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28 de diciembre de 2008

El reloj del tiempo.

El otro día estaba mirando tejados, los tejados de mi ciudad...

Ya sé que parece redundante hablar de reloj y de tiempo a la vez. Los relojes son el paradigma de lo que damos en llamar el paso del tiempo. La horas, los minutos, los segundos, incluso meses o los años están incluidos en esa pequeña esfera que nos indica que todo en la vida es inexorable. Cuando esp o de monotonía, la sensación es que desaparecen. Mientras que durante la situación deseada, estas corren sin cesar. Es por eso que el tiempo es relativo. Todo lo es. Ya lo dijo Eistein, que como yo, sea dicho de paso, nació un catorce de marzo. Todo es relativo. Bueno, eso o algo parecido, qué más da. 

En fin, que llegados a este punto, en el que se acerca el final de otro año, eras algo bueno, parece que las manecillas no se muevan. Para los momentos de angustia,y el nacimiento de uno nuevo, aparece la necesidad de hablar de nosotros, de nuestro tiempo. Me refiero a todos, al ser humano en general. ¿Porqué nos afecta tanto el paso del tiempo?¿Es el miedo a hacerse viejo, a no poder hacer lo que hacíamos, a finalmente morirnos? No lo sé, pero en definitiva a todos nos aterra. ¿Y es por eso que hemos creado religiones que nos prometan la vida eterna? No lo sé, yo no soy filósofo. Por eso yo me imagino a Dios como un reloj gigante. Un reloj universal.

Para mí el tiempo es algo tan intangible que, igual vuela, igual se estira igual que un chicle de menta, se alarga como un suspiro ante una mujer hermosa que no nos pertenece, o se contrae como la esperanza que nunca consigamos ser eternamente felices. Tan hermoso como el beso de una de mis hijas. Tan exacto como la emoción de coger de la mano a la mujer que amas. Tan real como desear y no poseer. Tan pleno como saber que solo somos una minúscula, insignificante parte de todo lo que nos rodea. 

Por eso pierdo la vista en los tejados. Porque encuentro en ellos un lugar donde refugiar mi mirada del resto de los que también me miran, para colgar en ellos los retales de aquello que deseo, de mis sueños incumplidos, con la esperanza de que el tiempo pase, pero que pase bien.

20 de diciembre de 2008

Deyanira

La lluna del desert
s'amaga dintre els teus ulls negres.
La teva pell és l'ombra daurada
que viu dins del record,
i que s'esvaeix com la sorra
entre els meus dits tremolosos.
Mentrestant, el teu nom ressona
entre la càlida remor del vent.

Este poema lo presenté a un concurso y fué publicado en La Vanguardia en  abril 2004. Por supuesto no gané, pero verlo impreso me dió una, lo reconozco, honda e inexcusable sensación de felicidad. Todos tenemos nuestro pequeño ego.  

19 de diciembre de 2008

El pensamiento.

No se porqué estos días me viene un pensamiento a la cabeza. Me tiene bastante distraído el hecho de caer constantemente en la reiteración de dicho pensamiento. Pensar por pensar, siempre lleva a perder de vista la perspectiva de lo que queremos llegar a razonar. Por eso, las personas que miran por la ventana, distraídas, miran, pero no observan. Divagan. Pues bien, yo llevo una semana mirando a través de una ventana imaginaria. Si, divagando, lo reconozco. Distraído, es cierto. ¿El motivo? Pues no lo sé, y ese es mi problema. He estado buscando desesperadamente la solución a mi dilema. 
He ido al médico pensando que tal vez sea una enfermedad mortal. El doctor me ha auscultado, me ha tomado la presión, me ha puesto un termómetro en la boca. Nada. He buscado asesoramiento entre mis amigos. Nada. No sé porqué, les explico al médico y a mis amigos, pero en cuanto no me doy cuenta, me encuentro con la mirada perdida, se me van los ojos hacia la línea del horizonte, me paso las horas anclado en mi propia inopia, me dejo estar en un estado de confortable distracción. 
Busco ayuda, entonces, en una tarotista, vestida a la moda vintàge, que me ha recomendado la amiga de un conocido del primo de una vecina de la mujer que hace la limpieza en el portal de mi casa. Oiga, me dice la señora mientras acaricia un gato negro, lo suyo está bajo el signo de un arcano mayor. Yo abro los ojos como platos, del susto. Mi piel se pone pálida, mi boca se seca, mis sesos se retuercen, y solo logro balbucear un ¿y eso qué quiere decir? La tarotista me mira por encima de unas gafas con cordel. Su voz, entonces, me suena cavernosa, profunda, como del más allá. ¿Está usted seguro que no lo sabe? A mí, ese juego de preguntas me sobrepasa. Sin embargo, soy un ludópata de las palabras. ¿A qué cree que he venido? Desembuche, le digo, casi perdiendo los nervios. No soporto las esperas, lo reconozco, como también odio las colas a la puerta del cine. Es algo innato. La mujer me sonríe entre irónica, socarrona y exasperantemente elocuente. Hombre, no me diga que no lo sabe, levantando con su huesuda mano derecha la susodicha carta. Está usted enamorado
Volví a casa. Cerré todas las ventanas, en un superlativo esfuerzo por concentrarme. Y es que solo me asaltaba una pregunta. Cruda, crucial. ¿De quién narices estaría yo enamorado?

17 de diciembre de 2008

Meme...de memez.

Una muy buena amiga bloggera, memoria, me ha pedido si puedo continuar un meme que ha comenzado en la página de Fernando Tellado, publicado en Ciberprensa, titulado Hay muchos blogs pero pocos bloggers, y que ella ha continuado en su blog, Memoria de una desmemoriada, para participar en un concurso de "memes", del que os doy las Bases.Bueno, pues bien aquí me he puesto. Primero, opinar sobre el artículo referenciado. Cuando lo leía, no acababa de salir de mi asombro. Y no por la presentación de la realidad, sino por la interpretación que hace de ella. ¿Que si alguien quiere abrir un blog para explicar un viaje, el nacimento de su hijo, o las ganas que tiene de mirar la tele, no tiene derecho a hacerlo?¿Porqué no?¿Que si alguien lo hace por tener uno porque está de moda?¿Porqué no?¿Que si alguien empieza el blog con ganas y luego a los tres meses, dos semanas o un día se cansa y lo deja?¿Porqué no?¿Que si soy malo escribiendo y no tengo ideas, qué hago metiéndome en el mundo de los renombrados?¿Porqué no?
Después de leer esas lindezas rayando lo etílico (¡uy!, perdón, quise decir elitista), y de ver como el autor opina que se debería borrar del mapa global a todo aquel que no cumpla con sus requisitos de calidad (¿también desaparecerían los bloggs judíos, gitanos o de sexualidad confusa?), un calor sulfúrico recorrió mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza. Y me hice la pregunta fundamental. ¿Quién narices es este tipo (perdonen mi vocabulario, pero a pesar de ser licenciado universitaro, he vivido en muchos lugares, algunos muy poco recomendables, pero eso si, siempre respetando a los que me rodean), que se atreve a pontificar sobre lo que está bien o mal?¿Acaso pertenece a la Sgae? Tal vez debiera pensar que lo que ha traído los blogs es la posibilidad de expresarse a gente que no tendría otros canales para hacerlo, que pueden mostrar su imaginación, sus ganas, todo lo mucho (o poco, que para mí es lo mismo) que llevan dentro, desarrollar ideas, mostrar parte de su interior, a otros para que lo vean. Se llama compartir. Y eso te hace generoso. Sí, es verdad, un poco vanidoso, pero es que no hay creación sin vanidad. Y mire usted, señor Tellado, sobre todo, los blogs lo que han traido es libertad. Libertad para ser humilde. Libertad para ser poco productivo. Libertad para dejar a medias lo que has empezado. Libertad para divertirse haciendo algo que en un momento dado te gusta. Libertad para compartir todo lo que se te ocurra. Pero sobre todas las cosas, libertad para desnudarte voluntariamente delante del resto del mundo. 
Todo esto lo digo desde un blog que yo, personalmente, hago cuando quiero, me apetece, o tengo algo que decir. Que leen mis amigos, mi familia, y quien le da la gana, pero sobre todo, yo mismo, aunque suene redundante. No juzgo a nadie que escriba, porque no soy nadie para hacerlo. Y si, estoy agradecido a la sencillez de publicación de mi blog, porque me permite centrarme en lo que quiero expresar. No quiero que sea algo difícil para sentirme mejor que otros por conseguirlo. Lo siento, señor Tellado, pero los mediocres somos así. Nos leen poco, y además no sentimos envidia por los demás. Además, déjenos vvir, que seguro que a figuras como usted no les molestamos. Y si lo hacemos, pues solo tiene que cambiar de canal (¡ah!, es que usted es de los que ve los documentales de la Dos). O es que tal vez usted lo único que quiere es que nos convirtamos en meros lectores suyos, y de los que son como usted. 
En definitiva, desde mi humilde única isla del ciberespacio, bajo bandera mía y solo mía, le deseo todo lo mejor, y que sea el más leído de todos los grandísimos escritores que han publicado (¿porque usted ha publicado "de verdad", no?) en este y otros países.
À bientôt

12 de diciembre de 2008

Desdesástrame.

