Seguí mis propios pasos hasta aquella oscura
callejuela, oculto a resguardo de las sombras de la noche. Me aposté detrás de una farola,
a sigiloso cubierto de su luz amarillenta. Para cuando ella llegó pasarían ya de las
tres de la madrugada, y mis pies estaban ya adormecidos de la espera. Realmente era tan hermosa como me habían dicho, y sin embargo ese precisamente
era también su peligro. Demasiados hombres la pretendían tan solo por lo que
parecía prometer, pero únicamente uno deseaba vengarse de una traición, y era precisamente
el que me pagaba. Lindas piernas, pensé para mi al verla embutida en aquel ceñido vestido negro, qué desperdicio. Pero la profesión es
lo primero, acabé reflexionando, así que me acerqué, el frío cuchillo oculto en un bolsillo de mi gabardina, y sin
mirarla a los ojos, rajé vestido, abdomen y alma. No es nada personal, quise
decirle, pero ya no valía la pena. Cuando cayó no pude evitar mirar sus
hermosos ojos esmeralda, se que soy un romántico en el fondo, y pensar qué
injusto es el deseo frustrado de quien desea y no consigue, o del que tiene y
recela del mundo. Al fin y al cabo, ella era la menos culpable, si es que lo era en algo, pero la vida finalmente es
como un tango, triste y cruel.