Buscar este blog

19 de mayo de 2009

Un amigo y su circunstancia

Hace unas semanas, mientras desayunaba en el Bergara, me encontré con mi amigo Jaime. Hacía cierto tiempo que no lo veía, así que le invité a sentarse a mi mesa. Después de pedir un suculento desayuno, se notaba que pagaba yo, empezamos a hablar de nuestras vidas en los últimos meses alejados y sin contacto. Resultaba que Jaime se había casado finalmente con Alex, un chico diez años más joven que él, ejecutivo de un banco, y con el que su vida siempre había sido color de rosa. El hombre perfecto para él, un acuario emotivo y cincuentón, pintor por afición, galerista de arte de profesión. Le daba seguridad, confort y juventud, la receta mágica para alguien tan sensible a los cambios como mi amigo. Por eso, al felicitarlo por su recentísima boda, me extrañó ver en su rostro una mueca de vulnerabilidad, aquella que haces cuando las cosas no van bien. Y como yo, por deformación personal, me intereso por todo lo que me rodea, fui directo al tema. ¿Va todo bien?, le pregunté a boca jarro, sin darle tiempo a asimilar que a lo peor había cometido un indiscreto desliz. Su mirada se ensombreció de preocupación. Verás, comenzó a decirme mientras pensaba cada una de las palabras que me decía, últimamente no todo va bien. Luego tomó aire, mientras miraba fijamente su croissant. Resulta que Alex ha decidido que quiere cambiar de vida, que su etapa en el banco ya ha acabado, y quiere emprender nuevas experiencias, otear otros horizontes. Eso es bueno, le dije, además él siempre ha sido así, un hombre seguro de si mismo y de sus ideas, que nunca se jugará su estabilidad por nada. Si lo se, me respondió mirándome con tristeza desvalida a través de sus ojos azules, pero es que ya me conoces, yo soy una persona que necesita estabilidad, respaldo, sentirme seguro, y bastantes líos tengo ya con la galería como para ahora cambiar de vida. Mientras pensaba la respuesta que darle, le pedí otro café a Jonás, el camarero búlgaro, y medité la manera más pertinente, pero admito que solo se me ocurrían tópicos. Bueno, Jaime, piensa que él solo quiere emprender una nueva etapa profesional. Se ve con fuerzas y ganas, y si no lo apoyas, tal vez se sienta herido. Pero si yo siempre lo he apoyado, y tu lo sabes, razonó, pero es que ahora quiere dejarlo todo para ir a Punta Cana a abrir una agencia de viajes. Lo tiene todo planeado, hasta el último detalle. Pero lo que más me duele es que no haya confiado en mi para pensar en ello, y en cambio me ha presentado este nuevo proyecto de vida una vez estaba todo atado. ¡Eso no es confianza! Las cosas empezaban a complicarse dentro de mi cabeza como para asumirlas con facilidad. Quiere, además, que lo deje todo para acompañarle. Dice que viviremos mejor que aquí, y todo porque a mi me encanta la playa. ¡Pero si cree que con eso me puede convencer, es que me conoce menos de lo que creía!, respiró profundamente mientras sus ojos se inyectaban en un sereno pánico, ¿y si sale mal?¿y si cambio una vida de cierto acomodo por el riesgo una vida nueva que yo no necesito? No supe realmente qué decirle, cómo dar con la respuesta adecuada que le aliviase sus dudas interiores. Luego nos despedimos con un si necesitas hablar, llámame. Y no ha sido hasta hace tres días que, pasando por su galería, vi que esta estaba cerrada. Y ayer recibí una foto por correo. En ella se veía a Alex y a Jaime en una playa tropical. Detrás, escrito a mano, un rápido, por aquí todo bien, la agencia perfecta. Y mirando la sonrisa resplandeciente de Alex, no podía dudarlo. Sin embargo, la cara de mi amigo decía otra cosa. Era una cara de felicidad forzada, una media sonrisa de renuncia. Renuncia a la propia seguridad en busca del sueño ajeno. De un sueño que no sentía, que no era el suyo. Un sueño que le dañaba, pero que el amor le había hecho asumir, a pesar que en la otra balanza solo había ignorancia y desprecio por sus propios sentimientos. Y es que siempre acaban renunciando los más débiles...