Buscar este blog

1 de julio de 2009

Volver a nacer


Un día conocí una niña. Esta soñaba constantemente con ser mejor. Mejor de lo que era. Quería sacar mejores notas para satisfacer a sus padres. Ser más guapa para gustarle a los chicos. Tener mejores vestidos para tener más amigas. En fin, conseguir todo aquello que hace feliz a los demás, y que por ende nos hace más felices. Cuando creció, la niña se convirtió en toda una mujer de éxito, con un buen marido, unos hijos preciosos, un gran trabajo, y un montón de amigas que quedaban con ella a todas horas. Y ella parecía feliz, porque daba la sensación de tenerlo todo. Luego, un día, cuando las cosas parecía que le iban mejor que a nadie, llegaron las decepciones. La multinational en la que trabajaba se deslocalizó. Luego se enteró, vía email, que su marido estaba liado con una jovencita de la oficina, y que había decidido aprovechar lo que le quedaba de vida. Que sus amigas, ahora, ya no la veían igual que antes, por lo que no la invitaban ya a sus fiestas, y que tuvo que cambiar a sus hijos de colegio, con el posterior trauma del cambio de amigos y de nivel social. Todo se desmoronó en un instante, como uno de esos castillos de cartas que yo hacía de pequeño. Y sin aviso previo. O casi. Porque lo que la niña que se convirtió en mujer de éxito, y que ya no lo era, no quiso ver durante su vida, es que había ido renunciando a la verdadera felicidad en busca de otra cosa, que aunque la llaman de la misma manera, no es igual. Porque la verdadera, aquella que no tenía, nace de dentro de cada uno, de las pequeñas cosas que nos da la vida, y que nacen, normalmente, de la aceptación de uno mismo. Ella no había sido nunca feliz, en el fondo, porque nunca se había gustado a si misma, ya que había cambiado su propio destino para agradar a los demás, sin importarle si eso era lo que realmente quería. Se había convertido en una máscara sonriente. Pero cuando ésta cayó, solo quedó la realidad de lo que le envolvía. Por eso, una mañana, después de llorar durante meses su desgracia, decidió que se levantaría, buscaría trabajo, se ocuparía de los niños, de la casa...pero sobre todo, de ella misma. Porque había llegado a la conclusión que para haber vivido una vida, esta tenía que ser la suya propia. Y que tenía que ser ella la que se marcase las metas. Aquella mañana, casi cuarenta años después de lo que ponía su carnet, había vuelto a nacer.