Esta es la nueva obra que está apunto de estrenar mi amiga Paola Monti, en Santiago de Chile. Se trata de un café-concierto que saliendo de la pluma de la que sale, seguro que, por lo menos, es divertidísima, transgresora, y además, completamente loca. Espero que tenga toda la suerte que se merece, que es mucha. No me negaréis que el cartel se merece, por sí solo, un premio. Prometo teneros informados.



Mi peluquera

El otro día fui a la peluquería. Bueno, puede que eso no sea relevante para nadie, ya que todos más o menos pasamos por el barbero o peluquero, pero es que mi peluquera, que no asesora de imagen como dicen hoy en día los snobs, es una chica muy simpática, y de bonitos ojos azules. Argentina de nacimiento, como yo, barcelonesa de adopción, también como yo, trabaja sola en un pequeño local en el barrio de Sants. Corta muy bien, peina mejor, y cada vez que salgo de su/mi peluquería, me encuentro más positivo que cuando he entrado.
Para mí, ir a cortarme el pelo, no solo es cuestión de estética. Me encanta su conversación, su sentido práctico del humor, y el ambiente relajado que encuentro nada más traspasar la puerta. Por eso, el otro día, llegué con muchas ganas a dejarme tomar el pelo. Y, para no defraudarme, la conversación fue interesante. Ella, su nombre no creo que sea necesario mencionarlo, acababa de llegar de París y pasar un frío impresionante, por lo que el gélido ambiente de estos días en Barcelona le parecían un tiempo primaveral. Yo la miraba con las orejas a punto de romperse, con una expresión de "si me lo dices, será verdad", mientras me ponía una batita negra y masajeaba mi cuero cabelludo con la delicadeza de los dedos que acostumbran a cuidar la materia prima con la que trabaja. Fue cuando me hizo sentarme en la silla giratoria, cadalso de las puntas rebeldes de mi pelo, cuando comenzó la verdadera conversación. Y el otro día, más que diálogo fue una lección de cómo sobrevivir a lo que nos rodean.

Me explicó que parece que los peluqueros, como los camareros, son los guardianes de las penas de los clientes. Mientras los clientes del bar llegan en busca de alcohol para olvidar, los que vamos a la peluquería parece ser que llegamos en busca de un cambio que nos ayude a cambiar las cosas que no nos funcionan bien con los demás. Y eso parece que desgasta mucho al gremio de los peluqueros, más cuando casi todos tus clientes son vecinos del barrio, que acaban absorbiendo los problemas de los demás, implicándose en exceso, apareciendo como vampiros emocionales, pero a la inversa. Nada, que acaban hechos un paño de cocina.

Sin embargo ella, según me explicó, parece que ha encontrado el antídoto a tanto ir y venir de emociones compartidas. Un amigo, no se si argentino o chino, que para esto de la auto ayuda tanto monta monta tanto, le había recomendado que aplicase en el día a día cuatro reglas básicas para que no interiorizar los problemas ajenos. Puse toda mi atención en su explicación, mientras la observaba a través del espejo barroco que tenía delante.

Su primera regla es no pensar que los demás, cuando te hablan en un tono de voz desagradable, lo hacen por motivos personales. Has de pensar que la historia de los demás es diferente a la tuya, y que su forma de expresar sentimientos es diferente a la tuya, por lo que no te lo has de tomar como algo personal. No te harán daño si tú no te afectas. La segunda regla es no suponer, sino preguntar. Si no estás seguro de lo que te quieren decir, no te imagines cosas, pregunta. La tercera es hacer todo lo que te has propuesto hacer aquel día. No dejes cosas por pereza, porque si consigues tus objetivos, reforzarás tu auto estima. En cuanto al cuarto punto, la verdad es que no lo recuerdo bien, ya que mi memoria comienza a ser flaca como perro de ciego, pero creo que era algo así como no intentes saber más de lo que te quieran explicar. Reconozco que cuando me lo dijo, quedé con la impresión que eso sería lo más difícil de todo.

Una vez cumples con las cuatro reglas, y las practicas a diario, las has de comunicar a tu entorno de conocidos, para así conseguir crear un círculo de bienestar a tu alrededor. Vamos, que te has de convertir en un gurú, en un profeta de la consecución del equilibrio interior.

Cuando, después de pagar, y salir finalmente por la puerta al frío de la tarde, yo ya estaba convencido de dos cosas. Primera, que me había cortado el pelo tan bien como siempre. Segunda, que por mucho que me esfuerce, yo ya llevo demasiado tiempo viviendo con mi personalidad como para ahora abandonarla como si fuese un perrito en una gasolinera, y continuaré pensando qué me han querido decir, cual es el secreto que esconden las palabras de los demás, y sobre todo, porque me encanta imaginarme la vida de los demás. Sino, ¿de qué escribiría yo?

