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27 de octubre de 2010

La última decisión de Beatriz Hassler

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Justo antes de partir, y mientras los árboles comenzaban a reflejar el otoño en las pocas hojas que iban quedando, Beatriz Hassler echó una última mirada a aquella casa, en forma de definitiva despedida.No quería, o tal vez sería mejor decir que no deseaba, que nada de lo que había ocurrido aquellos años hubiese pasado, pero el destino siempre es menos culpable de lo que pensamos, y de nosotros dependen muchas de las cosas de las que luego nos arrepentimos.

Al cerrar los ojos, y levantar la frente hacia el cielo gris encapotado, notó por primera vez las microscópicas gotas de lluvia que estaban cayendo, como señales inequívocas de que todo en la vida tiene un inicio y un final, incluso la vida misma. Sonrió un instante, solo eso, en su interior, pero su gesto tan íntimo no era otra cosa que la necesidad de liberarse de aquello que la había estado atenazando hasta aquel momento de su existencia, de su paso por la vida. Porque, pensó, no es lo mismo dudar que no creer, o eso es lo que siempre había necesitado pensar. No existen mejores ojos que aquellos que ven más allá de lo que las propias palabras nos dicen.

Beatriz Hassler bajó, insegura, los últimos escalones que separaban la puerta de la que había sido su casa de la calle, de lo que se le antojaba la libertad. Una libertad que le estaba brindando, tanto tiempo después, una nueva oportunidad para volver a ser ella misma. De dejar atrás silencios eternos, y desprecios constantes. Tantos ¿no lo sabes?, pareces tonta. Tantos no vales para nada. Tantos solo sirves para molestar. Tantos golpes y arañazos. Tanto disimular ante los amigos dándole la culpa a las puertas de los armarios. Tantas veces aguantando el alcohol en su aliento mientras le gritaba en la cara lo fría que estaba la cena, y ella sin atreverse a decirle que hacía dos horas que le estaba esperando.  Aquellas discusiones siempre perdidas ante la intransigencia del que piensa que por tomar un café con un amigo eres una cualquiera. ¿Qué van a pensar de mi? era la ácida canción que tenía que escuchar. Llorar las noches intentando no despertarlo, recordando sus palizas, sus violaciones, para luego pedirle perdón entre sollozos de culpabilidad. Y ella siempre le había creído, o al menos el miedo le había hecho hacerlo.

Y ahora que Beatriz Hassler había reunido todo el valor que le daban tantos años de sufrimiento, y que a cada instante le intentaba quitar el miedo que aún le tenía a él, las dudas le volvían a asaltar. ¿Hacía bien dejándolo?¿Volver a empezar la vida a los cincuenta sería posible? Tantas preguntas que le habían acompañado todos estos años, y que ahora no era capaz de olvidar. Cerró la mano temblorosa en un puño de rabia. Ahora no. Ya no había momento para dudar en la nueva vida de Beatriz Hassler, mientras la lluvia, aquellas gotas, comenzaban a mojarle la cara. Una última mirada al pasado. Un último adiós.Y un principio. El definitivo.

13 de octubre de 2010

La mujer de hielo y el movimiento del caballo.

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Desde luego, el movimiento del caballo del ajedrez es, aplicado a la vida, el mejor de los movimientos posibles. Mientras que la mayoría de movimientos son unidireccionales, el del caballo tiene ocho posibilidades, de las que podemos escoger la más conveniente para nosotros. El caballo puede moverse dos casillas a la derecha, una hacia arriba o abajo, o dos a la izquierda y una hacia arriba o abajo. Y también una a la derecha y dos arriba o abajo, o una a la izquierda y dos arriba o abajo. Trasladado a la realidad vital de cada uno, mientras que en la mayoría de decisiones tenemos dos caminos, si o no, blanco o negro, o como mucho tres, que es no hacer nada, imaginarse tener ocho opciones es realmente difícil, casi imposible. Poder escoger entre esas ocho posibilidades ante un problema, una decisión, sería magnífico.

Beatriz, pongamos que se llama así, es una mujer de suerte. Su marido, ella es tradicional para eso y no le gusta llamarlo pareja, es un ejecutivo en una empresa que se dedica a ensamblar motores de aviones, y aunque el nivel adquisitivo que tienen es elevado, siguen viviendo en un apartamento en el centro de la ciudad. Sus tres hijos varones van a un buen colegio, eso si, sin excesos, ya que llamémosla Beatriz no cree que la educación, la buena, vaya ligada a pagar mucho. Eso, siempre ha pensado, es pura apariencia. Y ella dedica sus días a administrar la casa, que hay que ver qué poco cunde el tiempo. Porque claro, llamémosla Beatriz también tiene un amante, llamémosle a él Gerardo, compañero de trabajo de su marido, él también casado, y al que conoció en una cena de empresa, hace dos años ya.

