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7 de diciembre de 2008

El árbol de navidad.


He estado pasando la tarde en casa de unos de mis mejores amigos. Si, de aquel tipo de amigos que ya he explicado que son especiales porque lo darías todo por ellos, y estás seguro que ellos lo darían todo por tí. Bueno, a lo que iba. Les he acompañado a comprar el abeto de navidad. Él, me refiero a Rafa, no al árbol, me lanzó un pequeño reto, que no era otro que escribir el diario de un árbol de navidad. De su árbol de navidad. 
Cuando me lo planteó, me reí. Pensé que era un asunto extraño el pretender reproducir en palabras la vida de un árbol. Porque, ¿qué siente un árbol de navidad? La verdad es que yo no lo puedo saber. No soy Robert De Niro, ni he estudiado en el Actor's Studio's, para meterme en la piel, o más bien tronco, del susodicho abeto. Porque, a ver, lo primero que tendría que saber para ser un árbol, es si tiene raíces o no, o si es una de aquellas ramas altas clavadas en un pedazo de madera. Por eso miré hacia abajo, y pude comprobar que sí tenía enteritas sus raíces, o al menos, eso había dicho el vendedor. O sea, que yo tendría que ser un árbol completo.
¿Y ahora, qué? Una vez que creí conocer a mi personaje por fuera, me lo quedé mirando mientras me acariciaba la barbilla, ¿cuál sería el espíritu de un árbol de navidad? ¿Creería en Santa Claus y en los Reyes de Oriente? Parecía lógico que sí, pero nunca se podría saber a ciencia cierta si estas fechas eran un mero trabajo para un árbol como aquel, o si más bien le venía de tradición familiar. Eso tendría que condicionar seriamente su personalidad.
Así que, después de reflexionar mucho sobre el tema, y por respeto a un ser vivo, he decidido que me retiro del reto. 
Porque, aunque muchos digan que soy inexpresivo como un árbol, torpe como un tronco, y alto como un pino, yo continuaré con mi árbol artificial. Al menos, nuestra relación de amor durará unos cuantos años.