11 de diciembre de 2008

Ella está al otro lado del espejo

La mujer pareció despertarse en aquella playa. Una larga playa, resplandeciente bajo el calor. Un calor que le acariciaba tiernamente la piel. Un calor casi sensual. Tal vez sin casi.
Recorrió con la mirada, alrededor suyo, cada paso que daba. Playa, sol, mar, las montañas a su espalda. Pero no vio a nadie más. Estaba sola en aquel inhóspito paraje, sin saber de dónde venía, quien era, y sobre todo, sin importarle las respuestas. Sin nombre ni pasado, solo presente, y con un futuro sin acabar.
Miró curiosa a su alrededor. Decididamente estaba sola. Sola bajo un cielo tan azul, como los ojos de alguien a quien no podía acabar de recordar. Y estaba desnuda. Tan desnuda por fuera, que se sintió avergonzada, al darse cuenta. Se tapó con las manos todo lo que pudo de su cuerpo, pero al instante razonó que, en aquella playa, donde nadie había, nadie podía verla, por tanto. Tampoco sabía cómo se llamaba, no recordaba. Pero, no sabría explicar bien porqué, no le importaba ya demasiado.
Alzó la vista, y volvió a mirar otra vez. Hundió firmemente sus pies en la arena que le rodeaba. Un calor suave y de color ocre, que parecía que estuviese a punto de hacerla desaparecer en su inmensidad, en su totalidad, y que le hacía creer en la posibilidad de una existencia eterna, la envolvía.
Comenzó, entonces, a caminar hacia la orilla. Deseaba sentir cómo las olas le acariciaban la piel. Cómo la sal de aquel mar extraño, desconocido, le hacía revivir algún recuerdo. Sus piernas parecían no pesar absolutamente nada. Necesitaba creer que estaba viviendo cada momento, cada instante, como una vida nueva, como un constante renacer. Vivir eternamente. Tal vez fuese eso que le estaba pasando, la verdadera eternidad.
Por fin tocó el mar. Se agachó para recoger agua entre sus manos. Cuando el océano resbaló entre esas mismas manos, cayendo entre sus dedos como manantial de vida, sintió una extraña sensación de bienestar. ¿Qué podía significar? Solo su memoria lo podía saber. Y ahora mismo no sentía la necesidad, la angustia, de conocer el pasado. La curiosidad era solo cosa del presente. Ni siquiera del futuro.
Se miró las manos, aún mojadas, perladas por pequeñas gotas semejantes al rocío de unas mañanas desconocidas, minúsculas lupas de rayos de sol. Era su piel morena, sus dedos finos, las uñas cortas. Miró instintivamente el resto de su joven cuerpo. ¿Qué rostro tendría? ¿Sería hermosa o fea, o tal vez dulce? Suspiró. Era la curiosidad del presente, absurdo en la soledad que le rodeaba.
Recogió, nuevamente, agua del mar con sus manos cóncavas. Se la llevó a la cara y, sin pensarlo, se mojó el rostro. Al instante, notó cómo se le estiraba toda la piel de sus pómulos, sus labios se llenaban de sal, y su mirada cobraba un sentimiento primitivo. Se tendió en la arena, por puro placer, mojados los pies en la orilla, acariciados por la constancia de las olas, como si el corazón del mar bombease su sangre salada hasta ella, rodeándola de un mensaje que se le escapaba. ¿Qué le quería decir el océano? Se quedó dormida.
Cuando volvió a abrir los ojos, parecía que había dormido horas. No debía ser así, puesto que el sol continuaba atado allí arriba, imperturbable en su cénit. El paisaje inmutable también. ¿Habría pasado tan solo un instante? Algo en su interior le impulsaba a pensar que la respuesta era intrascendente. No le importaba, realmente, el paso del tiempo.
Decidió que tenía que levantarse, continuar observando, conocer algo más de lo que le rodeaba. Marchar. Así lo hizo.
Cuando llevaba un rato caminando, llegó a un punto en el que la playa giraba a la izquierda, rodeando un pequeño promontorio. Al acercarse allí, notó una sombra sobre la arena, que no era la suya. Miró al cielo, cerca del sol. Tuvo que protegerse los ojos con su mano, para poder ver bien. Una gaviota sobrevolaba un firmamento azul cobalto sin nubes. Entornó los párpados para verla mejor. Se perdió entonces en la lejanía. Volvía a estar nuevamente sola. Una lágrima comenzó a resbalar, en aquel momento, por su mejilla. ¿Por qué lloraba? No recordaba haber estado nunca acompañada. No recordaba a nadie. Sus ojos dejaron de llorar.
Siguió caminando. Le pareció escuchar, entonces, un sonido lejano. Tres pasos más adelante, el sonido pareció aún más claro. Un sonido conocido. Se intuía, incluso, como música. Sí, eso era, una música que parecía salir de entre los árboles, de las piedras, de las montañas de aquella playa desierta, de aquella isla infinita que no podía comprender. ¿Acaso ella también tendría a Viernes para romper su soledad? Volver. Esa era la palabra que le evocaba aquella música. Una palabra antigua, como salida de un gramófono. ¿Qué querría decir todo eso?
Se acercó, entonces, hacia la muralla verde que aparecía más allá de la arena. Mientras lo hacía, el calor iba dando paso, poco a poco, a una sensación de frescor, que parecía salir de la sombra, de la profundidad verde, y que le recorría la piel, sin dejar de ser. A la vez, agradable. Se sentía bien.
Mientras se acercaba, cayó en la cuenta de que aquella música que escuchaba antes en la lejanía, y que no había acabado de reconocer, aún sabiendo que la reconocía en su olvido, había dado paso a un rumor cada vez más cercano, como si de una cascada de agua se tratase.
Se adentró en la espesura, con sumo cuidado de no herir su cuerpo, desvalido debido a la desnudez, apartando las grandes hojas de aquellas plantas que nunca había visto antes, y respirando profundamente aquel olor de hierba húmeda. Finalmente, logró llegar al borde de un pequeño claro donde, sobre un riachuelo que parecía volver a perderse bajo la tierra, caía el agua cristalina de aquella ya imaginada cascada.
Se acercó, esta vez con decisión, y arrodillándose bajo la caída del agua, mojó sus labios. Luego decidió que le apetecía beber de aquella agua fresca, dulce y pura, y así lo hizo, notando como esta recorría cada centímetro del interior de su cuerpo, hasta llegar a su estómago. Se sentía viva, volvía a ser agua.
Fue entonces cuando, en su mente, apareció como una revelación la posibilidad de ver su cara reflejada en aquellas aguas. Se agachó nuevamente buscando, esta vez sí, su reflejo, pero este, inmisericorde, se negó a surgir. El agua, que corría turbulenta sobre alisadas piedras, hacía que su rostro se desvayese constantemente entre retazos inexpresivos, como si ella fuese el retrato de un pintor cubista. No se podía reconocer. Volvió, entonces, a aparecer una lágrima en su rostro. Ni siquiera podía hacerse compañía a sí misma.
Se secó la lágrima. No valía la pena llorar. Hubiese sido peor verse y no reconocerse. Tal vez fuese mejor así, después de todo.
Retornó a la playa. Algo que escapaba a su control parecía atraerla, otra vez, hacia aquel lugar.
Al volver a hundir los pies desnudos en la arena, llegó a la conclusión de que allí era donde realmente quería estar. Bajo el calor del sol, entre las caricias de la brisa cálida. Volvió nuevamente a estirarse en la arena dorada, pero esta vez su cuerpo se convirtió en un ovillo. Quería volver a sentirse dentro del vientre materno, sin saber siquiera, a estas alturas, quien podía ser su madre. Ahora mismo lo era el universo entero, con eso le bastaba. Y tuvo nuevamente la necesidad de dormir.
Al cabo de otro tiempo indefinido, volvió a abrir los ojos. Esta vez su cabeza parecía no haber descansado. ¿Dónde podría estar su madre?
Aquella sensación de soledad la rompió un ruido. Otro más. Esta vez era como un silbido lejano. Frunció el ceño. ¿Acabaría aquella playa descubriéndole todos sus secretos alguna vez?
Miró hacia la orilla. A lo lejos le pareció distinguir la silueta difusa, brumosa, de un hombre. No podía distinguir ni el color de su pelo, ni de su piel, ni sus ojos. Era como una sombra, que estuviese de pie delante del mar. Quiso acercarse, pero cada vez que lo hacía, aquella figura se iba alejando sin caminar, siempre a la misma distancia, nunca más lejos, jamás más cerca.
Finalmente, ella se detuvo, cansada. Era imposible su misión. Tendría que conformarse con lo que le era dado.
Le observó mejor, con mayor detenimiento. No sabía quién era, pero su presencia no hizo que ella cubriese su desnudez. ¿Le conocía? Si él no se lo decía, no podría saberlo. Intentó alzar la voz para preguntárselo, pero esta pareció perderse sobre el mar. ¿Cómo era su voz? No la reconoció. Él tampoco.
Un leve escalofrío erizó su piel, a la vez que su estómago se anudaba. Tuvo la sensación de que aquel no era su marido. ¿Ella había tenido amantes, amores platónicos? ¿Quién era aquel hombre? Lo que era seguro es que era alguien muy importante para ella.
Pareció, entonces, darse cuenta que jamás podría acabar de saberlo, ya que todo aquel universo parecía enseñarle sin mostrarle. Por eso decidió que no quería ver más a aquel hombre. Se había cansado de perseguirse sin encontrarse.
Continuó caminando sin mirar más allá, la vista perdida en el azul del cielo, hasta que percibió que la figura de aquel hombre ya no estaba. ¿Y ella, donde estaba? Nadie le respondía.
Hubo un momento en que volvió a estar cansada. Quiso sentarse, pero al intentar hacerlo, se dio cuenta que la fina arena se había transformado en gruesas piedras. ¿Cómo no se había dado cuenta antes que estaba caminando por otra playa? Tal vez sus pensamientos extraviasen la realidad. Se acercó a la orilla, esta vez con cuidado de no hacerse daño. Miró hacia el horizonte, y se dió cuenta que este no se acababa, que nada lo detenía.
Entró, entonces, lentamente en el agua, decidida, y cuando estuvo cubierta ya por la cintura, comenzó a nadar. Se sentía bien, mucho mejor, de hecho. Se sumergió bajo las olas, y allí, como por instinto abrió los ojos, descubriendo un paisaje impresionante en colores y vida. Por fin se asomaba a lo que se le escondía. Y allí, dentro de aquel vientre acuoso, se reveló una sonrisa, no dos, sino solo una, que se le presentaba en cualquier piedra, en cualquier coral. Allí era donde quería estar, pensó. Cerca de aquella libertad. Deseaba volver, explicárselo a alguien. ¿Pero, a quién? ¿Al hombre de la sombra? ¿A la gaviota, tal vez? ¿O a ella misma? Pero, en definitiva, ¿quién era ella? ¿Y por qué no se lo había preguntado antes? ¿Acaso no le importaba ni siquiera a ella misma? Decidió entonces volver a la playa.
Allí tumbó su cuerpo desnudo, tembloroso, mojado, inexpresivo. Cerró suavemente los ojos, cansada, y volvió a dormir.

María le dio un beso en la mejilla a su abuela.
-Adiós, tata, te vendremos a ver dentro de poco, así que cuídate -cogió un vaso de agua fresca de su lado y se lo puso en los labios- bebe un poco más
Laura puso la mano sobre el hombro de su hermana.
-No te escucha, María, ni nos ve. Ya sabes cómo es la enfermedad de la abuela.
María suspiró, clavando sus ojos azules en la oscuridad inalterable de los de su abuela.
-Sí, lo sé, pero siempre tengo la esperanza de que en el fondo, aunque sea muy en el fondo, sabe que estoy aquí.
-Te entiendo -Laura bajó un poco el volumen de la música que sonaba en la radio-, a mí también me gustaría que nos entendiese,-suspiró profundamente- pero ya sabes lo que le ha dicho el médico a mamá, que cada día irá deteriorándose, y que lo hemos de ir asimilando. Ya padeció mucho con la muerte del abuelo.
María sopló suavemente sobre el rostro de su abuela.
-Lo entiendo, pero en el fondo, se que ella existe en otro mundo, y no me preguntes cuál, que no lo sé –se acercó con la mejor de las sonrisas y le dio un beso en la mejilla- Adiós, tata.
Laura también lo hizo, y mientras se alejaban por el jardín del centro donde cuidaban de su abuela, algo, un presentimiento, le hizo girarse. Durante un segundo, a Laura le pareció ver una sonrisa en el rostro de su abuela. Seguramente había sido un error, así que Laura volvió a sonreír a aquella ancianita, mientras veía como una enfermera se acercaba a darle otro vaso de agua. Luego marchó.
Ella se quedó atrás, su cuerpo tendido en la arena de la playa, bajo el cálido abrazo del sol del mediodía.

7 de diciembre de 2008

El árbol de navidad.


