Levantarse por las mañanas se había convertido en un verdadera agonía. La mujer que tenía al lado, sus propios hijos, parecían no pertenecerle, habían pasado a ser casi unos desconocidos, incluso su trabajo se había convertido en un suplicio. Su propia vida parecía ser una constante muestra de cosas que le sucedían sin él quererlo, sin desearlo. Antes no había sido así, hubo un tiempo en que fue feliz. Pero ahora ya nada le llenaba, y tan solo pasaba el día pensando la manera de salir de aquel círculo vicioso. Era como si se hubiese convertido en el protagonista de La casa tomada de Cortázar. Y sabía, estaba profundamente convencido, de que nadie tenía la culpa de aquella situación. Era algo que le pasaba ahora, en aquel momento de su vida, y nada más. Sentía como un miedo cerval cada vez que introducía las llaves en la puerta de la casa y tenía que enfrentarse a una vida que parecía que tuviera que vivir otro. Era, tal vez pudiese explicarlo así, como compartir su cuerpo con alguien totalmente desconocido, como si estuviese viviendo una vida equivocada y que en aquel momento su memoria volviese a ocupar la consciencia real. Se sentía cobarde por desear huir, y desleal por sentir lo que sentía, empezando por sí mismo. Porque sabía que, de alguna manera, seguía queriendo a aquella mujer que todos decían que era su esposa, y a aquellos niños que le llamaban papá. Pero también estaba seguro que necesitaba huir, sobre todo cuando una tarde, sin decir nada a nadie, llegó antes a casa del trabajo, y se encontró a su mujer y sus hijos jugando y riendo al lado de un hombre que, aunque lo vio de espaldas, intuyó que era él mismo o tal vez otro, qué más daba. ¿Cómo había llegado a esta situación? ¿Porqué nadie le había dicho nada? La tristeza y la rabia que le había acompañado durante tanto tiempo parecieron ser menos intensas, aunque no acabasen de desaparecer ante la constatación de que finalmente había sido expulsado de su propia vida por otro, aunque este fuese el real, eso tal vez nunca lo sabría, y el que siempre había vivido como un sustituto hubiese sido él. Fuese como fuese, se sentía finalmente expulsado, de una ilusión o de una realidad, igual daba. Por eso cerró la puerta en silencio, dejó las llaves en la puerta, y se alejó sin resentimiento hacia lo desconocido pero, eso sí, con la profunda esperanza de poder encontrar, por fin, el principio de un camino que solo había hecho que empezar, y que no era otro que ser él mismo.