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3 de junio de 2009

Imaginar a los demás.

En estos días de intenso calor, donde el bioritmo del cuerpo baja hasta mínimos de mera supervivencia, lo que significa que, en mi caso, me lleva a tener solo ganas de querer estar en la playa y soñar despierto, mi mente se pierde imaginando historias imposibles de escribir después. Porque unos de mis múltiples defectos, y siento hablar aquí de mi, es imaginar la vida de los demás. Si, lo reconozco, soy un voyeur de la realidad ajena. Me explico. Si veo una pareja paseando por la calle, hablando tranquilamente, yo me fijo en cómo visten, se miran, gesticulan, los adornos que puedan lucir, y a partir de esos elementos, mi imaginación vuela sin que yo pueda impedirlo. De hecho, no me apetece hacerlo, lo reconozco, porque disfruto imaginando lo que ellos son. O lo que no son. Y todo ello pasa tan solo durante unos segundos por mi mente, lo que hace que, en ese breve lapso de tiempo, ellos, de alguna manera, me pertenezcan. Son parte de lo que yo creo, de lo que yo vislumbro, que, equivocado o no, remoto o no de la realidad, es mi verdad. Y no le hago daño a nadie haciéndolo. Lo digo porque esto me pasa desde los doce años, y desde entonces, si imaginarme la vida de los demás fuese dañino, más de uno habría sufrido las consecuencias. Por otro lado, el hecho de imaginarme lo que no me importa, ha hecho que, delante de los demás, sea una persona tímida, que intenta no molestar, sobre todo porque pienso que puedo estar equivocado en mis apreciaciones.Una vez, hablando con una muy buena amiga sobre este tema, esta me dijo que esto que me pasa, y que a veces me hace sentir que me inmiscuyo en la vida ajena, allí donde no me llaman, le pasa a mucha gente que escribe. Yo me la miré con cierto escepticismo, imaginándome un mundo en el que todos imaginamos la vida de los demás, sin saber si lo que pensamos es cierto. Un mundo de fabuladores, en definitiva. Eso significaría que habría tantos mundos como gente imagina al vecino. Eso significaría que habría innumerables yo dando vueltas por ahí, dentro de la cabeza de la gente que me conoce, o con la que simplemente me cruzo por la calle. Y en el fondo, eso hace que te sientas ciertamente herido en tu propia intimidad, con ganas de gritarle al siguiente con el que te cruces por la susodicha calle, ¡ese no soy yo! Por eso, entono un mea culpa, ya que se que seguiré imaginando la vida ajena, y que utilizaré eso para escribir, y que seguro que habrá más gente que imaginará mi vida, apropiándose de un trocito de ella. Pasen y sírvanse.