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1 de octubre de 2012

La belleza puede ser triste y cruel.



Seguí mis propios pasos hasta aquella oscura callejuela, oculto a resguardo de las sombras de la noche. Me aposté detrás de una farola, a sigiloso cubierto de su luz amarillenta. Para cuando ella llegó pasarían ya de las tres de la madrugada, y mis pies estaban ya adormecidos de la espera. Realmente era tan hermosa como me habían dicho, y sin embargo ese precisamente era también su peligro. Demasiados hombres la pretendían tan solo por lo que parecía prometer, pero únicamente uno deseaba vengarse de una traición, y era precisamente el que me pagaba. Lindas piernas, pensé para mi al verla embutida en aquel ceñido vestido negro, qué desperdicio. Pero la profesión es lo primero, acabé reflexionando, así que me acerqué, el frío cuchillo oculto en un bolsillo de mi gabardina, y sin mirarla a los ojos, rajé vestido, abdomen y alma. No es nada personal, quise decirle, pero ya no valía la pena. Cuando cayó no pude evitar mirar sus hermosos ojos esmeralda, se que soy un romántico en el fondo, y pensar qué injusto es el deseo frustrado de quien desea y no consigue, o del que tiene y recela del mundo. Al fin y al cabo, ella era la menos culpable, si es que lo era en algo, pero la vida finalmente es como un tango, triste y cruel.