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22 de septiembre de 2008

La cárcel compartida.

Hoy se ha levantado un día nublado en Barcelona, una Barcelona que quiere ser Nueva York y que cree haberlo conseguido de la mano de Woody Allen. Mientras no nos construyan rascacielos de la magnitud de los americanos, todo eso se quedará en plena anécdota. Porque la vida sigue, para las ciudades y también para sus habitantes.
En fin, que ayer, otro día gris sin playa pues ha empezado el otoño, y mientras estaba hablando a través de la red con una amiga allende los mares, salió en la conversación la idea de no dejar de ser uno mismo por mucho que amemos a otro. Ni nadie ni nada podrá hacerme ser diferente a lo que soy, vino a decirme ella, aunque perdón si he hecho floritura de la frase, pero la esencia es la que permanece, como un buen perfume de Chanel, y si no que se lo digan a Marilyn.

Bueno, al grano, esa frase me hizo reflexionar, pues todos conocemos mujeres (fundamentalmente son ellas) que acaban sucumbiendo ante la fuerte personalidad de su pareja. Ellos suelen ser hombres infinitamente seguros de sí mismos, con gran empuje, con la confianza de tener siempre razón, muy bien valorados por los demás machos adyacentes, acostumbrados más a mandar que a sugerir, a imponer más que acompañar. Y ya se sabe, ese cóctel lleva implícito, con demasiada frecuencia, un carácter furibundo que acostumbra a asomar en los momentos en los que se siente contrariado, cuestionado. Es por eso que a su lado suelen tener mujeres que les admiran hasta la irracionalidad, que se sienten seguras a su lado, que delegan en ellos incluso las responsabilidades más nimias de la vida cotidiana. Él sabe de esto, él entiende de lo otro, se lo preguntaré a él, esto siempre lo ha hecho él...una relación de patriarcado que deja claramente en desventaja a la mujer, que compensa su falta de igualdad, de auto estima, de independencia, de riesgo, con la idea de seguridad. Sin embargo, solo queda una palabra para definir su situación, y no es otra que anulación. Si es que a él no le cuesta, si es que siempre se ofrece, es tan cariñoso y atento... Hasta que la situación, al cabo de los años, y cuando la mujer decide que por fin quiere volar sola, se vuelve insoportable para el hombre acaparador, que se siente incompleto sin manejar "altruistamente" la vida de la que está a su lado, sin poder demostrar que él siempre puede manejar dos vidas a la vez. La soledad le hace sentirse medio, y muchas veces lo hacen pagar a aquella que hasta hace poco era parte de "su" vida.

Reconozco que cuando miro con detenimiento a mi alrededor, siempre descubro alguna mujer que mira con admiración desmedida a "su" hombre, en un ejercicio de endiosamiento machista parecido a la religión, ríe cada una de las gracias que hace o dice, sean o no de mérito, y perdona finalmente todos los deslices que pueda tener, por mucho que ella lo disfrace a veces en indignación. La necesidad de ampliar la figura de él está por encima de cualquier otra cosa, sin darse cuenta que alimentan un vampiro que absorbe su verdadera personalidad.

Mujeres del mundo, hacedle caso a mi amiga Paola, y nunca dejéis de ser vosotras mismas. La igualdad entre los hombres y las mujeres empieza dentro de uno mismo. Ni más ni menos.