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7 de abril de 2009

Diario de un hombre inmisericorde, acomplejado e inseguro.

Hoy empiezo a escribir sobre mi mismo en un intento desesperado por reconocerme en mi actual situación. Intentaré no ser demasiado literario y perderme por los recónditos pasadizos de mi mente, confabulando historias imposibles de descifrar. Seré totalmente sincero conmigo mismo. Estoy en una situación completamente nueva para mí. Nunca pensé que los celos y las inseguridades me atenazarían de esta manera. Pero es que últimamente la veo a ella y a veces parece que veo a dos personas distintas, si no a tres. Sé que puedo parecer paranoico, pero me siento así. Es como el que va en un coche y lo rebasan por la derecha a toda velocidad. No lo comprendes. ¿No eres tu quien está haciendo las cosas bien? ¿O es que realmente el coche, las circunstancias, te rebasa porque te quedas anclado en estereotipos arcaicos?...Sé que prometí no enrollar la madeja, pero no puedo evitarlo. Como dice ella (la llamaremos María), pues eso, como dice María, mi cerebro engendra paranoias indescifrables. Lo que ella no parece saber es que esas supuestas paranoias (bueno, sí, lo acepto, no son reales) me hacen sufrir. Porque, ¿a quién no le hacen padecer los silencios de su pareja, las actitudes de alejamiento (y me refiero sobre todo a aquellas veces que te dicen que no interfieras en su intimidad), sus dudas ante una pregunta supuestamente trivial, o que simplemente no te expliquen las cosas? Al fin y al cabo sigue siendo tu pareja, ¿o no? En definitiva, todos estos complejos que nos atascan a la mayoría de hombres delante de nuestras respectivas parejas, son inmensamente difíciles de controlar. Un ejemplo práctico. Si de repente a la persona que tienes a tu lado le da por arreglarse, comprarse ropa nueva, complementos que antes nunca había valorado, perfumarse, maquillarse, etcétera, a ti te asalta la duda… ¿por qué? Y más aún, ¿porqué ahora precisamente? ¿Complejo de Wendy? Pero si tú de Peter Pan estás patético. Y si has pasado la cuarentena (a la edad me refiero) todas esas dudas se disparan ¿Cómo es que te perfumas tanto para ir a ver a tus amigas? ¿Y maquillarte ahora…? Pero si pareces Victoria Adams. A ver qué van a pensar allí de ti, vida mía (siempre manteniendo el tono paternal y ligeramente desinteresado que tanto nos cuesta disimular), por cierto…ese tanga de tira, ¿no estarías más cómoda con uno más norm… digo, tradicional? También tanga, cariño, que no quiero decir que te pongas otra cosa. En fin, que es entonces cuando María, sin decírmelo, me mira con una cara entre satisfecha e irónica y me espeta a bocajarro eso tan doloroso e imposible de reconocer delante de los demás, que es un “Tu lo que estás es celoso ¿no?”. La sorna expira por todos sus poros, mientras que a ti te sube un sofoco irresistible desde la base del cráneo hasta aquella coronilla que ya está empezando a clarear. Mierda, piensas, cómo se ha dado cuenta. Entonces, como buen representante de la masculinidad moderna, intentas compensar todo lo dicho con una sobredosis edulcorada de cariño romanticón. Y no falla, eso te pone todavía más en evidencia, a ti y a tu estrategia. Y es entonces cuando te preguntas si tan transparente eres, si realmente ella sabe de ti más de lo que dice y, en definitiva, si no es que tu eres un ser inferior.

Porque claro, decirle que está realmente perfecta, resulta la guinda que culmina el pastel de tu fracaso como estratega. Es que, no nos vamos a engañar, por tu cabeza desfilan infinidad de tíos, mucho mejor que tu. Pero, y si se le presenta la oportunidad irresistible de hacerlo sin que tú te enteres ¿qué? Toda la vida marcándote el farol de que si lo has de hacer, por lo menos que no me entere, así todos felices… ¡JA! Y lo del tamaño tampoco importa, ¿no? ¡JA, JA!

