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7 de abril de 2009

El retrato de Nefertiti

El otro día apareció en la prensa una de esas noticias que no sabes, realmente, qué repercusión puede tener. Unos radiólogos alemanes habían estudiado el busto de Nefertiti, policromado, de cincuenta centímetros de altura, datado en el año 1338 a. C, y que hizo de modelo del escultor Tutmés para otros retratos de la reina, realizados en su taller de Amarna. Parece ser que habían comprobado que la escultura interior, hecha en piedra, no tenía unos rasgos tan hermosos como el de el busto que podemos ver nosotros hoy en día. Lo primero que hice al leerlo fué comentárselo a mi hermana, egiptóloga, y apasionada de este increíble retrato que reposa en un museo de Berlín. Ella me dió ciertas claves para la interpretación de ese increíble rostro, lo que me hizo valorar la posibilidad de que Tutmés idealizara a la reina. Sin embargo, y dejando al margen cualquier pensamiento histórico, me gustaría centrarme en su lado artístico. ¿Cómo es posible que alguien, por muy genial artista, por muy idealizada que tuviese a la persona retratada, consiga tal perfección, hasta lograr hacer inmortal a alguien? Parece un poco de vampirismo. Ese hermoso rostro maduro ha logrado superar a las mismísimas momias embalsamadas en su búsqueda de la eternidad, trayéndonos desde siglos atrás, la belleza imperecedera, perturbadora, el retrato de la que tuvo que ser una mujer excepcional. Realmente, si el autor logró captar hasta el más mínimo detalle de su rostro, seguro que atrapó, también, el alma profunda de la que fué reina del Alto y Bajo Egipto. Esto sí que me hace creer en el más allá.