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16 de febrero de 2009

Máscaras de carnaval.

Se aproxima el carnaval. Bueno, ya está prácticamente aquí, así que es difícil librarse de él. Los hay famosos como el de Brasil, extremos, como el de Tenerife, o cultos y demodé, como el de Venecia. Pero los mejores carnavales, para mí, son los de la vida diaria. Y esos, se producen cada día del año. Sus máscaras y disfraces son más atrevidos que los que he podido ver en la capital de los canales. La gente se disfraza, constantemente, de la manera que quieren que la vean. 
Están, por ejemplo, los ejecutivos que, debajo de su traje y corbata, su pomposidad, y sus aires de superioridad no guardan nada más de valor para compartir. Son aquellos que te saludan siempre levantando la mano izquierda, para que todos los que le rodean puedan observar su reloj de oro, tal vez falsificación china comprada vete a saber donde, o que se ajustan constantemente el nudo de la corbata, en un movimiento que te quiere decir algo así como "yo llevo y tu no", cuando lo que vemos los demás no es sino un lazo al cuello, normalmente de un color bastante dudoso. En este grupo imperan los trabajadores de los bancos, aquellos que han de decidir si te dejan dinero para el coche o para la lavadora, y que cuando los ves desearías encontrártelos en la playa para verlos de igual a igual. También se disfraza, en este carnaval humano, el conductor del coche. Aquí los disfraces son variopintos. Sin embargo, lo que les une a todos ellos, desde el que conduce un Mercedes Clase A, hasta el que lleva un Golf, es que dentro de su vehículo se sienten protegidos, capaces de insultar por doquier y hacerse los gallitos con cualquiera. Eso si, rezando para que los semáforos no se pongan en rojo. También podemos encontrar otro disfraz muy común, compartido, que es el de la pareja feliz. Aquellos que pasean por la calle, bien juntitas las manos, entre sonrisas y sin dejar de hablar, pero que cuando pueden librarse del pesado vestido carnavalero sale a relucir una triste realidad, enmascarada en ese trasunto de falsa complicidad. Para casa quedan las horas de silencio, sin saber de qué hablar, así como la mutua indiferencia. Qué lejanas quedan las lentejuelas. Por otro lado, dentro del desfile, se podrían incluir a los abuelos que apenas pueden andar, pero que cuando descubren un asiento vacío en el metro, sacan la capa roja de detrás de la toquilla y, disfrazados de supermán (o superwoman, que en este carnaval no se distinguen géneros) se lanzan a toda velocidad a por él, sin conocer amigos. O los que dicen leer libros, de los que luego solo han leído una reseña, justo para poder dar por hecho que si. Y qué decir de los que se disfrazan de críticos de cine.
Hablando más seriamente, están los maltratadores vestidos de persona ejemplar. Estos solo se quitan el disfraz en la intimidad traidora de su hogar, excusa para sacar afuera toda la maldad que esta gente guarda en el fondo de sus corazones.
En fin, que seguro que me dejo muchos disfraces y disfrazados, máscaras y enmascarados. Cada uno conoce a alguno, incluso a los que van de auténticos. Eso si, siempre es bueno hacer auto crítica, y saber de qué vamos disfrazados cada uno. Tal vez nos llevaríamos una sorpresa, y es que este mundo es un carnaval.