Entonces, tu mente comienza a perfeccionar el modelo de macho que saltará sobre ella. Más alto que tu, un tío guapo pero masculino, musculado pero bien (al menos esa expresión utiliza María), interesante, y además, seguro que con un buen trabajo… Joder, como para no estar intranquilo. Y si a eso unes las bromas que sobre estos temas hace con sus amigas (¡incluso delante de ti!, ¡incluso dirigiéndose a ti!), ya te puedes hundir en la más inmisericorde de tus propias miserias. Parece, en definitiva, que cuando te ves en el espejo, te estés mirando a través de un microscopio. Cada vez estás más pequeñito. Cada vez menos. Y si te habla de salir con las compañeras de trabajo un sábado por la noche, lo hemos estropeado del todo. Para qué te voy a contar si además, entre sus amigas, hay alguna que tú sabes que hace cosas que a ti, hasta ahora, te parecían lejanas cuando María te las explicaba. Porque, ¿a cuento de qué justifica ella que su amiga le ponga los cuernos a su pareja con otro? Por eso, cada día te sientes más solidario con el engañado, hasta el punto de verlo, y eso sin haber hablado nunca con él, como el tío más digno de compasión del Universo. Y es que, lo que pasa, es que te ves reflejado en el espejo de su situación. Casi un camarada, vamos.

Queridos amigos con compañera sentimental, ¿Hay algo más peligroso que la noche, para una mujer que sale con sus amigas y sin su pareja? Por tu cabeza, mientras la esperas a ella mirando cualquier programa en la tele, desfilan imágenes de María divirtiéndose, riéndose, bailando, mientras un irreductible grupo de cazadores nocturnos hace cola, uno detrás de otro en fila india, para ligársela aquella noche. Todo, eso sí, bajo la ley del silencio de sus amigas. ¡Qué mal lo has pasado tú viendo cómo se vestía para salir! Pero si conmigo no se arregla ni la mitad, te dices. ¡Y además se pone el perfume aquel tan caro que le regalé en navidades! Poco más y explotas como un globo.

Finalmente, y antes que salga a la calle (¿cómo es que habéis quedado tan temprano? Si quieres te voy a buscar, no sea que no encuentres un taxi. Luego te llamo, pero solo para ver como estás) haces que tus hijos desfilen delante de ella para despedirse. Intentas repetir la palabra mamá las más veces posible, solo con el fin de que, cuando esté en medio de la pista de baile y alguno cruce la mirada con ella buscando lío, le vengan a la mente las voces y los rostros de sus queridos hijos, y los remordimientos por lo que pueda hacer hagan disipar sus posibles intenciones. Para acabar, y luego de decirle que esta falda tan corta no te favorece las piernas, que este pintalabios es demasiado fuerte, que para qué te has de poner pintura en los párpados si estás mejor natural, la coges por la cintura y, obligándola a mirarte a los ojos, le sueltas un te quiero, que seguro sonará a forzado, y esperas su respuesta, que normalmente no corresponde con la que tu hubieras deseado. En lugar de un “yo también” te suelta un “ya lo se”. Allí ya te han clavado la estocada definitiva.

Por eso, cuando ella vuelve a las tantas de la madrugada, y se mete en la cama abrazándote, tú te preguntas ¿por qué lo hará? ¿Serán remordimientos? A saber qué habrá hecho esta noche para volver tan afectuosa conmigo. Pero si en lugar de abrazarte, se gira hacia fuera de la cama dándote la espalda, tú te preguntas ¿por qué lo hará? ¿Serán remordimientos? A saber qué habrá hecho esta noche para estar tan fría conmigo. Patético, ¿verdad? Pero real. Porque quién es el primero que no ha sentido un motorcito moviéndose en su estómago cuando aparece algún síntoma de los descritos. Pones tus alarmas en Defcon tres, a punto de subir un nivel enseguida. Porque delante de los amigos, tú no puedes reconocer ciertos comportamientos, ciertos pensamientos. Yo no soy así, te dices. Esto solo le pasa a otro tipo de hombres, con mucha menos sensibilidad que yo… pero es que no veis que yo escucho a Pablo Milanés en el coche.

Cuanta mentira y cuanta hipocresía. Lo que pasa es que a ninguno de nosotros nos gusta reconocer lo que resulta evidente. Y es que, mientras el género femenino ha evolucionado hasta nuestros días, nosotros, los machos dominantes (¿?) seguimos anclados en la edad de piedra. ¿Dónde están los iluminados de mayo del 68, los hyppies, o los promotores del amor libre?... casados. Si, si, y es que finalmente todo comportamiento masculino acaba por ser tribal.

Para casa entonces, que ya se acabó el sufrir…o al menos el pasar hambre delante de las hojas de lechuga, los caldos vegetales, el pescado a la plancha, el pan integral (¡y además pesado de báscula!) y las tostadas con nada para desayunar. Si estoy algo pasado de quilos, pues bien, lo estoy. Y si ella me quiere, seguro que me aceptará así… ¿o tal vez no?