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18 de noviembre de 2010

La razón

Dos niños muy pequeños se pelean por una pelota. Uno la ha encontrado sin dueño, huérfana, mientras que el otro, al darse cuenta de que un intruso la tiene entre sus manos, la disfruta, reclama su posesión, ya que se la han regalado hace poco. Este cree tener la razón ya que su tío se la ha entregado en persona, mientras que el primero cree que la razón es suya ya que nadie la poseía cuando él la vio. Cada uno de ellos cree tener, por supuesto, la razón.
Es interesante el tema de la razón. Y me refiero a la cuestión fundamental de preguntarse quién tiene la razón. Porque, para el común de la gente , parece fundamental tener la razón, esa razón absoluta que tanto nos gusta poseer. Es incuestionable, bajo mi punto de vista, que hay tantas razones como personas que opinan sobre algo. ¿Razón absoluta? Resultaría absurdo pensar que alguien tiene la razón absoluta en algo, por mucho que creamos, o estemos seguros, que vemos con claridad meridiana las cosas. Y es que también es irrefutable, dicho con toda la humildad del que sabe que suele fallar en sus apreciaciones, que hay infinitos puntos de vista, ya que hay infinitas apreciaciones. ¿Existe, pues, el hecho objetivo? Desde luego, ya que las cosas que son, lo son porque existen en este mundo. Pero, ¿realmente existe un solo mundo, una sola realidad? Hace años, yo creía que si, pero siendo un adolescente me hicieron cambiar de opinión. Existen tantos mundos, realidades, como personas que las ven. Y estas realidades existen porque las creamos nosotros, ya que nuestro cerebro elige la información que recibe a través de los sentidos, precisamente para no bloquearnos en el proceso de percepción de la realidad. Así, cuando vemos lo que creemos es una realidad irrefutable, no hacemos más que crear una imagen imperfecta del mundo, creando precisamente un mundo irrealmente personal. Por esto, no creo que sea bueno enrocarse en las propias razones sin comprender las de los demás, por muy infundadas y contrarias a las nuestras que las veamos. Vivimos en un mundo en el que se cruzan muchos mundos personales, y que finalmente se entrelazan, se contactan, como si de pompas de jabón se tratasen, creando una conciencia global, una complejidad superior que nos enriquece a todos. Intentar comprender las razones de los demás, hablarlas, y oír sus explicaciones, nos hará ver mucho más nítidamente la verdad de lo que lo haríamos si solo nos quedamos con lo que pensamos nosotros mismos.