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6 de marzo de 2011

Mis libros

                     llibres

El otro día estaba en casa de un amigo y, esperando que sirviese el café, me detuve delante de la librería que tiene en el salón. Reconozco que no es un afán de intrusismo en la vida privada de otro lo que me lleva a hacerlo en cada casa a la que voy, sino más bien un puro sentimiento de encontrar una buena lectura para el futuro, y también, por supuesto, una excusa para una charla distendida sobre autores y obras. Cual fue mi sorpresa cuando, entre los lomos de todos aquellos ejemplares, reconocí al menos media docena que me habían pertenecido. No, no es que mi amigo fuese un ladrón furtivo de libros ajenos, sino más bien era que yo se los había prestado. Y no, no es que mi amigo actuase con maledicencia al intentar aprovecharse de mi mala memoria para completar su variopinta colección, sino más bien que yo, cuando dejo un libro que ya he leído, me lo hayan pedido o yo lo haya ofrecido, suelo decir dos cosas. No hace falta que me lo devuelvas, y cuídalo bien, que forma parte de un trocito de mi historia personal.

Porque no me importa dejar los libros, de verdad, pero me gusta la sensación que me produce el verlos en la librería de otra persona, ya que eso representa que una parte de mis vivencias ya forman parte de la de los demás. Y eso para mi es fabuloso.

Solo guardo en mi propiedad contados libros. Tan solo los más importantes para mi, y estos no pasan de poder contarse con los dedos de las dos manos. Tengo más libros en casa, es verdad, pero no guardo sobre ellos ninguna sensación de propiedad. Si me los piden prestados o yo los quiero dar, ya tienen el pasaporte de ida y no vuelta. Y sin ningún problema. Y es por eso que las bibliotecas de amistades y familiares forman como un extenso mapa vital de mi existencia, en el que puedo perder un rato recordando lo que significaron cada uno de aquellos libros dentro de mi historia personal. A veces, son mejores que viejas fotos en blanco y negro, aunque me fascinen también estas. Al fin y al cabo, todo lo que hemos poseído alguna vez nos acaba perteneciendo sentimentalmente.