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21 de abril de 2009

Las piezas cambiadas.

Hace unos días, un conocido me habló de un antiguo amigo al que, sin pretenderlo, al menos por mi parte, había perdido la pista. Resulta que este antiguo amigo se ha separado de su mujer de toda la vida, con la que tiene tres hijos, y ahora vive con una nueva pareja. Algo normal, y más hoy en día, en un tiempo en el cual hemos aprendido, como sociedad, que no es bueno ni necesario el sacrificio emocional en aras de la estabilidad familiar. Vamos, que no hace falta olvidarse de uno mismo para garantizar la felicidad de los otros. Lo curioso del caso, y no cuestionable desde luego, es que la nueva pareja que comparte la nueva vida con mi amigo, es una antigua amistad común, de la que también había perdido la pista, hace aún mucho más tiempo que de él. Y es que parece que, a mi alrededor, los antiguos amigos recomponen sus relaciones familiares, y además con mucha frecuencia, con otros amigos de la adolescencia. Es como si, en un tablero de ajedrez, la reina blanca huyese junto al rey negro, el alfil negro dejase a la torre de su color para acabar junto a uno de sus peones, predestinado desde siempre a compartir casilla junto a otro peón que conoce desde el inicio de la partida. Parece que el puzzle del tiempo, con su paso inexorable, acaba dando la razón a las afinidades comunes que existen entre las personas, donde la vida, tal vez, había puesto una pieza equivocada. Es un hecho común que mucha gente se conozca en la juventud, en un grupo de amigos, y luego escojan continuar su vida junto a determinada persona, eligiéndose mútuamente entre otras tantas. Después, esta misma vida que les ha unido, acaba siendo asfixiante o inexistente en común, así que deciden deshacer el camino y empezar un nuevo recorrido vital. Y, casualidades de la vida, acaban rehaciéndola junto a un antiguo amigo que también ha errado, y con el que nunca habrían pensado coincidir.
Lo que me llama la atención de todo esto, no es tanto el hecho de que se reencuentren dos personas al cabo del tiempo, sino que descubran con tanto retraso que se necesitaban uno al otro. ¿No será que el paso del tiempo, de las circunstancias, hace que nos fijemos en las cualidades del otro, aquellas que la hormonada juventud no nos dejó ver? ¿O es que el ser humano vive en un tablero de ajedrez con piezas equivocadas, y hasta que no avanza la partida no presentimos el error? Seguramente, es de buen jugador saber rectificar a tiempo la jugada errónea. Solo espero, sinceramente, que mis amigos acaben ganando la partida.