He estado pasando la tarde en casa de unos de mis mejores amigos. Si, de aquel tipo de amigos que ya he explicado que son especiales porque lo darías todo por ellos, y estás seguro que ellos lo darían todo por tí. Bueno, a lo que iba. Les he acompañado a comprar el abeto de navidad. Él, me refiero a Rafa, no al árbol, me lanzó un pequeño reto, que no era otro que escribir el diario de un árbol de navidad. De su árbol de navidad. 
Cuando me lo planteó, me reí. Pensé que era un asunto extraño el pretender reproducir en palabras la vida de un árbol. Porque, ¿qué siente un árbol de navidad? La verdad es que yo no lo puedo saber. No soy Robert De Niro, ni he estudiado en el Actor's Studio's, para meterme en la piel, o más bien tronco, del susodicho abeto. Porque, a ver, lo primero que tendría que saber para ser un árbol, es si tiene raíces o no, o si es una de aquellas ramas altas clavadas en un pedazo de madera. Por eso miré hacia abajo, y pude comprobar que sí tenía enteritas sus raíces, o al menos, eso había dicho el vendedor. O sea, que yo tendría que ser un árbol completo.
¿Y ahora, qué? Una vez que creí conocer a mi personaje por fuera, me lo quedé mirando mientras me acariciaba la barbilla, ¿cuál sería el espíritu de un árbol de navidad? ¿Creería en Santa Claus y en los Reyes de Oriente? Parecía lógico que sí, pero nunca se podría saber a ciencia cierta si estas fechas eran un mero trabajo para un árbol como aquel, o si más bien le venía de tradición familiar. Eso tendría que condicionar seriamente su personalidad.
Así que, después de reflexionar mucho sobre el tema, y por respeto a un ser vivo, he decidido que me retiro del reto. 
Porque, aunque muchos digan que soy inexpresivo como un árbol, torpe como un tronco, y alto como un pino, yo continuaré con mi árbol artificial. Al menos, nuestra relación de amor durará unos cuantos años.

Contra las 65 horas.


Esta vez os voy a dejar un artículo que una amiga mía ha publicado en su magnífico blog. No voy a decir nada más, tan solo que estoy completamente de acuerdo con ella en esta iniciativa, y que cuenta con mi total respaldo. Espero que vosotros también lo apoyéis, para que Europa no pierda ni un ápice de sus derechos.  Es por nuestro futuro, y también por el de los que nos seguirán. Os dejo aquí las palabras de Memoria. 

Precisamente como ayer hablaba de la Constitución Española, hago valer mis derechos, como ciudadana tanto española como europea, (cosa que empiezo a renegar), y como ser humano que tiene un puesto de trabajo (un lujo dado el cariz que está tomando todo), pero en situación de Incapacidad Temporal (gracias a muchos señores con bata blanca), con lo cual el mosqueo es como mínimo del 20.

Dado que yo no puedo ir a Estrasburgo para manifestarme en CONTRA de ese despropósito, vía mis amigos Pablo Aretxabala y José Rodríguez, me enteré de una aplicación que servía para manifestarse sin tener que desplazarse hasta allí, con el coste .

El próximo 17 de Diciembre el Parlamento Europeo debe votar esta directiva y el día anterior la Confederación Europea de Sindicatos (agrupando a 82 organizaciones sindicales europeas, entre ellas a CCOO, UGT, USO y ELA) ha convocado una gran movilización en Estrasburgo para pedir al Parlamento que se oponga firmemente a dicha directiva.

Algunos como yo no podremos asistir por diversas razones, casi todas de índole económico. Yo que sigo en mis trece, en CONTRA de semejante bestialidad, puedes hacerlo uniéndote como me uní yo, todavía ayer mismo; a la par que te manifiestas de forma virtual pero real, dejando tus datos y una dirección de correo electrónico válida, les llegará a sus “Señorías” un encantador correo en inglés, francés y español, no a un “Señoría”, si no a todos ellos, creo que merece la pena, luchar.. por lo que luchamos todos y lucharon nuestros antepasados… si bien, pedía explicaciones que jamás se me dieron, sigo manteniendo, que “la unión hace la fuerza”, y “obligado te veas para que lo creas”.. Nadie va a utilizar vuestros datos, solo que con esa dirección de correo tendréis constancia de que ha llegado a su sitio.

El texto del correo es el siguiente ..

Estimados Eurodiputados:

Ante la imposibilidad de asistir presencialmente a la manifestación que organiza la ETUC el próximo dia 16 de diciembre en Estrasburgo, quiero hacerles llegar que me adhiero a la manifestación virtual que apoya la movilización sindical en contra de la directiva del Tiempo de Trabajo. Quiero pedirles que su voto sea contrario a esta directiva que ataca los derechos de los trabajadores europeos.

Atentamente, (tu nombre)”


5 de diciembre de 2008

La navidad.

Nos estamos acercando a las fechas navideñas, o al menos las luces que adornan Barcelona así me lo recuerdan constantemente. Bueno, aunque según los comerciantes de nuestras ciudades, hace ya tiempo que deberíamos estar pensando en el gordinflón Santa. Si, ya sé que no he sido demasiado políticamente correcto con el abuelete pasado de peso, barba blanca, ropa ridícula, y con un medio de transporte que, aunque ecológico, todos los defensores de los derechos de los animales se le echarían encima por explotación animal. Pero es que el gordo se las trae. Y eso, sin hablar de su faceta de empresario explotador, que para estas fechas subyuga a todos los elfos que trabajan para él, exigiéndoles horarios inhumanos y un rendimiento rayando la esclavitud. Y no se te ocurra montar un sindicato para defender los derechos élficos, que el tío, en esta época de crisis global, te amenaza con una reestructuración de plantilla, y los temporales a la calle. Si es que con este argumento del miedo al despido, ni siquiera es capaz de poner calefacción en su central de distribución de juguetes y regalos, y me parece increíble que para ello, esgrima el argumento de que si se puede derretir el hielo y eso puede ir en contra de la imagen de la empresa. ¿Y todos esos delegados suyos que ahora están esparcidos por las principales calles del planeta, traje rojo enfundado, barba postiza, campanilla en la mano, guantes roñosos, y bolsas de caramelos sin fecha de caducidad? Esos ni siquiera conocen al jefe, porque trabajan para una empresa de trabajo temporal, con comerciantes como intermediarios finales. A mí no me engaña el famoso Santa. ¿Qué debe cobrar a compañías como la Coca-Cola por derechos de imagen? Seguro que una barbaridad, y los elfos sin calefacción. Señor, a lo que hemos llegado. Al menos los Reyes Magos son autónomos, y cuando acaban las fechas de trabajo no pasan a engrosar las listas del paro.
Con todos estos datos, ¿cómo esperáis que me guste la navidad?
Y a pesar de todo, ¡FELICES FIESTAS!

29 de noviembre de 2008

La leyenda del espantapájaros.

En mi afán por presentar cortometrajes  animados de calidad, traigo este pequeño diamante. Vale mucho la pena, de verdad. Es un corto animado muy especial, hermoso, lleno de ternura, y con gran sensibilidad poética. Hay mucha cultura, de la de verdad, de la que transmite. Una verdadera obra de arte.  Gracias a Paola por enseñármelo.

                              

27 de noviembre de 2008

No a la violencia de género.


Como persona, me siento desolado ante el constante, diario, anuncio de víctimas de la violencia machista. Como hombre, siento vergüenza que mis iguales puedan causar este mal a las personas que tienen, o han tenido, cerca. Y no lo digo porque hace dos días fuese el día internacional contra la violencia de género, no, ya que no creo en ellos, y por eso he esperado para expresarme. Porque soy de los que consideran que es en el día a día cuando se ha de intentar arreglar el problema, erradicarlo. ¿Alguien cree que tener un día específico para exponerlo hará que el problema empiece a arreglarse? Yo creo, sinceramente, que no, que es mucho más efectivo denunciar, alertar, prevenir. Cada día son más los días internacionales, nacionales, locales, o lo que sea, que se ocupan de los más variopintos temas, y eso hace que se pierda, se diluya, la esencia e importancia de lo que se pretende alertar. Hay que actuar, por supuesto, y hay que hacerlo sin dilación. Las penas han de ser contundentes, haciendo ver a los maltratadores, asesinos, que la ley les persigue, les controla, y para que tengan miedo a las consecuencias de lo que sus actos les podría traer. 
Por otro lado están las víctimas, aquellas mujeres que viven bajo el peso del miedo, bajo el terror de lo que les espera cuando oigan abrir la puerta. Es a ellas a las que hay que convencer que es mejor rechazar el destino que parece ineludible, que no tienen porqué aceptar un infortunio que les puede llevar, en última instancia, hasta la muerte. Y para que eso suceda, necesitan, han de tener, la ayuda de todos nosotros, desde el simple ciudadano, hasta las fuerzas de seguridad, los jueces, y sobre todo los políticos, que han de legislar las leyes que luego la sociedad en su totalidad utilizará. No las abandonemos. Ellas son las víctimas perfectas de una educación imperfecta, y de unos hombres sumidos en sus propios complejos de inferioridad. Ver las cosas con antelación evita males mayores. Males que muchas veces empiezan en la idea de pertenencia exclusiva que tienen muchos varones de nuestra sociedad. Eso si, ellos creen que lo hacen porque "yo la quería". Y ellas pensaban que también.

