He llegado a un momento de mi vida en el que, reconozco, me he decantado por la que considero como belleza austera. Si, me refiero a aquella belleza que rehuye lo ampuloso, lo excesivo y lo eternamente cargante. En este punto de mi ciclo vital he llegado a la conclusión que, seguramente poco a poco, el tiempo ha ido moldeando una idea, seguramente una palabra que define mejor lo que quiero decir que utilizar ideal, de belleza, mucho mas austera, no subsidiaria de lo accesorio, sino sumergida en una búsqueda constante de lo nimio de los matices, del espacio vacío, de los reflejos. Es esta, en mi opinión, aquella belleza que se basa en la transparencia que da la calma, en el disfrute de los pequeños detalles, desechando lo accesorio que muchas veces le da a las cosas un falso brillo de verdad impostada. La verdad de la belleza, ciertamente, esta no solo en el hecho, objeto o ser en si mismo, sino en la mirada del observador. Aprender a apreciar la belleza mas allá de lo superficial, buscarla en aquello que nos transmite serenidad, es un ejercicio enriquecedor que en ocasiones no es nada fácil. La belleza de lo simple, la austeridad de medios para llegar a ella, es la que nos llevará a aprovechar aquello que vemos, del tiempo que disfrutamos. Muchas veces una sonrisa robada al cruzarte con un desconocido, un ambiente zen, un momento de relax, o infinitas pequeñas cosas, nos llevan a la belleza de lo mas intimo. Y el resto lo hace nuestro rasgo humano, que consigue que la belleza real nos llegue a través de múltiples canales. Solo es cuestión de querer vela.