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28 de abril de 2008

Coger la noche al vuelo.


Para ella, aquella había sido una mañana como cualquier otra, la tarde como cualquier tarde anterior, y la noche se presentaba sin historia, como un calco en carbón de todas las noches sin historia que hayan podido ser. Hasta que se presentó lo inesperado, de nuevo el amor.

Porque los amores, por regla general, no se escogen, sino que son ellos los que nos eligen. Y no vale la pena oponerse. La voluntad está ligada a la oportunidad, lo que hace que cualquier intento de resistir sea innecesario, improductivo. ¿Es posible dirigir las flechas hacia el corazón adecuado? ¿Tal vez haya quien sepa qué corazón viene a ser el correcto? ¿Alguien conoce alguno que no lo sea? Todos merecemos una oportunidad, aunque la lluvia que cae al otro lado del cristal nos haga melancólicos, aunque el miedo a la verdad, a la propia vergüenza, nos atenace.

Podemos, eso si, mentirnos a nosotros mismos. Podemos dejarnos llevar por la corriente fácil de esta mañana como otra, de esta tarde como cualquiera anterior. Pero si la noche se nos vuelve a presentar sin historia, ¿es posible utilizar la mayúscula, y convertir esta parte de nuestra vida en algo especial, con suficiente entidad para ser recordado?

Tal vez el riesgo sea algo parecido a una montaña rusa, un lugar donde se sufre esperando que no pase nada malo, en el que la adrenalina sube, pero en el que la recompensa viene al final, cuando se recuerda lo vivido pensando que para qué haberse preocupado tanto.

Es verdad que todos buscamos, en el fondo, lugares confortables donde transitar. Aquellos que se nos asemejan a una cabaña de madera con la chimenea encendida, la nieve cayendo fuera, y la calidez de un cuento navideño dentro. Es cierto que estos lugares nos dan la seguridad de un libro bien recomendado, pero el peligro de la emoción desaparece tras esos cristales nevados. ¿Vale la pena, pues, arriesgarse a perderlo todo por la intangibilidad de lo excitante, de lo nuevo, de lo diferente? Valorarlo es algo que hemos de hacer antes de tomar una decisión, porque por regla general, estas implican a mucha más gente.

Lo que, seguramente, todos tendríamos claro, es que si tuviéramos la magia para hacer realidad nuestros deseos sin que nadie nos viese, ser invisibles ante las consecuencias no deseadas, nos tiraríamos de cabeza en busca de la felicidad. Y me refiero a aquella que se presenta cuando le apetece hacerlo, sin preguntar, y que descoloca toda la planificación de nuestro día, aquella que habíamos hecho por la mañana, cumplido por la tarde, pero, como por arte de prestidigitador, se nos evapora por la noche, trastocando nuestra propia conciencia. Entonces, ¿qué hacer? Podemos, de momento, dejarnos llevar por los impulsos primarios, aquellos que nos dan la vida. O tal vez podemos atarnos a nuestros valores, como la lealtad y la honestidad. Es cuestión de elegir. Aunque siempre, como todo en la vida, existe el camino de en medio. Encontrarlo depende de cada uno. Porque, bien visto, para ella aquel día puede llegar a ser el reflejo de toda una vida.