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21 de abril de 2011

Un día cualquiera.

Aquel día amaneció gris para cuando Montero logró levantarse. Una ducha caliente y un café en la taza le dieron la bienvenida a aquel duro día. El nudo de la corbata resistiéndose a ser doblegado sobre el cuello blanco y almidonado mientras bajaba las escaleras. Un beso en la mejilla. Buenos días, cariño. ¿cariño, hoy? Continuó hasta la tostadora, donde le esperaban unas tostadas humeantes y casi quemadas, justo como no le gustaban. ¿Otro café? Mejor que no, que luego la tensión se le dispara. Con mala fe, dejó acabar quemarse las tostadas. Que se las coma ella, que le gustan pasadas. Otro beso casual, ¿o más bien rutinario?, en la mejilla y un hasta la noche. Ya en el metro, periódico gratuito en la mano, equilibrios casi imposibles entre éste, el maletín y el paraguas. Sin asiento, como siempre. Tres paradas. Eso seguro que no cambia. En el despacho su secretaria lo mira de reojo, hola señor Montero, está medio adormilada. Se nota que ayer llegaba su novio de Finlandia, está poco dormida. Un gesto con la mano a modo de saludo. La máquina del café está estropeada. ¿Cómo puede ser que le guste más este café que el de casa? Baja un momento a la cafetería de la esquina, allí sí que son buenas las tostadas. Ruido de bar, hay que ver cómo le relaja. Busca las monedas para descargarse de chatarra. Dos con cincuenta. ¡Mierda!, muchos céntimos y solo tiene dos con treinta. Descambiar un billete de veinte. Hola otra vez a su secretaria, pero ahora mejor desayunado. Muchas llamadas que hacer, muchos correos que leer. Como cada día. Diarios digitales entre llamadas y llamadas. Suena la alarma del teléfono. Comprar regalo para ella, mañana es su cumpleaños. La librería está llena. ¿Alguien trabaja en esta ciudad? Paulo Coelho. Vuelta al despacho. ¿Alguien ha llamado? Silencio. Demasiado movimiento aquella noche desde Finlandia. ¡Qué suerte! Más prensa digital. Las voces de los clientes suenan todas a lo mismo. Colgar, descolgar, colgar, descolgar. Necesitaba otro café. Maldita máquina. El jefe está de mal humor. ¿No es eso lo normal? Más llamadas, más clientes, más correos. Hora de comer en Casa Juanita. Paella de montaña. ¡Buff!, hoy está un poco pasado el arroz. La camarera es nueva. Parece rusa, casi no habla español. Un sorbete de limón y un café solo para bajarlo todo. El sol calienta de vuelta a la oficina. Jubilados paseando sus perros y dando de comer a las palomas. La secretaria no trabaja por la tarde. Tiene médico. ¿Vendrá de Finlandia? Más llamadas, más clientes. Las siete, para casa. La corbata ya aprieta en exceso. Vuelta al metro, vuelta a casa. Casi se olvida el libro. Sin asiento también, ya es una costumbre. Llegar a casa cansado, como siempre también. Ella está haciendo la cena. Calamares rellenos, con lo poco que le gusta. ¿Es que nadie piensa en él hoy? Un beso, otra vez rutinario. Cena rutinaria. Luego tele. Ella en el salón, él en la cama. Cerrar los ojos en medio de los rayos catódicos. Dormir. Hazte a un lado, que ocupas toda la cama. Media vuelta, ya desvelado. ¿Vendrá la felicidad de Finlandia? Mañana será otro día.