25 de noviembre de 2008

Bill Evans.

Quien me conozca, sabe que mis gustos en cuanto a música son enteramente eclécticos. Y no es un postura estética, ni una justificación para decir que me gusta música que a los puristas no les pueda parecer bien. Simplemente es que es mi forma de ser, de ver la vida. No hay que avergonzarte porque te guste algo. Simplemente, disfrútalo. Por eso, un tipo como yo, disfruta tanto de Tequila, como de Toquinho, Led Zeppelin, El último de la fila, Harry Connyck Jr., Sabina, o Donizzetti. Sin embargo, cuando quiero tranquilidad en el constante ajetreo de una metrópolis como Barcelona, o cuando tengo una cena con pocos amigos, o simplemente llueve un frío domingo por la tarde, qué mejor que conectarse con el, para mí, el mejor pianista de jazz. Por supuesto, hablo de Bill Evans, para mi gusto el mejor pianista que ha dado el jazz. Para quien quiera conocerlo, dejo aquí este vídeo, aunque, según sus biógrafos, era un ser obsesivo, fóbico, retraído, arisco, introvertido, huraño, inseguro y autodestructivo. Sobre su discografía, vida y otras facetas de su ajetreada vida, es mejor que lo miréis por vuestra cuenta. Yo solo os lo presento.

22 de noviembre de 2008

Concierto Tequila en Barcelona.

Anoche se celebró en Barcelona el concierto de los reunificados (me imagino que solo para esta gira) Tequila, al que pude asistir con la mayor de las ilusiones que da la vuelta a los tiempos de desenfadada juventud. La ocasión de poder contemplarlos se produjo en la sala Sant Jordi Club, un recinto mucho más pequeño que el original Palau Sant Jordi. El show comenzó puntual a las diez de la noche, aunque la prevista aparición de un desconocido telonero finalmente no se produjo, y transcurrió, entre un público variopinto, durante casi dos horas de desenfrenada nostalgia, a base de puro rock & roll ochentero, a base de puro Tequila. Un concierto sencillo en despliegue, pero eficaz en lo que al resultado que se buscaba: hacer moverse y bailar al personal a base de unas dinámicos y desenfrenados cortes, de sobras conocidos por todos los que estábamos allí. Un concierto como los de antes. Mucha música en estado puro, músicos competentes, sonido contundente, desparpajo en el escenario, aunque como único pero, el deficiente sonido de llegada la voz de Alejo Stivel. Desde luego, juntándolo todo, una noche mágica para disfrutar de las noches de otras épocas.
                         

19 de noviembre de 2008

Pensemos en lo que nos rodea antes de actuar.

Este vídeo de animación me ha sorprendido, no tanto por la utilización de la técnica, sinó por el mensaje que se esconde detrás de sus imágenes. Si afrontamos los problemas sin entenderlos, estamos abocados al fracaso.

13 de noviembre de 2008

Los amigos.

En esta vida, los amigos, y me refiero a aquellos que lo son de verdad, nos acompañan siempre. Puede que estemos años sin verlos, que los veamos de tanto en tanto, o que simplemente sepamos de ellos, pero una cosa es segura, cuando los ves, te reencuentras contigo mismo, con tu pasado, y con tu propia existencia, de la que ellos forman parte.
¿Porqué digo esto? Pues porque yo tengo pocos amigos, y me refiero al tipo de aquellos que he descrito arriba, de los que siempre encuentras cuando los necesitas, y a los que tú estás dispuesto a ser encontrado por ellos cuando haga falta. Dos de estos amigos, a los que quiero de una manera especial, y a los que hacía dos años que no veía, nos invitaron un domingo a comer para decirnos que se habían casado el día anterior. Había sido una ceremonia civil, a la que solo asistieron la familia más cercana y los testigos. Fue una verdadera sorpresa, porque llevaban viviendo juntos casi veinte años, y a estas alturas pensaba que ya no necesitarían casarse, y más estando en el registro de parejas de hecho, pero he aquí que ya son legalmente marido y mujer. Sus motivos son suyos y, para el caso, no creo que deba ser importante saberlos.

Joan, el amigo del que hablo, lleva estos veinte años de pareja en una silla de ruedas, debido a una esclerosis múltiple de origen confuso, que le sobrevino de improviso, casi sin avisar. Desde aquel mismo día en el que su vida cambió para siempre, su sentido del humor se hizo mucho más punzante, desdramatizando su situación delante de los demás, lo que ha hecho que con el paso de los años todos nos adaptásemos a su silla. La verdad es que mi amigo es un tío fenomenal. ¿Sabéis que llegó a llevar la antorcha en un relevo de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992? Es un ejemplo de superación, de esa clase de persona que nunca se viene abajo, por mucho que la enfermedad le aceche en cada esquina del día.

Pero para mí, la persona que merece un comentario aparte es mi otra amiga, su actual mujer, Carmen. ¿Qué decir de ella? Sería imposible exponer en palabras la admiración que me produce. Los conozco a los dos desde que íbamos al instituto, y puedo decir que, gracias a las cosas que hemos vivido juntos, siempre ha hecho gala del más grande de los optimismos. Cuando la esclerosis atacó a mi amigo, ella era muy joven, con toda una vida por delante, pero si cualquiera hubiese huido de algo que le ataba a una vida no elegida sin poder ser juzgada por los demás, ella escogió el camino más ingrato, pero a la vez más desinteresado, quedarse al lado de la persona que quería. Hizo aquello que le dictaba el corazón, sacrificando su propio destino, y os aseguro que no se arrepiente de ello. Yo lo sé, porque ella misma me lo ha dicho hace poco.

Si el destino ha querido ponerles difícil su vida, ellos han puesto buena cara, y son tan felices como lo pueda ser cualquier otro. Por eso su vida es parte de la mía. Porque me han enseñado que se puede, y se debe, luchar por los sueños, y que de las pesadillas despertamos un día u otro, solo hace falta desearlo con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón.

25 de octubre de 2008

El hombre solitario y la mujer acompañada.

Estaba apoyado en la barra del bar, esperando algo o a alguien. El camarero le miraba de reojo, mientras secaba un vaso con un trapo. ¿Qué querría ese tipo? LLevaba allí cerca de media hora, y ya había pedido tres Jack Daniel's. Y se los había ventilado uno tras otro, casi sin respirar. También fumaba sin parar, apagando cada cigarrillo, nervioso, a medio consumir. Sin embargo su rostro reflejaba un no-se-qué melancólico. Era como aquellos hombres a los que les deja la amante, y quedan atrapados en medio de su propia incomprensión de los hechos. En fin, que tarde o temprano acabaría con la botella de dorado líquido que tenía a la altura de los ojos, justo detrás de la barra. 
Habían pasado cinco minutos, o tal vez cincuenta horas, que en estos lugares y en estas situaciones el tiempo es un ente intangible, cuando la puerta del bar se abrió lentamente. Entre el humo que imperaba en el local emergió, cual ser irrel, la figura de aquella mujer. Si, cuando digo aquella quiero decir de las que cortan el hipo, giran todas las miradas, desafía toda ley de la física en el apartado curvas, y finalmente, descoloca la líbido de todos los desalmados, hombres, que se sientan en una barra. De todos menos del tipo de la botella de Jack Daniel's. Él seguía con la mirada anclada en el fondo de su vaso, como si esperase la aparición de algo repentino que no se había dejado ver, caleidoscopio humano. 
La mujer se acercó, sensual, a la barra. Lucía un breve vestido de terciopelo negro, y unos zapatos de tacón infinito. Acercó sus labios rojos de carmín al oído del camarero. Susurró, ronca la voz, lo mismo que aquel, ladeando la cabeza hacia el circunspecto bebedor. El camarero asintió con un gesto rápido de la cabeza, casi como si se le fuese a caer del peso. Le sirvió el vaso. La mujer miró sin pudor al hombre que, en aquel momento, le daba la espalda, abstraído en sus propios pensamientos. Luego, con un movimiento casi felino, y bajo la atenta mirada del resto de parroquianos, juntó su rostro con el cuello del hombre. Hola. ¿cómo te llamas? Las palabras se deslizaban como renqueantes en la boca de aquella mujer. El hombre, como molesto, y rehuyendo su mirada mientras acercaba nuevamente el vaso a sus labios, le devolvió un casi imperceptible Carlos, ¿y tú?. Ella, sin inmutarse, esbozó una media sonrisa.Eso no importa ahora, además yo ha preguntado primero. El camarero, viendo la insistencia y voluptuosidad de la mujer, se fué acercando cada vez más a la pareja, incapaz ya de perder detalle, mientras sus ojos de lobo hambriento subían del generoso escote a los turbadores labios rojo carmín de ella. En aquel preciso instante, la mujer se giró hacia él, y clavándole una penetrante mirada directa a los ojos, impostó cada palabra que salió de su boca. Pónme lo mismo que está tomando el caballero. Detrás de la barra, las manos del camarero comenzaron a temblar de excitación, ante la seductora actitud de aquella mujer. Sin embargo, se repuso lo mejor que pudo, y le sirvió lo que le había pedido. La mujer, que mientras tanto no había apartado su mirada del camarero, sorbió muy despacio el dorado líquido, jugueteando entre los labios con los hielos que flotaban en el vaso. El camarero notó cómo la mayor parte de su cuerpo se ponía en tensión, mientras su mente dejaba de funcionar. Sin embargo, ante la notoria indiferencia que mostraba aquel tipo ante los encantos de aquella excitante mujer, decidió lanzarse. Oiga, señorita, verá, que aquí el caballero no parece tener intención de darle atención, así que si quiere yo, no sé, podría ayudarla. En aquel mismo instante, el hombre solitario pareció salir de su sopor, se dió media vuelta y dejó un billete de cincuenta sobre la barra, para luego mirar a la mujer y soltarle un vamos. Ella le siguió hasta la puerta, mientras el camarero les miraba perderse en la noche al otro lado de la puerta de la calle.
Una vez fuera, caminaron dos calles hasta encontrar un coche. Subieron los dos. Luego, una vez dentro, el automóvil desapareció a toda velocidad.
Una vez en la casa, subieron al dormitorio, donde él le hizo el amor de manera casi violenta. Luego de desfogarse, los dos se tendieron desnudos y sudorosos mirando al techo. Luego ella se volvió, y mirándole a los ojos en la oscuridad, no pudo reprimirse el pensamiento. ¿Era necesario mantener la llama de la pasión con su marido de esa manera? ¿Sería así el resto de sus días? En aquel momento, él se volvió, tapándose con la sábana, y empezó a roncar.

