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7 de julio de 2009

La circunstancia ahogó al pez.

Un día me levanté de la cama intranquilo. Acababa de tener un sueño inquietante, tanto, que tuve que apoyar los dos pies en el suelo para darme cuenta que ya había despertado. Sudaba horrores, me dolía la cabeza, y me picaba todo el cuerpo. Me fui hasta la cocina en busca de algo de agua fría que me quitase el calor que envolvía cada poro de mi piel, sin darme por enterado que eso haría que sudase aún más. Me daba igual. Todo me daba igual. Solo quería salir de la medio inconsciencia que se produce al despertar, anclarme a la realidad, al mundo conocido. Luego de dejar el vaso en la pica, volví a la cama. Sin embargo, mi cerebro se negaba a volverse a dormir otra vez. ¿Qué había soñado? Pues una historia que se ha explicado en mi familia durante años. Yo era una persona atemorizada hasta casi la locura. ¿Porqué? Pues porque uno de mis mejores amigos quería matarme. Cada vez que me encontraba, él se reía de mi con gesto torbo, diciéndome que me mataría. Y así día tras día, mes tras mes, hasta que acababa comprándome una pistola, no para defenderme, sino para matarle yo primero. Y así le buscaba, encontrándolo en un bar. Entonces, y mientras él continuaba riéndose de mi, diciendo que me mataría, yo le apuntaba al corazón. Él, en lugar de amedrentarse, continuaba riéndose, insultándome, llamándome cobarde, mientras yo intentaba mantener la calma, sudaba como un pollo en el matadero, y temblaba como un bebé recién nacido. Finalmente, empecé a apretar el gatillo y...me desperté. La verdad es que la historia es verídica, le sucedió a un amigo de mis abuelos, en Buenos Aires en los años cincuenta. Él, yo, acabó disparando, matando a su amigo, tanto era su miedo. Todos sabían que el otro era un brabucón, alguien que en cuanto bebía dos vasos de vino ya no paraba ante nadie, pero que era incapaz de matar a una mosca. Luego, él, yo, fue a la cárcel, donde estuvo años en los cuales mi abuela iba a visitarlo con frecuencia para llevarle comida. Ella fue la que me dijo una vez que aún, a pesar del paso del tiempo, recordaba los ojos de miedo del que mató. Porque las circunstancias que nos pasan, unidas a nuestra forma de ser, nos hacen ver cosas donde no las hay, lo que tiene como consecuencia tomar decisiones muchas veces equivocadas, basadas en el miedo. Sin embargo, es muy humano ser rebasados por las circunstancias. Lo que hemos de hacer es mantener la calma, mirar con los ojos bien abiertos, y pensar que toda circunstancia adversa es superable, no nos pase como a aquel pez que, perdido de sus compañeros, finalmente se ahogó de puro miedo.