En los tiempos que corren, tener un perro es casi un lujo. La comida es carísima, el veterinario por las nubes, las vacunaciones, el impuesto municipal. En fin, que el pobre animal, ajeno a toda esta sangría monetaria, nos suele devolver cariño en forma de lametazos en la cara (y hablo por experiencia, como ex dueño de un yorkshire terrier), alegría en forma de movimiento compulsivo del rabo, comprensión en manera de mirada desvalida cuando nos ven malhumorados, vigilantes de nuestras casas, o bastón de ciegos. Bueno, y un sin fin de aspectos más que hacen que el “mejor amigo del hombre”, con respeto a los gatos y canarios, seres que también tienen su qué personal, sea también la mejor compañía.
Y ahora parémonos a pensar en qué manera les devolvemos todas las sinergias positivas (hay que ver lo que se liga llevando un perro de la correa) que desprenden junto a nosotros. Primero, culpabilizándolos de todas las cacas que ellos hacen en la calle, y que otros desprevenidos ciudadanos se llevan, indefectiblemente, a casa como regalo, con el único fatuo consuelo de jugar a la lotería. Como si el dueño no fuese el responsable de llevar encima la bolsita recolectora, vaya. Después, del ruido de sus ladridos cuando alguien pasa al lado de la casa de sus amos, pensando que ha sido el pobre animal el que se ha negado a ir a un adiestrador para enseñarle a comportarse. Pero lo peor, la más atroz de las penurias que esos pobres seres han de padecer, es el llevar ropa encima. Que si gorros, que si bufandas, que si chalecos, jerseys…pero lo más denigrante que he visto en mi vida, y que me ha movido a escribir este alegato en favor de los canes, ha sucedido hoy cuando, caminando por una calle de mi barrio con una amiga, he visto la indecorosa imagen de un perro vestido con una ridícula chaqueta deportiva de color rosa, con cubre patas incluido y capucha. Y además, ¡de marca!, paseado por su dueña, vestida con un abrigo de pieles. Mi amiga y yo nos miramos, nos reímos, y continuamos caminando. Bien pensado, quien hacía verdaderamente el ridículo era la dueña del perro. Y pensar que los consideramos como nuestras mascotas, nuestros amigos. Con amigos como nosotros, para qué tener enemigos…