14 de octubre de 2008

Pequeño diario de campaña.

Esta mañana me he levantado temprano, como todos los días laborables de la semana. Antes de las siete ya estaba preparando el desayuno en la cocina, después de dar los buenos días a casi toda mi familia, ducharme y vestirme. Tengo una costumbre adquirida desde hace años, y no es otra que, mientras caliento el café, preparo las tostadas y el zumo de naranja, ver de reojo las noticias en la televisión. Lo sé, ese es un rasgo demasiado urbanita, pero ¿qué puedo hacer yo, si lo soy? No podría redimirme de eso, por mucho que lo pudiese intentar, que no es el caso.
Bueno, pues mientras estaba en eso, las naranjas apoyadas en el exprimidor, veo en la pantalla una monja ancianita, agitando una banderita americana (norteamericana, perdón), mientras ríe con expresión pícara. Paro de apretar las naranjas para oír de lo que va la noticia, pero cuando consigo centrarme en las imágenes, vuelve a aparecer la presentadora hablando de la crisis mundial, aquella en la que los gobiernos quieren ayudar a las tan torturadas multinacionales y bancos (risas por mi parte). Mientras maldigo mi suerte, a la vez que mi familia se presenta para la primera y más importante comida del día, o al menos eso dicen, pienso que he de esperar media hora para poder volver a saber de aquella monjita. Demasiado tiempo, así que decido que al coger el coche, pondré el canal de la radio de noticia s veinticuatro horas. En todo el trayecto hasta mi trabajo, nada, ni una mención a aquella monja de aspecto angelical. Y no es hasta llegar a mi trabajo cuando me entero que aquella señora (al fin y al cabo, está casada con Dios), tiene ciento seis años, que vive en Roma, y que mantiene una vitalidad y lucidez espléndidas. Pero sobre todo lo que me deja perplejo, es que piensa votar en estas elecciones por segunda vez en su larga vida, y que lo hará a favor de Barak Obama. Casi me atraganto con el segundo café del día. La iglesia apoyando a la izquierda, aunque sea tan poco izquierda como la americana.

Por eso, mi apoyo a esta centenaria monja en su voluntad de apoyar a Obama. Todos tendríamos que hacer caso a la sabiduría que le han dado a esta mujer su siglo de reflexión. ¿Le habrá enviado Dios algún mensaje secreto? Solo ella lo sabe. Ojalá aún esté a tiempo de votar antes de que su jefe la reclame para presentar informe.

10 de octubre de 2008

Nuestra esfera...

Y luego os preguntaréis porqué somos lo que somos. Mirad este vídeo, y sabréis porqué esta esfera humana es nuestro hogar, y porqué hemos de cuidarla.

                                

7 de octubre de 2008

El globo

He aquí lo que la genialidad de un publicista puede llegar a hacer.

                                 

Sobre seres imperfectos.

He leído esta mañana una noticia. Decía que una mala soldadura en una de las 10.000 conexiones del sistema, es la causa más probable del fallo que obligó a detener al acelerador de partículas más grande del mundo días después de su inauguración. Y todo esto debido, por lo que parece, a un fallo humano. La verdad es que eso nos tendría que hacer reflexionar sobre el hecho del control total de las situaciones. A pesar de que los seres humanos creamos que podemos asegurarnos que nada saldrá mal, eso es imposible. Siempre existirá el factor riesgo, por mucho que intentemos perfeccionar las situaciones, por muy bajo que pueda ser el porcentaje de fallo. Y es precisamente en este pequeño porcentaje de error, donde se esconde la posibilidad de desastre. Es la teoría del caos. Porque, muchas veces, y mucho más en una sociedad controladora como esta, el más pequeño factor desestabilizante se exponencializa hasta romperlo todo. Frases como "era una pieza pequeña, casi sin importancia" es habitual en la explicación de los desastres de gran magnitud tecnológica. ¿Y porqué? podemos preguntarnos. Creo con sinceridad que simplemente porque, en última instancia, casi todo en esta esfera imperfecta que es el mundo, depende del factor humano. Y ya se sabe, cuando las cosas dependen de nosotros, la tendencia es que algo pueda fallar. Porque somos falibles, porque somos imperfectos, y eso es lo que nos distingue del resto de la naturaleza. Somos la victoria de la imperfección, del fallo, pero también de la superación. Sin errores no hay evolución, o al menos esta es mucho más lenta. Y los seres humanos fallamos tanto...

6 de octubre de 2008

Volver

Hoy me he puesto melancólico. Si, lo sé, no es nada nuevo, yo soy así. Y cuando esto me pasa, he de escribir. Estaba escuchando el tango Volver, en la versión de Estrella Morente, y ¿qué puedo hacer? Poca cosa, la verdad, solo escribir.
Me viene al recuerdo aquella mañana, en la que por última vez vislumbré, distraído, las calles de Buenos Aires antes de partir para Europa. Aún resuenan en mis oidos las palabras de Arturo diciéndome que me fijara bien, que tal vez fuese la última vez que las pudiese ver. 
Volver... a veces lo hago, a mi infancia de colores raros, como las fotos de la época. Vuelvo una y otra vez a aquella ciudad, vieja, llena de papelitos en el aire, como nieve de verano, y que hoy se ha convertido en mi personal isla de Nunca Jamás. Aún juego con mi hermano Jorge en el terrado del hotel de mis padres. Qué grande me parecía todo entonces, y qué lejano me parece ahora. 
Sentir que es un soplo la vida... desde la atalaya del paso del tiempo, y ahora que formo parte de la infancia de otros, me doy cuenta que la mía es un dibujo como aquellos que me gustaba hacer. Asoman por las calles de aquel Buenos Aires, solo mío, la figura de Orlando, detrás de su sonrisa burlona, mi abuelo Juan limpiando eternamente los zapatos de toda la familia, de mis tíos, de mi abuela, de mis padres, de Marisol, mi hermana pequeña...
Vivir con el alma aferrada a aquel dulce recuerdo... que continúa acompañándome. Y cuando, aún hoy, escribo algo, siempre tengo el presentimiento que quien lo hace es aquel niño que soñaba con ser arqueólogo, astronauta y escritor. Que jugaba con pelotas de trapo junto a barcos medio hundidos en el río. De mis primerizos amores infantiles... 
Cuántos sueños de niño, cuanta magia por volver a descubrir. Porque siempre que vuelvo allí, desde mi querida Barcelona, desde mi mujer y mis hijas, desde mis amigos de hoy, creo que nunca he marchado del todo del hogar de mi recuerdo, porque siempre podré volver... Necesitaba escribirlo. Hasta luego, infancia.

