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19 de abril de 2012

Los doscientos golpes.

¿Cuánto puede aguantar el ser humano sin decir basta?¿Es necesario llegar al extremo de estar casi desquiciado para rebelarse delante de una flagrante, continua, prolongada y por todos sabida injusticia? Seguramente, si nos reuniéramos delante de una buena taza de café, los que allí estuviéramos diríamos que no, que hay que luchar desde un principio contra las injusticias y no dejar que estas nos hagan aflorar la desesperación hasta el punto de descontrolar nuestras emociones. Llegar al caos imposible de gobernar es inversamente proporcional al aguante y represión de nuestras propias frustraciones. Pero es que a veces nos atenaza la idea de ser juzgados por las justificaciones mentirosas de los otros, o por la incomprensión de aquellos de los que más necesitamos recibir apoyo. Es tan difícil vencer a la mentira bien planeada, que a veces  la víctima acaba pareciendo peor que el verdugo. Por este motivo, en estos casos, no hay nada mejor que el apoyo de los demás, pero sobre todo de los amigos. Cuando alguien dice basta, y lo hace de esa manera tan poco tendente a la cordura, un gesto de comprensión por parte de quienes te rodean hace que al menos la batalla, el sufrimiento, haya valido la pena, y que los doscientos golpes que has aguantado antes de revolverte con la furia del boxeador que sabe que ya no puede aguantar uno más, haya valido algo la pena. Gracias a todos aquellos que saben comprender a aquel que sufre en silencio, y que en algún momento de su vida decide decir basta.