Y todo le funcionaba bien en esa vida a llamémosla Beatriz, aparte de tener algún punto de remordimiento ante el matrimonio, hay que ver lo que hace la cultura católica, que ha ido solventando a base de espaciar cada vez más los encuentros amorosos con llamémosle Gerardo. Parecía haber encontrado el equilibrio entre los remordimientos y la necesidad de experimentar cosas que nunca antes había sentido, hasta que un día, sin saber realmente cómo, encontró un papelito doblado en uno de los bolsillos de un traje de XXX, a este no le pondremos nombre, ni siquiera figurado, no por intimidad, sino por ser tan tonto. En el papelito, escrito con una caligrafía claramente femenina, dos palabras. Te necesito. Al principio a llamémosla Beatriz casi le salta el corazón de sus generosos pechos. ¿Te necesito? Eso no parecía una nota de trabajo. Porque, ¿quien escribía algo como eso en un papelito? Alguien por trabajo, desde luego no. Alguien del trabajo, posiblemente. Alguien femenino con intenciones más allá que laborales, seguro. Llamémosla Beatriz se sentó en la cama, desolada. Sentía dentro suyo una furia increíble. ¿Por eso llevaban tanto tiempo sin acostarse juntos?¿Cómo XXX podía hacerle esto? Y quien le dijese que ella llevaba dos años haciéndoselo a él, es que no tenía perspectiva. Ella era ella, lo había dejado todo por él, había abandonado su trabajo por él, estaba criando a sus tres hijos.¿Qué más quería XXX de ella? ¿Acaso llamémosla Beatriz no se merecía vivir nuevamente un romance en su vida, si ya entre ella y XXX no había más que pura formalidad? Era injusto que él fuese feliz con otra, seguro que su secretaria. Y ahora, visto lo visto, ¿qué podía hacer? O hablaba con él y luego lo dejaba para siempre, quedándose con todo, eso si, se había acabado llamémosle Gerardo, o no decía nada, seguía viviendo la mentira, ahora dos mentiras, de su apacible y tranquila vida, y exprimía a llamémosle Gerardo hasta la última gota. Dos venganzas posibles. Dos satisfacciones. Incluso tenía una tercera posibilidad, y era pegarle un tiro a XXX, pero en ese caso la satisfacción duraría poco, y tendría que pagar un elevado precio por hacerlo. Cayó estirada en la cama. XXX salió del baño, cubierto solo con una toalla, y miró el papelito en la mano abierta de llamémosla Beatriz. No la miró a los ojos.

-Siento que hayas tenido que enterarte así. No era mi intención hacerte daño, de verdad quería contártelo, pero ahora ya es tarde.-XXX se sentó a su lado.- Conoces bien a mi compañero llamémosle Gerardo.-A ella le dio un nuevo vuelco el corazón, él lo sabía.XXX tardó unos segundos antes de hablar.- Pues la verdad es que él y yo nos queremos, y nos vamos a vivir juntos.-Ahora llamémosla Beatriz creyó morirse.- ¡Ah!, y cariño, quiero llamarme YYY.

La de vueltas que da la vida, ¿verdad? Cuidado siempre con el movimiento del caballo, que este puede sorprendernos incluso cuando menos lo esperamos y acabar deshaciéndonos como cubitos de hielo.

12 de octubre de 2010

El ajedrez infinito

                     ajedrez

Durante la partida infinita que es la vida, tenemos el suficiente tiempo para ser cualquiera de las piezas que queramos del juego del ajedrez. Todo depende, por supuesto, del momento que estemos pasando. A veces seremos peones negros, siempre al albedrío de un rey o una reina blancos, que marcan el sentido de nuestro corazón, nuestros impulsos casi imposibles, tan difícilmente irrefrenables. En otras ocasiones, sin embargo, nos sentiremos grandes torres, fuertes, impasibles, y creyéndonos capaces de aguantar todo lo que nos venga por delante, por mucho que esto sea totalmente inesperado. El alfil está entroncado vagamente con el peón, porque nos creeremos capaces de todo cuando nos imaginemos, vana ilusión, el centro del deseo del rey o de la reina. Y qué decir del caballo, siempre moviéndose entre el resto de las piezas, como si con él no fuese la partida, cambiando de caprichoso humor, seguro y estable por fuera, desconfiado y nervioso por dentro. Es, personalmente así lo creo, la pieza más fascinante del juego, la más desconcertante de la partida, la única que tiene el privilegio de cambiar de dirección en el mismo único movimiento. Impulsivo escondido, nadie sabe si lo que hace lo está haciendo porque quiere o porque le obligan las circunstancias. Por eso, durante muchos de los momentos de la vida, en nuestras relaciones con los demás, adoptamos una personalidad u otra del juego del ajedrez. De ese ajedrez infinito en el que todos nos convertimos, jugando en el tablero sin fin que son las relaciones que tenemos con los demás, una partida tan fascinante como arriesgada. Y a cada movimiento que hacemos, más nos acercamos al otro lado del tablero, ese al que todos queremos conseguir llegar.