1 de octubre de 2008

Mi ciudad

Desde el punto de vista práctico, vivir en una gran ciudad como la mía es perfecto. Todo lo imaginable está al alcance de la mano. Exposiciones, teatro, cine, festejos lúdicos, inacabables tiendas de lujo. Todo en una ciudad que, en el fondo, es la suma de diversas ciudades. Desde el punto de vista social, Barcelona es la ciudad de los ricos, con tiendas Luis Vuiton, Armani o Cartier. Por otra parte, la ciudad de los homless, con gente rebuscando constantemente en contenedores de basura, en busca contínua de todo tipo de objetos. También está la ciudad joven que se descubre en los clubs que abren sus puertas al caer la noche. La ciudad de los excesos modernos y desaforados. También está la ciudad de los trabajadores de sol a sol. De los extranjeros con papeles. De los extranjeros sin papeles. De la gente que sueña. De la que anhela. De la que envidia al vecino. De la que le encanta ser envidiado. De los viejos que dan de comer a palomas, o dirigen imaginariamente unas obras que otros sudan. De ladrones y políticos. De policías. De prostitutas. De los coches. De las motos. De las prisas. Del engaño. De los amantes y sus sueños prohibidos. Del ruido de unos, y del progresivo silencio que envuelve a otros. De los niños en plazas y colegios. De perros y gatos. De ti y de mi, incomprensibles si otros ojos no se acostumbran a vernos. De las coincidencias y las oportunidades perdidas. De los restaurantes baratos y los coches de lujo. De la montaña y de la playa. Del sol y la lluvia.
Y es que si te lo pones a pensar, la ciudad no es una, sino muchas, tal vez demasiadas. Porque la vida no es inmutable, sino que existe porque hay unos ojos, un corazón, que la interpretan. 

28 de septiembre de 2008

Equipajes.

Este corto es una buena muestra de lo que se puede hacer con un magnífico guión. Estupendos los dos personajes, pero ojo a Natalia Mateo, que borda su papel de mata-hari perturbadora del hombre. Una manera de llegar a, sin llegar a, o cómo las mujeres juegan con los hombres...


                              

In memoriam.

No sé porqué me sorprendo. Van desapareciendo los iconos de mi vida, lo que hace que tenga que asumir el paso del tiempo. Pasados ya los cuarenta (eso de la cuarentena me suena muy mal), es momento de ir acostumbrándose a la ineludible pérdida de referentes culturales. Recuerdo aún el shock que produjo en mi alma de adolescente el asesinato de John Lennon. El adiós de Alfred Hitchcock fué diferente. La reposición de sus películas en diferentes salas de cine de Barcelona, hizo de mi cinemafilia un constante recorrido de salas oscuras, que volvían a iluminarse como en la época dorada del cine. Su muerte, para contradicción personal, fué una combinación de tristeza por el ídolo desaparecido, y de suerte. Suerte de poder volver a ver aquellas películas en gran pantalla, tal como habían sido concebidas en su momento. Vértigo, La ventana indiscreta, Falso culpable... fueron para mí como verdaderos estrenos.
Desde entonces hasta ahora, nuevos iconos encontrados, otros desaparecidos. Y el último ayer, unos de los más antiguos, si no el más, que me quedaban. Desde que ví su rostro en Cortina rasgada, la admiración por el actor, director (imborable Rachel, Rachel), y personaje (en cuanto a persona, a la inmensa mayoría solo nos queda su imagen pública y los testimonios de sus conocidos) ha sido constante. Aún recuerdo las dobles sesiones del cine "recortado" que veía de pequeño en al cine Texas. Una de aquellas películas fué Exodus, que debido a su metraje se pasó con entreacto. Recuerdo que en aquellos domingos de tardes larguísimas el cine se llenaba hasta la bandera, pero al segundo pase de Exodus, éramos pocos los que quedábamos en la sala. Ahora, escribiendo estas líneas, me pregunto si era la temática de la película de Otto Preminger, o la dificultad del espectador de cine de domingo tarde para seguir la história, lo que hizo que la sala casi se vaciase. 
En fin, que han sido años esperando el estreno de alguna de sus películas, para luego ir a verlas en pantalla grande. Las últimas, Al caer el sol, o Camino a Perdición, fueron dos destellos inmensos del talento de este genial actor... perdonad si no digo su nombre, pero es que así parece que aún está vivo entre nosotros, y podré, algún día, ir a ver otra vez alguna nueva película suya.

25 de septiembre de 2008

Sinergia


¿Alguna vez habéis buscado a alguien sin conocerlo? No me refiero a un ideal, no. Me refiero a cuando sabes que hay alguien, allí fuera, con quien debes conectar. Alguien con quien todo es más fácil, más positivo. No lo buscas, pero lo presientes. Y si por ende de la conjunción más astral que conozcamos, te cruzas en su camino, o viceversa, ¿entonces, qué hacer? Porque cuando una oportunidad así se presenta alguna vez, creo en mi humilde opinión que no debe ser desaprovechada. Porque entonces se produce un efecto muy poco común. La sinergia. ¿Y en qué consiste la sinergia? Pues en el aprovechamiento de las cualidades de los dos individuos tratados, es un decir solamente, para una vez unidas estas, mejorar a cada uno de ellos. Es decir, que la sinergia con otra persona te mejora hasta el punto de mejorar tú a la otra también. La unión para conseguir un fin, la simbiosis perfecta. Me imagino que llegar a este estado aparentemente sublime debe ser casi inexplicable. Desde luego yo tendría mucho cuidado en explicarlo, si encontrase una pareja así. Las envidias son malas, y es fácil que me criticasen por hacer ostentación de felicidad. Desde luego, yo lo haría sin dudarlo. Hay que ser sinceros, después de todo.

22 de septiembre de 2008

Nunca palabras tan hermosas se han vuelto a escribir.


Y es que estos días he estado releyendo Paula, de Isabel Allende. Nadie como ella me ha hecho escapar una lágrima en la lectura de sus páginas. Por un momento me ha trascendido el personaje, la escritora, y todo ha cobrado sentido. Dicen que releer un libro es volver a repetir una historia de amor pasada. No estoy de acuerdo. Volver a leer las frases, las palabras de un libro al cabo del tiempo, es descubrir algo nuevo, porque nuestros ojos han cambiado. Nosotros no somos los mismos, ni nuestras inquietudes, ni nuestros anhelos, ni todo aquello que la vida ha ido llenando en nosotros. Por eso cada vez que leemos un libro, aunque sea el mismo, no lo es. Aunque un autor escriba la misma novela en todas sus novelas, cada una de estas ejerce de prisma que refleja la realidad cambiante de cada lector.
He aquí palabras tan hermosas... Paula, llevas un mes dormida, no sé cómo alcanzarte, te llamo y te llamo, pero tu nombre se pierde en los vericuetos de este hospital. Tengo el alma sofocada de arena, la tristeza es un desierto estéril... 

La cárcel compartida.

Hoy se ha levantado un día nublado en Barcelona, una Barcelona que quiere ser Nueva York y que cree haberlo conseguido de la mano de Woody Allen. Mientras no nos construyan rascacielos de la magnitud de los americanos, todo eso se quedará en plena anécdota. Porque la vida sigue, para las ciudades y también para sus habitantes.
En fin, que ayer, otro día gris sin playa pues ha empezado el otoño, y mientras estaba hablando a través de la red con una amiga allende los mares, salió en la conversación la idea de no dejar de ser uno mismo por mucho que amemos a otro. Ni nadie ni nada podrá hacerme ser diferente a lo que soy, vino a decirme ella, aunque perdón si he hecho floritura de la frase, pero la esencia es la que permanece, como un buen perfume de Chanel, y si no que se lo digan a Marilyn.

Bueno, al grano, esa frase me hizo reflexionar, pues todos conocemos mujeres (fundamentalmente son ellas) que acaban sucumbiendo ante la fuerte personalidad de su pareja. Ellos suelen ser hombres infinitamente seguros de sí mismos, con gran empuje, con la confianza de tener siempre razón, muy bien valorados por los demás machos adyacentes, acostumbrados más a mandar que a sugerir, a imponer más que acompañar. Y ya se sabe, ese cóctel lleva implícito, con demasiada frecuencia, un carácter furibundo que acostumbra a asomar en los momentos en los que se siente contrariado, cuestionado. Es por eso que a su lado suelen tener mujeres que les admiran hasta la irracionalidad, que se sienten seguras a su lado, que delegan en ellos incluso las responsabilidades más nimias de la vida cotidiana. Él sabe de esto, él entiende de lo otro, se lo preguntaré a él, esto siempre lo ha hecho él...una relación de patriarcado que deja claramente en desventaja a la mujer, que compensa su falta de igualdad, de auto estima, de independencia, de riesgo, con la idea de seguridad. Sin embargo, solo queda una palabra para definir su situación, y no es otra que anulación. Si es que a él no le cuesta, si es que siempre se ofrece, es tan cariñoso y atento... Hasta que la situación, al cabo de los años, y cuando la mujer decide que por fin quiere volar sola, se vuelve insoportable para el hombre acaparador, que se siente incompleto sin manejar "altruistamente" la vida de la que está a su lado, sin poder demostrar que él siempre puede manejar dos vidas a la vez. La soledad le hace sentirse medio, y muchas veces lo hacen pagar a aquella que hasta hace poco era parte de "su" vida.

