de la mesita de noche, lo que convertía mi cama en el entorno adecuado para transportarme a los parajes de ensueño del libro.
He de reconocer que nunca antes tan pocas palabras, tal vez excepción hechas de los cuentos de Borges, me habían transportado tan fácilmente a mundos hechos de retazos, pero suficientes para que mi imaginación acabase de construirlos. ¿Y qué es lo que me han enseñado esas páginas?
Lo primero, es que todos tenemos un objetivo, un sueño, lo que Coelho llama Leyenda Personal, en nuestra vida. Algo que queremos conseguir y que hace que sintamos anhelo cada vez que pensamos en ello. Para algunos es algo material, para otros puede que simplemente la felicidad, o el amor de alguien. Algunos son conscientes de cual es, mientras que otros lo ignoran, o no son plenamente conscientes hasta que ha pasado el tiempo. Yo tengo claro cual es mi objetivo, pero no se si algún día podré conseguirlo.
También nos enseña que nuestros sueños están muy cerca, pero que muchas veces hay que viajar lejos, aunque sea metafóricamente, para poder darnos cuenta de ello. Y el viaje de ida y vuelta puede ser duro, desagradable, o desalentador, pero nunca hemos de dejar de creer en nuestros sueños, en nuestros propósitos. Coelho utiliza la figura del Alma del Mundo y de Dios para explicar la naturaleza de nuestros anhelos, sin embargo todo es más simple, y se entronca con lo que suelo explicar en todo lo que escribo: no renuncies nunca a tus sueños, lucha por ellos, por muy imposibles que te parezcan, por muy lejanos que se vean, pues después de una noche de tormenta, siempre aparece la calma, y detrás el suave amanecer.
Y en este camino hacia la armonía total con nosotros mismos, nos guía, siempre, el corazón. Debemos hacerle caso, pues él es el que nos ata al alma de todo, de todos, y conoce el camino correcto. Por eso, cuando dudamos, hemos de seguir sus indicaciones. Y en el camino hacia nuestros sueños, hemos de recoger todo lo bueno que nos aparezca, disfrutarlo completamente, y no desechar nada, pues cuando regresemos puede que nada sea igual.
Por último, creo que he aprendido que el verdadero amor hacia nosotros proviene de las personas que aceptan que vayamos en busca de nuestros sueños, nos acompañen en el camino, o nos esperen. Y por supuesto, respetar los sueños de la persona que queremos. Es la única manera de contribuir a conseguirlos.