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20 de octubre de 2009

Nuestros actos, el teatro de la vida.

La verdad es que hoy podría escribir sobre muchas cosas. Han estado pasando por mi cabeza infinidad de temas, de los cuales, a cada segundo me parecían el ideal para escribir, para compartir. Pero como me suele pasar a mí particularmente, no he acabado de decidirme. Y ahora resulta que llueve sobre Barcelona, y eso me hace estar bien. Me encanta la lluvia. Como a mucha gente, lo sé, pero es que para mí es un momento ideal para expresarme. Me vuelvo melancólico, y eso debe ser por mi octava parte de sangre portuguesa, aunque la verdad es que los fados tampoco me producen ningún sentimiento especial. En fin, que en estas estoy cuando en el fondo de un cajón de mi escritorio aparecen unas hojas escritas a mano. No son más de tres, están ya algo deslucidas, la tinta se ha tornado azul verdosa, y la horrible caligrafía es inconfundible. Lo he escrito yo, no cabe duda. Al leerlas me llevo la sorpresa que es un cuento que escribí hace casi quince años para mi hija, que entonces tenía tres. La verdad es que, visto con perspectiva, es un poco triste, lo que no era mi intención, y algo duro de planteamiento, lo que tal vez sí que quería serlo. Vamos, que ríete tu de las películas de Disney, porque Blancanieves tiene un transfondo que si no es por los enanitos, pasaría por uno de los culebrones de hoy en día. Y es que quería regalarle algo imperecedero a mi hija, algo que durase más que una pulsera o un joyero, algo con un significado más allá de una historia bonita. Y se ve que lo conseguí en demasía, porque cuando una noche se lo leí, acabaron apareciendo dos lágrimas de tristeza en su tierna carita. Y eso me hace preguntarme, ¿cuántas veces hacemos las cosas de una manera, para conseguir unos objetivos, y después lo que obtenemos es diferente a lo que esperábamos? Seguramente muchas veces al día. Y además de fallar el tiro, desconocemos los efectos que nuestros bienintencionados actos pueden producir en los demás. Entonces, luego de poco vale pedir perdón. Las cosas ya están hechas cuando nos damos cuenta del daño que podemos causar al gritar, insultar, pegar, despreciar, ningunear, o simplemente abandonar. Por eso, desde aquí, pido perdón por lo que seguro he hecho mal en mi vida, sin saberlo, y que ha afectado, hecho sufrir a otros, y por lo que seguro que haré. Nunca está de más reconocer que nos equivocamos, y yo el primero. Porque nuestros actos, son el teatro de nuestra vida. Una vida llena de máscaras, llena de actores, llena de equívocos, de equivocaciones. Porque es posible equivocarse, cuando haces algo por los demás. Buenas noches, Marina, y espero que te haya gustado el cuento que te escribí.