Reconozco que cuando miro con detenimiento a mi alrededor, siempre descubro alguna mujer que mira con admiración desmedida a "su" hombre, en un ejercicio de endiosamiento machista parecido a la religión, ríe cada una de las gracias que hace o dice, sean o no de mérito, y perdona finalmente todos los deslices que pueda tener, por mucho que ella lo disfrace a veces en indignación. La necesidad de ampliar la figura de él está por encima de cualquier otra cosa, sin darse cuenta que alimentan un vampiro que absorbe su verdadera personalidad.

Mujeres del mundo, hacedle caso a mi amiga Paola, y nunca dejéis de ser vosotras mismas. La igualdad entre los hombres y las mujeres empieza dentro de uno mismo. Ni más ni menos.

21 de septiembre de 2008

Publicidad Fiat Grande Punto en Francia

Esta es un anuncio publicitario de Fiat, para su modelo Grande Punto en territorio francés. La música de sintonía es I Wonder, de Urban Spacies. La mezcla de actores y personajes de plastilina, unida a la música desenfadada, le da a la campaña un aire familiar y desenfadado que la compañia quiere transmitir. Un anuncio alegre y positivo, que une lo urbano con lo rural. Un coche para toda la familia. Ah, por cierto, la niña de las coletas que salta por el paso de peatones es Helena, hija de unos amigos.
                                                      
                                                         
                               

20 de septiembre de 2008

El cuaderno de Saramago


Aquí dejo un enlace sobre el blog que escribe el premio Nobel José Saramago, desde la página de su fundación. Muy interesantes, como de costumbre, sus opiniones. También os dejo algunas pinturas de la artista ecuatoriana Myriam Gaggini dedicadas al escritor portugués.









11 de septiembre de 2008

Infinito espejo.

Delante de la puerta de la casa de mis padres, desde siempre he visto la bicicleta. Desde mi más tierna infancia, tengo recuerdos de aquel artefacto de dos ruedas, apoyado a poca distancia del quicio de entrada, sobre la pared encalada de la fachada. Fuese invierno o verano, otoño o primavera, allí estaba inmutable aquella vieja bicicleta.
Si alguien me preguntase desde cuando la recuerdo, no sabría decir otra cosa más que desde siempre. Algunos días, al salir de casa, me he llegado a preguntar a quién pertenecería aquella herrumbrosa chatarra. O a quien habría pertenecido. Ni siquiera sé si, alguna vez, ha sido de alguien de mi familia. O si alguien la había dejado apoyada al pasar, y allí había quedado olvidada. Tampoco a nadie le he preguntado. Ha ido oxidándose allí, poco a poco, como si de un árbol que crece y ve pasar el tiempo se tratase. Preguntarme a mi mismo quién podría haber paseado alguna vez en ella, no creo ya que sea importante. Lo realmente importante es verla sin hacerlo, e imaginar historias en las cuales mis personajes ficticios recreen vivencias que solo nacen de mi imaginación.
He visto pasar delante de ella hermanos, padres, tíos, luego sobrinos, e incluso nietos, pero ninguno la ha mencionado. Todos parecemos ignorarla. Como si negásemos su sola existencia. Como si nos molestara, o asustara, la sola visión de aquel cochambroso manillar, de los radios rotos, o de sus piñones, secos como los pechos de una anciana. Todos la hemos visto, presentido, pero nadie la ha querido mirar de frente, y mucho menos tocar. Como si aquel vehículo, salido de la profundidad de la memoria perdida, formase ya parte del todo, y a la vez, expirase en el marasmo de la nada.
Recuerdo que hubo una noche, hace muchos años, en la cual el viento azotó con desmesura todo el pueblo, arrancando árboles y tejas por doquier. Yo tendría diez años, más o menos. Oí perfectamente, desde el cuarto que compartía con mis seis hermanos, como la bicicleta caía al suelo, haciendo un ruido ensordecedor al hacerlo. Todos en la casa, estoy seguro, nos despertamos sobresaltados pensando que, cuando nos levantásemos por la mañana, ya no estaría apoyada en la pared, aunque ninguno hubiésemos hecho nunca ninguna referencia a ella.
Sin embargo, con el alba, y al salir a las labores del campo, allí continuaba de pie, apoyada en el mismo lugar. ¿Quién la había puesto de nuevo allí? Ninguno preguntó, ninguno reconoció haberlo hecho. Era como si algo que aparentemente no existe, ya que nadie habla de ello, tampoco pudiese desaparecer. Tal vez alguien, o todos, creían en que si no hubiese estado, la mala suerte se hubiese cernido sobre todos nosotros. Como un ángel de la guarda, visible e invisible a la vez, al que nunca nos atrevíamos a hacer preguntas. Simplemente creíamos en él, y temíamos no tenerlo.
Pero el hecho más extraño, y el que marcó definitivamente nuestro interior, sucedió poco después, al caer enfermo mi hermano Andrés. Era el pequeño, y apenas contaba entonces con cuatro años de edad. Un día, sin saber como, cogió unas fiebres inexplicables, que no parecían querer bajar con ningún medicamento que le fuese administrado. El médico del pueblo, el buen doctor Sófocles Castro, rodeado de sus inabarcables años de experiencia, no nos daba ninguna esperanza. Tan solo esperar. Tan solo rezar. En eso estaba de acuerdo con el capellán del pueblo, un hombre que decía haber visto al diablo cantando bajo una higuera, antes de profesar la fe.
Pero Andrés, a pesar de todo, de jarabes y rezos, de desvelos y cuidados de mi madre, que le cantaba siempre la misma nana incansable, cada día que pasaba estaba peor. Su vida se apagaba, y ni mis padres, ni el resto de mi familia, sabíamos como impedirlo. Dos semanas llevaba ya el niño a las puertas de la muerte. Incluso el carpintero, había empezado a fabricar una pequeña caja de madera para él.
Hasta que un día, y cuando ya no parecía haber remedio, no se sabe bien como, alguien puso una pequeña vela delante de la bicicleta. Una vela de aquellas que se ponen a los santos, cuando quieres pedirles algo. Por la noche, para sorpresa de todos, Andrés pareció responder mejor a las medicinas, bajándole la fiebre con baños de agua fría. Por la mañana, las velas ya eran dos. Andrés dejó de toser. Al día siguiente, aparecieron incluso flores, además de más velas encendidas, hasta conformar lo que se podría denominar un verdadero altar. Una semana después, Andrés ya podía levantarse de la cama, y las velas y demás, fueron retiradas sin que nadie lo viera. Nada. Nadie vio nada. Como siempre. Pero es que tampoco nadie nada comentó. Ni un ligero desliz. Todo era silencio absoluto alrededor de aquel objeto, continuamente presente en nuestras vidas. Pero, a pesar de que todo parecía volver a ser como antes, ya nada volvería a ser lo mismo. O al menos no exactamente.
El doctor Castro no daba crédito a lo que había visto. La vida de mi hermano pequeño había estado a punto de escapársele de las manos, sin poder hacer nada por remediarlo, sintiendo impotencia, para sin embargo, de un día para otro, haberse curado del mal que aprisionaba su cuerpo. Él les dijo a mis padres que, seguramente, la enfermedad que fuese que había atenazado al pequeño Andrés, había seguido su curso y que, finalmente, el organismo había reaccionado creando, él solo, defensas frente a tan extraño mal. Mis padres escucharon con respeto al hombre que más conocimientos tenía de todos aquellos a los que habían conocido. Sin embargo, todos en mi familia parecíamos estar convencidos de que, la verdadera fuente de curación estaba recostada en la pared de nuestra casa, al lado de la puerta. Se notaba en nuestras miradas, en nuestros silencios inquisidores, ya que todos nos mirábamos sabiendo, pero sin querer admitirlo.
Han pasado los años, muchos, desde aquel hecho, y la presencia de la bicicleta continúa acompañándonos a todos. Cada mañana al salir de casa. Cada tarde al regresar. Cada instante que pasamos en ella. Nadie la nombra. Nadie la menciona. Pero todos saben que está ahí. Ni siquiera los niños hacen nunca mención. Hay algo en los genes de nuestra familia que parece indicarnos desde el nacimiento que no podemos mencionarla, casi ni mirarla. Al menos abiertamente. Como si de un espíritu se tratase. Mis nietos han aprendido solos esta tradición familiar. De vez en cuando, ciertamente, alguna pequeña plegaria se nos escapa en nuestro fuero interno, estoy seguro de ello. Su presencia nos intimida, es verdad, pero a la vez nos conforta. Y si alguien padece o necesita, allí está la figura de las dos ruedas y los radios rotos, para poder obtener esperanza. No creo que nadie que no sepa, nos comprenda. Es bien igual. Ella vive allí, con nosotros, entre nosotros. ¿Tal vez alguien ha visto a Dios alguna vez? Y seguirá así, hasta que el último de mi familia no vuelva ya a pisar esta casa. Hasta que todos nosotros pasemos. O incluso más allá del último que eche la llave. Tal vez sea este el motivo por el que, finalmente, nos recordarán. O tal vez no, y nadie se atreva nunca a nombrarla, hasta desaparecer, por fin, para siempre, de la vida de alguien, como un infinito espejo.