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19 de agosto de 2009

La princesa depuesta

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Acabo de terminar mis vacaciones. Este año he estado pasando unos días en una villa en la Toscana, de donde una de las cosas más estimulantes, David de Miguel Ángel aparte, ha sido ver el desfile de uno de los barrios que compiten en el famoso Palio de Siena, la más bella carrera de caballos del mundo. El colorido, el sonido de los tambores, los trajes, el movimiento ondulante de las enormes banderas, todo enmarcado en la fastuosa y medieval Piazza del Campo, ha quedado grabado para siempre en mis retinas. Una fascinante e inesperada experiencia.

Los días toscanos son lentos, pero no por el aburrimiento, sino por ese ritmo distinto que enmarcan los campos de olivos y viñedos, y también por el disfrute de sus placeres terrenales, todos anclados a la naturaleza, al sol. Un minuto se disfruta como una eternidad. Por eso, en uno de esos apacibles atardeceres toscanos, y mientras una breve tormenta de verano dejaba paso a un atardecer fresco y rojizo, me vino a la cabeza una antigua historia que mi abuela me explicaba cuando yo era niño.

La historia versa sobre una pequeña princesa que, perdida en su enorme palacio, va encontrando en los pasillos solitarios una serie de objetos que le explican quien es realmente, más allá de la fortuna que le rodea. Primero encuentra un pañuelo, que le recuerda que ella también puede llorar de frustración, y que le sirve para enjugarse las lágrimas del miedo. En otro pasillo encuentra un zapato viejo, roto y sucio, lo que le recuerda que más allá de los muros de su palacio existe gente que sufre la pobreza. Más allá, una lanza rota, que representa la gente que muere para defenderla a ella y su familia. Finalmente, un delantal lleno de harina, lo que le recordaba que había gente que trabajaba de sol a sol para servirla, y hacer que ella no tuviese que hacerlo.

Por fin encontró una puerta, pero esta estaba cerrada. En el suelo, una bolsa llena de oro, lo que quería decir que, por muchas riquezas que se posean, a veces hay cosas imposibles de conseguir.

Bueno, la historia aún continuaba, pero mi memoria no es la que era, así que, resumiendo, la princesa lograba encontrar la salida. Luego, antes de convertirse en reina, la princesa abdicaba, se convertía en una depuesta, y se retiraba a una casa en las montañas, rodeada de olivos que admiraba cada atardecer. Había decidido dejar de ser princesa para ser libre. Y esa era la historia que me explicaba mi abuela. Bueno, ella lo hacía mucho mejor, lo reconozco.

Y allí, sentado en el atardecer toscano, mis manos se entrecruzaron tras la nuca, una sonrisa se me dibujó en el rostro, y me di cuenta de la suerte que he tenido en poder escuchar a mi abuela explicar historias de libertad. Cogí una copa de chianti que tenía a mi lado, y brindé hacia la puesta de sol. A tu salud, Basilisa, y gracias por haberme explicado tus historias. Te juro que tu memoria nunca será depuesta.

toscana